— …Nada dura—. Sylvanas cernió los brazos sobre el cielo antes de desaparecer entre las sombras, efímeras, silenciosas. Apenas unos instantes. El silencio que siguió a su marcha se prolongó los largos segundos en los que los tres ejércitos, miraban, estupefactos, hacia el cielo o hacia el cadáver de Varok Colmillosauro.
Lirah sintió el polvo que se filtraba entre sus dientes y secaba su lengua y paladar. El sol de Durotar atacaba con furia su piel, a la que su azabache cabello se pegaba, a un rostro circunspecto. Despegó los labios y los apretó, varias veces. Su diestra empujó las mecagafas, que cayeron a su cuello.
Los había abandonado. Entonces, rompiendo la pesada calma que se había instaurado, los pasos del niño rey hicieron que bajase su mirada esmeralda hacia aquel humano, iracunda. Su diestra aferró con tanta fuerza la empuñadura de su daga que el cuero tenso cortó su piel.
Sus dientes se mantenían a su vez apretados, notaba el dolor en sus mandíbulas, y en sus labios sangrantes por los afilados colmillos que se clavaban en ellos. Habían roto lo que con tanta cautela la Dama Oscura había estado tejiendo. Todo se había ido al garete por un miserable orco que había sido humillado y, sin embargo, sería vanagloriado por ello.
¿Impedido la guerra? Ellos decidieron enfrentarse a la Dama Oscura. Volvió su mirada hacia el oeste, por donde había marchado.
Clinc, clinc. Volvió a bajar su mirada y, observó, incrédula, como los renegados abrían las puertas a todos aquellos traidores. Se quedó ojiplática cuando empezaron a entrar y tragó saliva. Tomó uno de los pequeños cuchillos de lanzar que llevaba en su pecho y rasgó con furia una de las banderas de la horda, como si así pudiese aplacar toda la furia que sentía. Pero de nada sirvió.
Inspiró aire profundamente por sus fosas nasales antes de dejar caer el cuchillo al suelo, provocando un mero tintineo que hasta le resultó molesto. Arrugó la nariz y terminó por exhalar el aire con parsimonia, con una calma que no sentía.
Llevó la mano a su bolsillo y sacó una pequeña piedra blanquecina con una runa en su superficie. Aplanó los labios y la observó por largos minutos.
La Dama Oscura tenía un plan. Esto solo la atrasaría, pero no era más que un revés. Orgrimmar ya no era un sitio seguro, solo la liza en la que los rebeldes estúpidos y ciegos volcarían su furia y sed de venganza.
Deseaba quedarse para cercenar cuellos con sus dagas y acabar con las miserables vidas de aquellos que decían tener honor como el niño que clama tener la razón.
Una ráfaga de viento la envolvió junto al resto de forestales oscuras que la rodeaban y, acto seguido, los pasos sobre las escaleras metálicas de las murallas se escucharon. Desvió la mirada hacia el lugar unos instantes tan solo para ver a orcos que dirigieron miradas cargadas de desprecio a los renegados y fieles que allí se encontraban. Murmuró unas palabras a la vez que cerraba los dedos en torno al objeto y, en un parpadeo, desapareció.
La Dama Oscura tenía otros planes para los verdaderos fieles.