Había llegado a Azeroth y el vacío le reclamaba, lo que antaño eran susurros ahora gritaban, la cabeza le estallaría en cualquier momento, debía hacer algo, y buscó en el lugar en elq ue estaba, era un recinto diáfano con varios pergaminos tirados por el suelo, la mayoría roídos por la humedad y el tiempo. Uno de ellos llamó su atencción, tenía un símbolo, un triskel, tres remolinos unidos que formaban una sola figura. Visualizó la imagen y la repitió en su mente, recorría cada curva, cada línea trazada en el dibujo, y eso le trnasmitió paz.
PAsados unos minutos, gracias al dibujo y a la imagen, había conseguido serenarse, ahora los susurros se alejaban y se conseguía centrar en su momento, en aquel sitio humedo y diáfano iluminado por fluorescencias naturales que emitían los grabados en las paredes.
Encontró algunos ropajes que poco le revían pero al menos le tapaban, consiguió acostumbrarse a la tenue luz azulada, casi lunar, que emitían los grabados, que parecían brillar con un último estertor de vida.
Siguiendo los símbolos llegó hasta una mano de plata. Una gran mano de varios metros se alzaba ante el, tan finamente labrada que casi sería pecaminoso tocarla. ABsorto quedó en varios minutos hasta que volvió en si y supo oir a lo lejos en un corredor, el ruido del agua. Sin pensarlo dos veces acudió a la llamada, hacía una década que no tomaba aguas cristalinas como las de Azeroth. Sus pasos resonaban en el eco de la galería, que le condujeron hasta otra estancia diáfana que contenía una entrada de agua desde el exterior. Bebió hasta artarse y allí mismo decidió esperar. Si había pasado una década viviendo en el vacío, podía pasar una noche allí, al menos con los ropajes viejos podía improvisar un futón que, en comparación a la dura roca de la falla, le haría parecer que dormía en una nube.
Cuando despertó casi de un brinco, se preparó, sabía lo que tenía que hacer y sabía que correría riesgos, pero pasara loq ue pasara al menos estaba en su mundo.
Se quedó con la ropa indispensable, sin tener en cuenta temperatura o estación del año que hiciera fuera de la gruta, y se lanzó al agua. Las tallas brillaban bajo el agua, más tenuemente, pero le servían como guía, conducían a través de un canal que bajaba. El aire le apretaba en los pulmones y ya le quedaba poco, pero al girar por última vez a la izquierda consiguió ver algo hermoso.
Bien era cierto que Aithor nunca fue creyente de nada que no mereciera la pena o que pudiera demostrar de forma tangible sin llegar a explicaciones enreversadas. Pero aquel brillo, aquella belleza que ahora sabía que había extrañado tanto, fue hacia ella con todas sus fuerzas y tras romper la superficie del agua respiró mientras se deleitaba con su presencia, y una expresión que nadie juraría que diría un Ren´dorei, salió de sus labios casi como el llanto de un recién nacido: Alabada sea Elune.
Estaba a salvo, era Azeroth y podía ver a lo lejos, al otro lado del lago, como brillaba con aquel tono violeta casi rosado, el grandioso crater donde antiguamente residía Dalaran. Nadó hacia la orilla y tras diez años, volvió a sentir frío, se acurrucó en la orilla y miró el lago, se cubrió con la ropa que le quedaba y tiritando, sonrió en la oscuridad, estaba helado hasta los huesos y tenía frío, pero estaba en Azeroth, con toda seguridad estaba allí. Al mirar su mano, sostenía aquel trozo de pergamino, aquel que tenía el triskel, lo apretó fuertemente y visualizó en su mente la imagen, meditando y recoriendo cada tramo, serenandose, y así el calor, poco a poco fue volviendo a su cuerpo.
Tardaría semanass en percatarse de la magia tan antigua que estaba usando.