[Relato] Mañana

El ambiente en la ciudad iba de mal en peor. Los rebeldes habían reunido recursos suficientes para comenzar su campaña de una manera más activa y habían ido ganando terreno… hasta situarse a pocos kilómetros de la capital de la Horda.

No solo eso, la Alianza había decido apoyar su causa y se unieron en su campaña. Juntos lucharían contra la Horda… o, en sus palabras, rescatarían a la Horda de las garras de la Dama Oscura.

El Profesor Malady había intentado evitar todo este conflicto, tratando de participar lo menos posible y viviendo en Dalaran donde podía estar tranquilo y al margen de la disputa que iba creciendo día a día. Pero fue en vano, la guerra era inevitable y había sido llamado por el Alto Mando para defender Orgrimmar de los traidores y de la Alianza.

Era de noche en la ciudad pero había tanto movimiento como si fuera de día, era natural. Mañana era el día en que ocurriría la batalla y en la que se decidiría en cierta forma el porvenir de Azeroth.

El Profesor se hallaba sobre el muro de la puerta principal. Armado con sus viales tóxicos y otros instrumentos de guerra y con su armadura que solía utilizar en campañas bélicas. Observaba atento el horizonte, en la lejanía se vislumbraba la luz que desprendían las hogueras del Cruce, ahora punto de reunión de los rebeldes.

– Pensaba que estaríais en el Búnker con los otros boticarios preparando los últimos barriles de añublo, profesor.

El profesor ni se inmutó, conocía esa voz y conocía también la manía que tenía ese renegado de aparecer de la nada y de fastidiarle en los momentos más inoportunos.

– Y yo pensaba que estarías en tu altar sombrío con telas podridas rezando a la Sombra o yo que se para que mañana nos de suerte en el combate, cardenal.

De las sombras surgió el anciano y decrépito cardenal Claude Lammenais con sus vestimentas viejas de sacerdote, acercándose lentamente al boticario hasta situarse justo al lado de él.

– Lo he hecho y también me he dedicado a visitar a otros de nuestro pueblo para calmar sus afligidas almas que estaban llenas de pavor.

– Que divertido ha tenido que ser…

El sacerdote giro su cabeza y posó su mirada hueca sobre Malady.

– Mañana es el día.

– Sí, lo sé.

– Y sabes quiénes lucharán en el bando traidor ¿no?

Malady suspiró. Esta había sido una de las razones por las que quería lavarse las manos de este asunto. Había amigos en el otro lado, camaradas con los que había luchado, organizaciones a las que se había unido en ciertas misiones y comandantes a los que había servido. Algunos eran compañeros, otros… amigos.

Y se había enfadado con ellos. No soportaba lo que habían hecho, se molestó mucho cuando supo de su deserción, pero también una sensación de tristeza le invadía por dentro. Se sentía… solo. Una sensación que le era familiar y que al principio no le importaba pero, con el paso del tiempo (sobre todo desde la expedición a las Islas Abruptas), había cambiado esa soledad por amistad, algo que pensaba que no volvería a tener en la no-muerte. Y fue algo que le alteró la vida en cierto sentido.

Pero ya no le quedaba nadie, o al menos nadie que realmente le importase. Solo quedaba su fe en la Dama Oscura que, a pesar de que había dudado en numerosas ocasiones de sus últimos actos, seguía creyendo en ella. Ella y su pueblo era lo único que le quedaba.

– Soy consciente de la situación, cardenal.

– Comprendo… solo velo para que lo que suceda mañana no sea devastador para tu alma y no te provoque un conflicto… de intereses.

Malady giró la cabeza y miró fijamente al sacerdote. Ambos se estuvieron mirando durante un buen rato sin decir nada.

– Lucho por la Dama Oscura, por nuestro pueblo y por la Horda. Los que hay al otro lado… no son más que traidores.

– ¿Seguro?

– Sí.

Mintió, y no lo había hecho bien. Lammenais sabía de sus amistades y además su trato con la gente le había hecho muy perceptivo y observador, era terriblemente perspicaz.

– Bien, entonces marcharé… mañana daré un discurso para animar a las tropas. ¿Vendréis?

Malady sonrío y volvió a mirar al horizonte.

– ¿Cuantas veces tengo que decirte que soy un científico y que antes me tiraría de esta muralla que escuchar uno de tus tediosos y aburridos sermones sobre Sombras y la madre que las trajo?

– Hmpf… Entonces, nos veremos en la batalla… mañana.

– Sí, mañana.

El Cardenal se marchó y eso relajó a Malady. Aún faltaban bastantes horas para que saliese el sol pero él permanecería ahí: quieto, inamovible. Quería ver como llegaban sus antiguos camaradas, verlo con sus propios ojos y se mantendría ahí parado todo el día si era necesario.

Pues la batalla se avecinaba.

Mañana era el día.

Mañana era el fin de una era o el comienzo de otra.

Mañana sería, posiblemente, el último día del Profesor Malady.

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Es usted magnífico. Como siempre, profesor.

Será un honor verle en lo alto de los muros.

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Semper fi, profesor.

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