Mareas de venganza.Dos visiones del conflicto

¡Dale duro!

A ver si mañana puedo escribir algo… que ya por la tarde no puedo. Si no, el fin de semana.

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Es que tampoco puedo escribir mucho más… No se aún que pretende Morda o a quien le quería vender a mis hijos.
Bueno Estel lo tengo claro que a los etéreos pero como no sabemos ni quien se lo ha llevado…
A lo sumo Argent, Belter o tú interrogando al Eredar que ha sido una pícara y poco más.
Yo tengo a la druida a la vista.
No se si ha sido a propósito o no pero en un desierto es más que visible.
Y Menel aunque esté a punto de partirse de pena tenia que reponetse e intentar salvar a Lith.
Veremos por donde me sale Morda

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Tormento cabeceaba con cada paso, más pendiente de las hierbas que crecían en el camino que de su propio paso. Su jinete tampoco es que estuviera mucho más atento, dado que había estado poniendo en orden los datos que el enano le había ofrecido de buena voluntad.

Aro de Acero le había proporcionado una descripción vaga, pero entre sus balbuceos no hubo pista alguna sobre el paradero. Resultaba que el tal “Collar de Be” era una reliquia altonato antigua con grandes poderes de sanación, se rumoreaba que incluso era capaz de traer a los muertos de vuelta. Si resultaba ser cierto, no le extrañaría que fuese un objeto tan importante.

Las resurrecciones no eran algo particularmente raro, pero la mayoría tenían un gran pero asociado a ellas. Las resurrecciones auténticas, sin embargo…

Aiden mandó detenerse a su montura y empezó a vigilar sus flancos. El cielo estaba encapotado, pero había pasado mucho tiempo en Rasganorte como para discernir que no pertenecía a ese lugar. Incluso Tormento alzó las orejas y pateó el suelo, consciente de que algo no iba bien.

Desenvainó una de sus hojarrunas y aguardó durante unos silenciosos segundos. No le daría más tiempo a quien fuera que lo acechara.

—Tormento, nos va…

Un estallido de energía vil chocó contra él. Aunque impidió un golpe directo bloqueando el ataque con la espada, el proyectil había tenido fuerza suficiente para tirarlo del caballo.

Tormento se encabritó y salío corriendo. Aiden se levantó y desenvainó su otra hoja, solo para ser derribado de nuevo.

Un manáfago se le había tirado encima. Sus babosas fauces se acercaban a su cuello con ansias sangrientas. La bestia empujó con todas sus fuerzas, pero lanzó un aullido de dolor cuando una hojarruna le atravesó el abdomen.

Se puso en pie y vió ante el un guardia de cólera acompañado por dos diablillos salvajes, que se carcajeaban mientras le lanzaban sendos chorros de llamas viles. El caballero de la Muerte se escudó en un caparazón con sigilos profanos.

—¡Te arrepentiras de esto, demonio! ¡Cuando acabe contigo desearás haber compartido el destino de Varimathras!

—Tengo órdenes, guerrero maldito —respondió él con un ímpetu.

—¿Y esas órdenes son suicidarse?

—Los fisgones serán silenciados.

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No veas…en que momento se me ocurrió a mi lo del collar?

Las vamos a liar pardas con la excusa de buscarlo XD

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¿Sabes quien lo tiene de antemano o lo vas a revelar sobre la marcha? Porque interrogar sin saber va a ser dificil como poco.

Pues lo tiene Morda…por ahí arriba ha puesto un post con Kmils:

O bueno al menos la gema…el collar sigue no se donde.
Mientras la ñoma no se pronuncie…

Cierto cierto, fallo mio. Hay tanto post que me acabo perdiendo.

El paladín,tras la conmoción inicial que supone la desaparición de Menel junto con Lit,observa con atención su gema alma. No muestra los destellos que le avisarían de que la vida de Menel corre peligro…
Tiene plena confianza en las habilidades de su amada,y no es necesario rastrearla en ese momento.
Asi que decide centrarse en lo que tiene delante,asi que volviéndose hacia el Eredar que conienza a rebullir,le golpea con fuerza en la sien,para que permanezca inconsciente.
Acto seguido,extrae un comunicador de la legión,este ante el contacto,comienza a emitir un pálido fulgor verde.
El paladín comienza a hablar,Hême,amigo mio, tenemos un problema. Le explica la situación,y al final le dice…
Tengo un brujo eredar,atado, amordazado,e inconsciente, en el salón de mi casa. Hay que interrogarlo,no se si es tu especialidad, o la de algún miembro de tu familia,agradeceria que vinieras,o que traigas a algún experto en interrogatorios…
Dicho lo cual,corta la comunicación,y ofrece un café,o lo que les aperetezca a los allí presentes

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Hême alzó el vuelo en dirección a la necrópolis flotante, que se alzaba imponente sobre la maltratada costa. Sin embargo, no quería correr riesgos, por lo que se agazapó debajo de uno de los grandes balcones con la intención de escuchar algo.
-Todos los somos. Solo que tú eres demasiado blando.-pronunció una voz ronca que hacía temblar el suelo. Aquello no pintaba demasiado bien… algo grave ocurría.
De pronto, un sobre negro salpicado de sangre salió volando y flotó suavemente en el aire. Hême se lanzó a por la misiva y logró sujetarla antes de que volara lejos. Volvió a sujetarse en el balcón y con una mano abrió la carta, que decía lo siguiente:
“Limether. Si lees esto, debes saber que estoy muerto. Debes ir a Suramar. Tu hija está en peligro.” La carta estaba sellada con la inconfundible marca de Kranem.
Justo en ese momento la voz ronca volvió a hablar, pero Hême, aturdido como estaba, no entendió lo que decía. Acto seguido se escuchó un sonido viscoso y un fuerte pisotón seguido de otro sonido que recordaba a un cráneo siendo aplastado. El Illidari esperó unos segundos, y entonces subió al balcón de un salto mientras desenvainaba sus gujas de guerra. Al instante media docena de caballeros de la muerte prepararon sus armas y las dirigieron hacia él, pero antes de que pudieran actuar una voz potente y autoritaria los detuvo. Era la misma voz que había escuchado antes.
-Quietos. No os mováis o yo mismo os arrancaré la cabeza.-ordenó el gigantesco dueño de la voz.- ¿Quién eres tú, elfo esmirriado? Por casualidad… ¿eres Limether?
-Es correcto. Supongo que tú eres el nuevo líder de Acherus.-escupió él.
-Acabo de matar a tu hermano hace un momento. Así que sí.-repuso el orco.
-Verás, acabo de enterarme de que tengo una hija, así que más vale que terminemos rápido con esto. Prepárate para que te arranque esa mandíbula podrida.-dijo Hême.
-¿Acabas de enterarte?-el orco soltó una carcajada.- Qué mal padre.
Hême se convirtió en demonio y apartó a los guardias de un golpe, mientras se lanzaba hacia el interior de Acherus en busca de la cabeza del orco. Sin embargo, el caballero de la muerte no se movió hasta el último momento. Una sonrisa de triunfo bailó en la cara del orco, que se lanzó hacia atrás cayendo al vacío. Eso le sorprendió, y una kaldorei que se encontraba allí aprovechó para hacerle un corte en el brazo. Hême ignoró la herida y se lanzó detrás del orco. Sin embargo, cuando llegó al suelo no encontró nada. No había ni rastro del caballero de la muerte que minutos antes había asesinado a su hermano. De pronto, un rugido hizo vibrar las rocas se escuchó en la lejanía, cada vez más cerca. Cuando se dio cuenta, era muy tarde. Un enorme dragón no-muerto cargado de magia de sangre, con el orco en su lomo, descendió del cielo en picado y lo agarró con sus garras huesudas lanzándolo hacia atrás con violencia, partiendo varias rocas en el camino. Sin dudar un segundo, el Illidari se lanzó como un proyectil en dirección al dragón, al que desequilibró de un golpe en el flanco derecho. El orco cayó con gran estrépito al suelo, y su dragón hizo otro tanto. Rápidamente se incorporó y le dio una palmada al dragón, que ascendió volando de vuelta a Acherus. El caballero de la muerte lo miró con profundo odio.
-Estás muerto.-dijo el orco.- Tus huesos decorarán mi trono. El trono de Huesonegro.
-¿Huesonegro? ¿Es ese tu apellido? Será por tus dientes sucios.-se burló Hême.
-Solo un patético y débil mortal caería en una provocación así.-dijo el orco. Sin embargo, Huesonegro desenvainó su mandoble y se preparó para embestir. El Illidari hizo otro tanto y alzó sus gujas para parar el embate. Huesonegro cargó, golpeando con fuerza su espada contra las gujas. El impacto hizo que Hême volara varios metros hacia atrás. Sin darle tiempo a reponerse, el orco avanzó y le dio un puñetazo en la cara, partiéndole la mandíbula inferior. Otro golpe, y el enorme demonio en el que se había transformado desapareció dejando paso al elfo de sangre. Hême, sin embargo, agarró sus gujas y volvió a transformarse para hacer una profunda incisión en el rostro del orco, que soltó un rugido de furia y hundió su enorme mandoble cargado con magia de sangre en el pecho de Hême, para acto seguido darle una patada y enviarlo volando hacia una gran roca con vetas viles. Era una batalla perdida. Aquel orco era un verdadero monstruo. Su fuerza era desmedida y era prácticamente inmortal. Alzó la mirada con dificultad y vio al orco, que agarró a un cocodrilo que dormía en una roca y lo partió por la mitad con las manos para poder absorber su sangre. En un segundo, su cara estaba completamente curada. Ni siquiera había una cicatriz en su rostro.
-Te… arrepentirás… de esto.-dijo Hême con dificultad. Casi estaba curado gracias a su sangre de demonio, pero las heridas eran muy profundas y le estaba costando. De pronto, unos rayos violetas lo agarraron y lo acercaron al orco, que lo agarró del brazo.
-Mañana iré a por tu hija.-informó el orco.- Espero que estés preparado para entonces.
El orco llamó a su dragón y volvió a Acherus. Hême, agotado, usó su piedra de hogar y volvió a Suramar.

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—¿Cual es tu nombre, demonio?

El Guardia de Cólera le miró extrañado por la pregunta, y de no haber sido por la mirada atenta y penetrante del caballero de la Muerte no la habría respondido.

—No se cual es tu motivo para saberlo, guerrero maldito, pero es Karabus.

—Pienso tallarlo en la misma hoja que te va a dar muerte.

Karabus abrió la boca para contestar, pero dos destellos y un sonido cristalino le callaron en el acto. Los dos diablillos se desplomaron en el suelo sobre sendos charcos crecientes de sangre, uno con una daga de hielo en el ojo; otra justo entre las cejas.

—¿Cómo? ¿Cuando? —vociferó el demonio con los ojos como platos —. ¡Matadlo, maldita sea! ¡Matadlo de una vez!

Se abrieró un portal a su lado por el que desfiló una docena de guardias viles, que se situaron justo frente a su amo.

—¡Cargad!

Aiden sonrió con la malevolencia grabada en el rostro. Extendió sus hojarrunas hacia los lados, y sus poderosas runas empezaron a brillar con fuerza salvo la última de la espada izquierda, que solo centelleó un momento antes de apagarse.

Tras su espalda aparecieron tres espadas de hielo, de aspecto basto pero terroríficamente afiladas, apuntando hacia el cielo como un tridente.

—Adelante, dirigíos a vuestro gélido final.

El caballero cargó contra ellos con los dientes apretados. Su capa ondeaba tras él y sus botas dejaban marcadas huellas en la tierra húmeda. Apenas a unos pasos del impacto, extendió un brazo y las tres espadas se abalanzaron contra los demonios.

Las hojas volaron con intenciones mortales. Cortaron un brazo, una cabeza y un abdomen. Los demonios se tropezaron con las vísceras humeantes y los cadáveres de sus compañeros, y Aiden se lanzó contra ellos con fuerza profana.

Sus hojarrunas aullaban junto a la ventisca que las rodeaba, destrozando carne y hueso como si fueran cristal.

Las réplicas de hielo paraban los golpes hasta que acabaron cediendo, pero cada vez que una se partía otra aparecía en su lugar.

Aiden partió un demonio por la mitad y paró un golpe. Volvió a atacar y volvió a parar, como si de un baile macabro se tratase.

El más grande de los guardias viles se le abalanzó rugiendo, pero un martillo de hielo apareció junto a él y le arrancó la mandíbula de un golpe seco.

Se apartó aullando de dolor y tropezó con otro cadaver. Intentó lenvantarse, pero el martillo le golpeó una vez, y le siguió golpeando hasta convertir su cabeza en pulpa verdosa.

El resto de demonios le rodearon, cerrando un circulo de mágia vil y muerte, deseosos de derramar su sangre.

Otra runa se apagó.

Una guadaña de escarcha apareció en el aire y girando sobre si misma orbitó alrededor de su dueño, haciéndolos pedazos como si fuera una sierra goblin.

—¡Hojagélida! ¡Enfréntame a mi, miserable!

La guadaña se partió en el aire, formando otras tres espadas que se unieron a las otras dos que quedaban. Cinco en total.

—Para tí soy Thantos, demonio. Pronto entenderas su significado.

Con un rugido, demonio y caballero de la Muerte se lanzaron el uno contra el otro. Sus pares de espadas chocaron e hicieron temblar las ramas cercanas.

Se separaron y volvieron a atacar. El sonido del metal retumbaba en el frio bosque. Hielo y llamas chocaron con fuerza catastrófica. Thantos logró penetrar las defensas de Karabus y le hicieron un corte en el pecho.

Furioso, el demonio le dió un revés que le lanzó varios pasos hacia atrás, dejando las marcas de los pies en el suelo.

El demonio alzó una mano y lanzó un chorro de llamas, que impactó contra el caparazón antimagia con ansia.

Thantos lanzó dos espadas cristalinas, pero Karabus las destrozó con dos golpes precisos.

—¿Cuanto tiempo aguantará esa barrera, Thantos? ¿Unos segundos más? —se carcajeó con crueldad —. Estoy deseando oir tus gritos de dolor resonar por toda esta tierra perdida.

Thantos hechó un vistazo a sus espadas mientras las extendía hacia las llamas. De las doce runas que tenían entre ambas, solo tres se habían apagado.

Concentró su poder profano en ellas, y otras tres se durmieron con un parpadeo. A su espalda se formaron otras 5 espadas, pero su hielo se empezó a derretir en el acto, mezclándose las unas con las otras.

—Soy un hombre de palabra, demonio —gritó para imponer su voz a las llamas—. Y te he hecho una promesa.

Una sombra recorrió las llamas desde dentro a la velocidad del rayo. Se oyó un crujido desagradable y un sonido de aspiración.

Todavía con la palma extendida hacia Thantos, el demonio bajó su mirada despacio, justo hacia la elegante lanza de hielo que el había reventado el esternón y atravesado el pecho. En su mango había una palabra tallada en común.

—Kara… bus…

El demonio cayó de rodillas, soltando sus armas y agarrando la lanza, pero no tuvo fuerzas para moverla ni un centímetro.

Sus ojos se pusieron en blanco y cayó de costado, tiñendo la tierra con su sangre vil.

Aiden envainó sus espadas y suspiró. Mir graznó con fuerza y se posó sobre el cadaver del Guardia de Cólera, agitó sus alas y le arrancó un ojo. Tormento apareció de entre los árboles masticando hierba.

—Gracias por la ayuda —les dijo de forma sarcástica.

La situación se había puesto más peligrosa de lo que había anticipado. Había pensado en viajar al sur y preguntar por Stanwad como le había recomendado Menel, pero cuanto antes acabara la misión sería mejor.

—Vuelve a casa de Menel, Mir, y llévale un trozo de ese demonio. Le bastará para entender el mensaje y el peligro que encierra.

Se montó en Tormento y se dirigió al norte, dispuesto a arrancar al prospector Torgan de las garras de los enanos ferreos.

Le llevaría bastante tiempo.


Off


Voy a estar sin subscripción un tiempo, así que he escrito de tal forma que podais avanzar sin mí. Mir tiene la orden de entregarle el mensaje a Menel, así que no os dejará hasta que la encuentre. Le podeis utilizar, pero no me lo mateis.

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Muy bueno Thantos, yo después pondré algo más para seguir con Huesonegro y Hême. Tengo que pensar cómo meter a un enorme orco no-muerto en Suramar sin hacer una masacre…

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Que mate o torture a un par de personas antes. Eso debería apaciguar su sed de sangre lo suficiente para que se pueda contener un tiempo.

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Buena idea. Espero que los guardias no den mucho problema… o acabarán colgados de las farolas.

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Hême apareció en la villa, algo cansado por la pelea pero ya totalmente recuperado. Rebuscó en su faltriquera y extrajo un pequeño frasco rojo, se lo acercó a los labios y bebió su contenido de un trago. Al instante la energía volvió a su cuerpo, aquella poción era mano de santo para el agotamiento. No solía tomarla, pues no le gustaba la alquimia ni nada que saliese de ella, pero hizo una excepción. Puso sobre aviso a Shivadel, que vigilaba a una pequeña elfa que descansaba en una elegante cuna.

-Era mi cuna de pequeña, ¿sabes?-le dijo Shivadel con cariño.

-Es muy bonita.-dijo Hême, mirando los adornos de la cuna con gran interés.

El Illidari se acercó con cautela, no quería despertar a la niña. La pequeña era una mezcla de sin’dorei y shal’dorei: tenía el color de piel azulado de su madre, y el pelo níveo de ambos. Sin embargo, era ligeramente más pequeña que el resto de niños nocheterna y en la frente le crecían dos pequeños cuernos, casi imperceptibles. Sus ojos eran plateados como la luz de las lunas, y no había rastro de vileza en ellos.

-¿Cómo se llama?-preguntó Hême con una suavidad inusitada.

-No tiene nombre…aún.-respondió Shivadel.- Estaba esperando tu regreso.

Hême se acercó a su esposa y la besó, para volver a concentrar su atención en la pequeña elfa que descansaba plácidamente en la elegante y sofisticada cuna.

-Relen Sangresol.-susurró el cazador de demonios.-Sí… un nombre perfecto.

-Es un nombre precioso.-dijo Shivadel apoyándose en la cuna.-Como ella.

De pronto, su comunicador sonó en su bolsa. Hême salió al patio principal y abrió el comunicador, que mostró la imagen de Argentsword mientras su característica voz le transmitía un importante mensaje. Los gemelos habían sido secuestrados.

-Ya veo… así que un eredar se ha pasado de listo.-murmuró Hême con una sonrisa.

Cerró el comunicador y volvió a guardarlo mientras se dirigía a un baúl cerrado con diversas cadenas mágicas. Se acercó a la cerradura e introdujo una larga llave plateada al tiempo que murmuraba unas palabras. Giró la llave, y la cerradura se abrió con un sonoro chasquido haciendo desaparecer las cadenas que bloqueaban el cofre.

Dentro del baúl había una gran variedad de instrumentos de tortura, desde látigos como púas hasta retorcidos aparatos surgidos de la mente de algún sádico.

-Hacía tiempo que no os utilizaba, mis pequeños.-dijo Hême con satisfacción.

El Illidari guardó media docena de instrumentos en una bolsa y volvió a cerrar el baúl. Volvió al salón para despedirse de Shivadel y de Relen antes de partir.

-Debo irme.-dijo Hême.- Volveré en unas horas… tengo un asunto del que encargarme. Argent y Menelwie tienen problemas y precisan mi ayuda.

Shivadel asintió comprensiva e hizo un gesto en dirección a la cuna. Hême se acercó y acarició suavemente la mejilla de su hija. No podía permitir que los hijos del paladín y la sacerdotisa sufrieran daños cuando él tenía ahora una hija de edad similar.

-Adiós, Relen. Espero que estés despierta cuando regrese.-se despidió el Illidari.

Sacó su piedra de hogar y comenzó a girarla, dedicando una última mirada a su hija antes de desaparecer en un destello. Apareció en Orgrimmar, y enseguida desplegó sus alas y alzó el vuelo, volando a la máxima velocidad que podía. Tras unos minutos, llegó a Cuna de Invierno y se detuvo en la puerta de la pintoresca casa élfica. Entró sin llamar, la situación no estaba como para andarse con cortesías. En el salón encontró a su viejo amigo y a un grupo muy variado de invitados. Un trol, una humana, una elfa de sangre… y en un rincón estaba el eredar, completamente inmóvil y amordazado. Los invitados se sobresaltaron cuando lo vieron, pero Argent los tranquilizó.

-Aquí estoy, Argent. Disculpa la demora, acabo de conocer a mi hija y se me ha ido el santo al cielo. ¿Está listo el eredar para la sesión de interrogatorio?-preguntó.

Argent lo felicitó por el nacimiento de su hija, y le dio vía libre para el interrogatorio.

-Me lo llevaré fuera, esto puede ser ligeramente… desagradable.-dijo Hême.

El cazador de demonios agarró al eredar con violencia y lo arrojó al suelo para empezar a arrastrarlo fuera de la casa. Por fin salieron a la nieve, y Hême agarró al brujo y lo encadenó a una roca, lo suficientemente lejos de la casa como para no molestar a los que se encontraban dentro pero lo suficientemente cerca como para no perderla de vista en caso de emergencia… o de que alguien atacara de nuevo. Le dio un tremendo guantazo al eredar, que escupió varios dientes ensangrentados.

-Veo que estás despierto.-dijo el Illidari dándole una patada en la costilla.- Más te vale empezar a hablar, o acabarás como un diablillo aplastado.-amenazó.

-No sé nada.-dijo el eredar, con voz firme aunque teñida de miedo.

Hême sonrió y abrió su bolsa. De ella sacó uno de los látigos, con una larga ristra de púas que eran en realidad dientes de manáfago arrancados y afilados.

-Has perdido tu primera oportunidad.-informó Hême.- Veamos cuánto aguantas.

Agarró al eredar de la nuca y lo arrojó al suelo, de rodillas. Le arrancó la parte superior de la túnica y le tapó los ojos con la tela. Soltó una carcajada y levantó el látigo. Comenzó a azotarlo repetidamente. Los dientes de manáfago se enganchaban en su carne, arrancando largos jirones de piel de su espalda y manchando la nieve de sangre vil. El eredar gritaba de una manera muy escandalosa, por lo que arrancó parte de la tela y cubrió también su boca. Siguió azotándolo. Ante la imposibilidad de gritar, el brujo comenzó a retorcerse, emitiendo gemidos ahogados por la mordaza. Hême guardó el látigo y le arrancó la mordaza con brusquedad, llevándose algunos dientes.

-Bueno. ¿Vas a confesar ya?-preguntó Hême con fingida amabilidad.

-Solo sé que alguien… me envió a atacar a esa pareja.- soltó el brujo con recelo.

-¿Alguien? ¿Quién? ¿Tiene relación con… un collar?- inquirió el Illidari.- Habla.

-No sé nada de un collar… no recuerdo el nombre del que me encargó la tarea. Solo sé que me pagó bien.-mintió el brujo. Su tono de duda lo delató.

-Veo que no quieres responder a mis preguntas.-suspiró el cazador de demonios.

Rebuscó una vez más en su bolsa, y sacó unos largos alicates de aspecto tosco, con una costra reseca en la punta que parecía sospechosamente sangre seca.

-Quizá prefieres que mi amigo te pregunte.-dijo Hême señalando los alicates.

Antes de que pudiera responder, Hême volvió a amordazar al demonio y se acercó a él con sigilo, imitando a un felino. Chasqueó los alicates delante de la cara del eredar.

-Siempre me ha llamado la atención eso que tenéis los eredar en la cabeza. Esa especie de corona hecha de placas.-dijo Hême golpeando suavemente la zona.

El eredar soltó un grito ahogado. Claramente no le gustaba esa curiosidad.

-¿Te molesta que mire más de cerca?-dijo. El eredar gimió.-Tomaré eso como un sí.

Hême cerró los alicates sobre la “corona” de la cabeza del eredar y tiró con fuerza. Se oyó un chasquido seguido de un sonido viscoso, y un par de placas salieron disparadas mientras la sangre vil manaba abundantemente. Continuó sacando las placas hasta dejar su cabeza completamente lisa, como una bola de billar. La sangre verde manchaba la nieve y toda la cabeza del brujo, que gemía aterrado.

-¿Cómo estás?-preguntó Hême.- ¿Quieres hablar ya? ¿O seguimos con las preguntas?

-Vale… vale… una gnoma… el Collar de Be… Mord…-el demonio se interrumpió súbitamente. Se había mordido la lengua y no podía hablar más.

-Bueno. Algo es algo.-dijo Hême.- Qué tozudos son estos bichos. En fin.

El cazador de demonios acercó su guja al rostro suplicante del eredar, que abrió ampliamente los ojos en una mueca de terror. Acercó la otra guja. El eredar gimió. Hême soltó una carcajada y clavó sus gujas en las cuencas oculares del brujo, destrozando su cabeza. El eredar cayó hacia atrás, inerte, y Hême aplastó su cráneo. Acto seguido prendió el cadáver en llamas y escupió con desprecio y asco. Guardó sus herramientas en la bolsa y volvió a la casa para informar a Argentsword. Cuando terminó de contarle lo que había averiguado, Argent le dio las gracias y le ofreció un café. Hême rechazó la oferta educadamente y sacó su piedra de hogar.

-Mi hija me espera.-dijo Hême.- Si necesitáis algo más, ya sabéis a quién llamar.

Agitó la mano a modo de despedida, y desapareció en un destello de luz.

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No esperaba menos de ti Hême,por eso Argent te llamó.
Menel está volando detrás de la druida que tiene a Lith y Morda no da señales de vida…
Al final como tarde mucho,rescato a mi hija y esa druida no va a terminar mejor que el brujo eredar verás XD

Por cierto…me intriga el porqué del nombre de tu hija.
Y pondré a mi paladín y a Purple a hacer un regalo adecuado a una pequeña medionocheterna.
Yo no soy muy amiga de la magia,tú de la alquimia…pero hay que ceder de vez en cuando.

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El nombre es una variación de “Reina de las Estrellas” en élfico que he hecho, y me ha gustado cómo ha quedado.

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Los acontecimientos torcido aún más con la entrada de aquella druida maldita en la casa. A pesar de su rápida reacción había conseguido secuestras a otro bebé y también llevarse a Menelwie. No había salido indemne, eso sí. Varios fogonazos de Ember, -que, aunque aún se sentía culpable, eso no le impedía seguir con buenos reflejos- Zelgrim también le había hecho varias heridas, y también el paladín sin’dori. Incluso a la sacerdotisa también le dio tiempo a lanzar algún hechizo antes de ser secuestrada. Por su parte el cazador acertó con varias flechas sobre la secuestradora.

También vio a una extraña gnoma en las inmediaciones que decía no sé qué de tierra fresca de SW. El cazador, que aún no sabía de qué iba el maldito tema, se giró hacia Argent que en esos momentos ofrecía un café. Hae, lo rechazó con amabilidad, lo último que necesitaba en aquel momento era un café. Necesitaba aclarar la mente y sobretodo enterarse que demonios (nunca mejor dicho) estaba pasando.

– Lo siento, Hae, tienes cara de estar bastante confundido- observó Ember mientras se acercaba a él- Te explicaré la situación.

Justo cuando terminaba de ponerle al corriente, un extraño cazador de demonios apareció por la puerta y se llevó al eredar. La maga no pudo reprimir un escalofrío al darse cuenta para qué se lo llevaba. El sin’dorei sin embargo apoyaba esas técnicas en casos como el que tenían ahora. Además los eredar no le caían especialmente bien, que se lo hubieran pensado antes de servir a la Legión.


Siento el cutre post, pero ahora mismo estoy sin imaginación alguna :sweat:

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Ja Hême estaba leyendo de vuelta el nacimiento de mis gemelos(que me lío hasta yo con el color de sus ojos y quería revisarlo) y he encontrado esta perla.

Renel… :slight_smile:

Está muy bien Hae…mientras Morda no de señales de vida no hay mucho que podamos hacer.
Lo que esta ñoma trama no lo sabe más que ella…

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Kmils surcaba el cielo de azeroth dejando atras el portal oscuro. No sabia donde pero debia esconderse con el pequeño bebe que acunaba en sus brazos. El etereo no le habia visto la cara, pero no podia arriesgarse.

Con gesto de preocupacion, empezo a perderse en sus pensamientos. Este pequeño tenia grandes poderes en su interior y cuando se vio en peligro desato algo para protegerlos. La goblin sabia que debia deshacerse de el, pero empezaba a cogerle cariño. Mientras la brisa golpeaba su cara comenzo a imaginar como podria ser tener una vida con el. Si conseguia ocultarlo el tiempo suficiente, Estel creceria junto a ella, podria inculcar toda su experiencia como ladrona a alguien, su legado se perpetuaria y con la fuerza interior de el, podria hacer grandes cosas si lo educaba bien. Por un momento vio en su mente como pasarian los años juntos, como le enseñaria el arte de robar, empuñar dos dagas y desvanecerse en las sombras. Penso que podrian hacer grandes trabajos juntos, nadie podria pararlos y no estaria sola. Nunca le supuso un problema la soledad, pero los pocos dias que habia pasado con el bebe le habian parecido muy agradables y divertidos. Totalmente novata en cuidado de infantes se habia defendido muy bien y sabia que podria cuidar de el, pero el graznido de su cuervo la hizo volver en si. Viro su direccion, no queria volver a su escondrijo cerca de ventormenta, demasiado cerca de la alianza.

Se dispuso camino a Bahia Botin, desde alli podria cruzar el Mare Magnun de forma discreta y una vez en Kalimdor ir a su otro escondrijo, el mas alejado, el mas escondido, tanto que nunca quiso tener una piedra hogar encantada a ese lugar. En territorio Horda el pequeño no estaria tampoco seguro, pero su refugio era muy dificil de encontrar y podrian pasar alli meses con alimento hasta que ella decidiera que hacer. En ese momento penso que de hecho el bebe podria crecer alli, pero queria quitarse ese pensamiento de la cabeza porque sabia que quedarse con el era muy peligroso… pero aun asi queria sopesarlo. Estel jugaba el pañuelo que tenia Kmils rodeandole la cara, ya estaba muy tranquilo y parecia que ambos se gustaban. La goblin le toco suavemente el moflete mientras divisaba a lo lejos la espesa jungla. Debia pensar como colarse en el barco sin llamar la atencion de los demas, tenia un sentimiento muy arraigado dentro y lo dijo en voz alta:

–Nadie te arrancara de mi lado.

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Díselo al mandoble de Huesonegro, le gusta arrancar cosas… y quizá logre unirlo a la causa.

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