La noche tenía ese frescor característico de principios de otoño, los campos, de un dorado apagado, iluminado por las estrellas era mecido por la brisa, creando una ilusión de paraíso pasajero. Los campos abandonados, y la pobreza general eran la norma en paramos de poniente, pronto la ilusión se desvanecía para dar paso a la realidad. En una de las numerosas granjas se encontraba sentado en una hamaca vieja, que crujía con cada movimiento, un hombre llamado Gerhart. Gerhart vinatela. Y como su apellido indicaba se dedicaba a cultivar uvas para elaborar vino.
Como cada noche, después de una buena jornada de trabajo se sentaba a fumar en su pipa mientras su hijo Gerhart junior y su esposa Mirta le acompañaban en el escaso tiempo del que disponían para dejarse llevar por el descanso. Justo después de la cena y antes de ir a la cama para repetir las exhaustas jornadas. No estaba acostumbrado a ver forasteros por los páramos, y mucho menos a esas horas de la noche, inmediatamente supo que algo iba mal
-Mirta, coge a junior y entra, rápido – Dijo en voz baja mientras agarraba su ballesta, siempre cargada, y la colocaba discretamente en su regazo.
-¡Buenas noches, amigo! ¿Menuda luna tenemos hoy, verdad? –Una figura erguida, de aspecto noble, o al menos acomodado, o así pensó Gerhart, se aproximó a caballo, a un paso lento y deliberado. No podía verla muy bien, pero la voz era claramente femenina, jovial, alegre y con un toque espeluznante que no podía quitarse de encima.
-Buenas noches. – Respondió Gerhart intentando ocultar su recelo. – ¿Que trae a una forastera por estas tierras a estas horas de la noche?
-Solo busco el camino a Arrollo de la luna, y me preguntaba si podía indicarme el camino
-Allí solo encontrará problemas, forastera, sería mejor que fuera a colina del centinela, si quiere conservar sus pertenencias o su vida. A no ser claro está que lleve los problemas con usted.
-Oh, pero yo no busco problemas – rio la mujer. Solo quiero resolver un problemilla sin importancia, un pequeño robo, ¿sabe usted? Unas barras de plata que, casualmente han acabado en paramos de poniente.
-Gerhart agarró la ballesta con fuerza, había oído sobre aquel robo, ¿Quién no por los páramos?
-No quiero problemas… por favor, tengo esposa y dos hijos…
-En absoluto se me ocurriría hacer daño a su familia, señor granjero. –La extraña figura fingió ofenderse, e incluso se llevo una mano al pecho y echó la cabeza hacia atrás, aunque en el tono ofendido, se notaba que en verdad, a la extraña, le parecía divertida la situación.
-Pero apreciaría mucho que me dijerais donde encontrar Arrollo de la luna y evitarme así muchos rodeos por esta… hermosa tierra
-Gerhart no pasó desapercibida la amenaza implícita y de mala gana señaló con el dedo la dirección donde debía dirigirse.
-Muchas gracias, noble granjero, esperemos no tener que vernos… en un tiempo.
-La extraña arreó su caballo y marchó a galope tendido. En ese momento no lo podría haber dicho, pero más tarde cuando entró y abrazó a su familia, tranquilizándolos, Gerhart juraría que la extraña tenía cuernos…
-Tardó un rato en llegar a Arrollo de la luna. El pequeño pueblo estaba en silencio, desierto, salvo un edificio que parecía hacia las veces de almacén y de taberna. Bajó de su caballo, ya no había sentido en esconderse más, ni en ser amable. Desplegó unas alas correosas y musculadas a su espalda, sus manos parecidas mas a garras asían una espada larga de aspecto vil y una maza corta de cuchillas crueles y afiladas. Sus piernas terminaban en pezuñas, y sus ropajes, antes elegantes y refinados, se habían volatilizado para dejar ver una pequeña coraza y piel escamosa y bronceada. Los cuernos, bien visibles refulgían con energía, y los ojos chisporroteaban fuego esmeralda. A pesar de ello entró discretamente, durmiendo con un hechizo a unos porteros con pañuelo rojo. Defias.
Con un pequeño hechizo de invisibilidad se acercó a los presentes, escuchando y observando hasta que consiguiera pistas sobre los ladrones de plata. Pasó bastante tiempo en las sombras escuchando algunas conversaciones interesantes pero otras muchas tremendamente banales. Bien entrada la noche, pudo oír a un hombre de unos cuarenta y tantos por lo que aparentaba jactándose del buen negocio que había hecho, contaba como había sacado un montón de lingotes de plata y como se iba a hacer de oro con ellos, los lingotes estaban sin marcar y podrían ser de cualquiera, pero la descripción coincidía con los ladrones. Así que ella esperó.
Esperó bastante rato, y observó al trio, al más mayor le seguían dos que claramente eran más jóvenes, uno apenas aparentaba dieciséis años, los tres iban armados y con enfundados en una armadura de cuero de aspecto bastante barato y ajado. Y llevaban en la cara sendos pañuelos rojos.
Cuando salieron y se iban a despedir, ella se reveló ante ellos, con las armas enfundadas, más bien como una embaucadora de los cuentos populares
-Buenas noches caballeros de fortuna. – dijo con un tono a medio camino entre la solemnidad y la burla.
Ellos se asustaron al verla, no todos los días se te aparece un demonio en el camino.
-Sé que tenéis una cosita, una cosita que no es vuestra, y la persona que me ha contratado querría devolverla, a ser posible… cuanto antes
-¿ Y qué si tenemos algo robado? Esto es paramos, a nadie le importa un comino de donde venga la mercancía- El hombre claramente estaba algo borracho, pero no dudó ni tembló al desenvainar una daga y sacar su pistola
-Los otros dos envalentonados por su jefe aunque inquietos desenvainaron sendas espadas cortas y se colocaron detrás de su jefe.
-Oh por favor, no seamos incivilizados, volved al redil y entregad la plata, se os perdonaran vuestras pequeñas travesuras, ha sido divertido, pero es hora de volver con vuestros dueños ¿Qué os parece?
-Me parece esto – Dijo el defias de más edad, que procedió a disparar su pistola. La bala de hierro hendió la pared que tenía la demonio detrás de ella no acertándole por muy poquito, lo cual sobresaltó a la mujer e hizo que cayera hacia atrás.
Los tres rieron y el hombre recargó su pistola hábilmente, con la experiencia de un veterano, Cuando la demonio volvió a levantarse, con un furioso aleteo y armas en ristre, el hombre estaba preparado y volvió a disparar, esta vez la maza detuvo la bala pero a consecuencia el arma saltó de la mano de la demonio y fue a parar al suelo con un sonido de metal quejumbroso inquietante. Entonces el hombre cargó con la daga, y la demonio se lanzó con la espada, un entrechocar metálico rechinó en la noche, y pese a que la demonio había combatido en mil y una batallas durante la cruzada de fuego, el hombre que tenía ante ella sabía lo que se hacía, tras una serie de golpes, le consiguió acertar un pequeño arañazo en el rostro. La demonio se enfureció y de un grito y haciendo uso de fuerza demoníaca apartó al hombre de un puñetazo en el estomago con su mano libre. Este trastrabilló hacia atrás soltando la pistola para agarrase su dolorido abdomen.
Ella por su parte extendió la mano hacía él y con un par de silabas crueles que hirieron los oídos, comenzó a sustraer energía vital del hombre, curando el corte de la mejilla, uno de los defias atacó entonces, gritando y asiendo su espada y cargando como un poseso, intentando expulsar el miedo de su interior mediante un grito de guerra. Ella paró el golpe con su espada, haciendo saltar chispas verdes, con un gesto apartó a un lado la espada del joven, que quedo desprotegido y le propinó un zarpazo con su otra mano, apartándolo a un lado mientras el joven defias se agarraba la cara dolorida. El defias mayor se recompuso y volvió a lanzarse contra la demonio, esta vez sin burlas, concentrado, con la tensión de saber que te juegas la vida en el rostro.
Esa determinación sorprendió a la demonio que tuvo que retroceder antes los lances y cuchilladas que arremetían contra ella, apenas si podía parar los golpes, estaba claro que este hombre, no iba a ponérselo fácil, y si continuaba de esta forma, es posible que la derrota le alcanzara, así que le dio un puntapié con la pezuña en la espinilla al defias, después de realizar una finta. El hombre calló de rodillas tras oírse un fuerte crujido cuando el hueso del hombre se partió, ella entonces dio un aleteo fuerte con sus alas para alejarse, y reunió nuevamente maná para un hechizo, aprovechando que nadie le atacó pues estaban o bien presa del miedo o bien incapacitados, lanzó una bola de fuego de un color esmeralda brillante contra el defias arrodillado.
Este inmediatamente estalló en llamas, gritando y agitándose frenéticamente hasta que se tiró al suelo intentando apagar unas llamas que no obedecían las leyes físicas. Estas finalmente agotaron el maná que las alimentaban dejando el cuerpo carbonizado y arrugado tendido en el suelo
El muchacho que aun no había luchado, el más joven de los tres soltó el arma y cayó de rodillas cubriéndose el rostro de miedo, al final no pudo más y revelo donde tenían escondida la plata.
-¿No era tan difícil verdad? –Dijo con la respiración agitada la demonio
La demonio conjuró un demonio para que cogiera el cofre con los lingotes de plata y lo transportara. El abisario no parecía muy feliz de ello.
El mas joven de los tres fue a atender la herida de su compañero con unas vendas, mientras la demonio iba adquiriendo sus ropas y escondiendo nuevamente sus rasgos mas demoníacos.
-ah si, antes de que se me olvide. – Se dio la vuelta
-Permitidme ser la primera en ofreceros mi más sincera enhorabuena por haber vuelto al buen camino, seguro que no lamentareis volver bajo el ala de esa elfa tan encantadora que me ha pagado para todo esto. Una lástima lo de vuestro socio, pero es lo que hay. –dijo desdeñando de una patada el cadáver ennegrecido.
-Aun que aun nos queda un asunto que nos concierne…
-Se agacho y con delicadeza casi maternal, arrancó un dedo y un trozo de tela ennegrecida del cadáver, y con una mirada jovial y una sonrisa alegre en el rostro se dirigió hacia los dos jóvenes.
-Dicen que la tinta con sangre entra, y a demás necesito una prueba, a parte del cofre claro de que habéis sido…advertidos de no repetir esto nunca más, así que si sois tan amables de ofrecerme un dedo y vuestra banda roja…
-Como cada día, al amanecer Gerhart Vinatela salía con su familia sembrar y cuidar sus pequeños campos, él estaba preocupado porque su hijo mayor no había vuelto esa noche, para colmo sabia que frecuentaba malas compañías, y después de la aparición de esa extranjera espeluznante esperaba que no le hubiera pasado nada a su hijo. Lo vio acercándose con la cara llena de lagrimas y salpicada de motitas de sangre, caminando de forma irregular y agarrándose el muñón ensangrentado de una de sus falanges
La demonio entró a la ciudad de Ventormenta con una sonrisa amable y un cofre lleno de plata. Le esperaba una buena recompensa.