Las hermanas Brisaveloz

La muerte de Eleanna no significaba nada para Eilyria, había vivido demasiadas muertes en su vida, familia, amigos, camaradas, enemigos, inocentes… Volvió a la posada con la intenció de cumplir la promesa que le había hecho al cádaver de la maga. El camarero la recibió con un “buenos días, señora” con las marcas aún visibles de la “caricia” del primer día. Eilyria se dispuso a sentarse en una mesa y antes de pedirla ya tenía servida una cerveza helada. La muerte de la maga no le importaba, pero sabía que a Menel sí que le afectaría. No tenía por qué suponer la reacción de la sacerdotisa, ella misma ya lo había vivido. Antes de la Legion, antes de su cautiverio, antes de Illidan… cuando aún era una niña inocente que vivía en Lunargenta.

Ella vivía sola con su madre, su padre había fallecido pocos días antes de su nacimiento por una enfermedad. Todos los días desayunaba con su madre, se vestían juntas y paseaban por la ciudad de camino a la escuela. A menudo en el camino se encontraban con una amiga de la infancia de su madre, la misma que la había convencido para alistarse en los Forestales; Sylvanas Brisaveloz. Aquello la hacía sentir más orgullosa aún de su madre, protegía la ciudad y además luchaba codo con codo con la General Forestal.

Los saludos entre ellas eran cordiales pero intentando mantener la compostura que se le supone al cuerpo al que pertenecían pero su madre siempre decía, sabiendo que eso incomodaba a Sylvanas, “Cuando haya problemas, sigue a Sylvanas. Ella nos salvará a todos”. Una frase que la niña siempre guardaría en su mente.

Los días transcurrían felices y apacibles en Lunargenta, ajenos a los conflictos que se estaban produciendo más allá de las fronteras de Quel’thalas. La segunda guerra entre humanos y orcos estaba en pleno apogeo. Lunargenta haciendo haciendo honor a su alianza con los reinos de los hombres envió a un destacamento de forestales al mando de Alleria Brisaveloz.

Aelandra, la madre de Eilyria, patrullaba el bosque cuando detectó unos extraños fuegos en las profundidades del bosque. Sin refuerzos, decidió informar a la General Forestal que de inmediato reunió a los forestales disponibles para investigar aquel misterio. No tardaron en descubrir a unos trolls del bosque que emboscaban a Alleria y sus hombres. Los trolls fueron rápidamente aniquilados, pero el regreso tan temprano de su hermana intrigaba a Sylvanas. “Los orcos atacan los bosques del sur” informó Alleria. Sylvanas no dudó y ordenó marchar sobre ellos.

Al llegar la tarde habían alcanzado su objetivo. Al otro lado de los orcos, el ejército humano liderado por Turalyon también tenía la vista puesta en ellos. Atacando desde ambos lados los dos ejércitos acabaron con los orcos, pero no sin sufrir algunas bajas. Entre ellas, Aelandra. La forestal había caído víctima de una flecha orca. Sylvanas derramó lágrimas por su amiga y ordenó devolver sus restos a Lunargenta para que su familia la honrase.

No había más familia, Eilyria se encontraba sola frente al cadáver de su madre, no sabía qué hacer, cómo reaccionar, qué sentir. Sylvanas, presente en la sala, se acercó a la joven elfa y le puso la mano sobre la cabeza intentando consolarla. Eilyria la miró y recordó las palabras de su madre “Sigue a Sylvanas. Ella nos salvará a todos”. Y de inmediato se abrazó a la forestal que, sorprendida, tardó algunos instantes en reaccionar. Aquel fue el primer instante en el que Eilyria se vio cara a cara con la muerte y solo Sylvanas estuvo a su lado.

(to be continued)

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