Purificada con fuego esmeralda
Araenna respiraba con celeridad, exhausta por la encarnizada batalla. El humo y la ceniza inundaban Costa Oscura, dificultando la visión y la respiración. Algo que jugaba en contra de la Horda, y que facilitaba mucho la tarea de Araenna. Era un visto y no visto: los soldados de la Horda no tenían tiempo para defenderse del ataque de la cazadora, que surgía de los restos humeantes del bosque para hundir sus armas en pechos, cráneos y espaldas.
-Eso es. Muéstrales de qué somos capaces -una voz inundó la mente de Araenna. Una voz tosca y rasposa, llena de odio y rabia-. Nos temerán, y no volverán a causarnos problemas.
La cazadora escuchaba con atención lo que su demonio interior le decía. Hacía meses que no le hablaba, y había decidido pronunciarse en aquel sangriento y llameante momento.
-Muéstrales nuestro poder. Que experimenten el dolor de nuestra magia.
Araenna frunció el ceño y esbozó una sádica sonrisa. Se movía entre los árboles con una velocidad irreal, hasta que llegó a los límites de un campamento de la Horda. Esta vez, fue ella la que habló.
-Pronto desearán no haber venido a Kalimdor.
-No sobrevivió a las llamas… Sus heridas eran muy graves… -Araenna observaba cómo otra cazadora, Aezlenne, le daba la funesta noticia a Azeli.
-No, ¡no es posible! Seguro que ha sobrevivido a un par de heridas -las lágrimas asomaron a los ojos de la pequeña kaldorei.
Araenna apretó sus puños hasta que sus huesos crujieron y sus guantes de cuero empezaron a rajarse. Sentía ira, sentía odio, pero también sentía lástima. Azeli no sólo había perdido su brazo derecho por culpa de un cuchillo envenenado, también había perdido a su “madre”. ¿Cuándo acabaría el sufrimiento que la Horda había provocado? Y entonces, Rolthak asaltó la mente de Araenna con sus palabras.
-Incinera a la Horda.
La cazadora inspeccionaba el campamento, contando el número de tropas que se encontraban allí.
-Son pocos. No suponen una amenaza. Pero cuidado con el brujo.
Rolthak estaba en lo cierto: de una de las cabañas emanaba un alma poderosa. Araenna meditó unos instantes, y comenzó la carnicería.
Era la primera vez que Araenna se encontraba en El Exodar. Y probablemente la última, pues lo que le había traído ahí era horrible. Azeli descansaba sobre una almohada y arropada con una manta. Justo a su lado, yacía su brazo derecho, negruzco, contaminado y lleno de sangre. La elfa había cortado miles de miembros, pero amputarle un brazo a su propia hija… Había sido traumático, tanto para ella como para algunos de los que la acompañaban en tan horrorosa operación. Araenna permanecía apoyada en una pared, esperando a que la niña despertara.
-No te merecías esto, cariño…
Araenna se dejó llevar por el frenesí sangriento que la dominaba. Se aprovechaba de ello para evitar recordar el momento en el que tuvo que amputar el brazo de Azeli. Los cadáveres regaban la hierba con sangre. Sangre enemiga, y sangre propia. El brujo orco, que caminaba encorvado, observaba con cierto horror la imagen que se le presentaba ante él. Y después, fijó sus oscuros ojos en la cazadora.
-Tú eres esa a la que llaman Araenna… La cazadora que ha arrasado nuestros campamentos por todo Kalimdor, la cazadora que ha cometido tantos asesinatos… -el brujo hablaba con desprecio, reprochándole a la cazadora las acciones que había cometido-. No deberías haber venido: pondré fin a tanta muerte.
La cazadora trató de responderle cuando el brujo comenzó a lanzar hechizos destructivos para desintegrar a la elfa. El brujo era poderoso, sin duda. Solo sobreviviría el más astuto e inteligente.
-¿Esa niña es quien creo que es? -el mago, más que preguntar, parecía confirmar el hecho. Araenna permanecía callada mientras meditaba-. ¿Y no le has dicho nada?
-Ella es feliz con Danara, la que la ha criado durante años. Ella es su madre.
-Pero tú eres su verdadera madre. ¿Vas a engañar a tu propia hija?
-Nunca he estado en su vida. No he sido la madre que ella necesitaba. Y no voy a sacrificar su felicidad, nunca me lo perdonaría.
Ambos mantenían un duro duelo moral, pero al final, Bohwuen el mago cedió.
-Haz lo que quieras con mi consejo. Pero reconsidérate si engañarla es lo mejor. Tarde o temprano, lo acabará sabiendo.[/quote]
Ni cazadora ni brujo cedían. Sus poderes estaban igualados, y siempre se anticipaban a los movimientos de su rival. Rolthak decidió acudir en ayuda de su captora.
-Vamos, aún no sabe el poder que encierras dentro. Acaba con esto de una vez, no alargues lo inevitable.
Araenna gruñó. Aunque sabía que el demonio tenía razón, no le gustaba realizar aquella muestra de poder, pues solo había traído problemas tanto a los que le rodean como a ella misma. Pero no quedaba opción.
-La Horda ha acabado con todo lo que tenía. Y con todo lo que tenían mis hermanos. No merecéis el perdón -la kaldorei retiró la venda que cubría sus cuencas. En ellas, se mostraba una dura y repugnante imagen. Los restos de sus ojos, los cuales no había logrado arrancarse, brillaban con un intenso fulgor vil que aumentaba poco a poco. Y en unos instantes, de las heridas surgió un grueso chorro de energía vil dirigido hacia el brujo.
Con suma celeridad y buenos reflejos, el brujo desató su magia vil para combatir la de la cazadora. Ambas energías chocaron, empujando una a la otra para alcanzar a sus enemigos. Solo era cuestión de tiempo que uno de los dos muriera. El brujo empezó a flaquear, y rugió.
-¡Sylvanas no es la Horda! -ambas fuerzas alcanzaron un pico de energía. Ya no había vuelta atrás: si uno cedía un solo momento, sería su fin.
-¡TODOS SOIS CULPABLES! -la cazadora desplegó sus alas, pues el choque de energías provocaba un leve retroceso, y se mantuvo flotando en el aire mientras gritaba con furia, desatando todo su poder.
Una gran explosión acalló los gritos, y ambos combatientes dejaron de canalizar energía.
La elfa cayó al suelo, tosiendo violentamente por la fatiga. Se colocó la venda para ocultar sus cuencas, y levantó la cabeza para observar al brujo…o lo que quedaba de él. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban para acercarse al orco. Poco quedaba de él. La magia vil había reducido a cenizas la mayor parte de su cuerpo. Una expresión de dolor se dibujaba en lo que quedaba de su rostro. Rolthak rió y pronunció palabra.
-Sí… Ha sufrido, y su alma sufrirá eternamente.
Araenna se sostenía como podía en pie, asolada por el cansancio y un leve mareo.
-No voy a volver a hacerlo, Rolthak. Nunca. Hay…
- …más métodos para castigar a la Horda -el demonio siempre acababa las frases de la cazadora. Después de todo, sus mentes eran una-. Aún quedan muchos campamentos en Costa Oscura. Sigue, y no te detengas hasta que su existencia quede en el olvido. La Horda al completo será purificada con el fuego esmeralda -el demonio se regodeó una vez más en el sufrimiento del brujo, y dejó de abordar la mente de la cazadora durante un tiempo.
Araenna aguardaba a que Shan’do Oberon terminara de descender las escaleras de la catedral. Su ira no hacía más que acrecentar, necesitaba desfogar se cuanto antes. Contempló al corpulento druida que permanecía frente a ella. Por su mente, cruzó la idea de arrancarle la cabeza ahí mismo. No…debía guardar su furia para la Horda.
-Marcho a Kalimdor. La Horda debe pagar por todo lo que ha hecho.
-Que así sea, nos veremos en Kalimdor -el druida hablaba con un tono más calmado, pues había llegado precipitadamente y con preocupación.
-Daos prisa si queréis ajusticiar a la Horda. Trataré de dejaros algo que matar.
Oberon rió, aceptando el desafío de la cazadora.
-Que la Diosa los juzgue, pero que antes lo hagan tus gujas.
Araenna se separó del druida para encaminarse al puerto. Se detuvo un breve instante antes de continuar.
-Tendrán un destino peor que la muerte.