En la costa noreste de Arathi, donde el mar golpea con furia los acantilados y la niebla nunca se disipa, reposan las ruinas de Villa Darenthel. Lo que un día fue refugio de camaradas de la Orden, aldeanos y campesinos ahora es un sepulcro abierto, un lugar donde el aire mismo parece estar impregnado de ceniza.
Los muros de la villa, agrietados y oscuros, se alzan como dientes rotos. En lo alto, la Torre ennegrecida aún sostiene la oscilante Llama Violeta, aquella barrera que evita que la corrupción se extienda más allá de las ruinas. La llama protege, pero también alimenta lo que quedó atrapado en su interior.
Pues entre esos muros quebrados habita algo que no debería existir: la Voz Hendida.
Dicen que nació en la sala del Atrio de la Torre, cuando un nigromante, desesperado en los últimos instantes del asedio, intentó abrir un portal con un conjuro prohibido. La explosión de la Llama Violeta lo desgarró en cuerpo y alma, quebrando su esencia como un cristal estallado. Desde entonces, su espíritu no tiene forma, solo fragmentos de voz y sombra que se arrastran entre las piedras.
En noches sin luna, cuando la brisa marina se cuela en las grietas de la Torre de la Orden, la Voz Hendida se deja oír. No es un idioma conocido: son murmullos superpuestos, palabras rotas, frases repetidas una y otra vez, como si miles de lenguas hablaran a la vez sin llegar a entenderse. Quien escucha demasiado tiempo comienza a sangrar por los oídos, a perderse en alucinaciones, a confundir recuerdos propios con ajenos.
Algunos aventureros/as dicen haber visto su silueta en las ruinas del Atrio: un cuerpo de humo gris, que se parte y recompone sin cesar, con un rostro siempre desfigurado, como si estuviera siendo quemado en bucles infinitos. Lo único constante son sus ojos: dos brasas apagadas que miran sin parpadear desde la penumbra.
La Voz Hendida no puede abandonar la Torre mientras la Llama Violeta arda, pero cada vez que la llama titubea, sus cadenas se debilitan. En esos instantes, susurros viajan con el viento hasta las aldeas y embarcaciones a vece cercanas: tentaciones, promesas, o gritos de odio tan intensos que han llevado a algunos a la locura. Hay quien asegura que incluso ha logrado arrastrar a incautos hasta las ruinas, para perderlos en la oscuridad.
Así permanece Villa Darenthel: un lugar maldito, donde las piedras lloran ceniza y el aire huele al óxido de su sangre seca tras algunos años y podredumbre de incautos. Y en el Atrio, más allá de las grietas, aguarda paciente la Voz Hendida.