Recibí un aviso del doctor Alexander J. Williams. Debía reunirme con él en su laboratorio (no revelaré la ubicación para proteger la privacidad de sus trabajos) y era fundamental que llevara la cabeza cortada de Thomas Ford, que el propio Doctor me había entregado semanas antes. Con gran curiosidad, me puse en marcha, y en pocas jornadas había llegado. El doctor me recibió y me guió hasta su mesa de trabajo, donde colocó la cabeza y conectó una serie de instrumentos que yo, un Renegado que no se ha formado en estos asuntos, no comprendo ni entiendo su funcionamiento.
Al parecer, de lo que pude entender entre toda la jerga científica, el doctor pretendía aprovechar la energía del rayo para hacer ‘’volver a la vida’’ la cabeza, aunque fuera por un tiempo. Para mi sorpresa, aunque no para la del doctor, que estaba muy seguro de su éxito, el experimento funcionó. La cabeza de Thomas recibió una descarga y, entre balbuceos, agonía y movimientos descontrolados de sus ojos, parecía que estaba viva (o algo así, al fin y al cabo, ¿qué es la vida y la muerte?).
La parte más sorprendente (y útil) del trabajo del doctor fue el hecho de que la cabeza era capaz de responder, de manera casi ininteligible, a preguntas simples, por lo que pudimos averiguar que el trol zandalari, ese tipo tan extraño, no había sido el culpable del asesinato de Thomas.
El doctor no paraba de tomar notas en un cuaderno y de murmurar cuestiones sobre ajustes, pruebas y, como una idea que le obsesiona, algo sobre la superioridad racial de los no-muertos frente a todos los vivos. Por mi parte, estoy de acuerdo con esta idea del doctor, y considero que sus experimentos son importantes para demostrar de una vez por todas al mundo algo que, por otra parte, ya era evidente.
Sin embargo, a los pocos minutos la cabeza comenzó a moverse de manera descontrolada. El doctor me advirtió de que debíamos alejarnos. Corrimos a cubrirnos tras unas cajas y segundos después escuché una explosión. La cabeza había explotado por el trato recibido durante el experimento. Pero lo importante, para mi, había quedado claro: podíamos interrogar a nuestros enemigos, al menos un breve tiempo, incluso después de haber muerto. El doctor seguía hablando de la importancia científica de este descubrimiento para los no-muertos.
Acordando con Alexander traerle todos los sujetos de pruebas que fuera posible, partí de vuelta a mi refugio.
Días después me reuní de nuevo con el doctor Alexander J. Williams en el lugar habitual, donde tuvo lugar una breve discusión en torno a cuestiones estratégicas de la organización. El doctor manifestó un gran interés por una receta que se encontraba enterrada cerca, en la tumba de un antiguo alquimista, y me guió hasta el cementerio
La búsqueda de la tumba correcta parecía eterna. Ningún nombre coincidía con lo que buscábamos, por lo que decidimos entrar a la cripta, y finalmente dimos con ello. Mi curiosidad me llevó a preguntarle para qué era la receta. Su respuesta me sorprendió: se trataba de un repelente contra los no-muertos. ¿Para qué demonios quiere el doctor algo así? Debimos destruirla, pero, al parecer, tiene un valor científico interesante.
Sin embargo, su alegría duró poco, ya que en la receta se especifica la necesidad de utilizar la Luz como componente, algo que pareció desilusionar al doctor.
Con la búsqueda concluida, encargué una tarea al doctor: capturar de una vez por todas a la sabandija goblin, es decir, a Tequeño. Para dar con un tipo tan escurridizo le propuse un plan: debería colocar carteles por las principales zonas de Durotar, que es por donde vaga ese insecto, ofreciendo una suma de dinero escandalosa a cambio de un ingrediente alquímico raro (e inexistente, para evitar que algún comerciante honesto pudiera ofrecerlo realmente). El goblin no podría resistir la tentación de tratar de estafarle, y entraría en contacto con él. Y así fue.
Por lo que me contó Alexander, se reunieron una noche en la taberna de Trinquete. El goblin parecía profundamente obsesionado con conseguir la bolsa de oro que Alexander llevaba. Además, de nuevo, de manera inesperado y no sé cómo, el trol zandalari apareció en escena de nuevo. No me fío de él, pero por ahora nos ayuda, así que, al menos por ahora, es suficiente.
El goblin guió al doctor y al trol a un acantilado, donde desenterraron una caja que, supuestamente, contenía el raro ingrediente. Tequeño exigió contar el dinero antes de entregarle la caja al doctor, ante la mirada impasible del trol. El doctor accedió. Se acercó y le dio la bolsa con el oro. El goblin quedó totalmente centrado en la tarea de contar el dinero, sin darse cuenta de que el doctor deslizaba de su cinturón a la mano una poción del sueño, que arrojo sobre la cara del goblin.
Entre gritos, el goblin comenzó a frotarse la cara con los ojos cerrados. El oro cayó al suelo, el doctor reía y el trol miraba. Tequeño desenfundó su pequeño cuchillo y empezó a dar cortes al aire sin ver nada, alcanzando, por pura suerte, la mano del doctor, haciéndole un corte y obligándole a tirar el vial al suelo. Sin embargo, la poción hizo su efecto y Tequeño pronto cayó en un sueño que tan solo duraría unos minutos.
El trol y Alexander se apuraron para atarlo y subirlo al carro del doctor. Debían llevarlo ante Sanders para ajusticiarlo y acabar, de una vez por todas, con esta amenaza.