Brogshar, fue el nombre que mi padre Kaldrum, honorable chaman del Clan Grito de Guerra y de mi madre Mulgrar gran Cazadora del mismo clan, me concedieron. Nacido en las enormes praderas de Nagrand, en una Draenor que lo había sacrificado todo por la avaricia de los brujos. Mi infancia no fue la diferencia de entre la del resto de jóvenes orcos del lugar, pues las condiciones para vivir en Draenor empeoraban con el pasar de los días. Recuerdo que el día en el que el jefe Grommash llamo a los subclanes de los Grito de Guerra para luchar en el nuevo mundo, ya tendría yo unos dieciséis años, por suerte mi primo Kommzal y yo habíamos superado ya nuestro Om’riggor, y por fin se nos había considerado adulto en el clan.
Recuerdo haber sentido por primera vez a los elementos en Azeroth, fue una sensación que recorrió todo mi cuerpo haciéndome poner rodilla en tierra por la intensidad. Fue entonces cuando mi padre puso su mano sobre mi hombro y anuncio que sería un chamán, pues él también había sentido la respuesta de los elementos en el lugar. Fueron cortas pero constantes las batallas que luchamos en la entrada del “Portal Oscuro”, no hubo descanso para mí, pues mi padre me enseñaba el arte del chamanismo mientras los demás guerreros atendían sus heridas.
En un punto de la campaña, los habitantes de Azeroth empezaron a empujarnos cada vez más hacia el portal, yo no quería volver a mi mundo tras haber sentido el llamado de los elementos en este nuevo mundo, uno donde sus espíritus me abrieron camino a lo que soy hoy en día, un chamán. Fue por esto que me alegre un poco (a pesar de la derrota) del hecho de que nuestro jefe diese la orden de replegarnos hasta una zona pantanosa. La mayoría de mi clan sobrevivió, pero de mi familia, solo quedábamos mi primo Kommzal y yo.
Terminamos ocultándonos en Lordaeron, el territorio más grande con el que los humanos contaban, al parecer la táctica de ocultarse a simple vista funcionó y gracias a ello pudimos vivir unos quince años más o menos, evitando ser descubiertos por los peores cazadores de orcos que exploraban las afueras del territorio. Aunque esa preocupación se había vuelto algo secundario, nuestra atención no se mantenía relajada, pues los orcos empezamos a sentir como la sed de sangre por el pacto con el demonio nos empezaba a debilitar, una abstinencia al no estar en un constante combate como antes. Mi primo intentaba controlarla con las partidas de caza del clan, se colaba entre los cazadores para ir a por alguna presa a la cual despedazar. Mientras que yo me mantenía concentrado en los espíritus y elementos, pues estos podían otorgarme la tranquilidad que solicitaba y así fue.
Por suerte cuando la abstinencia se hacía mas fuerte, Orgrim Martillo Maldito apareció junto al clan Lobo Gélido y su nuevo líder, Thrall hijo del jefe Durotan. Hicieron un llamado a las armas para liberar a nuestros camaradas prisioneros en esos campos de internamiento orco, estaría de más decir que el jefe Grito Infernal aceptó junto al grito de todo el clan en aprobación para ir a la batalla, incluyendo el mío.
La organización que tenia esta “Nueva Horda” era impecable, pues al parecer Thrall conocía muy bien las movidas de los humanos, por lo que no nos costaba nada cogerles por sorpresa y asestarles un duro golpe en sus campos de internamiento. Cientos de orcos se unieron a nuestras filas y poco a poco la Horda volvía a tener vida. Cuando atacamos el ultimo asentamiento, una fortaleza llamada Dunrholde recuerdo que no tuvimos piedad allí, se nos dio la orden esta vez de no dejar a ninguno vivo, pues allí es donde los comandantes de los otros campos se mantenían detrás de las pieles de su jefe, el líder de esos campos de internamiento. Por fin los orcos éramos una vez más libres y dueños de nuestro destino.
Thrall el nuevo Jefe de Guerra de la Horda, nos guío a toda la horda a otro continente, Kalimdor, pues en los reinos del este la Alianza no dejaba de importunarnos. Fue un duro viaje, como todos los que hemos hecho, pero logramos llegar, solo que el mar nos separó a casi todos los clanes de la horda, y cuando el clan Grito de Guerra desembarcó, nos topamos con mas humanos, obviamente respondimos a la orden de guerra que Gromm nos había dado para acabar con estos, pues al principio creíamos que estaban aquí para perseguirnos, pero luego nos dimos cuenta de nuestro error, pagando un precio muy elevado… nuevamente, muchos en mi clan (excluyéndome) bebieron de la sangre del demonio para poder dar caza a un semidios que protegía a una raza de elfos llamados “elfos nocturnos” que protegían los bosques que nosotros talábamos para construir el mayor asentamiento orco jamás hecho en este mundo.
Gracias al esfuerzo de hermanos chamanes y de magos de la Alianza, logramos contener la sed una vez más de nuestros compañeros corrompidos, y unimos fuerza para luchar contra la Legión Ardiente, donde nuestro valiente jefe, Grommash Grito Infernal, acabo con la vida del demonio que nos mantenía malditos, Mannoroth el destructor, sacrificando su propia vida para liberar no solo a su clan, si no a toda su raza, de la maldición que casi llevo a la extinción a nuestro pueblo.
Una vez libres, unimos fuerzas con la Alianza y con los nativos de los bosques, los elfos nocturnos para acabar con la invasión que la Legión estaba llevando a cabo, ahora este era nuestro mundo, y jure pelear por el y no permitir que termine como Draenor.
Muchos murieron en esta llamada “tercera guerra”, pero ahora los orcos teníamos algo por lo que luchar, y ese algo era nuestro hogar, Durotar, la nueva tierra de los orcos, en donde podíamos dar un nuevo inicio a nuestro pueblo, en donde volveríamos a las viejas costumbres y en donde podríamos vivir en paz.
Después de la guerra me dedique a ayudar a quien necesitara en la horda, pues para estamos, para darnos apoyo y resistir a los retos que este mundo nos presenta constantemente, y así pues es como puedo decir, que da inicio mi historia… Lok’tar ogar