#1 ORGRIMMAR
Tras perder nuestro hogar y familias, cientos de Renegados nos hemos visto obligados a refugiarnos en Orgrimmar. Tengo que ser sincero, no es la mejor ciudad para convivir con la no-muerte.
Para mi gusto es demasiado cálida, ruidosa y polvorienta. Me paso los días deambulando entre cuevas húmedas y me refugio en las pocas sombras que ofrece la ciudad.
De repente escucho más gritos de lo habitual y los pieles verdes que están a mi alrededor empiezan a inquietarse. Corren y se escuchan vítores a lo lejos. Desde nuestra derrota en el frente de Arathi los ánimos no son demasiado elevados en la ciudad, por lo que me sorprendo.
Me dispongo a averiguar qué ocurre, aunque a mi ritmo.
Ya en la calle principal veo a grupo de orcos dirigirse hacia un tablón de anuncios con unos pergaminos enrollados bajo sus anchos brazos verdosos. Me hago hueco entre el tumulto restregando mis huesos y haciéndolos escurrir entre carne de color verde y azul. Al fin llego frente al tablón dónde se lee:
FRENTE DE GUERRA: Aquellos interesados en servir a la Dama Oscura y obtener gloria y honor en la batalla deben presentarse ante la mesa de reclutamiento del Puerto de Orgrimmar. La Jefa de Guerra llama a filas a todos los miembros de la Horda para la conquista de la Costa Oscura.
¿La Jefa de Guerra necesita voluntarios para apoyar un ataque en la Costa Oscura? Este puede ser mi momento, pienso. Un lugar frio, oscuro y además, una oportunidad magnífica para volver cumplir con los deseos de mi Reina.
No sé si lo sabréis, pero luché junto a Ella para recuperar Lordaeron en la Tercera Guerra. Fui un gran guerrero y pertenezco a la primera generación de Renegados… aunque desde entonces mis logros no es que hayan sido dignos de epopeyas.
Entrañas se convirtió en mi obsesión. Mi romance con el campo de batalla lo sustituí con la política y la administración de una ciudad que sentía como mía. Ahora, sin mi ciudad, necesito volver al campo de batalla para salir de esta polvorienta y cálida tortura.
Bashal’Aran será nuestra.
¡Victoria para Sylvanas!
#2 PREPARATIVOS
Me encuentro revisando mapas de Kalimdor en una taberna mientras juego con una copa de vino bastante aguado. Quiero llegar a la mesa de reclutamiento con un plan digno de mí y para eso necesito estudiar la zona correctamente. Llevo unas horas excitado por la posibilidad de volver a la batalla y recuperar este territorio para la Dama Oscura.
De pronto las puertas de la taberna se abren estrepitosamente y la luz del exterior inunda la sala que hasta entonces se mantenía iluminada por unas agradables velas de cera. Dos orcos interrumpen la tranquilidad de la posada con su presencia, aunque se nota que intentan no hacer demasiado ruido ni llamar la atención su torpeza y tamaño lo hace imposible. Se sientan y comienzan a hablar todo lo bajo que pueden.
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Disimula, tengo noticias de Colmillosauro. Dice en susurros el primer orco mientras mira de reojo al resto de mesas.
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¡Gol’Kosh!- que significa por mi hacha- responde el segundo sorprendido en un tono elevado.
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Baja la voz, la asesina de guerra – en referencia a Sylvanas- tiene oídos en cada rincón de Orgrimmar. Si nos escuchan estamos acabados. El joven Kezhan me ha dicho que todavía hay esperanzas. Él se ha fugado de Ventormenta y está en huida tras sufrir una emboscada en el Pantano de las Penas.
En ese momento decidí que ya había oído suficiente. Me decido a interrumpirles, no podía permitir que un par de conspiradores siguiesen a sus anchas de aquella manera. Es mi deber servir a la Dama Oscura, siempre estaré en deuda con Sylvanas por liberarme del control del Rey Exánime.
Me levanto de mi silla y me acerco sosegadamente a su mesa.
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Disculpen que interrumpa su conversación, parece que es de lo más interesante. Ambos orcos se miran preocupados, preguntándose si he sido capaz de oírlos.
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¿Qué quieres no-muerto? Me responde el más grande de los dos de forma hosca.
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Hoy me siento excepcionalmente alegre, me gustaría compartir con vosotros un chiste que he escuchado recientemente. Si me permiten, dice así:
Un orco entra en una posada con un loro en su hombro.
El mesonero pregunta: “Eh, ¿dónde has conseguido eso?”.
A lo que el loro responde: “En Durotar, estas bestias están por todas partes!”.
Los orcos arrugaron su nariz y fruncieron sus cejas en señal de su enfado. Me rio pausadamente, para provocarles todavía más, definitivamente no les ha hecho ni pizca de gracia.
- ¡Lok-Narash! ¡Lok-tar ogar! Grita el más pequeño de los dos, que significa algo como “¡A las armas, victoria o muerte!” en orco, mientras hacen por alcanzar sus hachas.
A pesar de no haber combatido en los últimos años siempre llevo encima la hoja de la contienda de la cual estoy más orgulloso: Iblis, la hoja del serafín caído. Esta espada se la arrebaté al mismísimo Razuvious en la ciudadela de Naxxramas cuando invadió las Tierras de la Peste. Desde entonces he de reconocer, como ya he dicho, que no he vuelto a saciar mi sed de venganza. Esta pelea de bar me pondrá a prueba.
Pegué un grito anticipando la batalla con una voz retumbante como hacía tiempo que no salía de mis adentros que dejó perplejo al más pequeño. El de mayor envergadura levantó su hacha con sus dos manos mientras que el pequeño buscaba su empuñadura.
El mayor, al que pareció no afectarle mi grito, descargó su hacha que chocó con mi espada. Con su golpe noté como resonaban cada uno de mis huesos. El pequeño, que se había alejado unos metros para no entorpecer a su compañero, se dispuso a cargar contra mí. Conseguí interceptarle a tiempo y a modo de revancha dibujé un amplio arco con mi espada a la altura de su abdomen. Sus vísceras empezaron a desprenderse y su cuerpo cayó a plomo, inerte.
La muchedumbre comenzaba a aglutinarse en el exterior: goblins, trols y nocheeternas se agolpaban a las puertas de la taberna. El orco sabía que tanta gente llamaría la atención de los guardias y sobre todo de los forestales que Sylvanas tenía desplegados por la ciudad. En ese momento, el orco decide huir antes de verse comprometido por las fuerzas de la Reina Alma en Pena. Salta sobre una mesa caída y a base de empujones consigue salir de la taberna.
- ¡Huye! Haz como tu querido Varok y sal corriendo, orco cobarde. ¡Traidor! Le espeté mientras me recuperaba. El cuerpo del más joven quedó tendido en el suelo tiñendo la madera de sangre mientras que los parroquianos volvían a sus conversaciones y el público se dispersaba.
Mientras envaino la espada y recojo mis mapas me doy cuenta de la situación: por suerte ha sido un encuentro breve, no sé si hubiera podido aguantar otro embate del orco. Su primer golpe sacudió mis oxidados huesos.
Sin duda tanto tiempo sin usar la espada pasa factura y debería entrenarme más si quiero combatir debidamente en la Costa Oscura.
Continuará