PARTE 1
La Suma Inquisidora Teslyn, regente de Sangre Umbría, caminaba por pasillos vacíos y grandes cámaras huecas, absorta en sus cavilaciones. En la vacuidad de la fortaleza, todo cuanto podía escuchar era el eco lastimoso de su propio andar; pero no hacía mucho que aquellas mismas salas habían rebosado vida y alborozo, y que habría tenido que vestir una expresión dura para que tanta algarabía no llegase a oídos de la Dama Umbría.
Nada de eso importaba ahora. En los últimos meses la fortaleza se había ido vaciando de esbirros. Los primeros en desertar habían sido gravemente amonestados por Shiannas, arrojados a una celda oscura para nunca más ser vistos. Pero a medida que el tiempo pasaba, la Dama Umbría se había vuelto permisiva, enclaustrada en sus aposentos donde gobernaba junto a la pereza y la desidia.
A la Suma Inquisidora Teslyn le parecía que Shiannas se había resignado. El motivo de su abandono se le escapaba, y aunque intuía que la Dama Umbría se había enfrascado en alguna investigación trascendente, sospechaba que había algo más entre bastidores.
A falta de su auténtica líder, Teslyn había asumido el control de los estertores de Sangre Umbría. Se había esforzado por estar a la altura, como antaño, pero estos eran tiempos difíciles, de cambio, y en las largas noches de vigilia volvían sus demonios, la inseguridad y la duda, a depredarla.
Alcanzó la sala del trono, vacío desde hacía semanas, y se plantó frente al podio. Los guardias que lo guardaban habían desaparecido hacía tiempo. Los criados encargados de mantener el brasero encendido se habían desentendido al poco. Observó en silencio, domeñada por una extraña melancolía, y subió los peldaños, parándose frente al asiento de hierro forjado.
¿Lo anhelaba para sí misma? No; se sabía merecedora de él, pero no lo codiciaba. Su mirada se endureció al deslizarse por las púas que sobresalían del respaldo. A diferencia de Shiannas, Teslyn veía el trono por lo que era y no por lo que representaba. Estaba más allá de la vanidad del poder.
Bordeó el trono hasta los aposentos de la Dama, cerrados a cal y canto. Por primera vez en mucho tiempo, tiró del picaporte y llamó.
El silencio se acentuó aún más si cabe.
Esperó, inquieta, pero no desistió. Volvió a llamar.
Y entonces sucedió el milagro: una voz cansada contestó desde el interior.
—Adelante.
La puerta de doble hoja se abrió lo justo para que la Suma Inquisidora de Sangre Umbría pudiera deslizarse al interior de la estancia. Lo que halló al otro lado la conmocionó profundamente. De la mujer a la que respetaba, nada sobrevivía salvo una parodia: la melena azabache caía como un huracán por la espalda famélica, el vestido negro rasgado suplicaba un remiendo a gritos, las piernas flacas apenas podían con el peso de los años.
Corrió hasta Shiannas, temiendo que pudiera desplomarse de un momento a otro. La Dama Umbría le dedicó una mirada hosca.
—¿Qué te ha sucedido? —Inquirió la Inquisidora, incapaz de disimular el estupor y el susto.
—Estoy más cerca que nunca de desentrañar el Gran Misterio, Teslyn —murmuró la Dama —. Y como consecuencia disfrazada de azar, mis poderes han declinado. El Destino no piensa desnudar tan fácilmente sus secretos, me temo.
Teslyn levantó la mirada hasta la pared que observaba la Dama Umbría: Shiannas había empapelado el cuarto con páginas arrancadas de grimorios, fórmulas arcanas, runas profanas e inscripciones que identificó como símbolos de numerología. Aquel mosaico no significó nada para la Suma Inquisidora, pero Shiannas parecía convencida, extasiada.
—Sin embargo —continuó la Dama—, presiento algo en el horizonte. Algo que se mueve al margen del Destino. El velo se debilita, ¿comprendes? La oportunidad se nos presentará antes de lo que crees. La oportunidad de romper la Lógica del mundo y escapar al destino.
Teslyn echó otro vistazo alrededor, confundida y recelosa a partes iguales. La pieza fundamental del mosaico, en torno a la que se vertebraban todas las demás composiciones, representaba algo parecido a un esquema de seis puntas, donde figuraban los principales tipos de magia conocidos por ella: arcano, vil, sombra, sagrado, naturaleza y nigromancia. Inspiró hondo a pesar del olor a cadáver que gobernaba allí dentro.
—Puede que haya preocupaciones más urgentes en el horizonte, mi señora —comenzó Teslyn, cuidando cada palabra antes de permitirse susurrarlas —. El caos reina más allá de nuestra guarida. Un poder ancestral y oscuro ha despertado y amenaza el mundo. Muchos han enloquecido en este tiempo, y nuestras filas son cada vez más prietas. No sé cómo guiar a la Familia en estos tiempos oscuros. Te necesitamos.
—¿Me necesitáis? —repitió con sorna —. Me necesitáis… —dudó, su voz se quebró —. No. No. ¡NO! Me necesitáis más de lo que sospechas. Pero no ahora. Todavía necesito respuestas. Debo cortejar al Destino antes de conseguir desnudar sus secretos. Hasta entonces, no puedo perder el tiempo en preocupaciones mundanas.
Los ojos de Teslyn se empañaron. En otra época tal vez hubiese llorado por la pérdida de aquella mente brillante que había sido la Dama Umbría. Pero ahora, ahora simplemente lloraba por la impotencia, la frustración.
—Cada día somos menos, mi señora —trató de insistir —. Si no nos ayudáis ahora, tal vez no quede nada a lo que ayudar cuando llegue el día que habéis profetizado.
Los ojos de Shiannas se encendieron como dos hornos.
—Fuera de mis aposentos. ¡AHORA!
Teslyn se apartó de golpe, como si le hubiese picado una serpiente, y corrió de vuelta hasta el trono. La puerta de sus aposentos se cerró a sus espaldas con un estruendoso crujir de la roca. En el solitario silencio que se había adueñado de la fortaleza, su eco tardó un rato en morir.
La Suma Inquisidora contempló el trono, tentada. Se sabía merecedora de él, pero no lo codiciaba. Todo cuanto anhelaba era preservar la Familia. ¿Podría aquel trono proveer a la Suma Inquisidora del poder simbólico necesario para llevar las riendas de Sangre Umbría? ¿Estaría ella preparada, por fin, para ceñir la corona y convertirse en aquello de lo que Shiannas había renegado?
Acarició el reposabrazos y se mordió el labio. Salvo por la ermitaña en la que se había convertido su señora, estaba sola en la fortaleza. Nadie podría oponerse a ella. Ni siquiera los demás líderes de la Orden se atreverían a cuestionar su legitimidad como líder de la Familia.
Cerró los ojos y puso orden a sus pensamientos.
Tomó una decisión.
Abrió los ojos, una determinación renovada brillaba en sus iris. Se dio la vuelta y se sentó en el trono. Observó la sala vacía a los pies del podio, los braseros apagados y las banderas y blasones que había mordisqueado el tiempo.
—Salve la Dama Umbría —murmuró entre dientes, acomodándose a su nuevo asiento —. Salve Teslyn Lae’thir.