Un cuervo albino llega hasta los campos del Torneo Argenta desde el Norte.
Resumen de acontecimientos, necesaria una reunión para concretar.
Justicar, lamento la tardanza en la entrega de informes.Tras la avanzadilla al poblado Vrykul seguimos nuestro camino hasta la factoría de carne, donde sin éxito tratamos de parar un ritual y salvar a unos cruzados que habían sido capturados y llevados ahí días atrás.
Después de la vigilancia se decidió por hacer un asalto directo, aunque lamentablemente habiamos llegado tarde y fuimos capturados por los nigromantes, y torturados durante días.
Hemos registrado una baja de nuestro grupo, uno de los exploradores que venía junto a mi grupo.
Sin embargo esto nos ha hecho ver como trabajan y podemos presentar un informe al detalle de lo que hemos vivido.
Así pues, seguimos a vuestra total disposición para las próximas misiones.
Cassandra.
Como era de esperar tras el relativo fracaso contra el nigromante al que nos enfrentamos, y sus fuerzas y rituales, la Cruzada Argenta decidió asignarnos un objetivo diferente, y, con él, nos trajo también un aliado acorde: La Orden del Alba de Plata, dirigida por el propio Alto Señor, Sir Tristan de la Tour.
–Iria von Kurzig.
Informe de situación y movimientos
-Entréguese a la Justicar Corazónpuro
Tuvimos suerte de que pudiesen rastrear a la vermis herida. Al parecer, los caminos hasta la posición del dragón alzado no son seguros, por lo que, agradeciendo la información prestada, y lamentando la pérdida de su patrulla de cruzados, trataremos de hacerlos suficientemente transitables como para acudir mañana a darle fin a la mascota del Caballero de la Muerte.
A pesar del incidente de anoche, y, a sabiendas de que íbamos, la vermis no abandonó el lugar, sino que, como era de esperar, nos tendieron una simple trampa.
El grupo se dividió en tres, unos que actuarían de carnaza para la vermis, otros que la enfrentarían, y, el último, en el que yo me encontraba, que la sacaría de su lugar de reposo, y eliminaría a los nigromantes que la restauraban.
Claramente, los nigromantes no se encontraban allí, a simple vista, sino escondidos, dispuestos a jugarnos una mala pasada. Por suerte, no lograron evitar el daño a la bestia, ni seguir con vida tras nuestra llegada.
Por el resto, sólo puedo decir que la zona se encuentra atestada de no-muertos menores, entre los que debimos abrirnos paso, y que la vermis fue finalmente abatida por el esfuerzo conjunto de los dos grupos restantes.
Pero el Alto Señor de la Tour encontró algo más, que podría sernos útil.
PD: Agradecemos los suministros benditos, pues fueron útiles y necesarios para completar la misión. Devolvemos así la mayoría de los mismos.
Ciertamente, la piedra de la Plaga que habitaba en las entrañas del dragón, si podemos llamarlas así, y gracias al esfuerzo de Tenebrionus y Alexandra, ambos Caballeros de la Muerte, nos condujo al lugar donde su maestro se escondía.
Y, como también cabía esperar, no se trataba sino de otra trampa más.
Allí, el Caballero nos esperaba en lo más profundo de una caverna, junto con dos Val’Kyr, y varias sombras, enfrentándonos, mientras las sombras rodeaban la salida. Aunque estas no impidieron que nos fuésemos, sino que más bien parecían observar, a la espera del desenlace.
Aún así, el Caballero de la Muerte cedió bajo los embates de Sir Tristan y su compañero Gawaen, además del resto de miembros, a pesar de haber caído anteriormente en varias trampas y sortilegios.
Como acto final, trataron de sepultarnos, y desafiarnos a terminar el combate en lugar de huir, pero elegimos tomar la salida.
Lamento profundamente la confusión que ha podido causar que las Val’Kyr tomasen el control de Tenebrionus. Como responsable, y bajo su propia voluntad, accedemos a que quede bajo observación, por el bien y la tranquilidad de todos.
Offrol
A partir de este punto, dado el evento por terminado y todo ya hecho…Woah.
It’s been a ride! Uh! Han sido las dos semanas más estresantes en el rol desde que entré al servidor hace tres años. Ha sido más gratificante que dificil, pero no lo hubiese podido hacer sola.
Mil gracias a Iria, a Klaussius, a Thurymar y Akuo por estar al pie del cañón junto a mi en esta aventura antes de irnos a las Shadowlands. A Tristan por ser más que un amigo y ser mi apoyo principal para seguir adelante con esto.
A Malady, Ishande y todos los roleros que han decidido venir por cuenta propia y aquellos que no han venido pero han sido pilares importantes. Habeis conseguido que comience a valorar a los grupos de rol que tenemos en el servidor.
No tengo palabras para expresar lo contenta que estoy y lo orgullosa que me siento de que todo este trabajo haya visto la luz.
Sois increíbles
El Gloria de Tirion volaba de nuevo. Resquebrajado, con muchos de los listones de madera que separaban el interior de la nave del frío viento de Rasganorte quebrados, pero con los demás elementos estructurales en condiciones para un último vuelo.
En su interior, un grupo de ingenieros aun trabajaba frenéticamente contra reloj haciendo los últimos ajustes una vez habían despegado y se dirigían a la batalla. Por suerte, unas nubes bajas cubrieron la nave e hicieron el camino algo más seguro.
En la cubierta principal, el Comando Amanecer aguardaba su turno en silencio. Corona de hielo solo estaba a unas decenas de cientos de metros ya. Fue salir de la nube y largar una andanada con las baterías de estribor contra las tropas enemigas que se encontraban brotando del entorno de la ciudadela como si fuera un nido interminable.
Dio tiempo a virar la nave para largar otra andanada desde babor. Llegados a este punto, comenzaron a llegar escuadrón tras escuadrón de gárgolas. César y Shindralas, de la espada de ébano, hicieron gran parte del trabajo rechazando a las que se acercaban haciendo exhibición de su poderío, junto con la ágil Mei Zhu, una guerrera pandaren y Faraam, un veloz guerrero. Por otro lado, Ton acribillaba a los enemigos desde lejos con su afinada puntería al igual que Elria hacía con sus hechizos. Para cerrar el grupo, Amih sanaba y Klaussius defendía con su escudo.
Una oleada tras otra, pero poco a poco la batalla se volvió crítica cuando del propio interior de la nave comenzaron a surgir no muertos, provocando que el grupo se tuviera que centrar en las amenazas internas. Dos ingenieros de la plaga sabotearon el motor de la aleta de babor y sus hélices se perdieron en la ventisca. La nave se estremeció y cabeceó levemente. Fue un golpe duro, pero aguantó orgullosa.
Una vermis de escarcha acechaba en el aire y escogió este momento para abordarla. La tripulación reaccionó y usando magia sagrada logró ahuyentarla, aunque gran parte de la banda de babor sufrió la pérdida de parte de sus cañones. No hubo tiempo apenas para que los soldados se miraran y se pusieran a cubierto, cuando una abominación aterrizó sobre la cubierta principal y estalló, abriendo una brecha en el corazón del casco.
Un grupo de forestales oscuras desde sus infames monturas aprovechó el momento y acribilló a gran parte de los cruzados, silenciando el fuego antiaéreo. Ton se puso a los mandos del importantísimo cañón de repetición y disparó varias andanadas. Amih lanzó su hechizo de curación más fuerte a la par, y la tripulación recobró el sentido. Algunas forestales cayeron ante la maquinaria de guerra mientras derribaban los autogiros que escoltaban el navío, otras fueron barridas de la cubierta por el empeño del resto del grupo.
En esta situación la nave no iba a durar mucho más… así que el navío se dirigió a lo profundo de una nube cercana. Una rápida evaluación de daños. No iba a dar tiempo a mucho más, y la nave no tenía buen aspecto. Pero aun era una nave de guerra armada, y todavía podía dar un golpe. La tripulación recibió la orden de ponerse el paracaídas, y de agotar hasta la última bomba.
Los caballeros de la espada de ébano César y Shindralas entraron en contacto mentalmente de alguna manera con Acherus, pidiendo ayuda, mientras los cielos rugían con las amenazas que venían. Amih sanaba a los heridos, Mei Zhu se estiraba. Elria preparaba sus hechizos de nuevo y Faraam sus armas. Finalmente Ton y Klaussius planificaban qué hacer con la nave en caso de que cayera. Decidieron tras esto volver a la batalla.
Tras virar ciento ochenta grados, el Gracia de Tirion volvió a surgir desde las nubes. El sonido de los tres motores que tenían que hacer el trabajo de cuatro era ensordecedor, su rugido y su eco seguramente pudiera escucharse a varias millas a la redonda. La nave incluso recuperó altura gracias a los ajustes de ingeniería. Como un dragón herido y furioso vomitó fuego sobre el enemigo dos veces más, derribando torres, descuartizando no muertos, devolviendo esperanza.
De una nube de gárgolas surgió una abominación gargantuesca. Todos los ataques proferidos fueron en vano… el ser avanzó dando pesados y grotescos pasos hacia el motor de la aleta de estribor, contra el que se lanzó en plancha, acallando su sonido y desmembrando la esperanza de permanecer en el aire.
Así, se fijó el timón mientras el cabeceo se volvía inevitable. Al menos caería matando. Desde los paracaídas todos los tripulantes pudieron comprobar como la nave se convertía en una bola de fuego en la escalinata de la Ciudadela Corona de Hielo, desintegrando literalmente a gran parte de las tropas que bajaban, concediendo un respiro que aprovecharían para unirse a las filas de los que combatían a pie, que les abrieron hueco.
Llegados a este punto, Klaussius y Tristán se reconocieron e intercambiaron una chanza acerca de una cena que se debían y que habían dejado pendiente hacía unas semanas cuando todavía había paz. Duró poco el momento de alegría, pues los enemigos volvieron a superar las escaleras y continuó el choque. No importaba lo que se impusiera. Nigromantes, vrykuls, no muertos… el grupo de vanguarda avanzaba cubierto por la magia de sanación y el fuego de la retaguardia.
Llovieron flechas que a pocos dejaron intactos, pero no importó, pues los escudos y las armaduras hicieron bien su trabajo. Ya al pie de las escalinatas de nuevo, de pronto dejaron de aparecer no muertos, y el fragor de la batalla se apagó. Entonces un arconte de las fauces surgió batiendo sus alas y empujando hacia atrás a todos. Las catapultas argenta cayeron en este momento, pero nadie se amedrentó contra el enemigo, pese a que muchos acabaron hincando la rodilla en la tierra para evitar ser arrastrados mucho más.
Al fin, apareció Acherus y sus jinetes de grifos esqueléticos, lo que avivó el corazón de los combatientes. Tristán lideró una nueva carga a la que todos se unieron sintiendo una emoción nacida de la esperanza y la fe en la victoria. Pero el batir de alas del arconte volvió a frustrar el ataque. Finalmente la espada de ébano relevó en ese combate al grupo, que ahora estaba embolsado entre filas de no muertos por retaguardia y por vanguardia.
Klaussius dio la orden a los suyos de abandonar la posición para reforzar la retaguardia, que poco a poco se convirtió en el frente de avance. Más gente se unió a la iniciativa. Los magos embolsados intentaron crear un portal, pero la magia no funcionaba bien, era inestable. Sólo cabía cargar contra los no muertos que cerraban el paso hasta la puerta, y así hicieron.
Finalmente la cruzada argenta llegó con el grueso de su tropa. La batalla no había terminado, pero el nutrido grupo de voluntarios de Azeroth había hecho su trabajo ya y cada cruzado desempeño su labor sustituyendo al malherido grupo, hasta guiarlo a un portal estable en el exterior.
La operación Filo del Alba había terminado, pero no así los lazos que habían unido a los combatientes contra un enemigo común y los había vuelto hermanos en la batalla. Personas a las que Klaussius estaría siempre agradecido.
OFF ROL
Esto ha sido increíble. Ayer por la mañana pensaba que había mucho trabajo por delante. Vamos a ser serios. No queda mucho trabajo por delante, quedan muchos eventos y mucho rol por delante.
Muchas gracias por devolverle el sentido a este juego tras tantos años de sequía y aislamiento, de burbujas y de competiciones, de insultos velados… de frustración. Bienvenida sea de nuevo esta ola que convierte ha terminado con esa mala, larga racha convirtiendo la experiencia en algo muy divertido, constructivo y alegre.
Que nadie se engañe, aunque parece que hay mucha inteligencia detrás de cada decisión tomada por el grupo de organización no ha sido la astucia la que nos ha guiado, sino tratar de acercarnos siempre lo que podía ser más divertido y el intentar sacar partido de cada situación… retorciendo los sistemas, renunciando a los dados o incluso haciendo cinemáticas.
Muchas gracias a todos los que han participado, ya sea jugando, como máster o simplemente leyendo nuestras líneas.
¡Viva el rol! ¡Nos seguimos viendo en Azeroth!
La última carga:
Con algo de dificultad, Faraam se incorporó. A su alrededor, sus camaradas también trataban de recuperarse del aparatoso aterrizaje. Oía a alguien toser por encima del crepitar del fuego y del aullido de la batalla que se libraba en la fortaleza.
Se giró para ver la nave. Este había sido el último vuelo del “Gloria de Tirion”, un último vuelo glorioso culminado en una despedida por todo lo alto. El trayecto en la maltrecha nave había sido accidentado, y no solo por su estado: el enemigo había atacado con todo lo que tenía y estuvieron a un pelo de no llegar a su destino. Pero lo habían logrado. No sabía exactamente como, pero lo habían logrado.
Como el mal estado de la nave no iba a permitirle regresar a casa, habían decidido hacerla desaparecer en un fogonazo de gloria y estamparla contra el grueso del ejercito de muertos. Verla caer mientras descendían en paracaídas resultó tan memorable como triste, y contemplarla ahora reducida a un amasijo de metal, madera y llamas era casi como ver a un camarada caído.
«Pero este camarada ha muerto llevándose por delante a incontables enemigos –pensó–. No todos los soldados pueden tener esa suerte.»
– ¡¿Estáis todos bien?! –la voz del maestre apenas era audible con el rugir de las llamas tan cerca– ¡Vamos, tenemos que juntarnos con el resto del grupo!
Uno por uno, sus camaradas fueron alejándose del cuerpo humeante del “Gloria de Tirion”. Por un momento Faraam pensó que aquel nombre había sido tristemente profético teniendo en cuenta como acabó el Alto Señor…
– ¡Los veo! –Ton hizo un gesto para indicar al grupo que se acercara. El Kul Tirense observaba con su catalejo y señalaba hacia el centro de la plaza central de la fortaleza– Parece que aguantan bien. No esperaba menos, pero deberíamos ir en su ayuda cuanto antes.
– Si, no hay tiempo que perder. Hemos desorientado un poco al enemigo con esta maniobra, pero no tardarán en reagruparse –el maestre Klaussius miró a sus camaradas y alzó su martillo– ¡Vamos Sendero! ¡Todos a una! ¡POR LA ALIANZA!
El grupo respondió al grito al unísono y se lanzaron al descenso combatiendo como uno solo. Aquella carga era poco más que un suicidio, pero lo mismo podría decirse de toda aquella campaña. Si era su momento para pasar al otro lado, al menos lo harían luchando.
Los necrófagos y geists intentaron saltarles por los laterales y cerrarles el paso, pero la formación de avance resultó ser efectiva y sus esfuerzos eran recibidos con acero y furia. Un Vargul enorme se lanzó a la carga y Faraam se preparó para interceptarlo, deteniendo la enorme espada Vyrkul con el mango de su alabarda. Antes de que el no-muerto pudiera responder, Shindralas segó con un barrido de su hojarruna las piernas y el guerrero lo remató con un lanzazo en el cráneo. A su espalda escuchó un grito de dolor, pero los espíritus de agua que Amih convocaba trabajaban sin descanso para cerrar las heridas del grupo.
El avance fue frenético. Las hordas de cadáveres andantes parecían no tener final, y aquella carga estaba resultando un esfuerzo agónico por alcanzar un objetivo que se alejaba por momentos. Las criaturas estaban cerrando poco a poco el cerco al grupo de Sendero, ralentizando sus movimientos y colocándoles en una situación precaria. Aunque lograban repeler al enemigo y mantener la formación admirablemente, los ánimos comenzaron a flaquear. Parecían náufragos en mitad de un mar embravecido, capeando el temporal y defendiéndose como podían de las olas de no-muertos que los asaltaban.
La situación fue empeorando por momentos. Faraam hundió el filo de su arma en otra criatura con demasiado ímpetu y tuvo que forcejear para liberarlo. Otro Vargul se aproximaba hacia él con lo que parecía una sonrisa en su pútrido rostro. El guerrero soltó una maldición mientras intentaba destrabar su arma. Ahora no podía contar con ninguno de sus compañeros, todos estaban demasiado ocupados con lo suyo.
En ese momento, el Vargul se desplomó. El astil de una flecha sobresalía por su nuca.
– ¡Resplandezca el Alba! –gritó una voz familiar.
Con un último tirón logró sacar su arma del cuerpo del enemigo. Enfrente suyo tenía a todo un contingente de aliados. Los tabardos de las diversas órdenes y hermandades ondeaban orgullosos en sus pechos, y la primera fila compuesta en su mayoría por paladines daban buena cuenta de los enemigos que se les acercaban.
Habían llegado. Contra todo pronostico, habían llegado a juntarse con el resto.
Las filas de los cruzados se abrieron momentáneamente para permitirles el paso. Los hechiceros y tiradores que ocupaban la retaguardia no dejaban ni un solo momento de atacar, derribando a sus objetivos con gran maestría. Los sanadores tampoco tenían lugar para recuperar el aliento, pues la vanguardia estaba aguantando la peor parte como buenamente podían.
El grupo de Faraam se integró con el resto con una precisión militar. Aprovechando aquellos momentos de reestructuración, el guerrero comprobó quienes habían acudido a la llamada de la batalla. Un grupo bien nutrido llevaban los tabardos y enseñas del Alba de Plata, organización a la que el propio Faraam perteneció tiempo atrás. No reconoció la mayoría de las caras, pero todos parecían jóvenes y prometedores. Aquella que si reconoció le trajo recuerdos de sus inicios: Tristan de la Tour, por el que parecía que no pasaban los años, se encontraba en el centro de su grupo. Por un momento Faraam pensó si se acordaría de él…
«Olvidate, ya no eres el hombre que fuiste –pensó– . Ahora eres tan solo un animal, una bestia rabiosa. Da gracias de que no te reconozca, se horrorizaría al ver en lo que te has convertido…»
Al lado del grupo del Alba pudo distinguir a algunos guerreros con el distintivo de los Veniant. Eso le recordó que tenía cuentas pendientes con ellos. Tal vez al acabar la batalla, si salía con vida, podría acercarse a ellos y preguntarles acerca de cierta persona… Ese grupo luchaba de forma admirable, sin dejarse amedrentar por un enemigo tan terrible. Le llamó la atención en especial uno de los soldados que luchaba a su lado, un muchacho muy joven. Quizá demasiado joven para lanzarse a una muerte tan prematura. Pero para su corta edad se defendía bastante bien con su lanza. Sintió cierto orgullo al ver a otro lancero entre tanto martillo y espadón.
Pero la que más le impresionó fue la sacerdotisa de Elune. Había escuchado historias acerca de ellas en combate, de como combatían a lomos de sus gigantescos felinos en la Tercera Guerra, pero nunca había visto a una en primera fila. Aquella imagen parecía sacada de las mismas leyendas que narraban la Guerra de los Ancestros o el Hundimiento. La Kal’dorei parecía casi tan temible como la misma Tyrande y, en conjunto, era una visión que fácilmente podría convertir a un ateo en creyente.
No tuvo mucho tiempo de ver a los que componían la retaguardia, pero estaba seguro de que eran igual de valerosos y capaces que los guerreros de vanguardia. Una vez cerraron filas, Faraam quedó en primera linea cubierto por el maestre Klaussius a un lado y el enorme caballero de la muerte César por el otro. Cerca suyo estaban Shindralas y Mei Zhu, y a sus espaldas notaba el gruñir de la montura de la sacerdotisa. Si esta nueva “Plaga” quería hundir sus garras en Azeroth, antes tendría que pasar por encima de ellos. Y ninguno estaba dispuesto a ponérselo fácil.
Antes de que pudiesen recuperar el aliento del todo, las huestes de los no-muertos volvieron a la carga redoblando sus esfuerzos. La vanguardia de soldados de la Alianza se hizo fuerte entre dos columnas forzando un cuello de botella, limitando de este modo la principal ventaja del enemigo: su desproporcionadamente elevado número de efectivos.
La táctica del paso estrecho pronto mostró sus resultados. La ola de enemigos chocó violentamente contra la primera linea de guerreros, como un océano furioso contra los acantilados. Y, al igual que la resistente tierra, los guerreros de la luz no cedieron ni un ápice. Los muertos andantes iban llegando y cayendo, segados como hierba ante la guadaña. Los resplandores de luz divina de los paladines calcinaban sus cuerpos corruptos y manchados, y los aceros de los guerreros hendían sin piedad sus carnes debilitadas.
El propio Faraam mantenía a raya a los enemigos con estocadas y barridos de su afilada guja. Los miembros cercenados de la carne de cañón del enemigo empezaban a amontonarse a su alrededor, dificultando el movimiento. En un movimiento coordinado, el maestre Klaussius cargó su maza con todo el poder de la luz y desató una onda sagrada contra las líneas enemigas, derribando a varios y desorientando al resto. Tanto Faraam como César aprovecharon para avanzar unos pasos y acabar con una buena cantidad de aberraciones. Tanto la pesada hojarruna del caballero de la muerte como la lanza del guerrero describían círculos a toda velocidad, cortando todo lo que encontraban a su paso. Pero, al igual que las hidras de las leyendas, parecía que por cada enemigo que caía aparecían dos para ocupar su lugar.
La batalla en el estrecho se prolongó. Se vivieron momentos agónicos cuando las odiadas forestales oscuras de la Verdadera Enemiga desataron una lluvia de muerte sobre las filas de los cruzados. Algunas de las flechas alcanzaron a Faraam, que trató de sacar como pudo aquellas que habían sido parcialmente detenidas por la cota de malla y romper los astiles de las que se habían hundido en profundidad. El dolor de las heridas habría sido casi insoportable, pero una furia brutal estaba empezando a invadirle, atenuando sus sentidos. Lo que si notó fue la reconfortante sensación de la sanación de los espíritus de agua convocados por Amih. La draenei estaba resultando una aliada tremendamente valiosa para los que luchaban en primera fila.
Parecía que el tiempo corría cada vez más despacio. La vanguardia empezaba a tener la sensación de estar viviendo un bucle en el que los enemigos caían y reaparecían casi en el acto. Pero sus esfuerzos estaban teniendo resultado. En lo alto de la rampa que habían descendido anteriormente se perfilaron dos siluetas, recortadas por las llamas del todavía agonizante “Gloria de Tirion”. Un enorme Vyrkul acompañado de un siniestro Lich descendían escoltados por soldados no-muertos de élite. Debían estar resultando un hueso duro de roer si habían forzado la entrada en escena de los comandantes enemigos.
Lejos de volverse más fácil, la batalla se recrudeció. A las incansables e inagotables hordas de zombies y necrofagos ahora se le sumaban los letales barridos del arma del Vrykul y los gélidos hechizos del Lich. La vanguardia se dividió en dos grupos, cada uno enfocado en acabar con uno de los comandantes. Faraam, que estaba en el grupo que cargó contra el hechicero, tuvo la sensación de haberse enfrentado en otra ocasión a aquél enemigo, pero no estuvo seguro. Todos los Liches le parecían iguales, y en aquél momento la ira apenas le dejaba distinguir al enemigo.
Un frio que helaba los huesos envolvió al grupo. Parecía que los esbirros enemigos se crecían con aquella sensación, pues sus ataques eran todavía más salvajes. Para colmo, las forestales todavía seguían asaeteandoles desde la seguridad de su posición elevada. «Son tan cobardes como su querida “Reina Alma de Perra”…» La situación se hizo completamente desesperada. El lich retrocedió escudándose tras los restos de unos carros de despojos para evitar ser flanqueado, pero no contó con la temeridad de sus oponentes, que saltaron y se subieron al montón de chatarra para seguir combatiendo. Faraam gritaba con toda la fuerza que le permitían sus cansados pulmones mientras continuaba su incesante asalto.
La lucha fue encarnizada y en muchos momentos pareció estar todo perdido, pero al final los dos comandantes cayeron bajo el poder del ejercito conjunto. De por si solas, las diversas asociaciones ya eran combatientes expertos y rivales a tener en cuenta, pero luchando codo con codo eran absolutamente imparables. Un giro algo irónico de los acontecimientos propició que tanto Lich como Vrykul cayeran del mismo modo en el que aparecieron: al mismo tiempo.
Con la caída de los generales enemigos, los ánimos del grupo se reafirmaron mientras que la organización de los no-muertos desaparecía. La intensidad del combate fue descendiendo gradualmente y los cruzados pudieron empezar a ascender por la rampa. Algunos de los luchadores más inexpertos daban gritos de victoria, pero los veteranos guardaban silencio. Aquello no era una victoria. La repentina calma no era un signo de debilidad.
Aquello no era más que el ojo del huracán. Lo peor estaba por llegar.
A modo de confirmación de los peores temores de los soldados, una figura alada ataviada con una siniestra armadura negra atravesó la densa nube de humo que salía de la moribunda embarcación aérea y descendió hasta la mitad de la rampa. Había oído que a esos seres los llamaban “Heraldos”, seres surgidos de los lugares más oscuros de las Tierras Sombrías. Auténticos maestros de la nigromancia y siervos de un poder que hacia temblar la misma Azeroth. A sus espaldas, los cadáveres de los soldados que habían perecido en el “Gloria de Tirion” comenzaban a salir de entre las llamas, y portales a lugares desconocidos se abrían a su alrededor.
Definitivamente, aquel ser era un heraldo de la misma muerte.
Sin dejarse amedrentar ante un enemigo tan temible, los líderes de las hermandades de vanguardia se lanzaron los primeros al ataque. Faraam y el resto de sus camaradas siguieron al maestre hacia el encuentro con la parca, jugandosela a un todo o nada. Algunos lo hicieron por su honor, otros buscando la gloria, y algunos simplemente porque era lo que debía hacerse. En el caso de Faraam era porque estaba espoleado por una rabia que le desbordaba. No había nobleza en sus actos, solo sed de sangre.
Pero aquel enemigo pronto demostró estar a otro nivel. Los ataques tanto de vanguardia como de retaguardia parecían no afectar en lo más mínimo a la entidad alada, y su hechicería proveniente de otro plano resultó ser devastadora para el grupo. Los soldados argenta que los acompañaban morían por todas partes, solo para comenzar a incorporarse como enemigos momentos después. Los sanadores ya no podían dar abasto, el grupo estaba recibiendo demasiadas heridas en muy poco tiempo. El heraldo reía mientras desataba su temible poder, y los combatientes que aun quedaban en pie empezaban a sentir la cruel mano de Sylvanas en todo aquello.
Todo parecía perdido. Compañeros y camaradas caían abatidos por todas partes. La desesperación empezaba a extenderse como una insidiosa enfermedad por los corazones de los valientes guerreros, y la certeza de que aquel era su final comenzaba a hacerse patente.
«En fin, al menos moriremos matando. No podríamos pedir más.»
En ese instante, cuando parecía que la sombra de la perdición planeaba sobre ellos, otra sombra mucho más terrenal surgió de entre las nubes. Una gigantesca necrópolis flotante había llegado a la fortaleza. Pero aquella no era tan solo “una necrópolis”: era el Acherus, el bastión de los Caballeros de la Espada de Ébano. Faraam recordó que Shindralas y César habían contactado con ellos cuando todavía luchaban en la cubierta del barco volador. Y no podían haber llegado en mejor momento.
Los caballeros de la muerte descendieron montados en vermis. Varios grupos de ellos fueron teleportados al suelo montados en sus destreros en posiciones estratégicas. La carga conjunta por tierra y aire de los soldados fue devastadora para el enemigo. Incluso el terrible Heraldo de la Muerte pareció titubear. Pero el ser oscuro aun tenía varios trucos en la manga. Con un aleteo de sus poderosas alas provocó un vendaval que hizo retroceder a toda la vanguardia. Algunos soldados salieron despedidos, otros rodaron por el suelo. Faraam clavó su lanza en el suelo para evitar salir volando, pero no fue suficiente para evitar que retrocediese, dejando un surco en la tierra moribunda. Antes de que lo que quedaba de ejercito pudiera reponerse y contraatacar, el Heraldo selló la rampa con un espeso muro de hielo y empezó a retirarse.
Frustrado por la huida del enemigo, Faraam trató de cargar contra el muro e intentar abrirse paso, pero Klaussius lo detuvo negando con la cabeza.
– ¡Dejalo, ya habrá momento de ajustar cuentas con ellos! ¡Nos necesitan en la retaguardia!
Al girarse, se dio cuenta de que estaban encerrados entre el muro de hielo y una creciente horda de necrófagos y zombies argenta. Paladines, guerreros y caballeros atravesaron sus propias filas a toda velocidad para formar un perimetro defensor. Mientras corría entre sus compañeros, el guerrero humano pudo ver sus rostros: estaban muy malheridos y completamente agotados. Unos magos intentaban convocar portales desesperadamente, pero estos no lograban materializarse. Los sanadores apenas podían mantenerse en pie. A los arqueros y arcabuceros se les había acabado la munición.
Una pequeña voz en su cabeza le decía que lo más sensato era retirarse, pero esa voz era ahogada por los gritos internos de su propia ira.
No se lo pensó dos veces antes de lanzarse a por la nueva oleada de enemigos. Ahora que combatían más separados, podía luchar a su gusto, dejandose llevar por el ritmo de la batalla. Destrozó de un golpe a un necrófago que corría hacia él. Decapitó sin mostrar el más mínimo decoro a un zombi que hace escasos momentos había sido un aliado. Ahora sujetaba su pesada guja con una mano moviendola de lado a lado con la misma facilidad que lo haría con una ramita.
Por el rabillo del ojo vio como se acercaba a él a toda velocidad el gancho de una abominación. Sabía que aquello no iba a poder esquivarlo, así que se preparó para el impacto, pero en el último momento un soldado se interpuso y bloqueó la cadena con su escudo. Le pareció que era Akuo. Ya había combatido junto al norteño anteriormente, y sabía que era un guerrero capaz. Le tranquilizó saber que tenía a alguien confiable en su flanco.
A su otro lado, pedazos de geists y necrófagos salían volando por todas partes. Mei Zhu, la pandaren que había luchado a su lado en el asalto aereo, acababa con los enemigos con una agilidad y una velocidad sorprendentes para alguien tan grande. Quienes pensaban que los pandaren no eran combatientes formidables es que no habían visto a la guerrera luchar en aquel momento. Parecía que danzaba alrededor de sus enemigos convertida en un tornado de filos.
El avance se hacía lento y pesado. El cansancio hacía mella en gran parte del grupo, pero no podían detenerse. La duda o la vacilación en aquel lugar eran una muerte segura. Otro contingente de cadáveres andantes les esperaba en la entrada de la muralla. Mientras avanzaba hacia ellos, escuchó un grito cerca suyo:
– ¡A ellos, Elagosa!
Una vermis de escarcha respondió a la orden de Shindralas, descargando su aliento sobre la falange de la entrada, ralentizandola y debilitandola. Justo lo que necesitaba para poder saltar sobre ellos hecho una furia. Girando y golpeando en todas direcciones, Faraam abrió un hueco por su lado mientras que Klaussius y el resto de paladines hacían lo propio por el centro y el otro lateral. Akuo seguía cerca suyo, protegiendo a sus aliados por sus flancos vulnerables y llevandose a varios engendros por delante.
Apenas unos metros separaban al grupo de la salida, pero recorrerlos se estaba haciendo eterno.
Por encima del cantar de la batalla, resonó un cuerno de guerra. Tras las lineas enemigas empezaron a verse estandartes del Alba y la Cruzada Argenta ¡Más refuerzos! A Faraam casi le molestó que viniesen a quitarle enemigos que matar, pero en ese momento un atisbo de cordura se impuso a la demencia que le impulsaba y agradeció la oportuna llegada de los paladines.
Entre la Espada de Ébano, los Argenta y los que todavía estaban en condiciones de luchar, lograron abrir un hueco para que los heridos escapasen por el portal que los magos aliados habían conseguido establecer. Algunos de los combatientes, entre los que se encontraba el propio Faraam, se negaron a marcharse hasta que no hubiese cruzado el último de los heridos.
– ¡Primeros en entrar, últimos en salir! –gritó. Aquel era el lema de una de las divisiones del ejercito en la que había combatido estos últimos años, algo con lo que se identificaba.
Con un grito de guerra, la vanguardia se lanzó por última vez contra las hordas enemigas. Habían sufrido muchas bajas, pero también lograron asestar un duro golpe al enemigo. Era hora de rematar la faena.
La batalla todavía no había terminado.
Off-Rol:
La virgen, creo que me he pasado tres pueblos con el relato. Si alguien es capaz de tragarse semejante muro de texto, tiene mi más sincera enhorabuena. En el futuro intentaré no dejarme llevar tanto y hacer algo más digerible, palabra. Hacía mucho que no escribía para el foro, y me apetecía colgar un relato a modo de agradecimiento a los arquitectos de esta campaña, que es lo menos que puedo hacer.
En serio, gracias a todos, tanto a participantes como a directores. Hacía una barbaridad que no veía a tanto rolero junto pasandolo bien, sin malos rollos ni nada por el estilo. Ojalá se hagan más colaboraciones de este tipo, que así se conoce a gente maja.
¡Y ahora a disfrutar de Shadowlands! ¡Un saludo y un abrazo, nos vemos al otro lado del velo!