[Relato] Y te daré el mar

Año 22 Después de la Apertura del Portal Oscuro.

Pólvora, sangre y mar. No conseguía quitarme esas palabras de la cabeza. Sonaban en mi interior, en mis sueños, siempre acompañadas del entrechocar del acero, del alfanje desenfundado y del cañón retumbante. Pólvora, sangre y mar. Un alarde, un grito de batalla, un deseo y a la vez un sueño. Cerré los ojos, inspiré, expiré, los volví a abrir. Ante mí se hallaba un paisaje sumamente familiar, la pequeña cala que daba a Puertopuente, mi hogar. Me arropé en mi gastado abrigo azul, alzando el cuello para proteger mi rostro del viento que empezaba alzarse, pues el verano se había acabado, dando paso a un otoño que se presentaba muy poco agradable. Mi rubio cabello, algo menos brillante que cuando partí, se veía agitado por el vendaval de poniente. Maldije varias veces por el mal tiempo y encaminé mis destartaladas botas hacia mi pueblo, el único lugar que podía considerar verdaderamente mi casa. Solamente llevaba un saco con mis escasas pertenencias, el poco botín que había podido arrancarle a una tierra baldía y muerta, donde mis sueños murieron y donde mis amigos yacían. El camino me llevó a la entrada de mi pueblo, poca fue mi sorpresa al ver que casi nadie me reconocía. No había pasado tanto tiempo, pero sí el justo para hacer mella en un ser humano, el justo para cambiarle el rostro a pesar de no envejecer.

Caían cuatro gotas cuando llamé a la puerta de mi casa. Me refugié bajo la escasa protección del portal y aguardé a que alguien me abriera. Mientras, observé la poca vida que se veía en Puertopuente. El herrero local no estaba en su usual puesto, o el vendedor de pescado, todo parecía decaído, mortecino. Negué con la cabeza y me giré al oír unos pasos encaminándose hacia la puerta, la cual se abrió con un chirrido. Mi señora madre sonrió al verme, se lanzó a mis brazos y me abrazó como siempre había hecho, le correspondí el gesto con un buen apretón y rápidamente me instó a pasar, a colgar el sucio abrigo en el perchero de la entrada y a ponerme cómodo. Así lo hice, algo más alegre al volver a terreno conocido. Quizá el mundo hubiera cambiado, pero había cosas que siempre se mantenían inamovibles, como el amor de una madre por su hijo, eso me hizo tener cierta esperanza. Pasé a la cocina, me senté y más rápida que un tiburón en una cala, mi madre me sirvió un estofado de pescado, su famoso estofado de pescado. Lo devoré en cuestión de pocos minutos, pues mi hambre era atroz debido a las penurias de la larga vuelta a casa.

En el frenesí de comer, sin embargo, alcé la mirada aun con la boca llena y tragué la comida de golpe, miré a mi madre, serio:

-¿Dónde está padre?
-Lo sabes mejor que yo, hijito, está buscando cangrejos.- Proclamó ella, tan vivaz como siempre.

Cangrejos. La obsesión de mi padre. Siempre había estado convencido que con un gran surtido de cangrejos podría mantener a nuestra familia e incluso amasar una fortuna moderada. Lo cierto es que así fue en los años de bonanza, pero tras el aumento de la competencia, todo se había ido al garete. Mi madre se dejaba las manos en tejer el velamen de barcos pesqueros de Puertopuente, y mi padre hacía lo propio con los cangrejos, pero apenas tenían dinero para subsistir, viviendo en el linde de la pobreza.

-Iré a verle.- Me levanté, limpiándome la boca con la servilleta.
-Yo no le molestaría, pero haz lo que quieras, Julius.- Mi madre siempre ha sido una mujer orgullosa, incluso en esas circunstancias.

Asentí con un gruñido, tomé mi abrigo azul y salí por la puerta de atrás, la que daba a la bahía. Caminé hasta alcanzar los maderos del embarcadero, los cuales sonaban con ganas al pisarlos y allá, metido en el agua, con una red en su mano, estaba mi padre, absorto en su trabajo cangrejero. Fui hasta el extremo del embarcadero y allí me planté, observando a mi padre. Me crucé de brazos y apoyé mi cuerpo sobre uno de los maderos que servían de pilar a la sencilla estructura, le observé a mi con cierta pena. El hombre pareció darse cuenta de mi presencia y alzó la vista, el agua le cubría hasta el pecho. Y ese día, hacía algo de frío y viento.

-Te va a dar algo como sigas ahí, padre.
-Llevo más tiempo metiéndome en el agua que tú surcando los mares, haciéndote el “héroe”.
-Tu felicidad al verme es abrumadora, como siempre. ¿Cuantos van hoy?- Señalé su red.
-Dos. -Dijo, alzándola.- ¿No tienes cosas mejores en las que gastar tu tiempo hoy, Julius?
-Sí, definitivamente sí que las tengo.

Atravesar el reino de la muerte, de la guerra, para aquello. Ni se molestó en salir del agua, ni una palabra de aprecio, nada. Reproches y orgullo, eso era mi padre. Giré sobre mis pasos y volví a entrar en casa, cerrando de golpe. Ese día mi padre seguiría pescando varias horas más hasta que anocheciera. Cuando entré encontré a mi madre sentada frente al fuego en su sillón, sosteniendo un vaso lleno de grog entre sus manos, decidí acompañarla. Fui al estante, tomé la misma botella y me serví un vaso igual al suyo, me senté en el otro sillón, mirándola de reojo.

-Sigue igual de cabezota y orgulloso que siempre.
-Y tú te pareces mucho a él, más de lo que quieres admitir.

Alcé las cejas y solté un resoplido, para a continuación darle un buen trago al grog. Gruñí levemente de satisfacción por lo duro de la bebida y pasé a sostenerla con una mano, mientras que con la otra tamborileaba el reposabrazos, distraído.

-¿Qué es lo que vas a hacer ahora?- Mi madre relajó su tono, mirándome preocupada.- La flota está hecha pedazos después de lo ocurrido, dudo que puedas hacer carrera ahí, hijo.
-Ni puedo, ni quiero. Estoy hasta la cofia de aguantar a oficiales idiotas, por su culpa Johnny no ha vuelto, como tampoco lo ha hecho Richard. No, haré otra cosa.

Mi madre soltó el aliento contenido, alzó una ceja y me miró de reojo con mirada condescendiente. Dió un buen trago de grog y habló.

-Te vas a ir pronto, lo noto en tu mirada. Ya eres mayorcito, no te diré lo que debes hacer, pero tengo curiosidad.
-Vivís en la miseria, tanto tú como padre. La casa está hecha un asco, he visto agujeros en el techo, está sucia, parece el cubil de un oso. La terquedad de padre impide que esto pueda arreglarse, pero yo lo haré. Os enviaré dinero dentro de poco tiempo, podréis repararla e incluso permitiros algún que otro capricho.
-¡Oh! ¿Ah sí, Julius?- Sonrió con ternura, no se lo creía, era evidente.- ¿Y de dónde vas a sacar ese dinero? No llevas la insignia de la armada, he visto tu abrigo, ya no cobras su sueldo. Así que dime. ¿Qué vas a hacer?- Alzó ambas cejas, esperando una respuesta concisa de una vez.
-Te daré el mar.
-¿El mar? ¿Cómo que el mar?
-El mar no es solo agua, peces y rocas. Si no también las naves que surcan sus aguas. Me propongo tomar lo que quiera y hacer buen uso de ello.- Alcé mi mano al ver la cara de horror de mi madre.- No, no… no voy por ahí. Pretendo usar lo que me queda para comprar una patente de corso. Trabajaré por mi cuenta, aunque al final del día, será para el almirantazgo, por mi tierra, por mi pueblo, por mi familia. Pero se acabó el acatar órdenes de pusilánimes, seré el forjador de mi propio destino.
-Espero que sepas lo que te haces.- Dijo alzando el vaso.
-Yo también lo espero, madre.- Alcé el mío y me lo bebí de golpe.


Dos meses más tarde llovía con ganas en Boralus. El agua recorría los tejados de toda la ciudad, estrellándose contra el pavimento en forma de chorros. Parcialmente protegido por mi abrigo, yo caminaba entre la multitud que, lloviera o hiciera sol, trabajaba sin descanso en el puerto. Entré en la capitanía del puerto e hice cola junto a tres hombres más. Un hombre grande con canas en su melena atendía a los que ahí se hallaban uno a uno. Se pasaban papeleo, firmaban cosas, se daban la mano y partían. Llegó mi turno.

-¿Y usted es…?- Dijo el hombre sentado, alzando su vista del papel, la tinta y los libros de registro que tenía a su alrededor.
-Julius Bravomar.
-Debería empezar a presentarse como capitán Bravomar, si quiere que algún día le tomen en serio.- Se pronunció con una voz divertida e incluso paternal.
-Así lo haré, señor.- Asentí, sonriendo de lado.

El gran hombre volvió su mirada sobre el papeleo, rebuscando entre la enorme mesa llena de documentos. Tomaba un pergamino, lo examinaba y lo apartaba de golpe, parecía que le costaba encontrar el que buscaba. Hasta que finalmente, tamborileó la mesa con todos sus dedos y emitió un chasquido con la lengua.

-¡Aquí está! Condenado papeleo.- Maldijo, mirándome.- Joven, procure que no le metan nunca en una oficina, esto es un asco. Veamos…

Examinó el documento en cuestión de arriba a abajo lentamente, ajustándose las pequeñas gafas para mejor lectura. Su rostro pasó del aburrimiento a la sorpresa, luego al temor y finalmente, a la duda. Bajó la mano lentamente, dejando el pergamino sobre la mesa. Me clavó los ojos por encima de sus gafas.

-El Kraken Negro.

Un relámpago centelleó en el cielo, le siguió un trueno violento. Luz y sonido se colaron dentro del despacho del capitán del puerto tras haberse pronunciado tan sólo tres palabras.

-Así es. Esa es mi nave. ¿Ocurre algo, señor?- Alcé el mentón, ahora tímidamente desafiante.
-Sabe que sí. Todos conocemos lo que se dice de ese barco y aún así se hace a la mar con él. ¿Por qué? ¿Por qué jugársela de esta forma?

El Kraken Negro. Ese navío había sido la perdición de piratas, delincuentes y enemigos de Kul Tiras desde hacía diez años. Su tripulación cumplió con su deber para con el almirantazgo de forma eficiente, quizá demasiado eficiente. Se dice que hace tiempo el barco volvió por sí solo a puerto acompañado de la niebla matinera. No había hombres en la arboladura, ni en cubierta, el barco estaba vacío. Rumores de maldición empezaron a surgir por aquel entonces, aunque un capitán se atrevió a armarlo de nuevo y salir a navegar. Al cabo de un año, el Kraken Negro volvió de nuevo a puerto, otra vez vacío de almas en su interior.

-Le he hecho una pregunta… capitán Bravomar. ¿Por qué jugársela?
-Por dos razones, señor.-Alcé la mano derecha, desplegando el dedo índice.- No tenía dinero para algo igual de grande y potente, así que rescaté ese navío. -Desplegué el dedo corazón.- Y quiero ser el primer capitán en derrotar su maldición.
-Es usted valiente, eso lo reconozco. ¿Pero qué hará cuando una tormenta como la de hoy sople en alta mar y los vientos traigan las voces de los ahogados? ¿Qué hará cuando sus hombres entren en pánico y sucumban a la locura? ¿Qué será de usted entonces, capitán Bravomar? El Kraken Negro no perdona, no importan los motivos de aquellos que lo gobiernen. Tras un año de servicio, se los lleva el mar.

Me acerqué dos pasos hacia la gran mesa del capitán del puerto, me apoyé con ambos brazos sobre la madera y le miré directamente a los ojos. Tras ello tomé el documento de partida del Kraken Negro, lo giré y lo leí una última vez. Tomé su pluma, la mojé en tinta y firmé el papel.

-¿Puedo partir de una vez?
-Haga lo que quiera. Solamente intentaba salvar las vidas de aquellos bastardos que le acompañarán. Que la Madre de las Mareas le bendiga, porque su navío no lo hará.

Arqueé una ceja y me dispuse el sombrero sobre la cabeza. Tomé los últimos documentos que necesitaba y salí de la capitanía del puerto. Fui muelle por muelle, encontrando barcos pesqueros, balleneros, algunos de dudosa procedencia hasta que, por fin, ahí estaba, el Kraken Negro. Me detuve antes de alcanzarlo. Pese a las malas lenguas y a los rumores, era un navío precioso. Sus finas líneas a lo largo del casco le otorgaban una velocidad respetable y el grosor de sus maderos bendecidos largo tiempo atrás le daba un blindaje a tener en cuenta. Una bala de un cañón de cuatro libras no lograría perforar su casco a doscientas yardas, eso para mí sería suficiente. La lluvia caía por toda la superficie del barco. Otro rayo partió el cielo, iluminando momentáneamente el kraken que decoraba el mascarón de proa, extendiendo sus tentáculos por el bauprés. Ese era el único rasgo que le distinguía del resto de barcos botados en Kul Tiras, dado que el resto era bastante usual en diseño y colores. La tripulación estaba dispuesta, preparada, todos habían sido contratados como corsarios a lo largo de esos dos meses para la aventura de sus vidas. Algunos eran viejos lobos de mar, otros simples muchachos en su primer viaje. Todos sabían los rumores sobre el barco, pero no se atrevían a decir nada en voz alta, pues apenas salían navíos de Tiragarde después del desastre de Theramore. Esa era una oportunidad de oro para enriquecerse y ver mundo, pensaban jugársela si hacía falta.

Dirigí mis pasos hacia la rampa de embarque y abordé el barco justo por el combés. Observé a proa y luego a popa, todos me miraron, expectantes y algunos ciertamente miedosos. Me pasee por la cubierta y subí los escalones del alcázar en popa, asintiendo a todo hombre y mujer que me encontrara. Me posicioné a la diestra del timonel, me ajusté el tricornio y bajo la lluvia alcé el brazo.

-¡Fuera la rampa de embarque! ¡Soltad amarras! ¡Desplegad el velamen!- Miré hacia el timonel.- Señor Delaney, sáquenos de la bahía. Cuando lo hagamos, ponga rumbo sur-sureste.
-¡Sí, capitán!
-¡Vamos malditas cucarachas, hoy empieza nuestra caza! ¡No quiero ver un solo grumete perdiendo el tiempo! ¡Señor Kohl, asegúrese de izar el pabellón!

De repente toda supuesta maldición o malfario sobre el navío se desvaneció en un bullicio incesante de actividad. Bajo la lluvia matinal, todos contribuían a la navegación del Kraken Negro que, una vez más, surcaba los mares en pos de un destino incierto para su tripulación.

Alcé la vista y allá estaban, los colores de los Valiente ondeando una vez más sobre el océano, no pude evitar sonreír con satisfacción, lo había conseguido. El navío había salido de puerto y se encontraba chocando contra el salvaje oleaje bajo la lluvia. Dejé mi mano derecha reposar en la barandilla mientras que la izquierda la mantenía a mis espaldas. Ante mi, un horizonte lleno de posibilidades.

-Te daré el mar, madre.

11 «Me gusta»

Qué maravilla, me ha encantado <3

2 «Me gusta»

Ahora me quedaré con la intriga…pero me ha gustado mucho :slight_smile:

2 «Me gusta»