[Relato] Por La Horda que conocí

Lealtad. Sacrificio. Fraternidad. Orgullo. Honor.

Durante más de treinta años crecí deslumbrado por la épica cruzada de aquellos que se hacían llamar La Horda. Guerreros tenaces capaces no solo de salvar nuestro mundo, sino de regresar al suyo con el único propósito de regalarnos una paz desinteresada que de no ser por ellos ni sabríamos que jamás hubiésemos tenido.

Viajeros del tiempo… ¿En serio? Cuando escuché esas tres palabras no siendo más que un cachorro de colmillos inofensivos me reí tanto de esa historia que aún siento el golpe de mi padre dejándome en el suelo.

—Jamás desprecies a quien le debes tu vida —me dijo— Y mucho menos la de todo cuanto conoces.

Nunca fue un gran orador. Tampoco comprensivo. Pero sí un maestro como ninguno he conocido a mis treinta y seis años. Cuando mi madre me inició en el chamanismo y los elementos no respondieron a mi llamada me sentí indigno. A orillas de un río donde gritaba de rabia e impotencia, un hacha cayó a mis pies sobre el Césped de Nagrand.

—La ira no sirve de nada si no la canalizas. Si los elementos no te ofrecen ese conducto, sé tú mismo quien le dé forma.

Bajo la sombra de un entrenamiento que ocupó la mayor parte de mi vida, mi padre forjó en mí las cicatrices de ser un auténtico Grito de Guerra. Para cuando se me consideró adulto, mi padre insistió en la historia que años atrás me contó, pero no de su propia boca.

—Si tiempo atrás no me creíste, tal vez él pueda convencerte de lo contrario —dijo incitándome a entrar en una cabaña bien conocida. Allí, el legendario héroe de guerra, aquel que cambió nuestro destino con un solo golpe de hacha, yacía a la espera de mi llegada y unos cuantos jóvenes que al igual que yo finalizaban su entrenamiento.

Grito Infernal… aquel que estuvo allí. Sus cicatrices, su rostro envejecido y reflexivo que daba la sensación de no haber olvidado lo cerca que, supuestamente, estuvo al borde del abismo de condenar a toda una raza. Hoy día no sabría decir si su expresión era de serenidad o de remordimiento, pero ahí estaba, firme y atravesándonos con su afilada mirada.

Puede que no fuese lo más correcto el hecho de creer más al viejo veterano que a mi propio padre, pero así fue. Desde aquel día, las historias fantásticas dejaron de serlo para convertirse en historia de mi pueblo. La Horda fue real… y mi propio mundo seguía siéndolo gracias a ella.

Jamás pensé, ni de lejos, que años después llegarían amarrados por los brazos dos extranjeros, y no podía ser posible, pues uno de ellos era un piel verde. Me negué a creer en su inocencia, mas la otra criatura me resultaba totalmente desconocida. No podía ser. No podían proclamar sus palabras en nombre de ESA Horda.

Sus hechos me quitaron la venda de los ojos. Cuando los Vinculados a la Luz amenazaron con su ataque final a nuestro hogar supe que, la leyenda, había regresado.

Escasos y casi nulos son mis recuerdos de cómo aparecimos en la mítica tierra de Azeroth, pero algo en mi interior supo que las historias pasadas dejaron de serlo, y que yo, con nuestro pueblo, ahora éramos parte de ella.

Muchos meses han pasado desde que pisamos el nuevo mundo, y sin embargo, siento que esta tierra sigue sin ser mi hogar, pues los valores que definían esa Horda aclamada en Draenor se difuminan más por cada día que permanezco aquí.

Juré luchar por La Horda por la lealtad. Pero he visto exterminio hacia nuestros propios aliados.

Juré sacrificio por La Horda. Pero veo intereses infames en nombre de la propia muerte.

Juré fraternidad a La Horda, pero veo un pueblo desigual, receloso entre sus propios ideales.

Juré orgullo por La Horda, pero he contribuido a la destrucción de tierras hermosas como hicieron los Vinculados a la Luz.

Juré honor a la Horda… y he participado en la masacre de un pueblo en el que ardieron niños y ancianos encerrados en su propio hogar.

Desde entonces las cenizas de los muertos tiñen el color de mi piel del que tan orgulloso estuve en Draenor.

No veo en esta Horda los ideales de las historias con las que crecí. No creo que sus actos hace más de treinta y cinco años fuesen tan heroicos, pues desde que Geya’rah juró fidelidad a esa… Alma en pena supe que algo había cambiado en la facción.

Creo que las leyendas son solo eso, cuentos del pasado. Puede que fuesen verdad, sí, pero todo se marchita, todo se degrada, todo se corrompe.

O tal vez no.

En las calles escucho murmullos. Comentarios en desacuerdo con los actos de la que se supone que también es mi Jefa de Guerra. Pero son solo eso, cobardes chismorreos ahogados por el miedo a ser escuchados. Percibo tanta insatisfacción de héroes veteranos como fanatismo a partes iguales por esas cosas en podredumbre obsesionados con su Reina.

No sé en qué creer, pero sí sé en lo que quiero llegar a creer.

Quiero creer que La Horda aún existe. Que la sangre y el trueno del honor sigue viva en aquellos que por miedo guardan silencio. Lo he sentido en casi todos los pueblos de nuestros aliados, pero aun así cumplen órdenes por una supuesta lealtad en la que todo vale hasta ahora. Puede que sea un insensato de no tener miedo a lo que supondría rechazar órdenes, quizá porque no entiendo del todo este mundo, pero sé que hay otros que piensan como yo.

Puede que no sea nadie para poner en duda la naturaleza de este pueblo, a fin de cuentas, nos acogieron al perder nuestro hogar. Pero pienso que esa lealtad se la debo más a unos que a otros.

Tal vez solo haga falta una chispa, un leve cambio de viento para avivar el cambio. Y creo que sé quién puede hacerlo.

Os escribo esto con la obligación de quemar mis palabras en cuanto os lleguen, pues ya os pongo en riesgo con el simple hecho de dejar esto en casa, pero quiero que sepáis que si no vuelvo, esto lo hice por lo que me enseñasteis a ser. Por lo que un día me dijisteis que era La Horda, y si alguna de esas historias fue cierta, tarde o temprano resurgirá el espíritu de ese pueblo unido, honorable y recíproco que lucha por su lugar en un mundo que lucha por proteger.

No pienso morir a las órdenes de alguien que ansía destruir. Ese fue el destino que nos fue arrebatado por fortuna.

Fácil será que me marquen de traidor si mi viaje acaba mal, pero debo ser fiel a mí mismo más que a ningún estandarte que no represente sus colores.

Espero que si no estáis de acuerdo conmigo, por lo menos, podáis perdonarme. Sabed, eso sí, que morí siendo yo mismo.

Jamás fuimos esclavos. Jamás llegamos a ser conquistadores. Seremos, simplemente, libres como hasta ahora.

Por Draenor. Por el Clan. Por La Horda que nos salvó.

                                                             K.
9 «Me gusta»

Espero que paséis un rato agradable conociendo un poco la mentalidad de mi personaje :slight_smile:
De más está decir que todo lo escrito ha sido bajo su criterio como Mag’har, y que no desprestigio a quienes estén a favor de Sylvanas ni de los Renegados (que veo que el tema está on fire a la mínima con la polémica de las facciones xD)
Pero todos tomamos partido en la guerra, y yo, como Kromgard, quería compartir el mío.

¡Saludos!

3 «Me gusta»