El Regreso del Sumo Arconte

Desde el momento en el que mis pies desnudos tocaron el frío, y áspero suelo supe que el retiro había concluído. Que el eterno descanso me había sido negado y que caminaba una vez más en sus reinos y planos. Luego, solo negrura. Nuestra existencia es arrojada a la realidad desprovista de sentido o propósito y por norma general nos basta con decir que esto sucede solo una única vez en lo fugaz de nuestro tránsito por el mundo: al nacer. Irónico me ha resultado intentar huir de la existencia, fundirme con el cosmos pretendiendo que nunca he estado, huir de la vida y que ésta me escupa a la realidad, al frío… a la roca. Volver a nacer, no una sino dos veces.

Allí estaban todos ellos. Mis hermanos, quienes aun después del tiempo y el espacio en blanco que supuso mi ausencia en sus corazones, seguían siendo fervientemente leales. Veía el brillo y la ambición en sus ojos. Veía la avidez con la que mastica un lobo en sus miradas, pues no sólo me veían erguirme, también veían su futuro renacer. No he tenido estómago para sentirme molesto por ver mi descanso pertrubado. Por el contrario, en mis entrañas sabía que se los debía, especialmente a Valzanaar, mi siempreterno hermano. Condenar una amistad de centurias por un desacuerdo político no es algo que haya estado jamás en nuestros planes. Los hermanos pelean, pero siempre tienen la obligación de reconciliarse.

La meditación prolongada, la exposición al vacío y las energías involucradas en mi viaje habían hecho mella en mi cuerpo. Sabía que tardaría días en recuperarme. Cualquier evento, sueño o manifestación acaecida en los últimos tres años no fue más que volátil sombra y mente operando al unísono como dos melodías en conjunción y armonía. Mi cuerpo ha estado fuera de esa ecuación, y se sentía torpe y en desuso. Me sentí tremendamente vulnerable y las carcajadas resonaron crueles en mi mente una vez volví a pisar Telogrus. Me lo habían advertido.

“Tu mente no lo soportará, si lo hace tu cuerpo.” “Es una locura.” “Morirás.”

En aquel entonces me pareció una decisión acertada y consecuente. “Sino un mártir, un pionero” pensé. Ahora, sintiendo el dolor de cada movimiento, tengo mis reservas. Quiero pensar que no todo ha sido en vano, no obstante. Cualquier circunstancia, sea favorable o perniciosa, supone cambio sino experiencia. Mi esencia ha cambiado durante el viaje así como lo ha hecho mi mente. Aún ignoro a qué nivel, pero eso es algo que confío el tiempo se encargue de revelar.

Lo vi en sus ojos. Ellos querían preguntarme, temerosos y sólo unos pocos fueron lo suficientemente atrevidos. La experiencia, la entrega al Vacío. ¿Cómo explicar que es imposible expresar el cambio? Que los límites del lenguaje hacen de cualquier intento de enseñanza o visualizacion algo fútil. Una exposición prolongada en el Vacío cambia la esencia misma de el “cómo” existes, de el “cómo” caminas por el mundo. No hay palabra en lengua élfica o humana para expresar la magnitud de la transformación ni el resultado. Otrora habría puesto excusas o habría sido vago. Es más fácil evadir y sortear las preguntas que no parecer estúpido sobre algo que has experimentado. ¿Pero cómo hacerlo cuando te faltan las palabras? Ni el Alto Magister ni el Sumo Arconte tienen todas las respuestas, y mientras la guerra cosmológica se cierne sobre los cimientos y la fábrica misma de la realidad, no puedo sino asentir a lo insignificante que somos. A lo ignorante que he sido.

El Culto no es sino una extensión de la voluntad de estudiar y entender la energía de la Sombra y el Vacío. Con mi regreso queda patente que nuestro deber no ha terminado ni mucho menos mis propias ambiciones.

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Que maravilla. De 10 compañero.
Espero leerte mas a menudo :pray:t2:

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¡Qué bueno tenerte de vuelta!
Un fuerte abrazo

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La mirada de Kracius atravesaba a la Ren’dorei, como si pudiese ver a través de ella, se acordaba de esa característica del Sumo Arconte, pero hacia tanto tiempo desde la última vez que sintió aquello.
-Así que es verdad, has vuelto…- hizo acopio de todo su valor que no era poco para no gritar, para no llorar, para no decirle tantas y tantas cosas que habían pasado, que ella habia pasado, que ella habia sufrido…., sin embargo se contuvo, al fin y al cabo, era una buena nueva el recuperar a un ser tan especial como era el primer Arconte del Culto de las Sombras.

-El primer Arconte…- pensó, ¿en qué lugar la dejaba a ella? En los últimos años del Culto habia sido ella la que habia guiado su camino, es más debido a su ostracismo, a su aparente desaparición el Culto había realizado una serie de descubrimientos acerca del Vacío que muchos de enterarse ansiarían por encima de todo. -No en vano el conocimiento es poder- se repetía continuamente.

Ella el Arconte actual del Culto, ella que había sufrido, que había mentido y engañado, que había sangrado para posicionar el Culto donde estaba actualmente, que papel tendría en el nuevo/viejo orden?

Con decisión arrojó el gemelo del Báculo de Kracius que ella portaba sobre la mesa que los separaba, el sonido metálico que resonó en el Sagrario hizo que cerrase los ojos como si ese acto en principio tan banal le costase la vida.

-No voy a necesitar esto…- un suspiro escapó de su pecho al ver el bastón inanimado sobre la fría madera, levanto su vista de nuevo y se encontró con los ojos negros como ala de cuervo de Kracius que seguía sin articular palabra.

Sin embargo había mucho que decir, el encuentro fue tenso cuanto menos, y para ella lo menos importante eran las palabras, lo importante eran los gestos, las intenciones, el lenguaje corporal.

Puntualmente su atención se fijaba en Radclife, el imponente Huarguen “guardaespaldas” del Arconte, una finalidad que llevaba cumpliendo desde el inicio del Culto, lo había sido de Kracius, de Baem´Thas (el segundo Arconte, del que ya apenas quedaba sino un vago recuerdo) e incluso de ella misma, aun sabiendo que la lealtad del licántropo estaba muy clara, su sonrisa y su mirada de suficiencia era prueba de ello.

Echando la vista atrás se daba cuenta que no había sido un Arconte al uso, ella había sido la primera que no había sido designada, al contrario, algunos la habían acusado de “usurpar” el puesto ante la desaparición de Baem´Thas, tal había sido así, que parte de los miembros del Culto habían decidió abandonar a la familia antes de seguirla a ella. Su puesto, su rango y su capacidad de liderazgo habían sido puesto a prueba un día si y otro también, y siempre había salido victoriosa, no era nada que la cogiese por sorpresa.

Se había mostrado inflexible, inaccesible en alguna ocasión, pero teniendo siempre en cuenta las tres principales virtudes que regían la conducta de todo miembro del Culto, “respeto, tenacidad y poder”, aquellos que por lo que fuere no acatasen estas sencillas normas fueran o no del Culto no tendrían cabida en él, fuera quien fuera. Esto no la había echo popular entre los suyos, y excepto en algún caso que otro no podía confiar en la lealtad de muchos de los miembros del mismo, algo a lo que también se había acostumbrado.

Aun así, sus órdenes habían sido obedecidas, su indicaciones atendidas y sus deseos satisfechos, no en vano era el Arconte, pero lo era realmente?, ¿lo era teniendo a Kracius delante de ella? ¿Lo había sido alguna vez?

La duda cruzo su mente por un segundo, por un segundo titubeo, por un segundo le flaquearon las piernas y por un segundo le palpito el corazón, un segundo que duro una eternidad.

-Mi nombre es Keliahaganar Sombraluna-, dijo finalmente, soy y seré por siempre el Arconte del Culto de las Sombras…- su tono de voz era profundo y firme.

Acercándose a Kracius elevo su diestra hasta el mentón del elfo y dijo en apenas un susurro, -“Honra de nuevo el título Kracius, hazlo como lo hice yo en su momento y todo estará bien…”- después y como un susurro, el mismo empleado ante el Sumo Arconte se dirigió hacia la salida del Sagrario.

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Habiendo transcurrido tanto tiempo desde que tuvieron contacto por última vez, le sorprendió recibir una misiva de una vieja amiga, informándole de las últimas novedades tanto respecto a su vida personal como respecto a los últimos movimientos de un grupo que Mornin conocía muy bien.

El Culto de las Sombras… multitud de recuerdos regresaban uno tras otro, arremolinándose en su cabeza en un amalgama de imágenes, sonidos, rostros y nombres conocidos. Habían pasado buenos momentos allí, sin ninguna duda; tener noticias sobre sus antiguos compañeros era motivo para alegrarse.
Volvió su mirada hacia Baladre, quien como siempre, estaba atendiendo en su sastrería de Ventormenta. Una vez sus clientes abandonaron la tienda, la elfa se acercó en pocos pasos a él, tendiéndole el pergamino con una media sonrisa.

—Una carta. De Anabelle — atajó, antes de que el ren’dorei tuviera tiempo siquiera de empezar a leer.
—¿De Anabelle? Ni siquiera recuerdo la última vez que la vimos — contestó él, pasando su mirada rápidamente por el escrito.
—Yo sí. Hace dos años, más o menos — resuelta, la mujer se apoyó contra la pared, sacando la pipa de su faltriquera y dando una suave calada —, el Culto vuelve a estar en activo, querido.

Los dos intercambiaron una mirada tras esas palabras, sabiendo lo que significaban. Ahora que habían finalizado sus asuntos y que la guerra también había encontrado una resolución, nada les impedía reunirse con ellos, más aún después de haber leído el contenido de la carta.

Parecía que iba siendo hora de hacer una pequeña visita al sagrario.

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