La profecía
No sabía qué pensar del hecho de que Eudora Cantoluz la hubiera citado. Había perdido la cuenta de los años que hacía desde la última vez que se vieron, más de una década atrás. Ni siquiera la brisa que corría por la ciudad, haciendo que algunos de sus mechones azabache danzaran alegremente, era capaz de aliviar aquella sensación que le creaba un nudo en la boca del estómago. Deseó que no fueran más malas noticias, que no se tratara del fallecimiento de alguien más. Estaba cansada de las pérdidas.
Se detuvo frente a la fachada de la posada, de piedra blanca con ornamentación dorada. A través de las ventanas rojas no se veía el interior, pero a aquellas horas imaginaba que el lugar estaría tranquilo. Pudo confirmarlo al entrar. Alherya saludó con un cabeceo a Jovia, entretenida con la limpieza del local tras una tarde ajetreada, preparándolo todo para el turno de la cena. Entre las mesas, la cabellera pelirroja de Eudora no fue difícil de ver. La observó durante un instante, en la distancia, antes de aproximarse.
—Bal’adash, Eudora. Cuánto tiempo.
Esbozó una media sonrisa, observándola mientras la antigua Dama de Sangre bebía un sorbo de vino de su copa de cristal antes de alzar la vista hacia ella. Portaba una armadura bastante sencilla, no con aquellas con las que la recordaba.
—¿Cómo te ha ido todo? —pregunté después de que me saludara.
Su mirada, con el brillo dorado que la Luz le otorgaba, recorrió a la forestal de pies a cabeza, observando sus ropas, casi analizándola.
—Ropa y armas sin’dorei, pero hablas en orco —Reprochó—. Sí que has pasado tiempo fuera de aquí.
Había estado tratando las últimas semanas con otras razas, por lo que ni cuenta se dio de estar respondiendo en aquella lengua más tosca. Eudora hizo un gesto a Jovia para que se acercara, invitando a Alherya a tomar algo. La forestal dejó el arco apoyado contra la mesa antes de tomar asiento, echando hacia un lado la capa para no sentarse sobre ella. Pidió un vino Toquesol, lo mismo que la paladina.
No parecía tratarse de un asunto de gran urgencia, pues la charla fue informal y relajada. Ponerse al día siempre era importante, en especial con personas como ella, con quien compartía el objetivo de luchar por Quel’Thalas, ya fuera defenderlo de amenazas —tanto externas como internas— como volver a ver el reino en sus días dorados.
—¿Cómo te ha tratado la vida todos estos años?
Cómo responder a aquella pregunta de forma resumida no era fácil. Habían pasado muchas cosas, de modo que la forestal decidió contestar de manera vaga.
—Bien, he estado disfrutando de mi nieto estos últimos años. ¿Dónde te has metido todo este tiempo?
La copa de vino de Eudora se quedó a medio camino, entre la mesa y sus labios, cuando Alherya mencionó a Anderion. Sus ojos la miraron con sorpresa. Nunca fueron tan cercanas como para escribirse y compartir aquel tipo de información. Tras la muerte de Algonher, la forestal mantuvo su vida privada a buen recaudo.
—¿Eres abuela?, ¿desde cuándo?
—Desde hace… —Se interrumpió cuando la tabernera le sirvió la copa de vino, y esperó a que se alejara de la mesa para terminar la respuesta. —…doce años.
Eudora silbó. Imaginaba que parte de la sorpresa era debido a que la última vez que vio a la hija de la forestal, Lyreth, esta todavía estaba en su época rebelde de adolescente.
—No está mal, no está mal… Yo he estado de acá para allá —Explicó—, ya sabes. Allí donde se nos ha necesitado.
Ambas dieron un sorbo a sus respectivas copas y las dejaron sobre la mesa. Alherya no dejaba de examinar el rostro de Eudora, de intentar leer su expresión facial para ver qué podía rondar por su mente. Lyreth siempre le decía que el secreto residía en los gestos y miradas, en posibles tics. Todo eran pequeñas pistas que a la forestal no se le daba tan bien leer.
—¿Qué sabes de todo lo que ha estado pasando últimamente?
—Algo de sangre negra, de la muerte de Gallywix y, lo más preocupante, que Dimensius había regresado.
Atrás habían quedado los viajes por el mundo, respondiendo a cada llamado de la Horda. Su lugar estaba en Quel’Thalas, donde había pasado todos aquellos años.
—Sí, todo eso —Asintió Eudora—. Aunque ahora parece estar controlado, pero… Bueno, las cosas nunca permanecen así.
—No, la historia nos ha enseñado que, cuando al fin alcanzamos algo de paz y tranquilidad, esta no dura demasiado tiempo. Y eso es lo que te ha traído aquí, ¿me equivoco?
—En parte sí, aunque aún no estoy segura de que esté relacionado. —Eudora tomó aire y lo soltó con un pesado suspiro. —Será mejor que empiece por el principio.
Al fin llegaban a la parte que Alherya había temido. Aquella no era una visita de cortesía ni tampoco para ponerse al día, sino porque algo sucedía. Aguardó con paciencia mientras la paladina terminaba las últimas gotas de vino que quedaban en su copa.
—Desde hace ya tiempo, formo parte de un grupo. Aunque su objetivo era… es centrarse en amenazas globales y ayudar contra ellas, en los últimos tiempos nos hemos enfocado en un objetivo en concreto. ¿Te suena de algo el Cántico Crepuscular?
El nombre le era conocido, y su primera opción fue preguntar si tenía algo que ver con los arathi de Santificación. Había leído informes acerca de una canción, de un culto, y creyó que podría estar relacionado. Sin embargo, se equivocaba, por lo que Eudora continuó explicando.
—El Cántico Crepuscular es un libro. Fue escrito por Cho’gall durante la Segunda Guerra —explicó de manera resumida, y tras unos segundos continuó hablando—. No todos los datos que tenemos son fidedignos, pero lo que hemos podido averiguar es lo siguiente: cuando Cho’gall pisó Azeroth por primera vez, sintió la presencia de los Dioses Antiguos que estaban encerrados en las profundidades. No sabemos exactamente qué pasó pero, cuando Gul’dan murió en la Tumba de Sargeras, la primera vez, Cho’gall y su clan, el Martillo Crepuscular, huyeron o se marcharon a Kalimdor.
Algo tenía entendido al respecto, pero no demasiado. Escuchó a la mujer sin interrumpirla. No lograba conectar los puntos, y una sensación de incomodidad la removió por dentro.
—¿Qué tiene que ver con el presente? —preguntó—. Gul’dan, Cho’gall… Murieron hace años.
—Su legado sigue vivo. —Aquella era una certeza imposible de rebatir. —Cho’gall siempre tuvo una conexión con el Vacío y, por ende, con los Dioses Antiguos. Por lo visto, estos le… susurraban. Constantemente. Suponemos que promesas de victoria y poder a cambio de sembrar el caos en Azeroth. —Aquellas eran promesas por las que los débiles de mente caían con facilidad, en opinión de la forestal. No eran pocos quienes las aceptaban sin pensar en el precio. —Los sacerdotes siempre dicen que el Vacío cuenta medias verdades. Y aunque sólo se pueda confiar en la mitad… Bueno, es algo a tener en cuenta. Y aquí es donde nos acercamos a la cuestión.
Alherya apoyó un brazo sobre la mesa y bebió un poco más de vino, preparándose para lo que fuera que Eudora estuviera a punto de revelarle. No podía ser nada bueno, visto por dónde estaba yendo la conversación y los nombres que habían sido mencionados.
–Cho’gall escribió un libro —Prosiguió la paladina—, el Cántico Crepuscular, directamente sobre la piel de orcos pálidos de su clan y luego arrancándosela. En dicho libro plasmó todas las profecías que le susurraban los Dioses Antiguos.
—¿Qué pasa, el papel valía demasiado? —Se le escapó aquel comentario sarcástico al oír el método de escritura que el ogro pareció elegir, sintiendo un pequeño escalofrío recorriéndole la espina dorsal—. Imagino que no auguran nada bueno esas profecías. ¿Qué se supone que se acerca ahora?
—No lo sabemos con exactitud —respondió, sincera—. No hemos recuperado el libro entero, aunque llevamos años buscándolo, pero sí algunos retazos: páginas sueltas, capítulos incompletos. Además, tiene un añadido, está escrito en Shath’Yar.
La confusión de la forestal ante aquella palabra la llevó a preguntar qué era: la lengua de los Dioses Antiguos y, por lo visto, del propio Vacío. Traducir el material recuperado no sería una tarea sencilla.
—En nuestro grupo tenemos un sacerdote del Vacío. Con gran esfuerzo y recursos hemos podido ir descifrando algunas cosas. Aunque muchas de ellas no tienen mucho sentido, recientemente hemos encontrado esto.
La mujer dejó sobre la mesa, entre ambas, un pergamino. Alherya la miró antes de tomarlo entre sus dedos y leer su contenido.
«Otra noche llena de pesadillas, las voces no se callan. Murmuran, y murmuran y murmuran. No en mi oído, sino en mi mente, en el fondo de mi mente. A veces llego a creer que son pensamientos míos, que son mis palabras, que soy yo. Pero no soy yo. Son Ellos. Quieren volverme loco o más sabio, ya no lo recuerdo. Quiero creer. Creo. Dudo. No, no dudo, si dudo me dolerá. Ellos harán que duela. Creo. Claro que creo. Tengo fe. No necesito fe, tengo certeza. Su certeza. Por favor, conozco la certeza. No dolor. No más dolor. No se callan, no quieren callar, me hablan mientras duermo. Y cuando no duermo, también. No sé qué quieren. Sí que lo sé, me quieren a mí. No, yo quiero que me quieran a mí. No, ellos quieren que lo quiera. Lo quiero. Quizá… Quizá si escribo sus palabras, saldrán de mi cabeza. Si lo dejo escrito, ya no tendrán que seguir hablándome. Estará escrito, cualquiera lo podrá leer. No, cualquiera no. Sólo los elegidos. Sus elegidos. Sí, soy un elegido. Las escribo, yo las escribo. Por favor, no más dolor. Las escribo y no tendrán que seguir en mi cabeza.
“Cuando la Nada susurre entre las grietas de la medianoche, su Heraldo consumirá el Sol de los hijos de la primavera eterna. El mayor faro, cimiento de su mundo, caerá desmenuzado como hoja en la tormenta, y la tierra quedará sumida en una oscuridad que no conocerá amanecer. Y cuando las sombras hayan saciado su hambre, el Heraldo emergerá entre ellas con un poder inconmensurable en sus manos para reinar sobre el Cosmos con su destino grabado en las estrellas.”
Ya están escritas. Ya está. Ahora callarán… Ahora callarán…
No… No lo hacen.»
Alherya leyó el texto en silencio. Conforme avanzaba en lo que parecían los delirios de un loco, su expresión se endurecía. Cuando llegó a lo que parecía una de las profecías que Eudora había mencionado, su entrecejo se frunció y sintió cómo el pulso se le aceleraba. El pergamino crujió ligeramente entre sus dedos, apretados con más fuerza de la necesaria. No dejó entrever ninguna emoción, aunque por dentro la inquietud se le clavaba como un aguijón, despertando todas sus alertas.
—«Su Heraldo consumirá el Sol de los hijos de la primavera eterna» —Leyó en voz baja. Alzó la vista hacia su compañera y dejó de nuevo el pergamino sobre la mesa—. Esa no es una buena señal para nosotros.
—Pensamos lo mismo —respondió—. Si esta profecía es cierta, aunque sólo sea en parte, y si estamos entendiendo bien su significado, es posible que la Fuente del Sol y, por extensión, Quel’Thalas, estén en peligro. No sé si de inmediato o a largo plazo.
Alherya se pasó una mano por el cabello con frustración, echándoselo hacia atrás en un gesto brusco. La mente le ardía con lo que acababa de leer, repasando cada palabra, buscando cualquier pista que pudiera indicar cuánta veracidad había tras ellas.
—Vamos a ver, ¿cuántas de esas profecías son ciertas?
Aquella, creía, era una pregunta importante. Si el porcentaje era bajo, no tenían demasiado de lo que preocuparse, ¿no? Serían únicamente las palabras de alguien que había perdido toda cordura al exponerse a los susurros de los Dioses Antiguos. Miró a Eudora, esperando que le diera algo de esperanza. Aun así, su cuerpo se había tensado, como si estuviera preparado para saltar a la acción.
—Ni idea. Como he dicho, lo poco que tenemos son textos incoherentes. Creemos que uno de los textos habla del regreso de N’Zoth, y sabemos de primera mano que eso ocurrió. Pero este texto —dijo mientras señalaba el pergamino— es el más coherente que hemos descifrado.
La mujer enarcó una ceja. No tenían el mismo concepto de lo que la palabra «coherente» significaba. No parecían más que desvaríos. Sin embargo, las experiencias por las que habían pasado la llevaban a no desconfiar de algo por extraño que pareciera.
—No es algo que podamos pasar por alto —Sentenció—. ¿A qué creéis que se refiere con la medianoche?
—Algún acontecimiento que está por venir —respondió, encogiéndose de hombros.
Todo cuanto rodeaba a aquellas palabras era incertidumbre e inseguridad. El mensaje era demasiado claro como para ignorarlo, y las señales estaban ahí para quien fuera lo suficientemente avispado para detectarlas.
—La cuestión es que yo ya no tengo influencia ni contactos entre las altas esferas de Lunargenta. Liadrin y yo no podemos estar en la misma habitación sin acabar tirándonos del pelo. Yo no puedo hacer nada, nadie me va a creer, las pruebas son débiles… Pero debemos prepararnos. Lunargenta debe prepararse.
Conocía aquel brillo en sus ojos. Deseaba poder hacer algo pero, tal y como decía, nadie la tomaría en serio ni contaba ya con Lady Liadrin para respaldarla.
—No es que las pruebas sean débiles, es que esto —El índice de Alherya señaló el pergamino al tiempo que hablaba. —no puede considerarse una prueba. Lo tomarán por las palabras de un loco, y no irían desencaminados. Nadie escucharía ni a Lyreth si se lo presentara. —Lyreth había sido parte de los concilios en la Aguja del Sol, tenía el respeto y el favor de algunos de sus miembros, pero ni a ella le harían caso. Aguardó un instante antes de proseguir. —Si has venido a por ayuda, te la daré, evidentemente. Después de todo lo que hemos pasado, no creo que sea algo que pueda pasarse por alto, pero no será fácil convencer a nadie.
—No espero que te presentes ante el Regente o el idiota de Rommath a pedirles que te escuchen, no lo harán —dijo—, pero nosotros siempre hemos actuado al margen de las altas esferas. En realidad, Nueva Sangre fue lo único que impidió que Lunargenta cayera de nuevo ante la Plaga cuando Arthas regresó. Eso es lo que necesitamos.
—Y Nueva Sangre estará ahí para defender Quel’Thalas de lo que se avecine —prometió la forestal—, pero esto… Esto es preocupante.
Ilirya ya estaba informada y se encontraba en Valdrakken, intentando encontrar toda la información posible respecto al Corazón Oscuro, y este fue forjado en las entrañas de las Islas Dragón. El grupo de Eudora, por el que Alherya no había preguntado, tenía la teoría de que «el Heraldo» mencionado en la profecía era Xal’atath.
—Y teniendo en cuenta que el Corazón Oscuro ahora contiene el poder de Dimensius…
Las palabras quedaron en el aire, y Alherya exhaló el aire de golpe.
—No me jodas… Eudora, cariño, ¿no podrías venir con buenas noticias o, sencillamente, porque me eches de menos? Aunque sea un poquitín.
Eudora rio, y Alherya dio un largo trago a su copa. Suponía que ese escenario tan solo se daría cuando el mundo estuviera en paz de una vez por todas, sin más amenazas acechando los rincones de Azeroth.
—No me importaría poder asentarme en una casita y que mi máxima preocupación fuera mantener con vida mis plantitas, la verdad —Confesó la paladina—. Al menos unos años.
Aquella imagen, la de Eudora cuidando de las plantas de su jardín, se le hizo bastante extraña a la forestal, como si algo no encajara. Tal vez porque nunca se la había imaginado realizando algo tan mundano y simple. Alherya, por otro lado, ya estuvo retirada suficientes años y había acabado extrañando la acción. Tras la Cuarta Guerra parecía que por fin tendrían paz, pero lo bueno siempre es breve.
—Está Turalyon como líder de la Alianza —Le recordó Alherya—, y es un fanático. Algo hará, sin importar quién sea su esposa o en qué se haya convertido.
—No lo creo. Turalyon no deja de ser un paladín, el primero que existió en realidad. Puede que sea un poco intenso pero, créeme, si el Vacío viene de camino, necesitaremos guerreros como él.
—¿Un poco intenso? —Cuestionó.
—Cuando el líder de tus enemigos es de por sí un fanático, quizá necesites a otro para acabar con él.
Touché.
Regresando al tema que les ocupaba, le informó de que Ilirya acudiría a Alherya cuando terminara sus tareas en las Islas Dragón, si es que de verdad iba a liderar aquella tarea. Sin embargo, había otra persona más, Isirya. Intentó recordar cuánto tiempo había pasado desde la última vez que la vio, y creía que eran incluso más años que desde el último encuentro con Eudora.
—Adelante, envíamela.
—Te será útil —Prometió—, se ha pasado los últimos años aprendiendo sobre la relación entre la Luz y el Vacío. Sus conocimientos te vendrán bien. En unos días llegará a Lunargenta.
Alherya le agradeció haber predispuesto todo con tanta rapidez y eficacia. Era una lástima que ya estuviera colaborando con otras personas, porque necesitaba gente como ella.
—He intentado encontrar a otros antiguos miembros, pero… O han muerto, o no están por la labor. Habrá que empezar casi de cero.
—Lo sé. Muchos, ante la calma, decidieron rehacer sus vidas lejos del conflicto o sus lealtades cambiaron. Las mías permanecen allí donde deben estar. Y aunque ya no formes parte de nuestras filas, Eudora, siempre serás un miembro honorífico de Nueva Sangre.
Sonrió a la paladina, quien estaría un par de días más por la ciudad antes de regresar hacia Esperanza de la Luz, donde se encargaba del entrenamiento de nuevos reclutas. Quería preparar a tantos paladines de la Mano de Plata como fuera posible para enviarlos a Lunargenta en caso de que fuera necesario.
Ambas prometieron mantenerse al tanto de cualquier novedad. Eudora enrolló y guardó el pergamino. Su grupo disponía de varias copias, y en unos días Alherya recibiría una de ellas. La paladina se retiró a la habitación de la que disponía en la planta superior del local, y la forestal se quedó un poco más en la mesa, terminándose en apenas un par de tragos el vino que aún quedaba en su copa, sabiéndole ahora más amargo. La taberna, vacía todavía, parecía casi un presagio de las sombras que se cernían sobre su pueblo. Las noticias que Eudora había traído consigo no eran halagüeñas, y tenían que prepararse. Colgaría en los tablones de la ciudad mensajes de reclutamiento y hablaría con algunos de sus contactos, tratando de mantener un ojo puesto en cada zona del reino. Si algo fuera de lugar ocurría, por nimio que fuera, quería estar enterada.