Jarukan: Sendero de paga

SENDERO DE PAGA
Escrita y dirigida por Ucer

“Será un trabajo fácil”

El sol de mediodía de los Baldíos azotaba sin piedad al trol y a su compañero goblin mientras caminaban más allá del Viejo camino del Oro.

“Dinero asegurado”

El goblin limpiaba su pistola distraídamente mientras que el trol, cubierto con una capucha negra que lo protegía del calor del sol y de miradas indiscretas, vigilaba de reojo los alrededores. Nadie los seguía. Tal y como se suponía que debía ser.

“Ni siquiera tendremos que montar jaleo”

Las palabras de Ga’yo resonaban en la mente del trol.

“Colega… Esta es la nuestra”

El Jefe en persona se había reunido con el goblin. No había estado presente durante la conversación, pero sabía que si Rajazo en persona tenía interés, es que tenían entre manos algo gordo.

—Este calor va a achicharrarme…

Ga’yo rompió el silencio sin apartar la mirada de su arma. Jarukan solo le miró como respuesta.

El goblin sonrió y se guardó finalmente su arma en su cinturón, como si el silencio de su compañero fuera la respuesta que imaginaba.

—Esa capucha tuya ¿No te da calor? —Ga’yo se reajustó su sombrero, mirando de reojo a Jarukan

Una vez más, la única respuesta fue la leve brisa cálida de la sabana sobre la escasa vegetación.

Frunció el ceño y negó para sí esta vez, pasando su mirada hacia un árbol seco el cual apenas hacía una calurosa sombra al lado del camino.

—Parece que hemos llegado. Toca esperar.

Ga’yo llegó hasta la sombra del árbol y se apoyó en este.

El trol miró el árbol, como si buscara algún tipo de marca que lo hiciera especial, y luego miró a su alrededor. Todo el terreno era llano. Apenas había rocas o colinas, y no había nadie. Si alguien venía, les verían a varios kilómetros de distancia.

Volvió a mirar al goblin sin decirle nada.

Ga’yo se quitó su sombrero mientras parecía relajarse en la sombra, aunque la mirada del trol le hizo recelar.

—Si tienes que decir algo, dilo.

—Eres tú quién debería de decir algo —Jarukan frunció el ceño mientras respondía.

El goblin soltó una carcajada.

—¿Estás molesto porque no te he contado todo? Ya sabes que no puedo contar todo lo que el Jefe me dice en persona.

—No me has contado nada —El trol enfatizó su molestia

El goblin negó y comenzó a darle vueltas distraídamente a su sombrero.

—Solo lo esencial. Una simple escolta. Nada de lo que preocuparse colega.

Jarukan gruñó por lo bajo y apartó la mirada. Ga’yo continuó hablando al ver el gesto.

—Vamos colega ¿Crees que te ocultaría algo? Somos tú y yo. Nunca te la jugaría. No te habría llamado si no confiara tanto en ti como en mí mismo —Sonrió cambiando la mirada hacia el horizonte sur —Además, estás a punto de saber todo lo interesante.

Al escuchar eso, Jarukan se giró hacia donde Ga’yo miraba, y como si fuera un diminuto insecto, atisbó lo que parecía un carro en la distancia.

Iba a paso lento, y en cuanto se acercó más, el trol se percató de que no era un carro, sino una caravana. Tirada por un par de caballos, y con bastante equipaje acoplado.

Frunció el ceño viéndola acercarse. Cuando estaba apenas a unos cientos de metros, ya era inconfundible. La caravana debía de ser humana. Tenía un aspecto destartalado y parecía haber pasado por bastantes penurias. Una talla con el inconfundible emblema de Lordaeron, carcomido y algo despintado por el sol, coronaba el vehículo.

—¿Tratos con humanos? — Jarukan no apartó la vista de la caravana, atento de cualquier individuo que saliera de ahí — La Horda podría liárnosla si se enteraran…

—Pues que no se enteren.

Jarukan gruñó de nuevo por lo bajo y posó una de sus manos en la empuñadura de su machete.

La caravana frenó despacio en cuanto se acercó a ellos, y una vez los caballos pararon, relinchando quejumbrosos por el calor. El humano que se sentaba en el asiento del conductor se bajó.

No llegó a tocar el suelo y el trol ya lo había observado de arriba a abajo.

Era un hombre, algo bajo, escuálido, con unas ropas que parecían haber sido confeccionadas para alguien importante, pero que en él casi daba la sensación de haber sido robadas por un vándalo, dado el estado tan sucio y deplorable en el que se encontraban.

Un sombrero raído cubría la cara del humano, aunque en cuanto se acercó, se lo quitó, mostrando su rostro.

No era un hombre, era un niño.

Ga’yo no pareció sorprenderse de aquel joven que no debía de superar los quince años.

El joven miró a ambos, algo asustado, y habló.

—¿Sois… del Callejón?

—Y tú eres quien necesita nuestra ayuda parece ser. —Ga’yo sonrió mostrando sus afilados dientes al ver como su respuesta hacía una mezcla de alivio y miedo en el humano. —Bueno ¿Dónde está la pasta?

El joven asintió nervioso y se giró corriendo hacia el asiento del conductor de la caravana una vez más, cogiendo un cofre de tamaño considerable.

Dejó el cofre delante suya, en el suelo.

—Aquí está… Sé que no todo es oro como tal, pero las gemas y las reliquias de mi familia deberían de… bastar.

—Ábrelo —Dijo Jarukan secamente.

El joven casi pareció que se encogiera ante la orden de Jarukan. Claramente tratar con un goblin se le hacía más sencillo que tratar con un trol.

—S-sí señor…

En cuanto el cofre se abrió, el sol iluminó un gran número de monedas, piedras preciosas, y objetos que, a ojos de Jarukan, valía una fortuna.

Se acercó para mirarlo bien, pero un pensamiento le pasó por la mente, mirando de reojo a Ga’yo.

—A quién tenemos que escoltar…

Aunque el trol centraba su atención en el goblin, el joven respondió sin preámbulos.

—A mi familia.

—¿Tu familia? — Miró a la caravana. —Por qué los humanos no los escoltarían. Qué tienen de especial…

El joven miró nerviosamente a la caravana.

—Porque… ya no son humanos…

Jarukan entornó los ojos.

—Muertos… —Jarukan casi lo soltó en un susurro.

El joven se apresuró a responder tratando de tranquilizarlo.

—Los traje a escondidas desde Lordaeron, no podía abandonar a mis padres ¡Pero la Horda cuenta con no muertos entre los suyos! ¡Necesito llevarlos con ellos para que tengan un lugar donde vivir!

Ga’yo se acercó al cofre y empezó a inspeccionarlo mientras escuchaba la conversación de fondo.

—¿Son dos? —Jarukan se acercó a la caravana mientras preguntaba, buscando alguna ventana para ver el interior.

—Sí, solo son mis padres…

Se acercó a una de las pequeñas ventanas cubiertas con barrotes. El interior estaba oscuro, apenas daba sol en el interior. Trató de acercarse un poco más en busca de los dos no muertos, y como si fuera un golpe de suerte, un pensamiento surgió en su mente. “Barrotes”.

Se alejó justo a tiempo para evitar que una mano descompuesta lo agarrara a través de los barrotes.

Un grito gutural surgió del interior al no haber podido alcanzar a su víctima, y pronto lo acompañó un segundo.

Jarukan entornó los ojos y finalmente vio lo que había dentro. La piel de los cadáveres estaba totalmente podrida, y los huesos, retorcidos y astillados, sobresalían como si fueran pinchos del interior.

Miró al chico y le espetó.

—No son no muertos ¡Son necrófagos!

El humano negó, como si no entendiera lo que le decía.

—¡No! ¡Son no muertos! Solo están… un poco nerviosos…

—¡Ga’yo! Tenemos un problema.

Ga’yo apareció con un rubí en la mano, poniéndose entre ambos.

—Que sean no muertos o necrófagos no es un problema. El auténtico problema es otro…

Tanto el trol como el humano miraron al goblin confundidos.

—Chaval… —El goblin negó con la cabeza, levantando el rubí —Tus reliquias y gemas son falsas.

Al decir eso, estrujó la gema y esta se descompuso como si fuera arena.

— ¿¡Qué?! — El joven abrió los ojos de par en par al ver eso. —¡P-pero si… es la fortuna de mi familia…! ¡No puede ser falsa!

Ga’yo tiró el supuesto rubí al suelo.

—No toda es falsa, pero no es suficiente para pagarnos por llevar a esos necrófagos a donde sea.

El humano recibió esas palabras como si hubieran sido una puñalada.

—N-no… ¡No! ¡M-mis padres n-no son necrófagos, y mi fortuna no es falsa!

Corrió hacia el cofre y miró las gemas. Ga’yo había roto algunas reliquias mostrando que, efectivamente, eran imitaciones de alta calidad, y había hecho algunos agujeros en gemas para ver que la mayoría, en efecto, eran falsas.

Jarukan frunció el ceño. Todo el camino para nada.

Ga’yo se dio media vuelta.

—El clima de Lordaeron mantiene esas baratijas protegidas, pero los Baldíos derrite muchas imitaciones. Chico, tu familia muerta era una farsa. Acéptalo y lárgate.

El humano negó arrodillado frente al cofre, casi lloriqueando.

Jarukan se dio media vuelta y se acercó a Ga’yo para irse, pero un grito del joven hizo que ambos se pararan.

—¡No! ¡Mi familia no es una farsa! ¡Ni mis padres son necrófagos! ¡Y aquí hay suficiente para pagaros! ¡Hay suficiente oro! ¡Y piedras preciosas! ¡Y gemas mágicas! ¡No podéis abandonar a mi familia!

Ambos miraron como el joven, patéticamente, rebuscaba entre el cofre, desesperadamente.

—Para chaval. Das pena —Espetó Ga’yo sacando su pistola y disparando al suelo cerca del joven para que parara.

—¡No, no! —Se cubrió la cabeza ante el disparo, pero desesperado, volvió a ponerse a rebuscar.

Jarukan resopló mirando a Ga’yo.

—Estamos perdiendo el tiempo. Vámonos de aquí de una vez. Estoy cansado de necrófagos y farsas humanas.

El joven, desesperado al escuchar a Jarukan de nuevo, metiendo el dedo en la yaga, metió ambas manos en el cofre y agarró todo lo que pudo, como si de alguna forma, su desesperación pudiera hacer que encuentre algo mucho más valioso.

—¡Mis padres no son necrófagos! ¡Y la fortuna familiar es auténtica!

Casi como si fuera una respuesta a las súplicas y desesperación del joven, una de las gemas que agarró, oscura como un abismo, comenzó a brillar.

Durante un instante, las lágrimas del joven se aclararon, viendo una luz al final del túnel, pero sus pensamientos se disiparon en cuanto el brillo obsidiana de esta se intensificó sin previo aviso.

Jarukan y Ga’yo dieron un paso atrás en guardia por el repentino destello, y antes de saber qué había pasado, vieron al joven, tirado en el suelo, agonizando, sin un brazo.

No había sangre, y la herida era prácticamente un corte perfecto. Casi parecía que parte de él mismo había, simplemente, desaparecido de cuajo.

No sabían qué había pasado. Ni siquiera había sonado nada. Ni una explosión. Nada.

—Al final resulta que sí había algo de valor… —Ga’yo se acercó con precaución mirando al chico.

—No va a sobrevivir mucho tiempo con esas heridas…

El joven parecía fuera de sí. Aún seguía vivo. Respiraba. Pero sus ojos miraban a la nada.

Ga’yo sonrió una vez más, mostrando sus afilados dientes.

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

—No podemos volver con el jefe con las manos vacías, y esto pronto estará abandonado.

—Y su familia podría ayudarle…

Ambos se miraron, y asintieron.

Arrastraron al agonizante humano a la parte trasera de la caravana y abrieron las puertas.

Los dos necrófagos por un instante se encogieron por la repentina luz del exterior.

El trol tiró al agonizante joven, y Ga’yo cerró las puertas.

—Una familia feliz… —Dijo tras una carcajada mientras escuchaba como los necrófagos saltaron dentro de la caravana.

No hubo gritos por parte del humano, solo el sonido de la carne siendo desgarrada.

Se acercaron al cofre y vieron la extraña gema negra que había provocado lo que sea que hubiera pasado.

Ga’yo acercó su mano para cogerla, pero Jarukan cerró el cofre de golpe.

—No vamos a repetir accidentes.

Ga’yo frunció el ceño un momento, pero luego sonrió.

—Cubriéndome la espalda como yo te la cubro a ti ¿Eh?

El trol cogió el cofre y medio sonrió.

—Exactamente…

Ga’yo miró al sol rojizo, próximo al crepúsculo.

—Somos tú y yo, colega…


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