Este hilo está dedicado a todo tipo de informes, diarios personales o relatos que quieran crear los personajes que acudan al macroevento de la Horda en Tierras Altas Crepusculares. Más información del evento aquí: https://eu.battle.net/forums/es/wow/topic/17624602731
Sin redención [relato]
La noche caía sobre Kalimdor cuando terminaron de levantar el campamento. El viento vespertino murmuraba ahora entre las hierbas secas, peinando ruinas olvidadas y arrastrando consigo el rumor de las olas. Durante algún tiempo aquel había sido su hogar y ella, la reina de los silencios.
Pero ya no era reina y aquel ya no era su hogar. Su torre en Azshara, el pináculo de su imperio, había sido reducida a escombros y ya casi no le quedaban lugares donde esconderse. Tampoco le harían falta; pronto, más de lo que nadie sospechaba, serían sus enemigos quienes tendrían que ocultarse de ella.
Una a una, observó cómo las estrellas prendían en la bóveda celeste. Después volvió su mirada al sur, a los riscos de Orgrimmar, y descubrió que le era difícil no torcer el gesto al pensar en la reunión. Había jugado a ser su aliada, fingido que no era menos leal a la Horda que ellos, pero se había cansado de aparentar y mentir.
—Mi Dama —la voz de Teslyn se acomodó a la brisa intranquila. Su respiración marcaba una cadencia que recordaba al minutero de un reloj —. ¿A qué os referíais cuando dijisteis que todavía no queréis arriesgaros a confrontar al resto de líderes de la Asamblea?
Shiannas no respiraba y su pecho estaba quieto, rígido bajo el cuero negro de la armadura. Sus ojos eran dos puntos de luz glacial en la oscuridad envolvente, dos estrellas caídas del cielo que habían hallado su hogar en el rictus severo de la elfa.
—¿Realmente crees que encajamos entre los suyos?
La pregunta de Shiannas no la pilló del todo por sorpresa. La inquisidora era una mujer astuta, hábil de palabra. De pie junto a su Dama era difícil determinar cuál de las dos reinaba y cual obedecía.
—Algunos aquí darían su vida por la Horda. Otros tan solo la darían por vos.
—¿Y tú, Teslyn?
Las lunas asomaron por entre las nubes y volcaron su atención en las dos elfas que dialogaban. La mayor parte del campamento ya se había dormido.
—Mi lealtad está con vos —dijo y durante algún rato no añadió nada. Miró a Shiannas de soslayo antes de continuar —. Tiene que haber otra razón para que queráis enfrentarlos. Volveríamos a ser enemigos de la Horda; los mismos junto a los que combatimos en Silithus vendrían a por nuestras cabezas.
Había alzado ligeramente el tono. Se arrepintió de inmediato.
—Temes que signifique nuestro final —comprendió la Dama. Su mirada seguía clavada en los riscos de la capital, en las atalayas de piel y hueso, en los muros de metal y roca.
—Los últimos meses han sido duros —se justificó la maga —. Estamos al borde de la extinción.
Un cuervo se acercó volando bajo.
—No por mucho tiempo —dijo Shiannas —. Pronto no solo reemplazaremos las bajas, si no que podré enmendarlas.
<Enmendarlas —repitió Teslyn mentalmente —. Si por enmendar se refiere a…>.
—Pero mi Dama, no sois Drak’gol y nosotros no somos los Juramentados de Acherus. Salvo vos, nadie hay en este campamento versado en la nigromancia.
Entonces, por primera vez, Shiannas se volvió para observar a su inquisidora. Los ojos le rielaban, el viento agitaba la capa y la melena confiriéndole un aspecto leonino. Le recordó a una reina, destronada y descoronada pero orgullosa todavía, dispuesta a todo por la venganza.
—¿Estás segura? Alentalle ya ha localizado a tres aspirantes perfectos; no necesito mucho más para traer a alguien del otro lado de vuelta a mi servicio.
<Tasslehoff> Fue el primer pensamiento de la maga. Teslyn todavía se acordaba del goblin y como ella, muchos otros. Él no había sido la única baja en los últimos tiempos, pero tal vez sí la más dolorosa junto a Adrilia.
— ¿Y mientras tanto? —inquirió la inquisidora —. ¿Y después?
—Mientras tanto fingimos que somos sus camaradas y que hemos venido a ayudar. Después… —se calló. El pensamiento fue dulce, una explosión de sabor en su boca de labios oscuros —. Después ejecutamos nuestra traición.
El viento se detuvo. El mar respiró profundamente y contuvo el aliento. Las nubes se deslizaron raudas desde las estribaciones de Hyjal y cubrieron el cielo. Hasta el cuervo que se había posado en las ruinas reemprendió el vuelo.
Y de nuevo se reinstauró el silencio, y en el silencio que era propiedad de la Dama, Teslyn halló una verdad dolorosa:
La mujer que tenía ante ella estaba más allá de toda redención.
Música
https://www.youtube.com/watch?v=LVEOsY8Jtxs
La noche caía sobre Kalimdor cuando terminaron de levantar el campamento. El viento vespertino murmuraba ahora entre las hierbas secas, peinando ruinas olvidadas y arrastrando consigo el rumor de las olas. Durante algún tiempo aquel había sido su hogar y ella, la reina de los silencios.
Pero ya no era reina y aquel ya no era su hogar. Su torre en Azshara, el pináculo de su imperio, había sido reducida a escombros y ya casi no le quedaban lugares donde esconderse. Tampoco le harían falta; pronto, más de lo que nadie sospechaba, serían sus enemigos quienes tendrían que ocultarse de ella.
Una a una, observó cómo las estrellas prendían en la bóveda celeste. Después volvió su mirada al sur, a los riscos de Orgrimmar, y descubrió que le era difícil no torcer el gesto al pensar en la reunión. Había jugado a ser su aliada, fingido que no era menos leal a la Horda que ellos, pero se había cansado de aparentar y mentir.
—Mi Dama —la voz de Teslyn se acomodó a la brisa intranquila. Su respiración marcaba una cadencia que recordaba al minutero de un reloj —. ¿A qué os referíais cuando dijisteis que todavía no queréis arriesgaros a confrontar al resto de líderes de la Asamblea?
Shiannas no respiraba y su pecho estaba quieto, rígido bajo el cuero negro de la armadura. Sus ojos eran dos puntos de luz glacial en la oscuridad envolvente, dos estrellas caídas del cielo que habían hallado su hogar en el rictus severo de la elfa.
—¿Realmente crees que encajamos entre los suyos?
La pregunta de Shiannas no la pilló del todo por sorpresa. La inquisidora era una mujer astuta, hábil de palabra. De pie junto a su Dama era difícil determinar cuál de las dos reinaba y cual obedecía.
—Algunos aquí darían su vida por la Horda. Otros tan solo la darían por vos.
—¿Y tú, Teslyn?
Las lunas asomaron por entre las nubes y volcaron su atención en las dos elfas que dialogaban. La mayor parte del campamento ya se había dormido.
—Mi lealtad está con vos —dijo y durante algún rato no añadió nada. Miró a Shiannas de soslayo antes de continuar —. Tiene que haber otra razón para que queráis enfrentarlos. Volveríamos a ser enemigos de la Horda; los mismos junto a los que combatimos en Silithus vendrían a por nuestras cabezas.
Había alzado ligeramente el tono. Se arrepintió de inmediato.
—Temes que signifique nuestro final —comprendió la Dama. Su mirada seguía clavada en los riscos de la capital, en las atalayas de piel y hueso, en los muros de metal y roca.
—Los últimos meses han sido duros —se justificó la maga —. Estamos al borde de la extinción.
Un cuervo se acercó volando bajo.
—No por mucho tiempo —dijo Shiannas —. Pronto no solo reemplazaremos las bajas, si no que podré enmendarlas.
<Enmendarlas —repitió Teslyn mentalmente —. Si por enmendar se refiere a…>.
—Pero mi Dama, no sois Drak’gol y nosotros no somos los Juramentados de Acherus. Salvo vos, nadie hay en este campamento versado en la nigromancia.
Entonces, por primera vez, Shiannas se volvió para observar a su inquisidora. Los ojos le rielaban, el viento agitaba la capa y la melena confiriéndole un aspecto leonino. Le recordó a una reina, destronada y descoronada pero orgullosa todavía, dispuesta a todo por la venganza.
—¿Estás segura? Alentalle ya ha localizado a tres aspirantes perfectos; no necesito mucho más para traer a alguien del otro lado de vuelta a mi servicio.
<Tasslehoff> Fue el primer pensamiento de la maga. Teslyn todavía se acordaba del goblin y como ella, muchos otros. Él no había sido la única baja en los últimos tiempos, pero tal vez sí la más dolorosa junto a Adrilia.
— ¿Y mientras tanto? —inquirió la inquisidora —. ¿Y después?
—Mientras tanto fingimos que somos sus camaradas y que hemos venido a ayudar. Después… —se calló. El pensamiento fue dulce, una explosión de sabor en su boca de labios oscuros —. Después ejecutamos nuestra traición.
El viento se detuvo. El mar respiró profundamente y contuvo el aliento. Las nubes se deslizaron raudas desde las estribaciones de Hyjal y cubrieron el cielo. Hasta el cuervo que se había posado en las ruinas reemprendió el vuelo.
Y de nuevo se reinstauró el silencio, y en el silencio que era propiedad de la Dama, Teslyn halló una verdad dolorosa:
La mujer que tenía ante ella estaba más allá de toda redención.
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Preparativos. [Relato pre-evento]
El tótem siniestro salía de las aguas de aquel lago en las planicies de Mulgore, desnudo, cubriendo aquel torso marcado de cicatrices y heridas con una toga de tela simple. Caminó de vuelta hacia su cabaña, una construcción de madera resistente que tenía cuero como protección, representantes de diversos cuerpos militares de Mulgore, Baldíos, Desolace y demás enclaves Tauren esperaban su decisión como guía.
"Sihásapa." Saludó uno de los presentes, sentados en círculo alrededor del fuego. Aquel de pezuñas negras se acercó y se sentó ante el concilio. "¿Y bien?" Preguntó el Valiente. "¿Qué se hará?"
"Nos moveremos." Comentó. Su profunda voz retumbaba en las maderas, alzándose sin gritar por encima de los presentes. "Los que vayáis rápido, me acompañaréis a Orgrimmar. Los demás, prepararéis los Kodos y los Dracoleones para la guerra." Los presentes le miraron, alzando una ceja.
Y el Valiente que habló, habló de nuevo, poniéndose en pie. El Tótem siniestro sabía perfectamente lo que se le iba a venir encima. "¿Nos moveremos? ¿Por esta horda sin honor? ¡Que tome la alianza esas tierras, que por esta jefa de guerra, los Partecolinas, no alzaremos las armas!" Los acompañantes del Valiente se miraron, decididos a seguir esa órden. El Tótem Siniestro, sin embargo, no aceptaría esa conducta. Agarró el bastón ritual que descansaba tras él - Uno usado por una figura conocida, esa rama de árbol de los Baldíos. Y golpeó el suelo. Se hizo el silencio otra vez, y este se puso en pie.
"No me des lecciones de honor, Partecolinas, pues fuisteis vosotros quienes abandonásteis a vuestro Jefe en las escaramuzas de los Baldíos. Fuisteis vosotros quienes, en venganza, quemaron sin piedad aldeas de Centauros... De este concilio, sois vosotros quienes más representan el justificar los medios con el fin." Alzó ahora la voz, y el valiente retrocedió. "Y cuidad vuestra lengua. Pues podemos no aprobar las acciones de la Jefa de Guerra, como las de Garrosh en un pasado, pero no por ello dejamos de servir a la Horda. Y la asistiremos ahora." Miró serio al comité. Que, lentamente, se alzaba. Arreglando todos sus ropas rituales, se dirigieron a la entrada. "No hay más que hablar. Comunicaréis el mensaje a las tropas."
Salieron, uno a uno, de la cabaña. Los cuernos sonaron, y los tambores retumbaron por los cañones de Mulgore. El de pelaje negro se quedó solo, y apagó el fuego. Dejó caer la toga, y, agarrando cenizas con las manos, empezó a marcar su torso con marcas de guerra. Se puso una toga de cuero y se empezó a colocar un arnés. Descansando en un altar en la parte de atrás de la cabaña, las hombreras totémicas de su Mentor. Se las colocó, y las ajustó. "Guíame en lo que venga, y perdóname por lo que deba hacer." Murmuró.
Se dio la vuelta, y, finalmente salió de la casa, en mitad de la noche, recibido por tambores y cuernos sonando. Los tótems estaban colocados. Suspiró y dio el paso fuera. "¡LARGA VIDA AL CONCILIO! ¡POR LA HORDA!"
El grito retumbó, y más gritos y vitoreos sonaron en el campamento, los tambores aceleraron su ritmo. Se aclaró la garganta.
"¡Camaradas! ¡Preparad las armas, y ahorrad vuestras fuerzas! ¡Marcaos y estad alerta! ¡Partimos a las Tierras del Interior, a darles una debida visita a los Martillo Salvaje que hace tiempo quemaron Taurajo! ¡Les devolveremos el favor!" Dijo, por encima de los tambores y cuernos. Descolgó el propio y lo hizo sonar.
Pronto, muy pronto, habría guerra. Y los Tauren estarían presentes.
El tótem siniestro salía de las aguas de aquel lago en las planicies de Mulgore, desnudo, cubriendo aquel torso marcado de cicatrices y heridas con una toga de tela simple. Caminó de vuelta hacia su cabaña, una construcción de madera resistente que tenía cuero como protección, representantes de diversos cuerpos militares de Mulgore, Baldíos, Desolace y demás enclaves Tauren esperaban su decisión como guía.
"Sihásapa." Saludó uno de los presentes, sentados en círculo alrededor del fuego. Aquel de pezuñas negras se acercó y se sentó ante el concilio. "¿Y bien?" Preguntó el Valiente. "¿Qué se hará?"
"Nos moveremos." Comentó. Su profunda voz retumbaba en las maderas, alzándose sin gritar por encima de los presentes. "Los que vayáis rápido, me acompañaréis a Orgrimmar. Los demás, prepararéis los Kodos y los Dracoleones para la guerra." Los presentes le miraron, alzando una ceja.
Y el Valiente que habló, habló de nuevo, poniéndose en pie. El Tótem siniestro sabía perfectamente lo que se le iba a venir encima. "¿Nos moveremos? ¿Por esta horda sin honor? ¡Que tome la alianza esas tierras, que por esta jefa de guerra, los Partecolinas, no alzaremos las armas!" Los acompañantes del Valiente se miraron, decididos a seguir esa órden. El Tótem Siniestro, sin embargo, no aceptaría esa conducta. Agarró el bastón ritual que descansaba tras él - Uno usado por una figura conocida, esa rama de árbol de los Baldíos. Y golpeó el suelo. Se hizo el silencio otra vez, y este se puso en pie.
"No me des lecciones de honor, Partecolinas, pues fuisteis vosotros quienes abandonásteis a vuestro Jefe en las escaramuzas de los Baldíos. Fuisteis vosotros quienes, en venganza, quemaron sin piedad aldeas de Centauros... De este concilio, sois vosotros quienes más representan el justificar los medios con el fin." Alzó ahora la voz, y el valiente retrocedió. "Y cuidad vuestra lengua. Pues podemos no aprobar las acciones de la Jefa de Guerra, como las de Garrosh en un pasado, pero no por ello dejamos de servir a la Horda. Y la asistiremos ahora." Miró serio al comité. Que, lentamente, se alzaba. Arreglando todos sus ropas rituales, se dirigieron a la entrada. "No hay más que hablar. Comunicaréis el mensaje a las tropas."
Salieron, uno a uno, de la cabaña. Los cuernos sonaron, y los tambores retumbaron por los cañones de Mulgore. El de pelaje negro se quedó solo, y apagó el fuego. Dejó caer la toga, y, agarrando cenizas con las manos, empezó a marcar su torso con marcas de guerra. Se puso una toga de cuero y se empezó a colocar un arnés. Descansando en un altar en la parte de atrás de la cabaña, las hombreras totémicas de su Mentor. Se las colocó, y las ajustó. "Guíame en lo que venga, y perdóname por lo que deba hacer." Murmuró.
Se dio la vuelta, y, finalmente salió de la casa, en mitad de la noche, recibido por tambores y cuernos sonando. Los tótems estaban colocados. Suspiró y dio el paso fuera. "¡LARGA VIDA AL CONCILIO! ¡POR LA HORDA!"
El grito retumbó, y más gritos y vitoreos sonaron en el campamento, los tambores aceleraron su ritmo. Se aclaró la garganta.
"¡Camaradas! ¡Preparad las armas, y ahorrad vuestras fuerzas! ¡Marcaos y estad alerta! ¡Partimos a las Tierras del Interior, a darles una debida visita a los Martillo Salvaje que hace tiempo quemaron Taurajo! ¡Les devolveremos el favor!" Dijo, por encima de los tambores y cuernos. Descolgó el propio y lo hizo sonar.
Pronto, muy pronto, habría guerra. Y los Tauren estarían presentes.
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Antes de la tormenta [Relato]
El elfo ató la carta a las patas del cuervo mensajero y lo mando a volar. Acto seguido una gran mano tocó el hombro del elfo y una ronca voz se dispuso a hablar.
—Elfo, no me fio en absoluto de ti. Elfo o... mejor dicho... demonio—.
Gael se giró y gracias a la voz pudo deducir que era un orco.
—Nunca dudes de mi lealtad pues sirvo a la Horda. En la vida y en la muerte. Mataré a todos aquellos que se opongan a nuestro estandarte. No lo olvides, orco.— dijo el elfo, con la mirada al frente, aunque sabía perfectamente que la voz provenía de su izquierda. Antes de acabar la última palabra, empezó a preparar el viaje.
—Hay suministros que obtener, armas que forjar y armaduras que reparar. Estamos en guerra, no desperdicies tu furia con tus aliados.— acabó el elfo.
Estimado Doctor Alexxander Walter, te escribo esto con la esperanza de que lo recibas lo más pronto posible. Tu destino no está conmigo, no de momento. Te asigno una tarea de suma importáncia para nuestro propósito, de la cual nadie debe saber nada pues en el caso de que alguien se enterara de nuestros planes, acabaríamos todos nosotros empalados en Durotar.
Tu deber no es otro que establecer un campamento oculto en las Tierras Altas Crepusculares, así como realizar ciertos preparativos antes de mi llegada a esas tierras. Dejo que tu decidas la ubicación exacta donde situar nuestro campamento, pero ten en cuenta que ha de ser muy discreto y, a poder ser, con acceso complicado. Sé que no me fallarás, o eso me gustaría creer. Dejo una parte importante de nuestra función en esta guerra en tus manos. No me decepciones.
La Sacerdotisa del Caos te ayudará con tu labor. Te aconsejo no hacerla enfadar. Recuerda, la mano de Sargeras nos guía.
El elfo ató la carta a las patas del cuervo mensajero y lo mando a volar. Acto seguido una gran mano tocó el hombro del elfo y una ronca voz se dispuso a hablar.
—Elfo, no me fio en absoluto de ti. Elfo o... mejor dicho... demonio—.
Gael se giró y gracias a la voz pudo deducir que era un orco.
—Nunca dudes de mi lealtad pues sirvo a la Horda. En la vida y en la muerte. Mataré a todos aquellos que se opongan a nuestro estandarte. No lo olvides, orco.— dijo el elfo, con la mirada al frente, aunque sabía perfectamente que la voz provenía de su izquierda. Antes de acabar la última palabra, empezó a preparar el viaje.
—Hay suministros que obtener, armas que forjar y armaduras que reparar. Estamos en guerra, no desperdicies tu furia con tus aliados.— acabó el elfo.
El tiempo del fuego y la ira.
En el interior de una tosca aunque confortable tienda de campaña, tan solo iluminada por un par de velas, Kurgan se hallaba frente a su escritorio de campo, escribiendo lo que parecía ser una carta. La mano del orco, tan diestra con la espada como con la pluma o el carboncillo, escribía con premura, pues el tiempo era escaso y los preparativos, múltiples.
Música:
https://www.youtube.com/watch?v=Y1MrZUmMpZM
En el interior de una tosca aunque confortable tienda de campaña, tan solo iluminada por un par de velas, Kurgan se hallaba frente a su escritorio de campo, escribiendo lo que parecía ser una carta. La mano del orco, tan diestra con la espada como con la pluma o el carboncillo, escribía con premura, pues el tiempo era escaso y los preparativos, múltiples.
Honrable abuelo y maestro, Saburo-san:
Confío que estés bien de espíritu y salud, hace mucho que no he encontrado un momento para escribirte. No negaré que quizá han sido todas las emociones que he experimentado a lo largo de estos meses las que han impedido tal cosa, pues en efecto, hay novedades, abuelo. Los Quemasendas hemos sido movilizados, nuestro clan ha quedado integrado dentro de una unidad formada por nosotros mismos, la Legión de Ceniza, la cual ahora comando como General al mando. Además de mis responsabilidades como jefe del clan, ahora tengo el deber pero sobretodo el honor de comandar a otros fieles de la Horda en el camino a la guerra. Sí, Saburo-san, pronto partiremos. La Legión de Ceniza ha sido integrada dentro del Gran Ejército de la Horda, uno que devolverá el golpe de la Alianza en Tierras del Interior. Sé que te has encargado de que el poblado Colmillo Ardiente siga funcionando de manera óptima, nuestro amigo en común, Estepa Infinita, me ha contado tus labores en Alterac. Sé que tu humildad y poco afán de protagonismo nunca harán que te vanaglories de tus logros, pero los conozco y por ello te doy las gracias, querido abuelo.
No te saturaré esta carta con detalles logísticos o estratégicos, pues aunque sé que los valoras, lo que te preocupa más en este mundo no es eso, si no la armonía con los ancestros, con la familia, con el honor restaurado del linaje de Salvalor. Quiero transmitirte que estoy en plena forma, he seguido meditando, haciendo los ejercicios diarios y practicando las nobles artes de nuestro antiguo clan con asiduidad, no he faltado a nuestras tradiciones. Me estoy esforzando en complacer a los ancestros con cada pequeña acción de mi día a día, espero que ellos me consideren digno de su favor y sigan acompañando el nombre de nuestra familia. Además... tengo dos buenas noticias. La primera, es que los espíritus han querido que alguien entre en mi vida para quedarse en ella. Así es, en el fragor de la guerra y del deber he adquirido otro compromiso, ahora tengo una compañera que camina, lucha y trabaja a mi lado, codo con codo, sólo como los verdaderos compañeros saben hacer. Su nombre es Zashe y su linaje desciende del Lobo Gélido, abuelo. Es una orco de gran carácter, de buenos modales y de inigualable valor y sacrificio. Estoy seguro de que cuando la conozcas te va a gustar. Y hay más. Sí, estoy seguro de que ya sabes lo que te diré, pero debes entender que es mi obligación como nieto tuyo que soy de transmitírtelo formalmente. Saburo-san, es para mi un honor informarte de que dentro de varios meses serás bisabuelo y yo, padre. Mi compañera me lo dijo semanas atrás en las oscuras selvas de Zandalar, tierra de antiguos imperios y aun más antiguos males.
Debes saber que daré mi vida para que ambos consigan salir de esta guerra con vida junto al resto del clan. Lo sacrificaré todo para que puedas tener al pequeño cachorro entre tus manos, para que puedas educarle tal y como me educaste a mi. Pues si hoy soy un orco de bien, ha sido gracias a la educación, modales y férrea instrucción que tú me has dado.
A partir de ahora no te puedo asegurar que las cartas lleguen a Alterac, pero haré lo posible para que así sea. Te tengo en mis pensamientos, abuelo, a ti y a tus enseñanzas. Cuando esta guerra acabe, nos reuniremos de nuevo y podrás volver a darme las lecciones que muy seguramente debo escuchar. Pero ahora el tiempo del fuego y la ira ha llegado. Debo partir.
Que los ancestros te acompañen siempre, Saburo-san. Aka'magosh.
Kurgan
Jefe del Clan Quemasendas
General de la Legión de Ceniza
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La decisión de un jefe [Relato]
Los primeros rayos del sol iluminaron delicadamente el rostro del abrecaminos, abrió sus ojos color cristal y se desperezo, se levantó con la máxima discreción para no despertar a los demás y salio de la taberna del Cruce, a pesar de ser temprano allí el sol ya calentaba con fuerza, la cercanía con Mulgore no afectaba demasiado a la temperatura de aquel lugar.
El tauren respiro hondo por sus enormes fosas nasales, el olor al pasto seco, a las fieras y herbívoros de su alrededor inundo la nariz del toro, y aun así pudo distinguir un suave aroma a hierba húmeda por el roció, las enromes llanuras verdes de Mulgore no estaban demasiado lejos, y aunque de forma muy sutil algunos aromas todavía eran perceptibles para el cazador, saco de su faltriquera una pipa de madera, introdujo unas pocas hierbas y las prendió dando una enorme calada y exhalando el humo por su nariz.
Era increíble, que paz se respiraba a pesar que los tambores de la guerra pronto sonarían con gran fuerza. Como si de una señal de humo se tratase un graznido lejano se escucho poco después de que el robusto Tauren la encendiese, este miro en la lejanía y alzo su brazo libre, un halcón de tonos plateados se poso en el guante del cazador, manteniendo la pipa en la boca Kohack metió su pezuña en otra de sus bolsas y saco un pequeño pedazo de carne cruda que le ofreció al ave y esta se comió sin dudar.
El pájaro camino con suavidad asta posarse en el hombro izquierdo del toro, y kohack con pasividad camino por el campamento y hablo en Taur-ahe al ave '' Cetan, pronto partiremos a la batalla, espero que allí sigas siendo mis ojos y los de nuestros aliados'' El tauren acaricio el pecho de la rapaz'' También quiero pedirte algo viejo amigo, dame fuerzas y valor para liderar a la tribu y al concilio, permite me que yo sea los ojos que los guie como tu eres mis ojos en el cielo''
El tauren tomo su lanza que apretó con fuerza el mango y miro al horizonte, entonces un pensamiento cruzo su mente rápida como un rayo ''hermano'' que significaba aquello un presagio?
Los primeros rayos del sol iluminaron delicadamente el rostro del abrecaminos, abrió sus ojos color cristal y se desperezo, se levantó con la máxima discreción para no despertar a los demás y salio de la taberna del Cruce, a pesar de ser temprano allí el sol ya calentaba con fuerza, la cercanía con Mulgore no afectaba demasiado a la temperatura de aquel lugar.
El tauren respiro hondo por sus enormes fosas nasales, el olor al pasto seco, a las fieras y herbívoros de su alrededor inundo la nariz del toro, y aun así pudo distinguir un suave aroma a hierba húmeda por el roció, las enromes llanuras verdes de Mulgore no estaban demasiado lejos, y aunque de forma muy sutil algunos aromas todavía eran perceptibles para el cazador, saco de su faltriquera una pipa de madera, introdujo unas pocas hierbas y las prendió dando una enorme calada y exhalando el humo por su nariz.
Era increíble, que paz se respiraba a pesar que los tambores de la guerra pronto sonarían con gran fuerza. Como si de una señal de humo se tratase un graznido lejano se escucho poco después de que el robusto Tauren la encendiese, este miro en la lejanía y alzo su brazo libre, un halcón de tonos plateados se poso en el guante del cazador, manteniendo la pipa en la boca Kohack metió su pezuña en otra de sus bolsas y saco un pequeño pedazo de carne cruda que le ofreció al ave y esta se comió sin dudar.
El pájaro camino con suavidad asta posarse en el hombro izquierdo del toro, y kohack con pasividad camino por el campamento y hablo en Taur-ahe al ave '' Cetan, pronto partiremos a la batalla, espero que allí sigas siendo mis ojos y los de nuestros aliados'' El tauren acaricio el pecho de la rapaz'' También quiero pedirte algo viejo amigo, dame fuerzas y valor para liderar a la tribu y al concilio, permite me que yo sea los ojos que los guie como tu eres mis ojos en el cielo''
El tauren tomo su lanza que apretó con fuerza el mango y miro al horizonte, entonces un pensamiento cruzo su mente rápida como un rayo ''hermano'' que significaba aquello un presagio?
En lo más alto de uno de los bastiones que custodiaban Orgrimmar, se encontraba el capitán Turletes Armgo apurando el último vaso de bourbon conforme meditaba, en un tranquilo silencio, sobre lo acontecido esta noche y lo que ello conllevaba cara el futuro.
La noticia de que debían acudir a Orgrimmar a participar en la unión de los estandartes les pilló totalmente por sorpresa. Justo habían regresado a Dazal’Zalor, cuando un apurado mensajero les informó. La campaña en Nazmir había resultado agotadora, dejando exhaustos a los miembros de la Orden tanto física como mentalmente. No era una excepción el Capitán, cuyas noches se verían perturbadas por los sucesos acaecidos en aquella ciénaga infecta durante el resto de sus días. Sobre todo, lo que más le remordía, era el sacrificio de aquella joven chica, quién allí dónde el resto titubeó, avanzó sin pestañear con la temeridad propia de aquellos que aún no conocían la vida ni eran conscientes de lo que podían perder.
Sin embargo, la Horda había hecho una llamada y la Orden de la Espada Roja acudiría, siempre acudirán.
Aquella noche, el Valle del Honor estaba en un bullicio de actividad, pues no solo miembros de todas las diferentes organizaciones se habían presentado. También varios civiles curiosos vinieron a husmear y diferentes comerciantes que no iban a desaprovechar la oportunidad. Sin embargo, pudo observar había muchos menos trols de los que esperaba. Los últimos en llegar fueron los orcos del Clan Quemasendas, luciendo con orgullo sus armaduras y tabardos, al recordarlos, el capitán no pudo evitar sonreír con cierta arrogancia típica de su raza al pensar que por lo menos ya parecían un verdadero ejército.
Conforme daba un generoso trago a su copa los recuerdos del capitán fueron a la entre los diferentes líderes. Como era de esperar, había acudido acompañado de su Centurión y más fiel consejera, Leonie Nairel, una campeona de los caballeros de sangre quién pese a sus diferencias, buscaba lo mejor para la Orden. Entre el resto de los participantes, por un lado, se encontraba el anfitrión, Kurgan, un orco veterano que hacía honor a su pueblo tanto en sus virtudes como en sus defectos. Aunque nunca habían tenido largas conversaciones, ambos guerreros se respetaban mutuamente desde que su encuentro en el destrozado desierto de Silithus. También había otro orco con una máscara hecha de huesos, al que apenas conocía, representando al Clan Rompecráneos. Lo acompañaba alguien quién sí se alegró de ver, se trataba de Herkus el Empalador, un tercer orco enorme con el que había combatido codo con codo.
A su lado, se encontraba el astuto Zorro, un sin’dorei con el que los años habían forjado una especie de complicidad. La última conocida, se trataba de Shiannas, la dama umbría. Turletes seguía desconfiando de ella, era consciente de que ella y su organización no estuvieron en la defensa del asedio a Lordaeron y que no estaban cumpliendo su trato de informar de todos sus movimientos. Pero decidió morderse la lengua, no era momento de reavivar viejas rencillas, siempre que realmente prestaran ayuda. El capitán también reconoció a los líderes de Taluha, uno de ellos un tótem sombrío y a una pareja de elfos quienes afirmaban representar una peculiar orden.
El motivo de la reunión era obvio, y aunque el capitán no había tenido tiempo para ponerse al día de las últimas noticias, y por ello trató de hablar lo justo, pronto entendió: La Alianza había hecho un movimiento, ahora era momento de la Horda de responder. No podían permitir que invadieran sus tierras. Y en esa reunión, era el momento de debatir cómo actuar. La conversación se desarrollaba con rapidez, de un lado a otro de la mesa, líderes y representantes aportaban sus ideas y daban su apoyo a llevar la ofensiva. Solo hubo un par de momentos de tensión, donde quedó claro, que pese a estar unidos bajo un mismo estandarte, tenían sus diferencias. Al final, todos los que habían acudido a la llamada, irían a la guerra contra sus enemigos, poco a poco, se iba tejiendo un plan.
Con la copa ya vacía, Turletes se acercó al ventanal del torreón para observar la ahora dormida ciudad de Orgrimmar. Pronto los engranajes de la máquina de guerra de la Horda se pondrían en marcha, pronto nadie les podría parar.
La noticia de que debían acudir a Orgrimmar a participar en la unión de los estandartes les pilló totalmente por sorpresa. Justo habían regresado a Dazal’Zalor, cuando un apurado mensajero les informó. La campaña en Nazmir había resultado agotadora, dejando exhaustos a los miembros de la Orden tanto física como mentalmente. No era una excepción el Capitán, cuyas noches se verían perturbadas por los sucesos acaecidos en aquella ciénaga infecta durante el resto de sus días. Sobre todo, lo que más le remordía, era el sacrificio de aquella joven chica, quién allí dónde el resto titubeó, avanzó sin pestañear con la temeridad propia de aquellos que aún no conocían la vida ni eran conscientes de lo que podían perder.
Sin embargo, la Horda había hecho una llamada y la Orden de la Espada Roja acudiría, siempre acudirán.
Aquella noche, el Valle del Honor estaba en un bullicio de actividad, pues no solo miembros de todas las diferentes organizaciones se habían presentado. También varios civiles curiosos vinieron a husmear y diferentes comerciantes que no iban a desaprovechar la oportunidad. Sin embargo, pudo observar había muchos menos trols de los que esperaba. Los últimos en llegar fueron los orcos del Clan Quemasendas, luciendo con orgullo sus armaduras y tabardos, al recordarlos, el capitán no pudo evitar sonreír con cierta arrogancia típica de su raza al pensar que por lo menos ya parecían un verdadero ejército.
Conforme daba un generoso trago a su copa los recuerdos del capitán fueron a la entre los diferentes líderes. Como era de esperar, había acudido acompañado de su Centurión y más fiel consejera, Leonie Nairel, una campeona de los caballeros de sangre quién pese a sus diferencias, buscaba lo mejor para la Orden. Entre el resto de los participantes, por un lado, se encontraba el anfitrión, Kurgan, un orco veterano que hacía honor a su pueblo tanto en sus virtudes como en sus defectos. Aunque nunca habían tenido largas conversaciones, ambos guerreros se respetaban mutuamente desde que su encuentro en el destrozado desierto de Silithus. También había otro orco con una máscara hecha de huesos, al que apenas conocía, representando al Clan Rompecráneos. Lo acompañaba alguien quién sí se alegró de ver, se trataba de Herkus el Empalador, un tercer orco enorme con el que había combatido codo con codo.
A su lado, se encontraba el astuto Zorro, un sin’dorei con el que los años habían forjado una especie de complicidad. La última conocida, se trataba de Shiannas, la dama umbría. Turletes seguía desconfiando de ella, era consciente de que ella y su organización no estuvieron en la defensa del asedio a Lordaeron y que no estaban cumpliendo su trato de informar de todos sus movimientos. Pero decidió morderse la lengua, no era momento de reavivar viejas rencillas, siempre que realmente prestaran ayuda. El capitán también reconoció a los líderes de Taluha, uno de ellos un tótem sombrío y a una pareja de elfos quienes afirmaban representar una peculiar orden.
El motivo de la reunión era obvio, y aunque el capitán no había tenido tiempo para ponerse al día de las últimas noticias, y por ello trató de hablar lo justo, pronto entendió: La Alianza había hecho un movimiento, ahora era momento de la Horda de responder. No podían permitir que invadieran sus tierras. Y en esa reunión, era el momento de debatir cómo actuar. La conversación se desarrollaba con rapidez, de un lado a otro de la mesa, líderes y representantes aportaban sus ideas y daban su apoyo a llevar la ofensiva. Solo hubo un par de momentos de tensión, donde quedó claro, que pese a estar unidos bajo un mismo estandarte, tenían sus diferencias. Al final, todos los que habían acudido a la llamada, irían a la guerra contra sus enemigos, poco a poco, se iba tejiendo un plan.
Con la copa ya vacía, Turletes se acercó al ventanal del torreón para observar la ahora dormida ciudad de Orgrimmar. Pronto los engranajes de la máquina de guerra de la Horda se pondrían en marcha, pronto nadie les podría parar.
Un golpe evocador [Relato]
— ¡Agh! ¡Maldita sea tu estampa!
Al profesor Malady se le había caído una caja sobre su pie derecho. Se encontraba en el laboratorio del anciano alquimista Yelmak. Había tenido la suerte de que el venerable orco le dejase un espacio en su tienda para que pudiese trabajar.
Hacía tiempo que Yelmak y el profesor se conocían, en más de una ocasión el orco y Malady habían trabajado juntos cuando este último viajaba a Orgrimmar para cualquier asunto. El profesor respetaba al orco y estaba sumamente agradecido de que le dejase un espacio personal para poder trabajar.
Aun así, Malady no estaría por mucho más tiempo. Los tambores de guerra habían sonado y parecía que iba a haber una importante campaña militar en las Tierras del Interior. Era una oportunidad perfecta para volver a la acción otra vez.
Desde entonces había estado preparándolo todo para su marcha. Había mucho material que empaquetar, y el cajón que le había caído en el pie era una de las muchas cajas que tenía que llevar en Puerto Pantoque el próximo domingo.
Cuando acabó de guardar la caja, paró un momento para descansar y cerró los ojos. Siempre había sido alguien que aparte de estar en una mesa de alquimia también adoraba el trabajo de campo. Recordó durante unos breves instantes sus peripecias.
La expedición por las Islas Abruptas para luchar contra los demonios, la guerra civil de Suramar, la ofensiva en la Costa Abrupta, sus peripecias con el Gremio de las Sombras por los Reinos del Este, su ayuda a un grupo llamado Errantes de Ban'dinoriel que le llevó hasta Rasganorte, Silithus, la Guerra de las Espinas, la locura del asedio de Lordaeron y por último sus aventuras por Zandalar.
En todas esas campañas había conocido a muchísima gente y había colaborado con más de una organización. Esta vez se estaba preparando una gran acción militar y el profesor no se la iba a perder para nada.
Malady abrió los ojos.
— Hay que ver, la de vueltas que he dado en este último año.
Suspiró y continuó con su trabajo, tenía mucho que preparar sí iba a acompañar a la Horda. Pociones, vendajes, elixires, utensilios, añublo...
Añublo...
Se paró en seco, aún recordaba el incidente en Azsuna cuando por un error de cálculo, un vial lleno de esa sustancia mortífera explotó dónde no debía y mató a dos miembros de la Expedición.
Había llovido mucho desde entonces pero aún era una herida que no acababa de cicatrizar del todo. Pensó en las palabras que le dijo el jefe Kurgran, el orco le había autorizado el uso del añublo siempre y cuando no supusiera un peligro para los soldados de la Horda. No quería que se repitiese la muerte de valientes guerreros por culpa del añublo como sucedió en Lordaeron.
Malady negó con la cabeza. No podía pasar de nuevo. No iba a pasar.
Trató de quitarse esos pensamientos de la cabeza y continuar con su trabajo de empaquetar y preparar el equipo.
— Que la sombra os guíe, Profesor Malady.
El profesor se sobresaltó, se giró y pudo ver ante él un anciano no-muerto con las cuencas de los ojos vacías y en un estado bastante demacrado... parecía más un esqueleto que se haría pedazos en cualquier momento que no un renegado. Vestía unos ropajes negros y ceremoniosos junto a una mitra negra. Portaba un extraño bastón coronado con un candelabro de velas negras.
Tras hacer unos cálculos mentales de corta duración y tras inspeccionar el renegado supo lo que tenía delante: un maldito sacerdote de las sombras.
-Me temo que te has equivocado. Esto no es la capilla oscura del barrio en el que puedas realizar rituales perversos y rezar y todo eso.
— Lo sé.
Malady estaba inquieto. Había trabajado con fanáticos de las sombras y sabía que esa gente eran unos psicópatas y perversos de cuidado. No obstante… ese viejo… ¿cómo había logrado colarse en el laboratorio? ¿Y cuánto tiempo llevaba ahí parado observándolo? ¿Sería algún enviado del Gremio de las Sombras?
-Oh vaya, entonces... ¿a qué debo el placer? No todos los días se ve a un sacerdote acercándose a un laboratorio donde priman la ciencia, la lógica y no fantasías como: ¡Oh! A ver si se hace el milagro y puedo volar porqué sí...
El anciano sacerdote no articuló palabra, ni siquiera hizo expresión alguna en la cara. Estaba totalmente impasible y le miraba directamente a él. Estuvieron un minuto o algo más sin que nadie dijese nada.
Malady se sintió algo incómodo y le vino un escalofrío, había algo en ese religioso que no le hacía ninguna gracia pero no sabía el qué.
— Ehem... perdón. ¿Qué es lo que quiere?
El anciano no-muerto se acercó un poco al boticario y se apoyó con sus manos temblorosas sobre su báculo.
— No temáis hijo mío, soy el Cardenal Claude Lammenais y he acudido a ti porqué sé que viajaréis pronto a los Reinos del Este con el fin de luchar contra la Alianza.
— Vaya, hay que ver como vuelan los rumores... pero me volveré a repetir por si no me habéis oído. ¿Qué demonios quiere?
— Hablar sobre el futuro de nuestra gente, profesor.
— ¡Agh! ¡Maldita sea tu estampa!
Al profesor Malady se le había caído una caja sobre su pie derecho. Se encontraba en el laboratorio del anciano alquimista Yelmak. Había tenido la suerte de que el venerable orco le dejase un espacio en su tienda para que pudiese trabajar.
Hacía tiempo que Yelmak y el profesor se conocían, en más de una ocasión el orco y Malady habían trabajado juntos cuando este último viajaba a Orgrimmar para cualquier asunto. El profesor respetaba al orco y estaba sumamente agradecido de que le dejase un espacio personal para poder trabajar.
Aun así, Malady no estaría por mucho más tiempo. Los tambores de guerra habían sonado y parecía que iba a haber una importante campaña militar en las Tierras del Interior. Era una oportunidad perfecta para volver a la acción otra vez.
Desde entonces había estado preparándolo todo para su marcha. Había mucho material que empaquetar, y el cajón que le había caído en el pie era una de las muchas cajas que tenía que llevar en Puerto Pantoque el próximo domingo.
Cuando acabó de guardar la caja, paró un momento para descansar y cerró los ojos. Siempre había sido alguien que aparte de estar en una mesa de alquimia también adoraba el trabajo de campo. Recordó durante unos breves instantes sus peripecias.
La expedición por las Islas Abruptas para luchar contra los demonios, la guerra civil de Suramar, la ofensiva en la Costa Abrupta, sus peripecias con el Gremio de las Sombras por los Reinos del Este, su ayuda a un grupo llamado Errantes de Ban'dinoriel que le llevó hasta Rasganorte, Silithus, la Guerra de las Espinas, la locura del asedio de Lordaeron y por último sus aventuras por Zandalar.
En todas esas campañas había conocido a muchísima gente y había colaborado con más de una organización. Esta vez se estaba preparando una gran acción militar y el profesor no se la iba a perder para nada.
Malady abrió los ojos.
— Hay que ver, la de vueltas que he dado en este último año.
Suspiró y continuó con su trabajo, tenía mucho que preparar sí iba a acompañar a la Horda. Pociones, vendajes, elixires, utensilios, añublo...
Añublo...
Se paró en seco, aún recordaba el incidente en Azsuna cuando por un error de cálculo, un vial lleno de esa sustancia mortífera explotó dónde no debía y mató a dos miembros de la Expedición.
Había llovido mucho desde entonces pero aún era una herida que no acababa de cicatrizar del todo. Pensó en las palabras que le dijo el jefe Kurgran, el orco le había autorizado el uso del añublo siempre y cuando no supusiera un peligro para los soldados de la Horda. No quería que se repitiese la muerte de valientes guerreros por culpa del añublo como sucedió en Lordaeron.
Malady negó con la cabeza. No podía pasar de nuevo. No iba a pasar.
Trató de quitarse esos pensamientos de la cabeza y continuar con su trabajo de empaquetar y preparar el equipo.
— Que la sombra os guíe, Profesor Malady.
El profesor se sobresaltó, se giró y pudo ver ante él un anciano no-muerto con las cuencas de los ojos vacías y en un estado bastante demacrado... parecía más un esqueleto que se haría pedazos en cualquier momento que no un renegado. Vestía unos ropajes negros y ceremoniosos junto a una mitra negra. Portaba un extraño bastón coronado con un candelabro de velas negras.
Tras hacer unos cálculos mentales de corta duración y tras inspeccionar el renegado supo lo que tenía delante: un maldito sacerdote de las sombras.
-Me temo que te has equivocado. Esto no es la capilla oscura del barrio en el que puedas realizar rituales perversos y rezar y todo eso.
— Lo sé.
Malady estaba inquieto. Había trabajado con fanáticos de las sombras y sabía que esa gente eran unos psicópatas y perversos de cuidado. No obstante… ese viejo… ¿cómo había logrado colarse en el laboratorio? ¿Y cuánto tiempo llevaba ahí parado observándolo? ¿Sería algún enviado del Gremio de las Sombras?
-Oh vaya, entonces... ¿a qué debo el placer? No todos los días se ve a un sacerdote acercándose a un laboratorio donde priman la ciencia, la lógica y no fantasías como: ¡Oh! A ver si se hace el milagro y puedo volar porqué sí...
El anciano sacerdote no articuló palabra, ni siquiera hizo expresión alguna en la cara. Estaba totalmente impasible y le miraba directamente a él. Estuvieron un minuto o algo más sin que nadie dijese nada.
Malady se sintió algo incómodo y le vino un escalofrío, había algo en ese religioso que no le hacía ninguna gracia pero no sabía el qué.
— Ehem... perdón. ¿Qué es lo que quiere?
El anciano no-muerto se acercó un poco al boticario y se apoyó con sus manos temblorosas sobre su báculo.
— No temáis hijo mío, soy el Cardenal Claude Lammenais y he acudido a ti porqué sé que viajaréis pronto a los Reinos del Este con el fin de luchar contra la Alianza.
— Vaya, hay que ver como vuelan los rumores... pero me volveré a repetir por si no me habéis oído. ¿Qué demonios quiere?
— Hablar sobre el futuro de nuestra gente, profesor.
En lo alto de la tosca pero sólida atalaya de el Cruce la brisa era refrescante a aquellas horas de la noche. Con sus cabellos mecidos por esta, Maëhlys no podía evitar sonreír satisfecha.
Apenas unos meses antes ni el más descabellado de sus sueños la habría llevado a dónde estaba ahora, pero la Legión había caído y su hermosa ciudad había sido liberada. Ahora se hallaba al servicio de la Horda y su trabajo le permitía viajar y ver el ancho mundo más allá del escudo.
Su primera misión como emisaria había sido un éxito estableciendo la base para que la joven Vigilia de Sangre se uniera a la Legión de Ceniza, lo demás ya dependía de la Centurión. Ahora, su segunda misión como emisaria, y primera misión como Emisaria de la Legión, había sido otro éxito.
Era cierto que aún faltaba que el concilio de Taluha tomara la decisión en firme, pero aquél que los guíaba, el sihásapa, había anunciado que se unirían
La legión crecía asi, en fuerza y en sabiduría. Para la Shal'dorei ver a tantos tauren levantarse y preguntarle cosas sobre la legión había sido una imagen tan impresionante como intimidante
Ahora le esperaba una misión que se le antojaba compleja, pero era optimista. Al fin y al cabo, su gente era un pueblo de supervivientes. Nada le impediría intentarlo hasta conseguirlo.
- ¡Por la Horda! - murmuró. Un grito de batalla que aún se le hacía extraño, pero que la llenaba de júbilo. Su pueblo tenía un futuro y por primera vez en milenios, era libre. - ¡Por la Horda! - repitió, con mas fuerza, pero sin gritar. Maëhlys empezó a reir de pura alegría.
El mundo era grande otra vez y ella podría verlo.
Apenas unos meses antes ni el más descabellado de sus sueños la habría llevado a dónde estaba ahora, pero la Legión había caído y su hermosa ciudad había sido liberada. Ahora se hallaba al servicio de la Horda y su trabajo le permitía viajar y ver el ancho mundo más allá del escudo.
Su primera misión como emisaria había sido un éxito estableciendo la base para que la joven Vigilia de Sangre se uniera a la Legión de Ceniza, lo demás ya dependía de la Centurión. Ahora, su segunda misión como emisaria, y primera misión como Emisaria de la Legión, había sido otro éxito.
Era cierto que aún faltaba que el concilio de Taluha tomara la decisión en firme, pero aquél que los guíaba, el sihásapa, había anunciado que se unirían
La legión crecía asi, en fuerza y en sabiduría. Para la Shal'dorei ver a tantos tauren levantarse y preguntarle cosas sobre la legión había sido una imagen tan impresionante como intimidante
Ahora le esperaba una misión que se le antojaba compleja, pero era optimista. Al fin y al cabo, su gente era un pueblo de supervivientes. Nada le impediría intentarlo hasta conseguirlo.
- ¡Por la Horda! - murmuró. Un grito de batalla que aún se le hacía extraño, pero que la llenaba de júbilo. Su pueblo tenía un futuro y por primera vez en milenios, era libre. - ¡Por la Horda! - repitió, con mas fuerza, pero sin gritar. Maëhlys empezó a reir de pura alegría.
El mundo era grande otra vez y ella podría verlo.
El Discurso.
Los tambores retumbaron otra vez, esta vez de día, y en movimiento. El ruido de bestias de carga gruñendo, de cuernos de guerra, de golpes en la hombrera. El ruido del inicio de la guerra. El Sihásapa lideraba al grupo, que salía de Cima del Trueno.
Él, ya vestido con ropas de guerra, no negaba su herencia Tótem Siniestro, marcas de pintura blanca sobre su negra piel representando un cráneo sobre su rostro, y huesos en su cuerpo. Le acompañaban, justo detrás, cinco tauren en Kodos adornados, con plumas y adornos en cuernos y barbas. Todos con pinturas de guerra diferentes, avanzaban. Eran los Jefes de las tribus de los Baldíos y Mushan'she. Los Partecolinas, Cuernopiedra, Patastilla, Nube Negra y Cazasoles. Acompañados por un pequeño grupo de guerreros, Valientes, y unidades de élite que tocaban tambores en el camino. Una avanzadilla, de unos veinte tauren.
Pasarían la Gran Puerta de los Baldíos, y los cruzarían, en menos de un día.
A las puertas de Orgrimmar, accediendo por el Norte, dejaron los Kodos y caminaron hacia el Valle de la Sabiduría, donde en la gran tienda ya esperaban los Jefes de Pisatormentas, Caminabosques, y los representantes del Monte Alto.
Allí, habló de nuevo el Sihásapa, su voz, aún sin ser alzada, era profunda y resonaba, audible a la perfección. Hablaría en Taurahe, por esa ocasión.
Concilio. Hoy mismo, al caer la noche, empieza la campaña para atacar las Tierras del Interior... Sé que algunos no aprobáis las decisiones de esta Horda. Pero son tiempos de guerra, y defenderemos nuestro hogar, con honor. Como hemos hecho siempre. Y si defender nuestro hogar significa acabar con aquellos que a nosotros se opongan, si defender nuestro hogar significa derramar sangre en tierras lejanas, lo haremos. Pausó. Aún así, tenemos una razón más para ir tan lejos. Nosotros, de Kalimdor, hemos sufrido ya demasiado por los Martillo Salvaje, que quemaron nuestras aldeas en los Baldíos, y mataron a nuestros hermanos. Miró al Jefe Tokane, de los Nube Negra. A nuestros hijos. El Guía dió un golpe de bastón al suelo. Así que iremos. Por la Horda, por el concilio, pero antes, por los nuestros. Por nuestras familias, tribus. Por nuestros caídos a manos de los que luchan bajo el estandarte del León, pero se acobardan cuales ratas. Volveremos victoriosos, pues somos más fuertes, y la Madre Tierra está de nuestro lado. Y nos cobraremos cien, o mil cabelleras enanas si hace falta, para mandar el mensaje de que nuestro pueblo luchará.
El Tótem Siniestro finalizó, ante un concilio que mayormente aprobaba su decisión.
Lucharemos bajo la Legión de Ceniza, junto a los orcos, trols, como antaño hicimos contra los Centauros, haremos ahora contra la Alianza. Los valores de la Verdadera Horda, la horda de unión, no la de aquellos Jefes de Guerra que busquen rompernos o deshonrarnos, son representados de nuevo. Nosotros cargaremos la gloria de la Vieja Horda, en esta batalla, y en las que vendrán.
El Concilio pareció aprobar, después de una corta discusión.
¡Por Cima del Trueno! ¡Por los Baldíos! ¡Por Monte Alto! ¡Por la Horda! Gritó, ahora sí, para que fuese audible fuera de la tienda, haciendo un saludo marcial, respetuoso. Los tauren de fuera, algunos que habían asomado la cabeza al interior, rieron, vitorearon, y se prepararon. Y el concilio saludó.
Convocad a vuestras tribus, y preparaos. La guerra empieza hoy.
Los tambores retumbaron otra vez, esta vez de día, y en movimiento. El ruido de bestias de carga gruñendo, de cuernos de guerra, de golpes en la hombrera. El ruido del inicio de la guerra. El Sihásapa lideraba al grupo, que salía de Cima del Trueno.
Él, ya vestido con ropas de guerra, no negaba su herencia Tótem Siniestro, marcas de pintura blanca sobre su negra piel representando un cráneo sobre su rostro, y huesos en su cuerpo. Le acompañaban, justo detrás, cinco tauren en Kodos adornados, con plumas y adornos en cuernos y barbas. Todos con pinturas de guerra diferentes, avanzaban. Eran los Jefes de las tribus de los Baldíos y Mushan'she. Los Partecolinas, Cuernopiedra, Patastilla, Nube Negra y Cazasoles. Acompañados por un pequeño grupo de guerreros, Valientes, y unidades de élite que tocaban tambores en el camino. Una avanzadilla, de unos veinte tauren.
Pasarían la Gran Puerta de los Baldíos, y los cruzarían, en menos de un día.
A las puertas de Orgrimmar, accediendo por el Norte, dejaron los Kodos y caminaron hacia el Valle de la Sabiduría, donde en la gran tienda ya esperaban los Jefes de Pisatormentas, Caminabosques, y los representantes del Monte Alto.
Allí, habló de nuevo el Sihásapa, su voz, aún sin ser alzada, era profunda y resonaba, audible a la perfección. Hablaría en Taurahe, por esa ocasión.
Concilio. Hoy mismo, al caer la noche, empieza la campaña para atacar las Tierras del Interior... Sé que algunos no aprobáis las decisiones de esta Horda. Pero son tiempos de guerra, y defenderemos nuestro hogar, con honor. Como hemos hecho siempre. Y si defender nuestro hogar significa acabar con aquellos que a nosotros se opongan, si defender nuestro hogar significa derramar sangre en tierras lejanas, lo haremos. Pausó. Aún así, tenemos una razón más para ir tan lejos. Nosotros, de Kalimdor, hemos sufrido ya demasiado por los Martillo Salvaje, que quemaron nuestras aldeas en los Baldíos, y mataron a nuestros hermanos. Miró al Jefe Tokane, de los Nube Negra. A nuestros hijos. El Guía dió un golpe de bastón al suelo. Así que iremos. Por la Horda, por el concilio, pero antes, por los nuestros. Por nuestras familias, tribus. Por nuestros caídos a manos de los que luchan bajo el estandarte del León, pero se acobardan cuales ratas. Volveremos victoriosos, pues somos más fuertes, y la Madre Tierra está de nuestro lado. Y nos cobraremos cien, o mil cabelleras enanas si hace falta, para mandar el mensaje de que nuestro pueblo luchará.
El Tótem Siniestro finalizó, ante un concilio que mayormente aprobaba su decisión.
Lucharemos bajo la Legión de Ceniza, junto a los orcos, trols, como antaño hicimos contra los Centauros, haremos ahora contra la Alianza. Los valores de la Verdadera Horda, la horda de unión, no la de aquellos Jefes de Guerra que busquen rompernos o deshonrarnos, son representados de nuevo. Nosotros cargaremos la gloria de la Vieja Horda, en esta batalla, y en las que vendrán.
El Concilio pareció aprobar, después de una corta discusión.
¡Por Cima del Trueno! ¡Por los Baldíos! ¡Por Monte Alto! ¡Por la Horda! Gritó, ahora sí, para que fuese audible fuera de la tienda, haciendo un saludo marcial, respetuoso. Los tauren de fuera, algunos que habían asomado la cabeza al interior, rieron, vitorearon, y se prepararon. Y el concilio saludó.
Convocad a vuestras tribus, y preparaos. La guerra empieza hoy.
Presagios [relato]
Estupefacción. Desconcierto.
Ira. Enfado.
Y una larga reunión entre esas emociones que habían dominado a gran parte de los combatientes de la Horda.
La estupefacción y el desconcierto se habían extendido como las ondas en un estanque al tirar una piedra. La piedra en cuestión era el señor supremo Partemontañas, avanzando hacia la entrada del Bastión de los Valientes. El mismo señor supremo que había muerto en Silithus.
Los murmullos crecieron en volumen. A mi izquierda los tauren sacudían sus astadas cabezas, irritados. Los orcos que custodiaban la entrada al edificio mostraban un rostro crispado. Palabras furiosas flotaban en el valle, menciones a la Madre Tierra, al honor.
Si creyera en los presagios, estoy segura de que esa no era la mejor manera de comenzar la campaña.
Las charlas y bebidas en la taberna habían contribuido a destensar el ambiente tras la entrada de Partemontañas, pero una vez congregados de nuevo ante el bastión, la inquietud apareció de nuevo.
Tras la reunión, el juramento de lealtad a la Horda y a la Jefa de Guerra. ¿Qué sentido tenía tal orden? Estábamos allí, habíamos acudido al encuentro y nuestros líderes habían accedido a colaborar en el frente. El señor supremo quería sus juramentos, y ellos se los dieron. Uno a uno se arrodillaron ante él y juraron.
Ira. Enfado. La Dama Umbría se había negado a arrodillarse, pero había jurado, igual que el resto. Las protestas antes susurradas ahora se expresaron en forma de gritos por parte de algunos asistentes. La negativa de Shiannas había prendido de nuevo la mecha del descontento. Por encima de los gritos, la voz de Partemontañas llamaba al cumplimiento de la orden dada, a hincar la rodilla y jurar nuevamente. Aun desde mi posición, algo alejada y muy por debajo del balcón del edificio, el duelo de voluntades era evidente.
Y en un segundo, la tensión estalló como una burbuja. La Dama Umbría se arrodilló, repitió las palabras y desapareció de nuestra vista. Otro líder tomó su lugar para confirmar su lealtad a la Horda.
Pragmatismo. La Dama no había renunciado a su orgullo, si no que había decidido ser práctica. ¿Qué importaba un gesto? Los gritos se fueron acallando. Su eco se apagó entre las paredes del valle.
Aun así, si creyera en los presagios... Reprimí un escalofrío.
Estupefacción. Desconcierto.
Ira. Enfado.
Y una larga reunión entre esas emociones que habían dominado a gran parte de los combatientes de la Horda.
La estupefacción y el desconcierto se habían extendido como las ondas en un estanque al tirar una piedra. La piedra en cuestión era el señor supremo Partemontañas, avanzando hacia la entrada del Bastión de los Valientes. El mismo señor supremo que había muerto en Silithus.
Los murmullos crecieron en volumen. A mi izquierda los tauren sacudían sus astadas cabezas, irritados. Los orcos que custodiaban la entrada al edificio mostraban un rostro crispado. Palabras furiosas flotaban en el valle, menciones a la Madre Tierra, al honor.
Si creyera en los presagios, estoy segura de que esa no era la mejor manera de comenzar la campaña.
Las charlas y bebidas en la taberna habían contribuido a destensar el ambiente tras la entrada de Partemontañas, pero una vez congregados de nuevo ante el bastión, la inquietud apareció de nuevo.
Tras la reunión, el juramento de lealtad a la Horda y a la Jefa de Guerra. ¿Qué sentido tenía tal orden? Estábamos allí, habíamos acudido al encuentro y nuestros líderes habían accedido a colaborar en el frente. El señor supremo quería sus juramentos, y ellos se los dieron. Uno a uno se arrodillaron ante él y juraron.
Ira. Enfado. La Dama Umbría se había negado a arrodillarse, pero había jurado, igual que el resto. Las protestas antes susurradas ahora se expresaron en forma de gritos por parte de algunos asistentes. La negativa de Shiannas había prendido de nuevo la mecha del descontento. Por encima de los gritos, la voz de Partemontañas llamaba al cumplimiento de la orden dada, a hincar la rodilla y jurar nuevamente. Aun desde mi posición, algo alejada y muy por debajo del balcón del edificio, el duelo de voluntades era evidente.
Y en un segundo, la tensión estalló como una burbuja. La Dama Umbría se arrodilló, repitió las palabras y desapareció de nuestra vista. Otro líder tomó su lugar para confirmar su lealtad a la Horda.
Pragmatismo. La Dama no había renunciado a su orgullo, si no que había decidido ser práctica. ¿Qué importaba un gesto? Los gritos se fueron acallando. Su eco se apagó entre las paredes del valle.
Aun así, si creyera en los presagios... Reprimí un escalofrío.
El Valle del Deshonor
—Arrodíllate.
Shiannas le sostuvo la mirada al orco y no hizo ni dijo nada. La expresión de la elfa era una máscara y aún así pareció que sus ojos sonreían.
La ciudad de abajo contuvo el aliento.
—¿No quieres prestar juramento? ¿Te niegas a arrodillarte ante la Horda?
La voz del orco atronó con una ira sorda y ciega. Allí, de pie en lo alto del bastión, el orgullo marcial de su rango se le marcaba en las facciones necrosadas. Y Shiannas sabía que aquel orco tenía los redaños que hacían falta para mandarla encerrar.
Así que inclinó la cabeza.
—He jurado mi lealtad —dijo, arrugando una ceja en un gesto no del todo conciliador —. Tal vez no se me haya escuchado lo suficientemente alto.
Pudo ver cómo el orco perdía la paciencia y aquello, de alguna manera extraña, también fue de su agrado. El problema de Shiannas no era arrodillarse, ya lo había tenido que hacer en el pasado; lo que ella buscaba era tantear al orco, descubrir hasta qué punto podía presionarlo.
—Horda, escuchadme —rugió Partemontañas —. Esto sucede cuando alguien se niega a prestar juramento. Os está diciendo que su compromiso por vosotros no es del todo sincero, que no moriría por la Horda como si morirías vosotros.
Shiannas asomó el rostro y observó a la muchedumbre que se congregaba a los pies del bastión. Las caras eran largas, las miradas hoscas, los puños apretados por la rabia y la frustración. Incluso alguno que otro se había atrevido a increpar al Señor Supremo durante su discurso.
Irónico, tan irónico que apenas pudo contener la sonrisa. El Valle del Honor era una olla a presión y Shiannas había avivado la llama que ponía el agua a hervir. Un poco más, tan solo un poco más, y aquello podría haber terminado muy mal para todos y muy bien para ella.
—Shiannas, arrodíllate.
—Hazlo.
Escuchó varias voces a su derecha, donde los demás líderes aguardaban su turno. Ellos también eran conscientes de lo delicado de la situación. Sabían que el orco le impondría un castigo ejemplar a la elfa, que aquello la convertiría en una mártir, y que la turba de abajo difícilmente se contendría. La ofensiva habría sido en balde.
Los observó de soslayo. Ellos tampoco estaban conformes con la situación, pero harían lo que hiciese falta con tal de no debilitar y dividir más a la Horda. Para ella el pensamiento era tan tentador…
—Muy bien, Señor Supremo —la mirada de la elfa no se amilanó. Aquel orco había conocido la muerte y había sido traído de vuelta, pero en cierto sentido Shiannas se había vuelto uno con ella —. Me arrodillaré y repetiré mis votos.
Las quejas y protestas de abajo tardaron en acallarse del todo. Cuando la rodilla de la Dama Umbría tocó el metal del suelo el Valle del Honor volvía a estar sumergido en el más reverencial de los silencios.
—“Juro” lealtad a la Horda y a la Jefa de Guerra. “Juro” cumplir mi cometido para con esta Asamblea.
El viento sopló despeinándolos, como si el mundo soltase todo el aire, aliviado, después de contener el aliento.
<He de admitir que me satisface sobremanera verte arrodillada, Dama Umbría. Pero ten cuidado, no hay nada más peligroso en este mundo que un hombre humillado.>
Shiannas se colocó entre los demás líderes y observó con disimulo el anillo en su dedo. Draegar enmudeció al instante, la dicha no duró demasiado. Fue… ¿lástima lo que sintió por el Alto Señor?
Todo empezaba a encajar lentamente. Una Horda dividida, una coalición fragmentada, una muchedumbre descontenta y entre los líderes, una traidora que ya planeaba su venganza.
<Te equivocas —le replicó Shiannas al cabo de un rato —. Hay algo más peligroso en este mundo que un hombre humillado; una mujer sin escrúpulos>
—Arrodíllate.
Shiannas le sostuvo la mirada al orco y no hizo ni dijo nada. La expresión de la elfa era una máscara y aún así pareció que sus ojos sonreían.
La ciudad de abajo contuvo el aliento.
—¿No quieres prestar juramento? ¿Te niegas a arrodillarte ante la Horda?
La voz del orco atronó con una ira sorda y ciega. Allí, de pie en lo alto del bastión, el orgullo marcial de su rango se le marcaba en las facciones necrosadas. Y Shiannas sabía que aquel orco tenía los redaños que hacían falta para mandarla encerrar.
Así que inclinó la cabeza.
—He jurado mi lealtad —dijo, arrugando una ceja en un gesto no del todo conciliador —. Tal vez no se me haya escuchado lo suficientemente alto.
Pudo ver cómo el orco perdía la paciencia y aquello, de alguna manera extraña, también fue de su agrado. El problema de Shiannas no era arrodillarse, ya lo había tenido que hacer en el pasado; lo que ella buscaba era tantear al orco, descubrir hasta qué punto podía presionarlo.
—Horda, escuchadme —rugió Partemontañas —. Esto sucede cuando alguien se niega a prestar juramento. Os está diciendo que su compromiso por vosotros no es del todo sincero, que no moriría por la Horda como si morirías vosotros.
Shiannas asomó el rostro y observó a la muchedumbre que se congregaba a los pies del bastión. Las caras eran largas, las miradas hoscas, los puños apretados por la rabia y la frustración. Incluso alguno que otro se había atrevido a increpar al Señor Supremo durante su discurso.
Irónico, tan irónico que apenas pudo contener la sonrisa. El Valle del Honor era una olla a presión y Shiannas había avivado la llama que ponía el agua a hervir. Un poco más, tan solo un poco más, y aquello podría haber terminado muy mal para todos y muy bien para ella.
—Shiannas, arrodíllate.
—Hazlo.
Escuchó varias voces a su derecha, donde los demás líderes aguardaban su turno. Ellos también eran conscientes de lo delicado de la situación. Sabían que el orco le impondría un castigo ejemplar a la elfa, que aquello la convertiría en una mártir, y que la turba de abajo difícilmente se contendría. La ofensiva habría sido en balde.
Los observó de soslayo. Ellos tampoco estaban conformes con la situación, pero harían lo que hiciese falta con tal de no debilitar y dividir más a la Horda. Para ella el pensamiento era tan tentador…
—Muy bien, Señor Supremo —la mirada de la elfa no se amilanó. Aquel orco había conocido la muerte y había sido traído de vuelta, pero en cierto sentido Shiannas se había vuelto uno con ella —. Me arrodillaré y repetiré mis votos.
Las quejas y protestas de abajo tardaron en acallarse del todo. Cuando la rodilla de la Dama Umbría tocó el metal del suelo el Valle del Honor volvía a estar sumergido en el más reverencial de los silencios.
—“Juro” lealtad a la Horda y a la Jefa de Guerra. “Juro” cumplir mi cometido para con esta Asamblea.
El viento sopló despeinándolos, como si el mundo soltase todo el aire, aliviado, después de contener el aliento.
<He de admitir que me satisface sobremanera verte arrodillada, Dama Umbría. Pero ten cuidado, no hay nada más peligroso en este mundo que un hombre humillado.>
Shiannas se colocó entre los demás líderes y observó con disimulo el anillo en su dedo. Draegar enmudeció al instante, la dicha no duró demasiado. Fue… ¿lástima lo que sintió por el Alto Señor?
Todo empezaba a encajar lentamente. Una Horda dividida, una coalición fragmentada, una muchedumbre descontenta y entre los líderes, una traidora que ya planeaba su venganza.
<Te equivocas —le replicó Shiannas al cabo de un rato —. Hay algo más peligroso en este mundo que un hombre humillado; una mujer sin escrúpulos>
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[Relato] Los límites del honor.
Todos se habían arrodillado.
El regreso del Señor Supremo Partemontañas había cogido por sorpresa a todos los líderes de la Asamblea, el mismo Kurgan no era una excepción. Con el tabardo de la Dama Oscura en el pecho y con los Guardias de la Muerte abriéndole paso, un autoritario Kazgorth se adentró en el Bastión de los Valientes, donde se reunió con los líderes y les encomendó diversas misiones para conseguir tener la flota a punto. Hasta ahí todo había sido soportable para el Quemasendas, pero dejó de serlo cuando se exigió un juramento de lealtad público... y arrodillados.
Poco a poco vio con sus propios ojos como uno a uno todos los líderes y representantes hincaban la rodilla y pronunciaban sus juramentos. Unos contra los deseos de su corazón, otros con más o menos convicción, otros con pragmatismo y algunos por puro sentido del deber hacia la Dama Oscura. Las masas de gente protestaban cuando Partemontañas exigía el acto de arrodillarse y no era correspondido al acto. Kurgan no les culpaba, ese no era un acto de juramento a la Horda, por muy disfrazado que estuviera. No, eso era un acto de juramento y acato a la misma Dama Oscura, así lo entendía él.
Aun recordaba cuando luchó bajo el mando de Partemontañas en Silithus, ese viejo veterano había conseguido infundir el terror en los corazones de sus enemigos, pero siempre luchando con valor y honor. Ahora... para el jefe era uno más de los esbirros de Sylvanas, otra herramienta para sus fines. El orco apretaba sus puños, impaciente, escuchando a todos y cada uno de los líderes realizar el juramento, se removía en su sitio en la fila, mostraba su dentadura, amenazante ante el acto de esclavitud que creía ver ante él.
Ahora, en las altas almenas del Bastión de los Valientes, Kurgan debería de tomar una decisión, una que quizá cambiaría para siempre el destino de su clan y de la Legión de Ceniza. ¿Y si se arrodillaba, pronunciaba el juramento requerido y ya está? ¿Y si en vez de complicarse la vida a él mismo y a los suyos, optaba por ser pragmático y olvidarse de todo? No. Kurgan no mentía, no realizaba juramentos en balde. Él juraría algo, quizá no lo que le pedían, pero juraría algo que podría cumplir, algo con lo que seguir adelante. Y si no se le consideraba digno de tal juramento, lo aceptaría.
- Kurgan, Jefe del Clan Quemasendas y General de la Legión de Ceniza, un paso al frente. —Ordenó Partemontañas con su ahora voz sepulcral y fría.
Así lo hizo. Soltó un largo y prolongado suspiro y encaminó sus pesadas botas hacia la tribuna que tenían todos delante, donde aguardaba el Señor Supremo, ante todo el Valle del Honor, ante toda la misma Horda. Kazgorth aguardó una reacción del jefe, Kurgan supuso que esperaba no tener que pedir que se arrodillara. El Quemasendas contempló durante unos breves instantes a la muchedumbre de abajo, en la mayoría de rostros vio indignación, furia contenida, ira, en algunos otros aceptación de lo que ocurría y en otros... júbilo. Se encaró hacia Partemontañas y alzó el mentón, mirándole a sus ojos muertos, no se arrodilló.
- Arrodíllate y pronuncia el juramento, Kurgan. Tu lealtad a la Horda y a la Jefa de Guerra dependen de ello.— Kazgorth hablaba con cierto sentido, pensó el jefe. Pero no, no podía hacerlo así como así, tal y como él exigía. Si su juramento entraba en conflicto con todo el mando de la Horda y con Sylvanas, que así fuera.
Todos los juramentos anteriores habían sido para cumplir con efectividad sus misiones, para seguir siendo fieles a la Horda y sobretodo, ser fieles y acatar las órdenes de la jefa de guerra Brisaveloz. El orco arrugó el rostro y lentamente, descolgó el escudo que llevaba a sus espaldas, dejó caer el Muro Negro junto a él. A continuación extrajo el hacha que llevaba siempre consigo y la soltó sobre el escudo, causando un gran estrépito. Mientras sus ojos se mantenían firmes en los de Partemontañas, desabrochó los cierres de cada una de sus hombreras y las tiró encima de sus armas, casi con desprecio, hizo lo propio con la capa. Seguidamente alzó los brazos, desafiante y tomó aire para hablar con su voz grave, gutural y profunda:
- ¡Juro lealtad a la Horda que fundó Thrall, que también es esta! ¡Juro lealtad al sagrado cargo que significa ser Jefe de Guerra de la Horda! ¡Juro lealtad a los principios de honor, lealtad y camaradería que priman entre las razas de la Horda!
A medida que el jefe se pronunciaba de forma vívida y firme, las huestes de la Horda empezaron a aclamar sus ideas, sus principios. Tauren, orcos, sin'dorei, trols... no importaba la raza, muchos de ellos alzaron sus puños, orgullosos, algo que no habían podido hacer desde hacía mucho tiempo. En lo alto de las almenas azotadas por los vientos de Durotar, Kurgan finalizó:
- ¡Pero nunca, nunca me arrodillaré!
Al acabar, puede que hubiera muchos que no estuvieran de acuerdo con la reacción del jefe, pero pese a ello, un grito cobró fuerza entre los varios cientos de gargantas ahí abajo, uno sincero, desde el corazón.
- ¡Por la Horda!
Partemontañas no exigió que se arrodillara. ¿Era su pasada relación de camaradería en el pasado la que le impulsó a ello? ¿El recuerdo de que antes fue un orco? ¿Los cargos actuales de Kurgan y su peso en el ejército? El jefe lo desconocía, tampoco quería saberlo. Bajó de la tribuna, acoplándose de nuevo el armamento y placas a su cuerpo. Kazgorth le advirtió, pese a todo, la Horda eran todos.
Pese a que de cara a los demás Kurgan se había mostrado inflexible, el orco temía por su clan. Era consciente de que sus acciones ese día bien podrían haberles costado a todos la prisión, siendo optimistas. Pero no había sido así. En vez de ello, el jefe tuvo un recibimiento de sus orcos justo al bajar hacia la entrada. Estaban formados en dos perfectas hileras, ofreciendo una guardia de honor a su jefe y a los demás líderes de la Horda. En su centro, bloqueando el paso, se hallaba Brotgar. El viejo veterano de mil batallas se arrodilló, cosa que también hicieron todos y cada uno de los Quemasendas por pura voluntad, no por imposición.
- Siempre mi jefe.— Dijo un orgulloso Brotgar. Kurgan sonrió al veterano, le colocó una mano enguantada sobre el hombro y miró a todos los demás orcos.
- Levantáos todos, por favor.
Y así lo hicieron, los Quemasendas encabezados por Brotgar se levantaron, se veía en sus ojos la felicidad, la fe recuperada, el orgullo conquistado. Ahora, después de tantos malos tragos, por fin habían podido tener ni que fuera tan solo un sorbo del pasado honor, del ya casi olvidado verdadero carácter de la Horda.
Tras ordenar que formaran en dos filas para su marcha, Kurgan y sus Quemasendas emprendieron el regreso a sus chozas en la capital. En perfecta formación abandonaron el Valle del Honor encabezados por su jefe y general. A su paso muchos de los que habían presenciado el acto de Kurgan se llevaban el puño al pecho y proclamaban su admiración por el acto del jefe. Orcos y tauren parecían especialmente emocionados por el cambio de rumbo hecho ese día, por poner un límite a la tala de antiguos códigos morales y de honor.
Podía ser que en el futuro todo se complicara aun más, podía ser que el acto de hoy no sirviera de nada, de ningún precedente. Pero... ¿Y si lo hacía? ¿Y si ayudaba a muchos a no perder la fe en esta Horda que parecía resquebrajarse en su interior? ¿Y si viejos veteranos y jóvenes promesas acudían una vez más bajo el rasgado estandarte para combatir juntos una vez más?
Tan solo el tiempo lo diría.
Música recomendada: https://www.youtube.com/watch?v=AM0vTeAkVI0
Todos se habían arrodillado.
El regreso del Señor Supremo Partemontañas había cogido por sorpresa a todos los líderes de la Asamblea, el mismo Kurgan no era una excepción. Con el tabardo de la Dama Oscura en el pecho y con los Guardias de la Muerte abriéndole paso, un autoritario Kazgorth se adentró en el Bastión de los Valientes, donde se reunió con los líderes y les encomendó diversas misiones para conseguir tener la flota a punto. Hasta ahí todo había sido soportable para el Quemasendas, pero dejó de serlo cuando se exigió un juramento de lealtad público... y arrodillados.
Poco a poco vio con sus propios ojos como uno a uno todos los líderes y representantes hincaban la rodilla y pronunciaban sus juramentos. Unos contra los deseos de su corazón, otros con más o menos convicción, otros con pragmatismo y algunos por puro sentido del deber hacia la Dama Oscura. Las masas de gente protestaban cuando Partemontañas exigía el acto de arrodillarse y no era correspondido al acto. Kurgan no les culpaba, ese no era un acto de juramento a la Horda, por muy disfrazado que estuviera. No, eso era un acto de juramento y acato a la misma Dama Oscura, así lo entendía él.
Aun recordaba cuando luchó bajo el mando de Partemontañas en Silithus, ese viejo veterano había conseguido infundir el terror en los corazones de sus enemigos, pero siempre luchando con valor y honor. Ahora... para el jefe era uno más de los esbirros de Sylvanas, otra herramienta para sus fines. El orco apretaba sus puños, impaciente, escuchando a todos y cada uno de los líderes realizar el juramento, se removía en su sitio en la fila, mostraba su dentadura, amenazante ante el acto de esclavitud que creía ver ante él.
Ahora, en las altas almenas del Bastión de los Valientes, Kurgan debería de tomar una decisión, una que quizá cambiaría para siempre el destino de su clan y de la Legión de Ceniza. ¿Y si se arrodillaba, pronunciaba el juramento requerido y ya está? ¿Y si en vez de complicarse la vida a él mismo y a los suyos, optaba por ser pragmático y olvidarse de todo? No. Kurgan no mentía, no realizaba juramentos en balde. Él juraría algo, quizá no lo que le pedían, pero juraría algo que podría cumplir, algo con lo que seguir adelante. Y si no se le consideraba digno de tal juramento, lo aceptaría.
- Kurgan, Jefe del Clan Quemasendas y General de la Legión de Ceniza, un paso al frente. —Ordenó Partemontañas con su ahora voz sepulcral y fría.
Así lo hizo. Soltó un largo y prolongado suspiro y encaminó sus pesadas botas hacia la tribuna que tenían todos delante, donde aguardaba el Señor Supremo, ante todo el Valle del Honor, ante toda la misma Horda. Kazgorth aguardó una reacción del jefe, Kurgan supuso que esperaba no tener que pedir que se arrodillara. El Quemasendas contempló durante unos breves instantes a la muchedumbre de abajo, en la mayoría de rostros vio indignación, furia contenida, ira, en algunos otros aceptación de lo que ocurría y en otros... júbilo. Se encaró hacia Partemontañas y alzó el mentón, mirándole a sus ojos muertos, no se arrodilló.
- Arrodíllate y pronuncia el juramento, Kurgan. Tu lealtad a la Horda y a la Jefa de Guerra dependen de ello.— Kazgorth hablaba con cierto sentido, pensó el jefe. Pero no, no podía hacerlo así como así, tal y como él exigía. Si su juramento entraba en conflicto con todo el mando de la Horda y con Sylvanas, que así fuera.
Todos los juramentos anteriores habían sido para cumplir con efectividad sus misiones, para seguir siendo fieles a la Horda y sobretodo, ser fieles y acatar las órdenes de la jefa de guerra Brisaveloz. El orco arrugó el rostro y lentamente, descolgó el escudo que llevaba a sus espaldas, dejó caer el Muro Negro junto a él. A continuación extrajo el hacha que llevaba siempre consigo y la soltó sobre el escudo, causando un gran estrépito. Mientras sus ojos se mantenían firmes en los de Partemontañas, desabrochó los cierres de cada una de sus hombreras y las tiró encima de sus armas, casi con desprecio, hizo lo propio con la capa. Seguidamente alzó los brazos, desafiante y tomó aire para hablar con su voz grave, gutural y profunda:
- ¡Juro lealtad a la Horda que fundó Thrall, que también es esta! ¡Juro lealtad al sagrado cargo que significa ser Jefe de Guerra de la Horda! ¡Juro lealtad a los principios de honor, lealtad y camaradería que priman entre las razas de la Horda!
A medida que el jefe se pronunciaba de forma vívida y firme, las huestes de la Horda empezaron a aclamar sus ideas, sus principios. Tauren, orcos, sin'dorei, trols... no importaba la raza, muchos de ellos alzaron sus puños, orgullosos, algo que no habían podido hacer desde hacía mucho tiempo. En lo alto de las almenas azotadas por los vientos de Durotar, Kurgan finalizó:
- ¡Pero nunca, nunca me arrodillaré!
Al acabar, puede que hubiera muchos que no estuvieran de acuerdo con la reacción del jefe, pero pese a ello, un grito cobró fuerza entre los varios cientos de gargantas ahí abajo, uno sincero, desde el corazón.
- ¡Por la Horda!
Partemontañas no exigió que se arrodillara. ¿Era su pasada relación de camaradería en el pasado la que le impulsó a ello? ¿El recuerdo de que antes fue un orco? ¿Los cargos actuales de Kurgan y su peso en el ejército? El jefe lo desconocía, tampoco quería saberlo. Bajó de la tribuna, acoplándose de nuevo el armamento y placas a su cuerpo. Kazgorth le advirtió, pese a todo, la Horda eran todos.
Pese a que de cara a los demás Kurgan se había mostrado inflexible, el orco temía por su clan. Era consciente de que sus acciones ese día bien podrían haberles costado a todos la prisión, siendo optimistas. Pero no había sido así. En vez de ello, el jefe tuvo un recibimiento de sus orcos justo al bajar hacia la entrada. Estaban formados en dos perfectas hileras, ofreciendo una guardia de honor a su jefe y a los demás líderes de la Horda. En su centro, bloqueando el paso, se hallaba Brotgar. El viejo veterano de mil batallas se arrodilló, cosa que también hicieron todos y cada uno de los Quemasendas por pura voluntad, no por imposición.
- Siempre mi jefe.— Dijo un orgulloso Brotgar. Kurgan sonrió al veterano, le colocó una mano enguantada sobre el hombro y miró a todos los demás orcos.
- Levantáos todos, por favor.
Y así lo hicieron, los Quemasendas encabezados por Brotgar se levantaron, se veía en sus ojos la felicidad, la fe recuperada, el orgullo conquistado. Ahora, después de tantos malos tragos, por fin habían podido tener ni que fuera tan solo un sorbo del pasado honor, del ya casi olvidado verdadero carácter de la Horda.
Tras ordenar que formaran en dos filas para su marcha, Kurgan y sus Quemasendas emprendieron el regreso a sus chozas en la capital. En perfecta formación abandonaron el Valle del Honor encabezados por su jefe y general. A su paso muchos de los que habían presenciado el acto de Kurgan se llevaban el puño al pecho y proclamaban su admiración por el acto del jefe. Orcos y tauren parecían especialmente emocionados por el cambio de rumbo hecho ese día, por poner un límite a la tala de antiguos códigos morales y de honor.
Podía ser que en el futuro todo se complicara aun más, podía ser que el acto de hoy no sirviera de nada, de ningún precedente. Pero... ¿Y si lo hacía? ¿Y si ayudaba a muchos a no perder la fe en esta Horda que parecía resquebrajarse en su interior? ¿Y si viejos veteranos y jóvenes promesas acudían una vez más bajo el rasgado estandarte para combatir juntos una vez más?
Tan solo el tiempo lo diría.
[Relato] Una promesa de honor.
“Vas a acabar por dañar permanentemente el filo de la hoja”
Gol’mar gruñó y dejó su hacha a un lado. Aún había pasado poco tiempo desde la reunión en la que el Señor Supremo Partemontañas había aparecido. Para Gol’mar no significaba nada ese nombre, solo podía ver aquellos ojos sin vida y esa broma pesada que se hacía llamar orco a sí mismo.
— Ese… monstruo. Es una Abominación, un insulto para los Mag’har. Jamás me arrodillaré ante esa escoria. ¿Es esta la Horda que ayudó en Tanaan? ¿La Horda que combatió a los demonios? Juegan a resucitar a los muertos, admiten brujos en sus filas. Confabulan con la ponzoña demoníaca que corrompió el corazón de nuestra gente.
Postrado en una cama al lado de Gol’mar se encontraba Urtogg, antiguo chamán del clan y abuelo del joven orco. Su padre había muerto al poco de nacer él, y desde entonces se había encargado de educar y entrenarle hasta que sus huesos dieron de sí.
— Algún día tendrás que dejar ese fragor de juventud, Gol’mar, y entender que no todo es ni tan blanco ni tan negro. Fue la Horda de Thrall la que nos ayudó, sí, liderada por su compañero Vol’jin. Pero Vol’jin está muerto, y esta es una Horda distinta. Esta Jefa de Guerra tiene otra moralidad, otros métodos. Pero el corazón de la Horda sigue latiendo. Pudiste verlo, cuando el jefe de los Quemasendas se negó a arrodillarse, ¿no fue así?
Gol’mar gruñó y apartó la mirada. Es cierto que los orcos allí presentes habían mostrado orgullo y se habían opuesto ante aquella farsa. Incluso alguno de los escuálidos elfos habían mostrado un valor el cual no creía que pudiesen tener.
— La Horda sigue, Gol’mar. Incluso nosotros fuimos engañados por un orco de nuestro clan, un Grito Infernal. Embaucó a nuestro Jefe de Guerra e invadimos este mundo. Fue la primera vez que conocí a las gentes de Azeroth. Si algo he aprendido de ellos es que ningún tirano dura mucho tiempo al mando. Se rebelaron contra Garrosh, combatieron a Gul’dan y a la Legión en nuestro mundo cuando muchos de los nuestros fallaron en hacer lo mismo. Aún quedan orcos honorables en este mundo. Vinimos aquí por petición de Eitrigg, siguiendo a la hija de Durotan. Honraremos el sacrificio de Grommash ayudando a traer a esta Horda el honor y la gloria que ha perdido. La deuda de los Mag'har recae sobre vuestros hombros, Gol'mar. Los jóvenes debéis demostrar de qué está hecha nuestra gente.
Mucho después de que el viejo chamán durmiese, Gol'mar aún seguía afuera, despierto. Su abuelo tenía razón. Los orcos de Azeroth habían ayudado a los Mag'har a ser libres de la tiranía y el destino. Era turno de que los Mag'har ayudasen a los orcos de este mundo a ser libres de la tiranía y el deshonor que Sylvanas Brisaveloz intentaba instaurar en la Horda.
“Vas a acabar por dañar permanentemente el filo de la hoja”
Gol’mar gruñó y dejó su hacha a un lado. Aún había pasado poco tiempo desde la reunión en la que el Señor Supremo Partemontañas había aparecido. Para Gol’mar no significaba nada ese nombre, solo podía ver aquellos ojos sin vida y esa broma pesada que se hacía llamar orco a sí mismo.
— Ese… monstruo. Es una Abominación, un insulto para los Mag’har. Jamás me arrodillaré ante esa escoria. ¿Es esta la Horda que ayudó en Tanaan? ¿La Horda que combatió a los demonios? Juegan a resucitar a los muertos, admiten brujos en sus filas. Confabulan con la ponzoña demoníaca que corrompió el corazón de nuestra gente.
Postrado en una cama al lado de Gol’mar se encontraba Urtogg, antiguo chamán del clan y abuelo del joven orco. Su padre había muerto al poco de nacer él, y desde entonces se había encargado de educar y entrenarle hasta que sus huesos dieron de sí.
— Algún día tendrás que dejar ese fragor de juventud, Gol’mar, y entender que no todo es ni tan blanco ni tan negro. Fue la Horda de Thrall la que nos ayudó, sí, liderada por su compañero Vol’jin. Pero Vol’jin está muerto, y esta es una Horda distinta. Esta Jefa de Guerra tiene otra moralidad, otros métodos. Pero el corazón de la Horda sigue latiendo. Pudiste verlo, cuando el jefe de los Quemasendas se negó a arrodillarse, ¿no fue así?
Gol’mar gruñó y apartó la mirada. Es cierto que los orcos allí presentes habían mostrado orgullo y se habían opuesto ante aquella farsa. Incluso alguno de los escuálidos elfos habían mostrado un valor el cual no creía que pudiesen tener.
— La Horda sigue, Gol’mar. Incluso nosotros fuimos engañados por un orco de nuestro clan, un Grito Infernal. Embaucó a nuestro Jefe de Guerra e invadimos este mundo. Fue la primera vez que conocí a las gentes de Azeroth. Si algo he aprendido de ellos es que ningún tirano dura mucho tiempo al mando. Se rebelaron contra Garrosh, combatieron a Gul’dan y a la Legión en nuestro mundo cuando muchos de los nuestros fallaron en hacer lo mismo. Aún quedan orcos honorables en este mundo. Vinimos aquí por petición de Eitrigg, siguiendo a la hija de Durotan. Honraremos el sacrificio de Grommash ayudando a traer a esta Horda el honor y la gloria que ha perdido. La deuda de los Mag'har recae sobre vuestros hombros, Gol'mar. Los jóvenes debéis demostrar de qué está hecha nuestra gente.
Mucho después de que el viejo chamán durmiese, Gol'mar aún seguía afuera, despierto. Su abuelo tenía razón. Los orcos de Azeroth habían ayudado a los Mag'har a ser libres de la tiranía y el destino. Era turno de que los Mag'har ayudasen a los orcos de este mundo a ser libres de la tiranía y el deshonor que Sylvanas Brisaveloz intentaba instaurar en la Horda.
[Relato] Un motivo para luchar.
Había servido a la Horda en el pasado cuando apenas había dejado de ser una cachorra.
Mi padre, el venerable Nok'gar de los Lobo Gélido, siempre supo infundir en mí respeto y buen hacer. Le debo todo lo que soy a él y a sus enseñanzas. Él me enseñó a cazar, a luchar y a sobrevivir.
Cuando apenas hube completado mi Om'riggor la guerra llamó a nuestro hogar y dejé atrás las frías tierras que me vieron nacer y crecer; Alterac. Cuánto las extraño.
Sin embargo habían pasado muchos años desde aquel entonces, y los sentimientos de ser parte de una Horda que por aquel entonces sentí en mi piel eran algo completamente lejano a lo que sentía ahora: La Horda no era lo que un día fue. Hasta la pasada noche.
Recordaba con cariño a compañeros fuertes y unidos, abanderando una mirada de esperanza y honor en cada frente. La Horda que Thrall trajo a todos con empeño, sudor, trabajo y sangre fue aquella a la que juré mi lealtad y a la que hoy mi juramento me lleva a servir.
No habría dudado en momento alguno de morir por todo aquello que consideraba tan mío como de nuestro pueblo. Pero ahora mi voluntad se quebraba.
Cada noche me he preguntado si quiero esta Horda para mi pequeña hermana, Shokko. Si es el legado que quiero que quede en vilo el día que mi padre se una con la tierra y los ancestros. Si es el mundo que quiero dejar a mi cachorro nonato.
La guerra volvió a llamar a Alterac, exigente de soldados que encabezaran su lucha. Pero ahora una oscura sombra se cernía sobre cada acto y sobre cada gota de sangre; La Dama Oscura lideraba todo lo que mi pueblo se empeñó en construir y mantener con tanto ahínco a base de sacrificios innumerables.
No dudé en cumplir con mi palabra y en unirme a Kurgan y los suyos. Como aliada, he acompañado al clan ofreciendo mi arco, mi acero y mi vida.
Pero cada acto de deshonra me hace dudar. Cada sentimiento encontrado me hace sentirme débil. Cada atrocidad en nombre de "nuestra Horda" me ha hecho dudar hasta tal punto de no saber por qué lucho realmente. O si todo por lo que he de luchar realmente lo merece.
Esta noche los Quemasendas hemos vuelto a vigilar el Bastión de los Valientes ante la comitiva de líderes de organizaciones y clanes de la Horda. En un principio todo aconteció con suma calma, hasta que llegó el Alto Señor Partemontañas.
Desconocía de su existencia, pues no fueron pocos los años en los que sumí mi vida y quehaceres una vez más en las tierras de Alterac.
Algunos de mis compañeros me hablaron de él mientras todo acontecía en el Bastión. Hubo sido un temeroso guerrero tiempo ha, levantado una vez más por la Dama Oscura.
El mero hecho de pensar en negar el descanso a un guerrero me provocó pura repugnancia y desánimo. Si alguna vez alguno de los míos caía, ¿volvería a ser obligado a servir a la Horda? ¿Le sería su descanso negado por mero capricho de la Dama Oscura?
Callé. Obedecí y aguardé, tal y como se nos encomendó. Todos dudábamos, y eso era algo que cada uno reflejaba en su mirada.
Los más ancianos, Nargulg y Bolgrim permanecían en silencio. De vez en cuando nos miraban con suma calma, sabían que esperar era lo más sensato. Eso me tranquilizaba. Sin embargo podía ver como Mandrak y Shokko se removían en su sitio. No entendían nada de lo que estaba sucediendo, los comprendía perfectamente.
Intenté mostrarme reacia a dejar ver cualquier tipo de actitud dubitativa, pero era inevitable. Lo único que consiguió sacarme de mis pensamientos fue la voz del Alto Señor Partemontañas.
Apenas podía acertar a ver las siluetas de aquellos líderes que ahora se apostaban en el balcón, mi posición me lo impedía. Sólo podía oir y callar.
El Alto Señor estaba exigiendo a cada líder que se arrodillase ante él y jurase lealtad. No podía creer lo que oía. Me parecía innecesario, humillante, esclavista. ¿Hasta qué punto cada uno de los líderes se veía obligado a obedecer para preservar la paz y la calma?
Cerré los ojos. Podía imaginarme la indignación y la impotencia ante esos altos cargos que ahora se tragaban el orgullo para el bien de los suyos. Podía sentir esa frustración ante algo que probablemente fuera para ellos un trago amargo, cuanto menos.
Uno a uno.
- Esto está siendo humillante.- Decían algunas voces.
- ¿Realmente todo esto es necesario?
- ¿Acaso tenemos que arrodillarnos como esclavos?
- ¿Es esta la Horda que queremos?
No cesaban. El vocerío iba a más, pero aún no resonaba lo suficiente. Parecía que todos temíamos alzarnos más de lo necesario en nuestros propios pensamientos. Ninguno queríamos ser tachados de traidores.
Pero entonces volví a oir gritar al Alto Señor.
Abrí los ojos, saliendo de ese torrente de pensamientos. Como si un jarro de agua fría me devolviese a la realidad.
Me pronuncié, buscando la mirada cómplice, implorosa, de algunos de mis compañeros.
- Kurgan... ¿vas a arrodillarte tú también? - El veterano Bolgrim me devolvió la mirada. Su mirada era firme. Shokko comenzó a pronunciarse conmigo, aún no tenía la rectitud suficiente para ser una buena soldado y no estaba cumpliendo el protocolo.
Uno a uno, todos los Quemasendas comenzamos a murmurar. Bolgrim nos ordenó silencio:
- Kurgan hará lo que tenga que hacer.
Cerré los ojos. No quería imaginarlo. Jamás quise luchar por esta Horda. Jamás quise ver a mis aliados arrodillándose como meros siervos por miedo. Jamás quise tener que cerrar los ojos por evadirme de mi lealtad.
Abrí los ojos como platos, anonadada ante lo que oía. El silencio se hizo en toda la explanada. Todos se miraban los unos a los otros, confusos, sin dar crédito.
Miré a Shokko. La joven orco me devolvía una sonrisa.
- ¡No va a arrodillarse! ¡Kurgan no va a arrodillarse!
Miré uno a uno los rostros de taurens, trols, elfos... Todos sonreían. Todos parecían aguardar en sus miradas un atisbo de esperanza ante lo que estaba rompiendo el silencio.
Comenzaron a aclamar y un calor inexplicable recorrió cada una de mis extremidades, devolviéndome las energías y la vida. El sentimiento de la verdadera Horda nos invadía a todos. Nadie había olvidado el pasado ni nadie olvidaría lo que realmente implicaba ser un hijo más de la Horda.
- ¡POR LA HORDA!- Grité. Pero no era la única. Todos comenzamos a gritar eufóricos. El silencio sepulcral y doloroso había dado paso a una oleada de ánimos y alegría. Todos éramos esa misma noche un único pueblo unido ante las adversidades. Todos éramos hermanos de batalla, de sangre y honor. Todos éramos la Horda.
Todo pasó demasiado deprisa.
Cuando los líderes volvieron a bajar, la figura de nuestro Jefe hizo presencia. Cada uno de los soldados de los Quemasendas nos arrodillamos ante él, al unísono.
Esa misma noche entendí que seguiría a Kurgan hasta el final. Incluso si su sendero me llevaba al culmen de mi existencia. Si así era, cada uno de nosotros estaríamos dispuestos a encarar a la muerte y a escupirle a la cara como un Quemasendas.
¡Arrodíllate!
Había servido a la Horda en el pasado cuando apenas había dejado de ser una cachorra.
Mi padre, el venerable Nok'gar de los Lobo Gélido, siempre supo infundir en mí respeto y buen hacer. Le debo todo lo que soy a él y a sus enseñanzas. Él me enseñó a cazar, a luchar y a sobrevivir.
Cuando apenas hube completado mi Om'riggor la guerra llamó a nuestro hogar y dejé atrás las frías tierras que me vieron nacer y crecer; Alterac. Cuánto las extraño.
Sin embargo habían pasado muchos años desde aquel entonces, y los sentimientos de ser parte de una Horda que por aquel entonces sentí en mi piel eran algo completamente lejano a lo que sentía ahora: La Horda no era lo que un día fue. Hasta la pasada noche.
Recordaba con cariño a compañeros fuertes y unidos, abanderando una mirada de esperanza y honor en cada frente. La Horda que Thrall trajo a todos con empeño, sudor, trabajo y sangre fue aquella a la que juré mi lealtad y a la que hoy mi juramento me lleva a servir.
No habría dudado en momento alguno de morir por todo aquello que consideraba tan mío como de nuestro pueblo. Pero ahora mi voluntad se quebraba.
Cada noche me he preguntado si quiero esta Horda para mi pequeña hermana, Shokko. Si es el legado que quiero que quede en vilo el día que mi padre se una con la tierra y los ancestros. Si es el mundo que quiero dejar a mi cachorro nonato.
La guerra volvió a llamar a Alterac, exigente de soldados que encabezaran su lucha. Pero ahora una oscura sombra se cernía sobre cada acto y sobre cada gota de sangre; La Dama Oscura lideraba todo lo que mi pueblo se empeñó en construir y mantener con tanto ahínco a base de sacrificios innumerables.
No dudé en cumplir con mi palabra y en unirme a Kurgan y los suyos. Como aliada, he acompañado al clan ofreciendo mi arco, mi acero y mi vida.
Pero cada acto de deshonra me hace dudar. Cada sentimiento encontrado me hace sentirme débil. Cada atrocidad en nombre de "nuestra Horda" me ha hecho dudar hasta tal punto de no saber por qué lucho realmente. O si todo por lo que he de luchar realmente lo merece.
Esta noche los Quemasendas hemos vuelto a vigilar el Bastión de los Valientes ante la comitiva de líderes de organizaciones y clanes de la Horda. En un principio todo aconteció con suma calma, hasta que llegó el Alto Señor Partemontañas.
Desconocía de su existencia, pues no fueron pocos los años en los que sumí mi vida y quehaceres una vez más en las tierras de Alterac.
Algunos de mis compañeros me hablaron de él mientras todo acontecía en el Bastión. Hubo sido un temeroso guerrero tiempo ha, levantado una vez más por la Dama Oscura.
El mero hecho de pensar en negar el descanso a un guerrero me provocó pura repugnancia y desánimo. Si alguna vez alguno de los míos caía, ¿volvería a ser obligado a servir a la Horda? ¿Le sería su descanso negado por mero capricho de la Dama Oscura?
Callé. Obedecí y aguardé, tal y como se nos encomendó. Todos dudábamos, y eso era algo que cada uno reflejaba en su mirada.
Los más ancianos, Nargulg y Bolgrim permanecían en silencio. De vez en cuando nos miraban con suma calma, sabían que esperar era lo más sensato. Eso me tranquilizaba. Sin embargo podía ver como Mandrak y Shokko se removían en su sitio. No entendían nada de lo que estaba sucediendo, los comprendía perfectamente.
Intenté mostrarme reacia a dejar ver cualquier tipo de actitud dubitativa, pero era inevitable. Lo único que consiguió sacarme de mis pensamientos fue la voz del Alto Señor Partemontañas.
¡Arrodíllate!
Apenas podía acertar a ver las siluetas de aquellos líderes que ahora se apostaban en el balcón, mi posición me lo impedía. Sólo podía oir y callar.
El Alto Señor estaba exigiendo a cada líder que se arrodillase ante él y jurase lealtad. No podía creer lo que oía. Me parecía innecesario, humillante, esclavista. ¿Hasta qué punto cada uno de los líderes se veía obligado a obedecer para preservar la paz y la calma?
Cerré los ojos. Podía imaginarme la indignación y la impotencia ante esos altos cargos que ahora se tragaban el orgullo para el bien de los suyos. Podía sentir esa frustración ante algo que probablemente fuera para ellos un trago amargo, cuanto menos.
Uno a uno.
- Esto está siendo humillante.- Decían algunas voces.
- ¿Realmente todo esto es necesario?
- ¿Acaso tenemos que arrodillarnos como esclavos?
- ¿Es esta la Horda que queremos?
No cesaban. El vocerío iba a más, pero aún no resonaba lo suficiente. Parecía que todos temíamos alzarnos más de lo necesario en nuestros propios pensamientos. Ninguno queríamos ser tachados de traidores.
Pero entonces volví a oir gritar al Alto Señor.
- ¡Kurgan, Jefe del clan Quemasendas y General de la Legión de Ceniza, un paso al frente!
Abrí los ojos, saliendo de ese torrente de pensamientos. Como si un jarro de agua fría me devolviese a la realidad.
Me pronuncié, buscando la mirada cómplice, implorosa, de algunos de mis compañeros.
- Kurgan... ¿vas a arrodillarte tú también? - El veterano Bolgrim me devolvió la mirada. Su mirada era firme. Shokko comenzó a pronunciarse conmigo, aún no tenía la rectitud suficiente para ser una buena soldado y no estaba cumpliendo el protocolo.
Uno a uno, todos los Quemasendas comenzamos a murmurar. Bolgrim nos ordenó silencio:
- Kurgan hará lo que tenga que hacer.
Cerré los ojos. No quería imaginarlo. Jamás quise luchar por esta Horda. Jamás quise ver a mis aliados arrodillándose como meros siervos por miedo. Jamás quise tener que cerrar los ojos por evadirme de mi lealtad.
- ¡Juro lealtad a la Horda que fundó Thrall, que también es esta! ¡Juro lealtad al sagrado cargo que significa ser Jefe de Guerra de la Horda! ¡Juro lealtad a los principios de honor, lealtad y camaradería que priman entre las razas de la Horda!
Abrí los ojos como platos, anonadada ante lo que oía. El silencio se hizo en toda la explanada. Todos se miraban los unos a los otros, confusos, sin dar crédito.
Miré a Shokko. La joven orco me devolvía una sonrisa.
- ¡No va a arrodillarse! ¡Kurgan no va a arrodillarse!
Miré uno a uno los rostros de taurens, trols, elfos... Todos sonreían. Todos parecían aguardar en sus miradas un atisbo de esperanza ante lo que estaba rompiendo el silencio.
Comenzaron a aclamar y un calor inexplicable recorrió cada una de mis extremidades, devolviéndome las energías y la vida. El sentimiento de la verdadera Horda nos invadía a todos. Nadie había olvidado el pasado ni nadie olvidaría lo que realmente implicaba ser un hijo más de la Horda.
- ¡POR LA HORDA!- Grité. Pero no era la única. Todos comenzamos a gritar eufóricos. El silencio sepulcral y doloroso había dado paso a una oleada de ánimos y alegría. Todos éramos esa misma noche un único pueblo unido ante las adversidades. Todos éramos hermanos de batalla, de sangre y honor. Todos éramos la Horda.
- ¡Pero nunca, nunca me arrodillaré!
Todo pasó demasiado deprisa.
Cuando los líderes volvieron a bajar, la figura de nuestro Jefe hizo presencia. Cada uno de los soldados de los Quemasendas nos arrodillamos ante él, al unísono.
Esa misma noche entendí que seguiría a Kurgan hasta el final. Incluso si su sendero me llevaba al culmen de mi existencia. Si así era, cada uno de nosotros estaríamos dispuestos a encarar a la muerte y a escupirle a la cara como un Quemasendas.
Informe de la misión: “Nuestros aliados en el Norte”
Introducción de la misión: Los taunka de Rasganorte han mandado un barco de suministros, pero unos piratas les han tomado como rehenes cerca de Trinquete. Liberadlos y recuperad el barco - ¡Y los suministros! Objetivos: Acabar con los piratas, cargar el barco Taunka, y emprender de nuevo la ruta a Durotar.
Desarrollo de la misión: La Orden de la Espada Roja se dirigió a la costa de los Baldíos del Norte con intención de llevar a cabo la misión. Al alcanzar la ciudad goblin de Trinquete, la compañía se agenció de un par dracoleones y fletó un pesquero que utilizarían en sus labores de rescate. Tras un reconocimiento aéreo, se localizó el barco secuestrado, atracado en una isla dominada por los piratas. Pese a que se descubrieron donde guardaban los suministros, no encontraron a los prisioneros. Por ello, se enviaron dos agentes de inteligencia haciéndolos pasar por esclavistas. La infiltración fue todo un éxito y lograron descubrir donde se encontraban los prisioneros taunka. Tras regresar e informar al resto de la Orden se procedió a realizar la operación.
Al amparo de la oscuridad de la noche procedieron al desembarco en una de las orillas de la isla, no sin antes neutralizar a los guardias apostados en las torres de vigilancia. La misión se realizó con rapidez y eficiencia, siendo el único percance la pérdida de parte de los rehenes a manos de los piratas, circunstancia que resultó inevitable. Pese a ello, se logró rescatar a la mayoría y se recuperaron todos los suministros intactos, a excepción del alcohol. La misión finalizó tras escoltar el barco rescatado hasta el desembarco Garrafilada.
Resultado de la misión: Éxito.
Firmado: Capitán Turletes Armgo, Campeón de la Horda.
Introducción de la misión: Los taunka de Rasganorte han mandado un barco de suministros, pero unos piratas les han tomado como rehenes cerca de Trinquete. Liberadlos y recuperad el barco - ¡Y los suministros! Objetivos: Acabar con los piratas, cargar el barco Taunka, y emprender de nuevo la ruta a Durotar.
Desarrollo de la misión: La Orden de la Espada Roja se dirigió a la costa de los Baldíos del Norte con intención de llevar a cabo la misión. Al alcanzar la ciudad goblin de Trinquete, la compañía se agenció de un par dracoleones y fletó un pesquero que utilizarían en sus labores de rescate. Tras un reconocimiento aéreo, se localizó el barco secuestrado, atracado en una isla dominada por los piratas. Pese a que se descubrieron donde guardaban los suministros, no encontraron a los prisioneros. Por ello, se enviaron dos agentes de inteligencia haciéndolos pasar por esclavistas. La infiltración fue todo un éxito y lograron descubrir donde se encontraban los prisioneros taunka. Tras regresar e informar al resto de la Orden se procedió a realizar la operación.
Al amparo de la oscuridad de la noche procedieron al desembarco en una de las orillas de la isla, no sin antes neutralizar a los guardias apostados en las torres de vigilancia. La misión se realizó con rapidez y eficiencia, siendo el único percance la pérdida de parte de los rehenes a manos de los piratas, circunstancia que resultó inevitable. Pese a ello, se logró rescatar a la mayoría y se recuperaron todos los suministros intactos, a excepción del alcohol. La misión finalizó tras escoltar el barco rescatado hasta el desembarco Garrafilada.
Resultado de la misión: Éxito.
Firmado: Capitán Turletes Armgo, Campeón de la Horda.
Los restantes pocos. Amenaza kaldorei [relato parte 1]
Cuando llegaron ya era demasiado tarde. Los kaldorei habían aprovechado que atardecía para asaltar otro convoy de la Horda. Incluso en los bosques de Azshara, que nada tenían que ver con el exuberante Vallefresno, los elfos de la noche eran mortalmente sigilosos.
—Asegurad el perímetro. Que nadie se aventure más allá de los árboles.
Había sido una masacre. Orcos empalados o colgando de ramas que mecía el viento. Goblins mutilados, con los dedos arrancados y los dientes rotos. Ninguno del todo muerto, si bien lo estarían pronto.
—Que… carnicería —dijo Calassiel. Una especie de aversión se había marcado en sus facciones. A medida que el grupo avanzó por el claro, los supervivientes moribundos comenzaron a suplicar ayuda entre balbuceos.
—Una muerte honorable es lo último que los kaldorei le concederían a su enemigo —murmuró Shiannas. De entre todos, ella parecía la menos afectada, como si todo el horror macabro que encerraba aquella escena se hubiera ahogado en la oscuridad de sus ojos —. Luchan por venganza más que por ninguna otra cosa.
<Por….favor>
<Salvadnos…>
<Quiero… una… muerte limpia>
<Hicimos cuanto pudimos>
Shiannas se inclinó para mirar a los ojos a un orco que había tendido en el suelo. Lo habían alcanzado con una flecha en el muslo izquierdo, pero apenas se podía mover. Si era veneno, no debía de ser uno muy potente.
Lo cogió por la mandíbula sin miramientos.
—¿Puedes hablar?
El orco respondió con un balbuceo ininteligible. La Dama Umbría repitió la pregunta.
—Sí —silabeó, despegando los párpados poco a poco. Lo que se encontró al abrirlos fue un rostro frío y de textura nívea, una mirada desde donde lo observaba la mismísima muerte. Quiso escapar, pero los músculos simplemente no le obedecieron.
—Dinos. ¿Qué ha pasado aquí?
El orco echó un vistazo alrededor, como si necesitara ubicarse. Al momento recordó y un terror aún más grande que el primero se apoderó de él y perdió la compostura. Sus compañeros, sus amigos… todos masacrados, agonizando, suplicando una salvación que sencillamente no era posible.
—Nos sorprendieron. Nos estaban esperando —le costaba hablar; Shiannas no supo si era por acción del veneno o por la carga emocional —. Todas eran mujeres salvo dos elfos, dos druidas: un águila y una pantera. Vi al águila volar hacia el norte.
—¿Qué hay de tu líder?
El orco señaló un cuerpo tendido no muy lejos del suyo. Lo habían apoyado sobre unas rocas que se habían pintado de rojo. Los ojos y la lengua se habían convertido en dos amasijos sanguinolentos.
—Crono. El druida lo dejó mudo y ciego.
—No nos será útil, entonces —se incorporó.
El orco le devolvió una mirada malherida y suplicante.
—Concedednos el alivio de la muerte. Dadnos el descanso que los elfos de la noche nos han negado.
Las moscas y mosquitos habían inundado el claro con el zumbido de su aleteo. Pronto se darían un festín con los orcos y goblins. La Dama Umbría no respondió de inmediato, pero cuando lo hizo el mundo se detuvo.
—No.
La palabra hizo ecos en la mente del orco. El horror asomó a sus ojos y los bañó en lágrimas. Despegó los labios, confundido.
—Te recuerdo. Peleaste en Silithus contra la Alianza. Ambos somos hijos e hijas de la Horda… ¿Por qué? ¿Por qué no nos das muerte?
Shiannas volvió a inclinarse sobre el orco. El viento arrastraba el aroma dulzón de la podredumbre.
—Vuestras vidas me son indiferentes —respondió la no-muerta —. No soy la campeona de nadie.
—Pero tú… —la voz del orco sonaba cada vez más débil, como si la línea que lo separaba del otro mundo adelgazase más y más —. Tú estabas entre los demás líderes. Tú le juraste lealtad a la Horda.
Shiannas acercó los labios a su oreja. El orco se estremeció.
—He jurado lealtad a la Horda, he sido humillada por la Horda y he tenido que tragarme el orgullo y trabajar junto a mis enemigos, todo por la Horda —hizo una pausa. El zumbido de los enjambres se intensificó. El claro se llenó de nubecillas de partículas negras —. Fui una necia por creer que podía cambiar el mundo; la verdad me rompió por dentro. Pero ahora, ahora soy indomable.
La luz se extinguió poco a poco en la mirada del orco. Su expresión se había petrificado en una mueca de aprensión.
—Calassiel —llamó la Dama —. Cura a los que estén más graves. Los quiero conscientes a todos.
—Pero mi Dama —dijo Calassiel —. Están más allá de toda salvación. Curarlos tan solo haría prolongar su tormento.
Shiannas se incorporó y su mirada bastó para que la elfa callase y obedeciera.
El orco se revolvió en el sitio, desesperado.
—Por favor… no nos hagas esto…
—Vuestra muerte es inevitable —contestó ella con toda naturalidad —. Los kaldorei os abatieron y caísteis sin pena ni gloria. Deberíais agradecerme que vaya a dar un propósito a vuestras muertes.
<¿Un propósito…?> El orco sintió algo en la pierna. Parecía un mosquito, pero más grande e hinchado, abotargado. Empezó a mordisquear cerca de donde tenía clavada la flecha. Al rato aparecieron otras cuatro criaturas como aquella que la imitaron.
Apretó los dientes y después contuvo un grito de dolor.
Más orcos aullaron en el claro. Sus voces estridentes, rasgadas por la angustia, componían una sinfonía tétrica de lamentos y súplicas.
—Los gritos atraerán a los kaldorei de vuelta —bramó el orco, retorciéndose en el suelo. Shiannas lo miraba muy fijamente —. ¡Estás loca!
—Sí. Volverán —dijo ella. Entonces, volviéndose muy lentamente, buscó a Teslyn con la mirada. La Inquisidora no estaba atravesando su mejor momento —. Teslyn, utiliza tus ilusiones para camuflarnos entre estos orcos. Cuando los kaldorei lleguen a investigar qué sucede, les sorprenderemos.
—Me llevará un tiempo preparar el hechizo y no funcionará con todos nosotros. Algunos tendrán que esconderse entre la maleza.
Shiannas hizo un ademán.
—Procede.
Se giró para encarar al orco a sus pies.
—No luchas ni por la Horda ni por la Alianza —dijo con su último aliento, un tono cargado de reproches —. ¿Por quién luchas? ¿Por la Espada de Ébano?
Ella sonrió.
—Lucho por mí misma.
El orco calló mucho antes de que el enjambre terminara de roer sus huesos.
Música
https://www.youtube.com/watch?v=igBaRDV4eIM
Cuando llegaron ya era demasiado tarde. Los kaldorei habían aprovechado que atardecía para asaltar otro convoy de la Horda. Incluso en los bosques de Azshara, que nada tenían que ver con el exuberante Vallefresno, los elfos de la noche eran mortalmente sigilosos.
—Asegurad el perímetro. Que nadie se aventure más allá de los árboles.
Había sido una masacre. Orcos empalados o colgando de ramas que mecía el viento. Goblins mutilados, con los dedos arrancados y los dientes rotos. Ninguno del todo muerto, si bien lo estarían pronto.
—Que… carnicería —dijo Calassiel. Una especie de aversión se había marcado en sus facciones. A medida que el grupo avanzó por el claro, los supervivientes moribundos comenzaron a suplicar ayuda entre balbuceos.
—Una muerte honorable es lo último que los kaldorei le concederían a su enemigo —murmuró Shiannas. De entre todos, ella parecía la menos afectada, como si todo el horror macabro que encerraba aquella escena se hubiera ahogado en la oscuridad de sus ojos —. Luchan por venganza más que por ninguna otra cosa.
<Por….favor>
<Salvadnos…>
<Quiero… una… muerte limpia>
<Hicimos cuanto pudimos>
Shiannas se inclinó para mirar a los ojos a un orco que había tendido en el suelo. Lo habían alcanzado con una flecha en el muslo izquierdo, pero apenas se podía mover. Si era veneno, no debía de ser uno muy potente.
Lo cogió por la mandíbula sin miramientos.
—¿Puedes hablar?
El orco respondió con un balbuceo ininteligible. La Dama Umbría repitió la pregunta.
—Sí —silabeó, despegando los párpados poco a poco. Lo que se encontró al abrirlos fue un rostro frío y de textura nívea, una mirada desde donde lo observaba la mismísima muerte. Quiso escapar, pero los músculos simplemente no le obedecieron.
—Dinos. ¿Qué ha pasado aquí?
El orco echó un vistazo alrededor, como si necesitara ubicarse. Al momento recordó y un terror aún más grande que el primero se apoderó de él y perdió la compostura. Sus compañeros, sus amigos… todos masacrados, agonizando, suplicando una salvación que sencillamente no era posible.
—Nos sorprendieron. Nos estaban esperando —le costaba hablar; Shiannas no supo si era por acción del veneno o por la carga emocional —. Todas eran mujeres salvo dos elfos, dos druidas: un águila y una pantera. Vi al águila volar hacia el norte.
—¿Qué hay de tu líder?
El orco señaló un cuerpo tendido no muy lejos del suyo. Lo habían apoyado sobre unas rocas que se habían pintado de rojo. Los ojos y la lengua se habían convertido en dos amasijos sanguinolentos.
—Crono. El druida lo dejó mudo y ciego.
—No nos será útil, entonces —se incorporó.
El orco le devolvió una mirada malherida y suplicante.
—Concedednos el alivio de la muerte. Dadnos el descanso que los elfos de la noche nos han negado.
Las moscas y mosquitos habían inundado el claro con el zumbido de su aleteo. Pronto se darían un festín con los orcos y goblins. La Dama Umbría no respondió de inmediato, pero cuando lo hizo el mundo se detuvo.
—No.
La palabra hizo ecos en la mente del orco. El horror asomó a sus ojos y los bañó en lágrimas. Despegó los labios, confundido.
—Te recuerdo. Peleaste en Silithus contra la Alianza. Ambos somos hijos e hijas de la Horda… ¿Por qué? ¿Por qué no nos das muerte?
Shiannas volvió a inclinarse sobre el orco. El viento arrastraba el aroma dulzón de la podredumbre.
—Vuestras vidas me son indiferentes —respondió la no-muerta —. No soy la campeona de nadie.
—Pero tú… —la voz del orco sonaba cada vez más débil, como si la línea que lo separaba del otro mundo adelgazase más y más —. Tú estabas entre los demás líderes. Tú le juraste lealtad a la Horda.
Shiannas acercó los labios a su oreja. El orco se estremeció.
—He jurado lealtad a la Horda, he sido humillada por la Horda y he tenido que tragarme el orgullo y trabajar junto a mis enemigos, todo por la Horda —hizo una pausa. El zumbido de los enjambres se intensificó. El claro se llenó de nubecillas de partículas negras —. Fui una necia por creer que podía cambiar el mundo; la verdad me rompió por dentro. Pero ahora, ahora soy indomable.
La luz se extinguió poco a poco en la mirada del orco. Su expresión se había petrificado en una mueca de aprensión.
—Calassiel —llamó la Dama —. Cura a los que estén más graves. Los quiero conscientes a todos.
—Pero mi Dama —dijo Calassiel —. Están más allá de toda salvación. Curarlos tan solo haría prolongar su tormento.
Shiannas se incorporó y su mirada bastó para que la elfa callase y obedeciera.
El orco se revolvió en el sitio, desesperado.
—Por favor… no nos hagas esto…
—Vuestra muerte es inevitable —contestó ella con toda naturalidad —. Los kaldorei os abatieron y caísteis sin pena ni gloria. Deberíais agradecerme que vaya a dar un propósito a vuestras muertes.
<¿Un propósito…?> El orco sintió algo en la pierna. Parecía un mosquito, pero más grande e hinchado, abotargado. Empezó a mordisquear cerca de donde tenía clavada la flecha. Al rato aparecieron otras cuatro criaturas como aquella que la imitaron.
Apretó los dientes y después contuvo un grito de dolor.
Más orcos aullaron en el claro. Sus voces estridentes, rasgadas por la angustia, componían una sinfonía tétrica de lamentos y súplicas.
—Los gritos atraerán a los kaldorei de vuelta —bramó el orco, retorciéndose en el suelo. Shiannas lo miraba muy fijamente —. ¡Estás loca!
—Sí. Volverán —dijo ella. Entonces, volviéndose muy lentamente, buscó a Teslyn con la mirada. La Inquisidora no estaba atravesando su mejor momento —. Teslyn, utiliza tus ilusiones para camuflarnos entre estos orcos. Cuando los kaldorei lleguen a investigar qué sucede, les sorprenderemos.
—Me llevará un tiempo preparar el hechizo y no funcionará con todos nosotros. Algunos tendrán que esconderse entre la maleza.
Shiannas hizo un ademán.
—Procede.
Se giró para encarar al orco a sus pies.
—No luchas ni por la Horda ni por la Alianza —dijo con su último aliento, un tono cargado de reproches —. ¿Por quién luchas? ¿Por la Espada de Ébano?
Ella sonrió.
—Lucho por mí misma.
El orco calló mucho antes de que el enjambre terminara de roer sus huesos.
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Los peones aún apagaban los fuegos en los Destructores del bloqueo. No habían sido demasiado dañados, milagrosamente. Pero eso no importaba. En las cavernas bajo Orgrimmar, debajo incluso de el Circo de las Sombras, se oía retumbar una vocecila. Aguda. Gritos de dolor, insultos también. En un idioma desconocido, el Gnomótico. La Mano Destrozada ya había empezado su procedimiento.
Refuerzos de Monte Alto.
A ORGRIMMAR, en el día Veintitres del décimo mes.
Escribe Sihásapa Ata'halne' Quiebrapáramos - Guía del Concilio de Tribus, Tauren al Mando de la operación del Bloqueo Dranosh'ar.
La operación ha sido un fracaso, pero no por ello una misión fallida. El puerto ha sido asegurado, y tenemos más información del IV:7 que antes, y de sus planes para Durotar. Sin embargo, el hecho de que nuestro prisionero sea Gnomo y que ahora contemos con dos destructores menos por reparaciones, debería decir mucho de la operación.
A pesar de nuestros números, no ha sido fácil, lo fácil fue resolver los disfraces de los infiltrados, ¡Pero manejaban magias que no éramos capaces de comprender! Al parecer, se aplicó alguna especie de hechizo entorpecedor en algunas de nuestras tropas. Los arcanistas deberían revisarlo, pues las tropas más pesadas (En especial, la Tribu Caminabosques) no han sido capaces de dejar de caerse y tropezarse entre ellas. La magia del vacío, también formidable, deberíamos encontrar una forma de contrarrestarle, pues, con nuestra falta de preparación ha sido casi una masacre.
Lo que no esperábamos, cosa que el informe de la Mano Destrozada no mostraba, era la presencia de ingenieros gnomos con armamento suficiente y listos para sabotear el puerto tras la llegada de los barcos de Monte Alto. Ha sido notable su uso de explosivos de Azerita y municiones especiales, que por suerte hemos logrado desmantelar.
Me enorgullece comunicar, que no han habido bajas por parte de la Horda, y que los Destructores se mantienen enteros - fácil reparación, según el Peón Jefe Dug. Con suerte, se sacará suficiente información de este prisionero, y lograremos acabar con este problema de espionaje en nuestros desiertos.
REFUERZOS MONTE ALTO: MISIÓN COMPLETADA.
Refuerzos de Monte Alto.
A ORGRIMMAR, en el día Veintitres del décimo mes.
Escribe Sihásapa Ata'halne' Quiebrapáramos - Guía del Concilio de Tribus, Tauren al Mando de la operación del Bloqueo Dranosh'ar.
La operación ha sido un fracaso, pero no por ello una misión fallida. El puerto ha sido asegurado, y tenemos más información del IV:7 que antes, y de sus planes para Durotar. Sin embargo, el hecho de que nuestro prisionero sea Gnomo y que ahora contemos con dos destructores menos por reparaciones, debería decir mucho de la operación.
A pesar de nuestros números, no ha sido fácil, lo fácil fue resolver los disfraces de los infiltrados, ¡Pero manejaban magias que no éramos capaces de comprender! Al parecer, se aplicó alguna especie de hechizo entorpecedor en algunas de nuestras tropas. Los arcanistas deberían revisarlo, pues las tropas más pesadas (En especial, la Tribu Caminabosques) no han sido capaces de dejar de caerse y tropezarse entre ellas. La magia del vacío, también formidable, deberíamos encontrar una forma de contrarrestarle, pues, con nuestra falta de preparación ha sido casi una masacre.
Lo que no esperábamos, cosa que el informe de la Mano Destrozada no mostraba, era la presencia de ingenieros gnomos con armamento suficiente y listos para sabotear el puerto tras la llegada de los barcos de Monte Alto. Ha sido notable su uso de explosivos de Azerita y municiones especiales, que por suerte hemos logrado desmantelar.
Me enorgullece comunicar, que no han habido bajas por parte de la Horda, y que los Destructores se mantienen enteros - fácil reparación, según el Peón Jefe Dug. Con suerte, se sacará suficiente información de este prisionero, y lograremos acabar con este problema de espionaje en nuestros desiertos.
REFUERZOS MONTE ALTO: MISIÓN COMPLETADA.
A la atención del Señor Supremo Kazgorth Partemontañas, comandante del Gran Ejército de la Horda:
Informe de la misión "Suministros desde Cima del Trueno".
La Legión de Ceniza, compuesta por una parte de las tropas del Concilio de Tribus de Taluha y el Clan Quemasendas, preparó a cuatro kodos para realizar el viaje desde la capital tauren hasta Bahía de Garrafilada. Tres de ellos eran de Taluha, el restante era de los Quemasendas. Todos los suministros fueron empaquetados debidamente, repartiendo el peso entre las bestias. Al finalizar dicha labor partimos.
Los tauren nos aconsejaron tomar la ruta norte, la que daba a Sierra Espolón y luego a los Baldíos del Norte. Ya que si tomábamos la ruta de la Gran Puerta nos veríamos imposibilitados de continuar el viejo camino de los Baldíos por la brecha abierta durante el Cataclismo. Optamos por dicha ruta. La caravana ascendió por sus empinados riscos y en un momento crítico, sufrimos una emboscada de los Tótem Siniestro rebeldes. Bloquearon el camino con dos grandes piedras, una delante obstaculizando el avance y otra detrás, privándonos de escapatoria. Además empezaron a lanzarnos pedruscos de un tamaño considerable. Por suerte, reaccionamos de forma rápida. Una parte de las fuerzas cubrió a los kodos mientras los demás nos dedicábamos a empujar la gran roca del frente, lo conseguimos. Uno de los Tótem Siniestro cayó abatido y los demás, al verle caer junto con la gran piedra, decidieron fugarse.
Se atendieron rápidamente los pocos heridos y continuamos hacia Sierra Espolón. Una vez allí Kohack se percató de que aunque la gran brecha de los Baldíos era menos pronunciada en nuestra próxima ruta hacia ella, necesitaríamos un soporte fiable para atravesarla con los kodos cargados. Decidimos parar el tiempo necesario para talar algunos árboles. Los atamos a los kodos y seguimos, con la intención de usarlos a modo de puente. Sin embargo, nos tocó pasar por delante de posiciones defensivas de la Alianza, pues al parecer aun se guarnicionan allí. Fue entonces que tuvimos que realizar una marcha lenta, agónica y sangrienta por delante de sus posiciones para conseguir llegar a la brecha del otro lado. Fuimos presa de andanadas de flechas y de grandes balistas, pero la formación se mantuvo unida. Pese a que los soldados me pedían permiso constantemente para cargar contra las posiciones de los humanos, las denegué todas, pues entendía que le objetivo de la misión eran los suministros, no el combate.
En la dura marcha bajo los proyectiles murieron dos de los kodos. Tras la muerte del primero, se acopló la madera talada anteriormente en otro, pero tras la muerte del segundo, ordené soltar la madera, tomar todos los suministros posibles y lanzarse a la carrera hacia adelante. Permanecer más tiempo en ese matadero nos habría costado la vida de todos los kodos y la de más de uno de nosotros. Hubo heridos de diversa consideración en tal marcha, pero todos sobrevivimos.
Debido a que no teníamos material para construir un puente, recurrimos a los chamanes tauren y orcos para que juntos, realizaran una súplica al unisono. Los elementos respondieron para regocijo de todos, levantando la tierra que separaba los dos Baldíos una vez más, permitiendo que animales, orcos y tauren cruzaran sin problemas.
Pero eso no fue todo. Una vez llegados a los Baldíos del Norte, nos detuvimos temporalmente en un búnker fronterizo para reabastecernos y curar las heridas. Justo en ese momento, cuernos de guerra se escucharon en las planicies. Así es, nos atacó un grupo de unos quince centauros. Ordenamos que los tiradores se apostaran dentro del búnker mientras la infantería formó un muro de escudos frente a la posición defensiva. No íbamos a permitir que se acercaran a los kodos, no después de lo que había ocurrido. Desgraciadamente no puedo detallar el combate que se desarrolló, pues en la carga inicial de los centauros una lanza me atravesó por la parte superior del hombro, salí lanzado hacia atrás y quedé inconsciente por el impacto. Sin embargo al despertar pude comprobar como todos habían sido muertos con gran presteza por la Legión de Ceniza.
Tras curar a los heridos de nuevo, nos dirigimos al Cruce, de allí a Cerrotajo y de ahí a los muelles de la Bahía de Garrafilada.
Misión "Suministros desde Cima del Trueno": Completada.
Estado de los suministros: Se ha perdido una cuarta parte del total debido al ataque con armas pesadas por parte de los humanos.
Bajas: Dos kodos muertos. El kodo del Jefe Kohack y el kodo de carga del Clan Quemasendas, llamado Aplastacharcos.
Firmado:
Kurgan
Jefe del Clan Quemasendas
General de la Legión de Ceniza
Lo suscribe:
Kohack
Jefe de la Tribu Pisatormentas
Los restantes pocos. Amenaza kaldorei [relato parte 2]
—¿Qué sucede aquí?
La kaldorei se paseó entre los orcos agonizantes. Cuatro centinelas más la acompañaban con los arcos preparados. Quizás entre los árboles aguardasen otras tantas.
—Esto no está bien, hermanas —dijo una. La voz le temblaba por el macabro espectáculo que se desplegaba a su alrededor. El coro de gritos y alaridos ponía la piel de gallina a cualquiera—. ¿Por qué no acabar con su sufrimiento? No somos mejores que ellos si nos entregamos a las sombras de nuestro corazón.
La kaldorei que lideraba la marcha apartó el cadáver de un orco. Ese había sido uno de los pocos afortunados que habían muerto rápido. Torció el gesto.
—Porque no buscamos ser mejores que ellos —replicó —. Para ganar esta guerra la experiencia nos enseña que debemos ser aun peores.
—¿Y qué hay del mundo que dejaremos atrás? —insistió la otra —. ¿Y qué pasa si nadie consigue nunca la victoria definitiva? ¿Una eternidad de barbarie, eso es lo que queremos?
—Mejor que una eternidad de cobardía —la voz le tembló por la ira, hablaba con la autoridad de una líder. Esta vez nadie se atrevió a contrariarla —. Valdir, ¿percibes algo?
Entonces, por primera vez, se pronunció uno de los dos druidas de los que había hablado el orco.
—Magia oscura —su tono, su voz… Era alguien mayor, con experiencia; alguien poderoso y con el que andarse con cuidado —. Muerte. Este enjambre es de naturaleza mágica.
La kaldorei se paseó por el claro buscando alguna pista o indicio. Los cuerpos, muertos o vivos, alfombraban el suelo como una segunda piel de carne y vísceras.
—No tiene sentido —dijo la elfa al cabo de un rato —. ¿Quién podría haber querido prolongar su tormento? Nadie en nuestro pueblo maneja este tipo de magia, y la Horda tampoco torturaría a sus propios heridos. ¿La Espada de Ébano?
Nadie le contestó.
—Hay algo más —dijo entonces el druida —. Otra magia… —permaneció un momento en silencio, los ojos cerrados —. Magia arcana. ¿Una ilusión?
Como en respuesta, la plaga zumbó en el aire y se lanzó a por él. Pero el druida era rápido, y a una palabra suya el enjambre se dispersó en una miríada de luciérnagas y mariposas. Como en respuesta, Elune apareció en lo alto del claro.
—¡Teslyn, ahora! —gritó Shiannas.
—¡Hermanas, atrás! —gritó la kaldorei.
Entonces hubo un destello enceguecedor y allí donde solo habían visto orcos, los elfos de la noche distinguieron figuras variopintas, altas y bajas, todas erguidas, que formaban un círculo a su alrededor. Para la mayor parte de las kaldorei ya era demasiado tarde.
Calassiel había alzado una mano y había hecho restallar un látigo de sombras contra una de las arqueras. Teslyn había murmurado una palabra de poder y una explosión arcana había lanzado a otra contra la pared de árboles. Latshy había acertado a una tercera en la cabeza. Jarukan, con su daga, abatió a otra que asomaba por entre las ramas.
Pero el auténtico peligro lo entrañaba el druida; la furia de los bosques, la venganza de Teldrassil, el poder de la naturaleza, concentrado en la yema de sus dedos. Un chasquido y no se enfrentarían tan solo a él, si no al planeta mismo.
—A mis espaldas —dijo Shiannas, adelantándose un paso apenas —. Muéstrame de lo que eres capaz, elfo.
El druida apenas se movió del sitio. Sintieron cómo el bosque vibraba y la tierra temblaba a sus pies. Les pareció que las ramas se mecían al viento como si quisieran alcanzarlos.
Y en apenas un segundo, todo ello se aceleró y creció en su contra. Las ramas trataron de empalarlos, de la tierra emergieron raíces que reptaron por sus piernas. La luna que brillaba en lo alto los abrasó con su luz juiciosa.
Pero todo lo vivo podía morir, y en presencia de Shiannas hasta las flores y frutas más exuberantes se tornaban mustias y se pudrían.
Vida y muerte. La representación del ciclo sagrado. Caballero de la muerte y druida midiendo sus fuerzas en toda su siniestra gloria.
Después de un rato, el druida cesó sus esfuerzos y Shiannas contraatacó. Las sombras tomaron consistencia en sus manos y las lanzó como puñales contra el elfo. Esquivó ambas y rodó a un lado. Entonó las palabras de un hechizo y un proyectil de polvo de estrella se precipitó sobre la no-muerta.
Un fulgor plateado que no duró demasiado. El daño era mínimo. Cuando volvieron a abrir los ojos comprobaron que el druida ya no estaba solo.
Recordó las palabras del orco.
<Todas eran mujeres salvo dos elfos, dos druidas: un águila y una pantera. Vi al águila volar hacia el norte>
Aquel elfo, Valdir, debía de ser el águila. Y ahí estaba la pantera, el druida restante.
Afiló una mirada felina, inyectada en sangre.
—Creía que esto era un enfrentamiento de dos —dijo Shiannas —. No de dos contra uno.
Valdir no dijo nada y la pantera se lanzó a la carga. Shiannas blandió la guadaña, lista para cobrarse otra baja, pero el animal saltó por encima del filo y se abalanzó contra Teslyn. La maga apenas pudo reaccionar a tiempo de desviar su mordisco con el bastón.
Se hizo el silencio en el claro.
Y el dueto se transformó en un coro de voces. Cuando la orquesta dio su última nota, triunfal, los dos druidas yacían en el suelo, de rodillas frente a la Dama Umbría, tan moribundos como los orcos que todavía gemían en voz baja. Shiannas había resultado herida, nada demasiado grave. Teslyn tenían un par de rasguños. Los demás estaban casi intactos.
—Utilizasteis las vidas de vuestros propios hermanos y hermanas en nuestra contra —consiguió balbucear Valdir —. Eres una auténtica seguidora de la Dama Oscura.
Shiannas caminó pavoneándose hasta el druida. La luna había desaparecido tras los nubarrones grises. El bosque había enmudecido por completo, sumido en sombras.
—Mírame a los ojos —le dijo —. ¿Crees que sirvo a la Horda? Admiro a Sylvanas por la líder que es, pero yo solo me soy fiel a mí misma.
La luz se fue de los ojos del elfo.
—¿Por qué? —jadeó una voz —. ¿Por qué, si no sirves a la Jefa de Guerra, haces esto contra mi pueblo?
Shiannas echó un vistazo alrededor. Había una kaldorei que todavía se movía, que luchaba por su vida aún cuando toda esperanza estaba perdida. Apenas tenía fuerzas para arrastrarse por el fango, pero en su mirada advirtió un poder que podría mover montañas.
La reconoció. Era la arquera ingenua, la que creía que podía cambiar el mundo con sueños baratos y buenas voluntad.
Contuvo una risa amarga. Le recordaba a sí misma. Ella también había creído que podía cambiar el mundo, hacer de él un lugar mejor, con tan solo determinación y esfuerzo. Pero al contrario que aquella pobre infeliz, Shiannas había aprendido que el mundo no quería cambiar.
¿Y quién era ella para luchar contra lo imposible? ¿Qué poder obraba en su mano capaz de detener la rueda del odio?
Podía matar ahí mismo a la kaldorei. Ahorrarle la decepción de la verdad amarga. Pero algo en Shiannas se rebelaba a aquella idea.
—Nunca, jamás, podrás cambiar el mundo. El ciclo de odio que vivimos es más viejo que tú y que yo, y nos sobrevivirá a ambas. Permíteme devolverte la pregunta, ¿no prefieres morir y olvidar este mundo, a soñar uno distinto que jamás verán tus ojos?
La elfa sangraba. La elfa lloraba.
—Un sueño —dijo con la voz temblorosa. Apenas tenía aliento para hablar, y sin embargo había algo hechizante en su tono —. Un sueño es todo lo que hace falta para cambiar el mundo.
Shiannas la observó desde la distancia. Observó cómo se incorporaba y se alejaba cojeando por entre los árboles. No hizo nada por detenerla. La dejaría vivir. Dejaría que se llevase la decepción, que la decepción la arrojase al abismo de la locura, y la oscuridad medrase en ella y la esculpiera en una segunda Dama Umbría.
<Un sueño dulce> pensó. Pero Shianas sabía muy bien de qué estaban hechos los dulces sueños.
Música
https://www.youtube.com/watch?v=yD0bV87c6-8&list=RDyD0bV87c6-8&start_radio=1
—¿Qué sucede aquí?
La kaldorei se paseó entre los orcos agonizantes. Cuatro centinelas más la acompañaban con los arcos preparados. Quizás entre los árboles aguardasen otras tantas.
—Esto no está bien, hermanas —dijo una. La voz le temblaba por el macabro espectáculo que se desplegaba a su alrededor. El coro de gritos y alaridos ponía la piel de gallina a cualquiera—. ¿Por qué no acabar con su sufrimiento? No somos mejores que ellos si nos entregamos a las sombras de nuestro corazón.
La kaldorei que lideraba la marcha apartó el cadáver de un orco. Ese había sido uno de los pocos afortunados que habían muerto rápido. Torció el gesto.
—Porque no buscamos ser mejores que ellos —replicó —. Para ganar esta guerra la experiencia nos enseña que debemos ser aun peores.
—¿Y qué hay del mundo que dejaremos atrás? —insistió la otra —. ¿Y qué pasa si nadie consigue nunca la victoria definitiva? ¿Una eternidad de barbarie, eso es lo que queremos?
—Mejor que una eternidad de cobardía —la voz le tembló por la ira, hablaba con la autoridad de una líder. Esta vez nadie se atrevió a contrariarla —. Valdir, ¿percibes algo?
Entonces, por primera vez, se pronunció uno de los dos druidas de los que había hablado el orco.
—Magia oscura —su tono, su voz… Era alguien mayor, con experiencia; alguien poderoso y con el que andarse con cuidado —. Muerte. Este enjambre es de naturaleza mágica.
La kaldorei se paseó por el claro buscando alguna pista o indicio. Los cuerpos, muertos o vivos, alfombraban el suelo como una segunda piel de carne y vísceras.
—No tiene sentido —dijo la elfa al cabo de un rato —. ¿Quién podría haber querido prolongar su tormento? Nadie en nuestro pueblo maneja este tipo de magia, y la Horda tampoco torturaría a sus propios heridos. ¿La Espada de Ébano?
Nadie le contestó.
—Hay algo más —dijo entonces el druida —. Otra magia… —permaneció un momento en silencio, los ojos cerrados —. Magia arcana. ¿Una ilusión?
Como en respuesta, la plaga zumbó en el aire y se lanzó a por él. Pero el druida era rápido, y a una palabra suya el enjambre se dispersó en una miríada de luciérnagas y mariposas. Como en respuesta, Elune apareció en lo alto del claro.
—¡Teslyn, ahora! —gritó Shiannas.
—¡Hermanas, atrás! —gritó la kaldorei.
Entonces hubo un destello enceguecedor y allí donde solo habían visto orcos, los elfos de la noche distinguieron figuras variopintas, altas y bajas, todas erguidas, que formaban un círculo a su alrededor. Para la mayor parte de las kaldorei ya era demasiado tarde.
Calassiel había alzado una mano y había hecho restallar un látigo de sombras contra una de las arqueras. Teslyn había murmurado una palabra de poder y una explosión arcana había lanzado a otra contra la pared de árboles. Latshy había acertado a una tercera en la cabeza. Jarukan, con su daga, abatió a otra que asomaba por entre las ramas.
Pero el auténtico peligro lo entrañaba el druida; la furia de los bosques, la venganza de Teldrassil, el poder de la naturaleza, concentrado en la yema de sus dedos. Un chasquido y no se enfrentarían tan solo a él, si no al planeta mismo.
—A mis espaldas —dijo Shiannas, adelantándose un paso apenas —. Muéstrame de lo que eres capaz, elfo.
El druida apenas se movió del sitio. Sintieron cómo el bosque vibraba y la tierra temblaba a sus pies. Les pareció que las ramas se mecían al viento como si quisieran alcanzarlos.
Y en apenas un segundo, todo ello se aceleró y creció en su contra. Las ramas trataron de empalarlos, de la tierra emergieron raíces que reptaron por sus piernas. La luna que brillaba en lo alto los abrasó con su luz juiciosa.
Pero todo lo vivo podía morir, y en presencia de Shiannas hasta las flores y frutas más exuberantes se tornaban mustias y se pudrían.
Vida y muerte. La representación del ciclo sagrado. Caballero de la muerte y druida midiendo sus fuerzas en toda su siniestra gloria.
Después de un rato, el druida cesó sus esfuerzos y Shiannas contraatacó. Las sombras tomaron consistencia en sus manos y las lanzó como puñales contra el elfo. Esquivó ambas y rodó a un lado. Entonó las palabras de un hechizo y un proyectil de polvo de estrella se precipitó sobre la no-muerta.
Un fulgor plateado que no duró demasiado. El daño era mínimo. Cuando volvieron a abrir los ojos comprobaron que el druida ya no estaba solo.
Recordó las palabras del orco.
<Todas eran mujeres salvo dos elfos, dos druidas: un águila y una pantera. Vi al águila volar hacia el norte>
Aquel elfo, Valdir, debía de ser el águila. Y ahí estaba la pantera, el druida restante.
Afiló una mirada felina, inyectada en sangre.
—Creía que esto era un enfrentamiento de dos —dijo Shiannas —. No de dos contra uno.
Valdir no dijo nada y la pantera se lanzó a la carga. Shiannas blandió la guadaña, lista para cobrarse otra baja, pero el animal saltó por encima del filo y se abalanzó contra Teslyn. La maga apenas pudo reaccionar a tiempo de desviar su mordisco con el bastón.
Se hizo el silencio en el claro.
Y el dueto se transformó en un coro de voces. Cuando la orquesta dio su última nota, triunfal, los dos druidas yacían en el suelo, de rodillas frente a la Dama Umbría, tan moribundos como los orcos que todavía gemían en voz baja. Shiannas había resultado herida, nada demasiado grave. Teslyn tenían un par de rasguños. Los demás estaban casi intactos.
—Utilizasteis las vidas de vuestros propios hermanos y hermanas en nuestra contra —consiguió balbucear Valdir —. Eres una auténtica seguidora de la Dama Oscura.
Shiannas caminó pavoneándose hasta el druida. La luna había desaparecido tras los nubarrones grises. El bosque había enmudecido por completo, sumido en sombras.
—Mírame a los ojos —le dijo —. ¿Crees que sirvo a la Horda? Admiro a Sylvanas por la líder que es, pero yo solo me soy fiel a mí misma.
La luz se fue de los ojos del elfo.
—¿Por qué? —jadeó una voz —. ¿Por qué, si no sirves a la Jefa de Guerra, haces esto contra mi pueblo?
Shiannas echó un vistazo alrededor. Había una kaldorei que todavía se movía, que luchaba por su vida aún cuando toda esperanza estaba perdida. Apenas tenía fuerzas para arrastrarse por el fango, pero en su mirada advirtió un poder que podría mover montañas.
La reconoció. Era la arquera ingenua, la que creía que podía cambiar el mundo con sueños baratos y buenas voluntad.
Contuvo una risa amarga. Le recordaba a sí misma. Ella también había creído que podía cambiar el mundo, hacer de él un lugar mejor, con tan solo determinación y esfuerzo. Pero al contrario que aquella pobre infeliz, Shiannas había aprendido que el mundo no quería cambiar.
¿Y quién era ella para luchar contra lo imposible? ¿Qué poder obraba en su mano capaz de detener la rueda del odio?
Podía matar ahí mismo a la kaldorei. Ahorrarle la decepción de la verdad amarga. Pero algo en Shiannas se rebelaba a aquella idea.
—Nunca, jamás, podrás cambiar el mundo. El ciclo de odio que vivimos es más viejo que tú y que yo, y nos sobrevivirá a ambas. Permíteme devolverte la pregunta, ¿no prefieres morir y olvidar este mundo, a soñar uno distinto que jamás verán tus ojos?
La elfa sangraba. La elfa lloraba.
—Un sueño —dijo con la voz temblorosa. Apenas tenía aliento para hablar, y sin embargo había algo hechizante en su tono —. Un sueño es todo lo que hace falta para cambiar el mundo.
Shiannas la observó desde la distancia. Observó cómo se incorporaba y se alejaba cojeando por entre los árboles. No hizo nada por detenerla. La dejaría vivir. Dejaría que se llevase la decepción, que la decepción la arrojase al abismo de la locura, y la oscuridad medrase en ella y la esculpiera en una segunda Dama Umbría.
<Un sueño dulce> pensó. Pero Shianas sabía muy bien de qué estaban hechos los dulces sueños.