Karyesus terminaba de contarle la historia a Zanrek cuando Hême tomó la palabra.
-¿Cuánto quieres por tu ayuda?- preguntó el Illidari.
-Me valdrá con medio millón más de oro.-dijo Zanrek- Al fin y al cabo, tampoco me costará mucho.
-Está bien, Yavarix.- dijo Hême- Por cierto, ¿cómo te llamas?- añadió.
-Zanrek Yavarix, prestamista, millonario, archimago y una auténtica belleza.- contestó el goblin mientras daba una calada a su puro.
Hême asintió y se sirvió otra jarra de cerveza. Los recipientes comenzaban a desbordarse por la mesa, cayendo al suelo.
-Oye… ¿no crees que esto es demasiado incluso para ti? ¿Qué te pasa?- preguntó Karyesus preocupado.
-Nada… Es sólo que llevo mucho tiempo sin matar.-respondió Hême.
-Eso tiene fácil solución. Vete a cazar enanos en Zuldazar.- le dijo su hermano.
-Seguiré tu consejo. Necesito despejar la mente.- respondió el cazador de demonios levantándose de la mesa.- Nos vemos.- dijo mientras salía de la estancia.
Hême atravesó el pasillo hasta la sala de portales. Allí tomó el portal a Orgrimmar y se dirigió al Circo de las Sombras, donde tomó el portal a Dazar’alor.
Una vez en el Gran Sello, Hême desplegó sus alas y alzó el vuelo hasta Xibala, una zona de gran interés arqueológico ocupada por los Hierro Negro.
En cuanto se acercó al campamento, varios guardias enanos lo atacaron, pero Hême desenvainó sus gujas y comenzó a bailar en una danza mortal. Los guardias cayeron al suelo muertos mientras Hême se adentraba más en el campamento. Lanzó su guja decapitando a tres enanos, y se giró rápidamente para partir el cráneo de otro.
Un pelotón de guerreros hierro negro cargaron contra él, pero cuando se disponía a cargar contra los enanos, el suelo comenzó a temblar.
Unas picas de roca emergieron de la tierra atravesando a los enanos con fuerza, en algunos casos partiéndolos por la mitad. Hême miró alrededor sorprendido, pero no pudo encontrar al autor de la matanza. Unos cuantos enanos Martillo Salvaje montados en grifos sobrevolaban la zona, y cuando lo vieron se lanzaron a por el Illidari en picado. Sin embargo, un arco de relámpagos surgió de la espesura impactando de lleno a los grifos, que murieron calcinados en el acto mientras sus jinetes morían por la caída, rompiéndose todos los huesos.
A estas alturas, Hême ya tenía claro que había un chamán rondando por la zona, uno no precisamente amigable con sus enemigos.
Siguió corriendo por la costa, en busca de más Hierro negro para saciar su sed de sangre. Encontró algo totalmente inesperado: había civiles allí. Hombres, mujeres, niños… Todos enanos, de todas las tribus.
-¿Qué diablos? Pensaba que aquí sólo había soldados.- murmuró Hême sorprendido.
Hême desplegó sus alas y alzó el vuelo sobre las montañas, buscando más campamentos de este tipo. Tras unos minutos rondando por la zona, no encontró ningún grupo más de civiles, así que volvió a donde estaba.
Allí, sin embargo, encontró un escenario dantesco. Algunos enanos yacían en el suelo con rocas fundidas hundidas en sus cuerpos, derritiendo la carne con un sonido sibilante. Otros estaban empalados en picas de roca, con sus vísceras esparcidas por el suelo. Los niños ofrecían el mayor espectáculo: estaban todos atados entre sí, y habían sido electrocutados con varios relámpagos, a juzgar por las terribles quemaduras que presentaban.
-Jujuju- rió Hême.- Este chamán y yo nos vamos a llevar muuuy bien…
Mientras devoraba los tentadores restos de los enanos, algo llamó su atención.
Se acercó al origen del sonido y descubrió a un enano hierro negro, un chamán a juzgar por sus vestiduras, que tenía los brazos atravesados por sendas picas de roca y los tobillos aprisionados con grilletes formados por viento. Delante de él había un trol Zandalari, al que identificó como al chamán que había cometido la matanza. El Zandalari era alto, tenía el pelo largo, liso y oscuro y su piel tenía un tono gris.
Tenía unos colmillos grandes, con dos anillos de oro rodeándolos. Estaba ataviado con atuendos ceremoniales propios de los trol, en color rojo y dorado con plumas celestes.
Hême se ocultó tras los árboles, para evitar que lo descubriesen.
-¡Genocida!- gritó el enano repentinamente- Perderás el favor de los elementos.
-Ehtúpido. Ya lo pe’dí hace añoh. Pero yo no leh pido ayuda, yo loh someto.- dijo el trol con la forma de hablar característica de su raza.
-Un chamán oscuro, ¿no?- dijo el enano escupiendo al suelo- Qué asco.
-Cállate, patético invasor. No ereh bienvenido en nuehtra tierra.- dijo el trol.
-¿Vuestra tierra? Esto es nuestro por derecho de conquista.- escupió el enano.
-¿Conquihta? Nosotroh ya gobernábamoh cuando vuestroh primitivoh ancestroh se revolcaban en lah ciénagah.-dijo el trol con desprecio.- Todo Azeroth eh nuehtro por derecho de conquihta entonceh. Nuehtro Imperio eh el máh poderoso.
-Vuestro rey ha muerto, y ahora os gobierna su patética hija. Además… habéis perdido la mayoría de vuestra “legendaria” flota. Ya veo cuál es el poder de vuestro imperio.- dijo el enano con un tono provocativo y burlón.
-Se acabó, patético ser. Tu exihtencia termina aquí.- dijo el trol mientras alzaba los brazos en dirección al cielo.
Al instante, unas nubes oscuras comenzaron a arremolinarse sobre los dos chamanes, mientras el viento cobraba una fuerza antinatural. Una ola salida de la costa bañó al enano por entero. El chamán jadeó y tomó aire.
-El Imperio Zandalari caerá. La Alianza… te… hará pagar.- dijo el enano con dificultad.
-Eh una pena que no vayah a ve’ cómo tu facción se convie’te en polvo.- respondió el Zandalari.
Un olor a ozono y un zumbido inundaron el aire instantes antes de que un rayo impactara contra el enano calcinándolo y destrozándolo.
-Que tengah un buen día, cazador de demonioh- dijo el trol mirándolo directamente.
Acto seguido, sin darle tiempo a contestar, el trol gritó algo en Zandali y un dinosaurio alado acudió a recogerlo. El trol montó y alzó el vuelo.
Aún sorprendido porque el trol lo hubiera descubierto, Hême desplegó sus alas y alzó el vuelo.