Sanders llegó al campamento del IV:7 en Lordaeron encadenado y encerrado en una jaula. Los agentes que lo escoltaban gritaban desde lejos a los guardias de la entrada, celebrando la captura de una presa de este calibre. Atravesaron las puertas. Sanders aguantó estoicamente los insultos y humillaciones de los soldados al pasar a través del campamento.
Trasladado al interior de uno de los edificios, fue guiado a empujones hasta su celda. Con su bastón retirado por la guardia, apenas podía andar. Y cada empujón era una punzada de dolor en su deteriorado cuerpo.
-¿Este es el terrible? ¿Este dirigía a esa panda de asesinos? Aún no puedo creer el mando aceptara indultar al resto a cambio de esta basura cadavérica- el soldado escupió a Sanders cuando este cayó al suelo, agotado.
Dentro, en su celda, solo, podía conservar un libro de los tres o cuatro que siempre llevaba consigo. Eligió ‘‘Estudio sobre la inteligencia de los Renegados: un análisis comparativo con el resto de razas’’, de Alexander J. Williams. Se sentó en el suelo, tratando de acostumbrar su piel al tacto rugoso, y apoyó el libro en el suelo, ya que su manos, quemadas, no podían sostenerlo.
Y así esperó, y esperó, y esperó. Todo iba según lo planeado. El IV:7 pronto recogería el campamento, desmontaría las defensas y comenzaría su traslado a Ventormenta. Mientras tanto, en el Camposanto, las llamas de la revolución ardían más fuerte que nunca. El ocaso del IV:7 en Lordaeron estaba cerca… Sanders comenzó a leer, satisfecho.