Extracto del diario de a bordo de la Oficial Elandis Caminaestrellas, tras la travesía en Vol’dun en el año 34 D. P. O.
Es curioso. Nunca pensé que me pondría a escribir un diario, pero tras ver el fervor con el que escriben Whu y Helenna, le estoy encontrando el gustillo.
Y hoy necesito poner mis pensamientos en orden.
Esta noche, el barco estaba tranquilo, en silencio. Sólo se escuchaban los pasos de Dereck, oteando el horizonte desde el palo mayor, el mezclar de ingredientes de Helenna, ocupada con sus ungüentos y pócimas, y el roncar bajo mis pies.
Si eran de las bestias o de los tauren, aún no estoy segura. Tachanka, el bueno de él, tiene pinta de roncar mucho, así que no lo descarto.
Mi mente suplía todo el silencio con su propio ruido, y se me debía haber notado en la cara, porque Helenna dejó sus quehaceres y se me acercó.
— ¿Una de cobre por tus pensamientos, querida?
Tan gentil como siempre. Suspiré, apoyada en la barandilla cerca del timón.
— El Capitán Eo me ha estado enseñando a manejar el timón. Quiere que lo supla.
— Es muy noble por tu parte. Deja que lo adivine… te ha hinchado la cabeza y ahora no puedes dormir.
Para una mujer que no necesita dormir, Helenna siempre se da cuenta de cuando alguien necesita descanso. En ese momento, sin embargo, estaba más preocupada de otros asuntos.
— Maldito el día en que decidí apostar con él, — farfullé. — Creía que cuando dijo que lo sustituiría al timón no hablaba en serio…
Debía haber sabido que apostar con un marino nunca trae nada bueno.
— Oh, Oficial. Deberías dar ejemplo, y no fomentar las apuestas en el barco. — La renegada me sonrió, mostrando una fila de dientes planos y sin colmillos como los de los herbívoros, amarillentos por la muerte. — No te preocupes, no se lo diré a nadie. Dejaré que el resto de la expedición lo vea como un gesto altruista hacia el Capitán.
El silencio apacible del barco se rompió de forma repentina, y unos sollozos brotaron del interior del barco. De forma instintiva, las puntas de mis dedos empezaron a canalizar la energía arcana necesaria para invocar mi lanza.
Entonces, una voz ronca habló de forma tranquilizadora, como acostumbrada a la situación. Los sollozos parecían algo más apagados… y mi postura, antes alerta, se relajó.
Era la elfa nueva. ¿Aurelia? Como se llame.
Las pesadillas en el barco no son algo inusual, teniendo en cuenta los tiempos que corren. Pero esa reacción me intranquilizó especialmente… o mejor dicho, la distorsionada voz de ultratumba que la acompañaba.
Aún no me acostumbro al gran calibre de diversidad que tenemos. Paladines, zandalari, un tortoliano, chamanes, una sacerdotisa de Elune, illidari… y el galimatías que son la nueva y sus amigos, por supuesto.
Todos, conviviendo juntos. Es un milagro que el barco no haya acabado en el fondo del mar aún.
Aunque, tengo la sensación de que muchos de nuestros miembros están aquí porque no tienen otro lugar a donde ir. Así se lo hice saber a Helenna.
— Doc… — murmuré, esbozando una sonrisa para quitarle hierro al asunto. — ¿Desde cuando este es un barco de refugiados? Esto empieza a parecer Shal’Aran.
La voz de Mahumho, suave pero sonora – la eterna dicotomía de los tauren – llegó a mis oídos. El griterío lo debió haber despertado, y me pareció escuchar que hablaba con la elfa. Conociéndolo, seguramente estaba sugiriéndole que meditase.
Helenna me devolvió la sonrisa, mirándome de esa forma tan peculiar que tiene ella, como si supiese algo que tú no. Distraídamente, me fijé en que ahora Dereck nos estaba mirando.
— Cielo… si queremos sanar a Azeroth, primero hay que sanar a sus gentes, ¿no te parece? Yo solo sano el cuerpo… pero un refugio como este puede sanar el alma.
Aún con el cargo que ostento y tres milenios a mis espaldas, esta mujer, sencilla y frágil, me hace sentir insignificante. Como una niña de nuevo, estudiando magia elemental bajo la instrucción de una institutriz.
De lejos, me pareció ver que Dereck sonreía.
— Ahora, deberías ir a descansar. — Dijo Helenna, tomando mis manos y dejando un diminuto vial en ellas. — Normalmente no te daría esto, pero he notado que tienes problemas para acostumbrarte a la vida diurna. Es un somnífero: la dosis exacta, para que no abuses.
— Pero…
— Nada de ‘peros’, querida. A dormir. ¡Vamos, vamos!
Y con esto, gesticuló para que me fuera, señalando en dirección a los camarotes.
— Luz santísima, al final sí que tendré que adoptarlos a todos. Vaya que sí, todos ellos necesitan una madre… — la escuché murmurar para sí, mientras me marchaba.
Ahora estoy en mi camarote, observando el fulgor de mi vela reflejarse en el vial encima de la mesa. Intento escuchar el furioso rasgar de la pluma de Whu en su propio diario — los sonidos más relajantes siempre vienen de su camarote — pero lo único que escucho son los ronquidos de Jua’ni, y la respiración entrecortada de Aenle.
Está en su cama, sumido en un sueño inquieto y tapado hasta arriba. Sus dedos se aferran a la manta como si su vida dependiera de ello, y en su delirio quizá así lo crea.
Urieth y Cyria, pues los gatos testarudos han decidido ya hace tiempo no dormir en la bodega con los demás animales, rodean la cama de Aenle cual silenciosos vigilantes de su sueño. Por un momento, me planteo reservar el somnífero para él, pero ya está dormido, y por mucho que me pese, yo también necesito descansar.
Entonces, las manos del sin’dorei encuentran la enorme cabeza de Urieth, abrazándola con fuerza. Mi sable se deja hacer, y cuando creo ya que Aenle ha despertado, veo su rostro: pálido como una estatua de cera, sudoroso.
Sigue sumido en su pesadilla, y Urieth lo sabe, haciendo vibrar su garganta para que el elfo se calme. Aenle deja de tiritar. Mientras me bebo el contenido del vial de un trago, siento una pizca de orgullo por él. Por ambos.
Helenna tenía razón. Sanar nuestro mundo es importante, pero las personas… no podemos olvidarnos de ellas.
No podemos olvidarnos de nosotros mismos.