No era cualquier bola de nieve. Dentro de ella existía un mundo minúsculo, una pequeña y acogedora taberna conocida como La Escarcha de Cristal, un refugio para aventureros y curiosos que, de alguna forma u otra, acababan atrapados en su diminuto interior.
La taberna, aunque diminuta en comparación con el mundo exterior, era un lugar sorprendentemente acogedor. Las mesas, sillas y barras estaban esculpidas en madera de abedul, y las luces mágicas colgaban de los techos, emitiendo un brillo cálido. Los parroquianos, criaturas de diferentes razas y tierras, convivían bajo ese mismo techo, compartiendo historias, canciones y copas.
La Escarcha de Cristal estaba regentada por cuatro figuras tan únicas como variopintas. La más solemne de ellas era Haferet, una draenei sacerdotisa de la Luz. En lugar de servir bebidas, Haferet dedicaba su tiempo a la oración y al acto de sanar. Se sentaba en una pequeña capilla improvisada en una esquina de la taberna, rodeada de velas brillantes y símbolos sagrados. Los aventureros acudían a ella en busca de curación, consuelo o guía. Sus rezos, siempre suaves y constantes, mantenían una calma palpable en el aire, y las manos de Haferet irradiaban una luz curativa que podía cerrar heridas y aliviar dolores tanto del cuerpo como del alma. Sus palabras, tranquilas y llenas de sabiduría, traían paz a los más atormentados.
A su lado, aunque de un modo completamente distinto, estaba Delenis, otra draenei, chamana que había sucumbido al Vacío. Sus ojos brillaban con un tinte violáceo y profundo, y aunque siempre parecía estar a punto de ser arrastrada por la oscuridad, era sorprendentemente amable. Delenis servía a los clientes que buscaban una conexión con lo oscuro, o al menos alguna bebida que los hiciera olvidar temporalmente sus problemas. A menudo, sus pociones y cócteles parecían tener efectos secundarios impredecibles, pero sus clientes la buscaban precisamente por eso: la posibilidad de experimentar lo desconocido.
En una mesa cercana, el trol druida Aen estaba casi siempre envuelto en una nube de humo. Aen, adicto a las hierbas y las sustancias que extraía de la naturaleza, no se molestaba en ocultar su amor por lo que él llamaba “la relajación herbal”. No era un chamán, sino un druida, que pasaba gran parte de su tiempo conversando con plantas, animales y espíritus de la naturaleza. Aen solía murmurar entre risas, sus ojos medio cerrados por el efecto de sus propias creaciones herbales, y aunque podía parecer despreocupado y lento, poseía un poder profundo. Sus clientes acudían a él buscando remedios naturales, pociones y hierbas que podían tanto sanar como ofrecer experiencias fuera de lo común. Era un alma libre, siempre en armonía con la naturaleza, aunque también siempre perdido en sus propios pensamientos nebulosos.
Por último, estaba Cable, una gnoma pequeña incluso para los estándares de su raza, siempre trabajando en algún ingenioso artefacto. Cable manejaba la parte más técnica de la taberna, asegurándose de que las pequeñas máquinas mágicas que mantenían el lugar funcionando no se rompieran. Ella había diseñado una serie de artilugios para servir las bebidas automáticamente, permitiendo a sus clientes recibir exactamente lo que necesitaban sin tener que moverse demasiado. Aunque era ingeniosa y eficiente, su mente siempre estaba ocupada en alguna mejora o experimento nuevo, y no era raro ver chispas o pequeños estallidos salir de su taller improvisado en el rincón de la taberna.
Aquel día, una tormenta rugía afuera, y la taberna era sacudida por gigantescos copos de nieve que golpeaban contra su estructura. Sin embargo, dentro, reinaba una calidez reconfortante. Los aventureros y viajeros que habían reducido su tamaño mágicamente para entrar, se sumergían en el ambiente acogedor. Mientras Aen compartía alguna anécdota entre bocanadas de humo, Haferet oraba en voz baja, y Delenis ofrecía bebidas que chisporroteaban con energía oscura, Cable ajustaba su más reciente invención con una sonrisa traviesa.
Dentro de la bola de nieve, el tiempo se detenía. Allí, en La Escarcha de Cristal, las historias y las vidas se entrelazaban, creando una atmósfera que jamás podría ser encontrada en ningún otro lugar del mundo.