[RELATO] Crónicas de un Ermitaño

INTRODUCCIÓN

Tras una larga y fría noche, por fin, el sol comenzó a salir a través de las hojas empapadas de los árboles que rodeaban una pequeña casa en medio de un tupido bosque.

La casa estaba hecha de piedra y barro, con gruesas puertas de roble y redondas ventanas, con un techo a cuatro aguas de madera y rastrojos, un pequeño porche con una única silla y una pequeña mesita. Dentro de ella, una distribución bastante simple y sin separaciones salvo para un cuarto donde se encontraba la letrina. A la entrada, una pequeña sala con un único sillón de madera acolchado frente a una chimenea de piedra, un horno de barro al fondo y a la izquierda de la puerta había una cama de piedra y brizna. Todo el interior conservaba el aspecto natural de la edificación (piedra y barro) salvo por las estanterías repletas de tarros, hierbas y libros que rodeaban las paredes al lado de la chimenea. Acostado sobre la cama, un hombre de mediana edad en apariencia aunque la gente de la aldea estima poco le queda para las ocho décadas (nada está claro), de pelo castaño y tez morena, rasgos marcados y una poblada barba que cubre la parte baja de la cara, ropas raídas y sucias bajo las que se nota un cuerpo de constitución media. Este hombre era conocido como Barnabás BrightEl Ermitaño”, ya que vivía solo en una cabaña en medio del bosque rodeado de sus plantas, hierbas y libros, rara vez visitaba la aldea y si lo hacía era únicamente para comerciar con su hierbas, medicinas o comida según la época. De vez en cuando los aldeanos se aventuraban a ir hasta su pequeña cabaña en busca de consejo o buena fortuna en sus cultivos. Se especula que Barnabás fue instruido de pequeño para suceder a su padre como Brujo de la Cosecha, ayudando así a mantener sanas las tierras y garantizar que los frutos se dieran bien, pero nadie sabe porque acabó viviendo solo en lo más profundo del bosque.

CAPÍTULO 1: La Caída

El Ermitaño lentamente abrió los ojos, ojos de color pardo como la tierra otoñal, se estiró y respiró el fresco aire que entraba por la ventana entreabierta que daba al porche. Levantándose con torpeza se acercó al cazo que tenía en la encimera de madera al lado del fogón y vertió lo poco que quedaba de un extraño líquido color turquesa sobre un vaso de latón abollado.

Tras ese leve desayuno, Barnabás, salió por la puerta principal hacia un pequeño jardín que había en la parte derecha de la casa donde tenía sus plantas y empezó quitar las malas hierbas que crecían alrededor de las Hojas de Paz que había más cerca del inicio del bosque .

Mientras trabajaba se escuchaban los susurros de los árboles, hablando entre sí. Un susurro inquietante y no alegre como acostumbraban.

Extrañado, el Ermitaño, dejó a un lado las tijeras de podar y se acercó al borde del bosque prestando más atención a los fresnos que se alzaban más cerca de su cabaña.

-¿Que pasa, amigo? - Preguntó al árbol más cercano.

No hubo respuesta alguna, solo un pesado aire que se esparcía por el lugar y el constante susurro inquietante. Una extraña sensación de malestar invadió al Ermitaño, era un mal presagio, así que se apresuró a recoger sus bártulos y entrar de nuevo en la cabaña.

Aquello no era algo común, por lo general siempre reinaba la tranquilidad en aquella zona así que una vez dentro de la casa se acercó a los pies de la cama donde había un grueso baúl y al lado, apoyado en la pared, un viejo bastón de roble coronado por una calavera que se mantenía en su sitio envuelta por un floreado rosal que se insertaba en la ancha rama.

Barnabás abrió el baúl y sacó de él sus viejas botas, guantes, bufas junto a una destrozada capa de viaje. Se vistió los harapos, cogió el bastón que emitía una leve luz rojiza y… BUM! Un golpe seco estremeció la ancha puerta de entrada. Barnabás se quedó inmóvil mientras un sudor frío le bajaba por la espalda - ¿Quién va? - preguntó con voz temblorosa. BUM! BUM! Dos golpes aún más fuertes que el primero hicieron que las bisagras de la puerta quedaran sueltas, dejándola sujeta únicamente por la cerradura.

Saliendo del trance, Barnabás, trazó en el aire una runa con los dedos y del suelo de la cabaña, frente a la puerta, brotaron unas gruesas raíces que se entrelazaron a modo de muro de contención.

BUM! BUM! BUM! Los golpes no cesaban y eran cada vez más fuertes. El Ermitaño empuñó su bastón, encaró la puerta y se preparó para lo peor. En un abrir y cerrar de ojos la única ventana que había estalló en mil pedazos y de ella, con una agilidad inhumana, apareció una criatura humanoide tres cabezas más alta que cualquier persona, con cara de lobo pero teniéndose sobre las patas traseras cual humano, su cuerpo cubierto de espeso pelaje dejaba entrever una musculatura más digna de un levantador de peso que de cualquier animal. La criatura, con la cara desfigurada por la rabia, enseñando sus afilados colmillos se abalanzó con un devastador zarpazo sobre Barnabás que no fué capaz de esquivarlo a tiempo. Aunque pudo echarse atrás no logró evitar el golpe, que le alcanzó en la parte izquierda de la cara haciendo brotar la sangre y ocasionando un dolor sobrecogedor.

La sangre cubrió en cuestión de décimas toda la parte derecha de la cara haciendo imposible mantener abierto ese ojo. Un segundo zarpazo rasgo el frío aire que reinaba ahora en la cabaña. Barnabás logró esquivarlo por poco y pasar por debajo de la garra de la bestia para, de nuevo, trazar una runa en el aire. Las raíces crecieron rápidamente del suelo, atrapando a esa especie de lobo y atándolo al suelo.

Antes de que pudiera siquiera pensar en qué hacer luego, un dolor desgarrador brotó de su hombro izquierdo como si lo estuvieran lacerando. Barnabás gritó de desesperación mientras una segunda criatura, a través de la ventana, hincaba su mandíbula con saña en el hombro del Ermitaño. Barnabás golpeó al animal en la cabeza usando el bastón pero eso solo hizo que se retorciera, como un perro que trata de desgarrar un trozo de carne. Sin otra opción ni nada más en la cabeza, Barnabás, clavó sus dedos en los ojos de ese demonio peludo hasta que este aflojó la mandíbula aullando de dolor.

Con la cara totalmente ensangrentada y el hombro izquierdo destrozado, Barnabás, recogió el bastón con la única mano que podía mover, deshizo el hechizo que mantenía la puerta cerrada y salió corriendo de su propia casa aprovechando que la segunda bestia estaba herida.

El Ermitaño se adentró en el bosque, corriendo como nunca antes lo había hecho, mientras la vista se le iba nublando poco a poco y cada vez más. El dolor punzante que invadía su cara y hombro se volvía cada vez más insoportable, su respiración era cada vez más acelerada y poco a poco se le iban entumeciendo las piernas. Barnabás sabía que no podía parar, probablemente aquellas bestias no serían las únicas y en cuanto el resto de ellas se percataran de su olor estaría acabado, necesitaba llegar a la aldea cuanto antes.

Llevaba ya cerca de 10 minutos huyendo y lo que en un principio era una carrera a contrarreloj ahora parecía un intento desesperado por mantenerse en pie. Apenas podía ver nada, el dolor que azotaba antes su cara y hombro ahora se extendía por todo el cuerpo y cada uno de sus huesos haciendo que cada paso que daba fuera una tortura. Su ojo izquierdo ya solo percibía sombras, no lograba ver por donde iba y no logró ver la pequeña raíz de un pino que sobresalía de la tierra. Barnabás tropezó y cayó de bruces contra el suelo. El dolor se hizo totalmente insoportable… todo estaba negro, solo había dolor.

Tras unos instantes revolcándose y agonizando por fín perdió por completo el conocimiento. Ya no sentía dolor alguno, en su lugar fue creciendo poco a poco el hambre y la rabia pero no importaba, ya no había dolor.

CAPÍTULO 2

[En construcción]

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¡Actualización 05/02/2019!