Mascarada [cadena de relatos / trama]

Leña al fuego

Tomó la carta y la arrojó a los fuegos que ardían en la chimenea de sus aposentos. Era una habitación grande y fría, vacía salvo por el largo escritorio y la espléndida silla de hierro. Vio como las llamas amarilleaban el papel del sobre y dejó que saciasen su hambre hasta que no quedó más que ceniza. Entonces, se levantó.

<No es más que un contratiempo> se dijo <el resultado es inmutable>. Pero lo cierto es que aquella carta había puesto patas arriba los planes de las últimas semanas. Había sido una insensatez para ellos rebelarse tan pronto contra la Horda, pero en su negativa a colaborar con Shiannas, Kurgan y los suyos demostraban todavía un ápice de lucidez.

De haber aceptado la propuesta, Shiannas habría liderado a Partemontañas a una emboscada. Su propia gente, vestida con la máscara de leales, habría nutrido los números del Alto Señor solo para volverse contra él en el último momento. Y aunque le había ofrecido la cabeza del orco no-muerto a Kurgan… Shiannas tenía otros planes en mente.

Pero sin Kurgan para disfrazarse de cebo, la Dama Umbría no imaginaba qué podría murmurarle a Partemontañas en la oreja que lo hiciera abandonar la seguridad de Orgrimmar. ¿Una ofensiva a pequeña escala de la Alianza, tal vez? Si los rumores eran ciertos, la guerra en Costa Oscura no hacía sino recrudecerse con cada día que pasaba.

Caminó hasta la vidriera tintada y suspiró. Allí abajo, el mar se agitaba y devenía. Los truenos zumbaban y los relámpagos rompían la línea monocorde del horizonte encapotado.

Escuchó unos nudillos en la puerta del cuarto.

—Adelante.

Adrilia se deslizó al interior sin hacer mucho ruido.

—¿Me requeríais, mi Dama?

Shiannas se volvió y su mirada se encontró primero con el rojo del fuego y después con el rojo de los ojos de Adrilia. Las llamas arrancaron sombras en el rostro de las dos mujeres que agravaron su expresión.

—Nuestras estratagemas han tomado un rumbo desafortunado. Te necesitaré en Orgrimmar, atenta y pronta para la acción. Tendrás que infiltrarte y, con el tiempo, conseguir el beneplácito de Partemontañas y su círculo.

Adrilia arqueó una ceja pero no dijo nada. Aunque no había llegado a tratar personalmente con Partemontañas la Dama Umbría la había puesto al tanto de su campaña en Tierras Altas Crepusculares.

—Así se hará —dijo —. ¿He de matarlo si se presenta la ocasión?

Aquello sería arriesgado.

—No. Partemontañas debe morir, pero nadie en la Horda debe saberlo nunca.

La elfa de ojos rojos arqueó una ceja.

—¿Significa eso que Arantir ha perfeccionado la técnica?

Shiannas le devolvió una sonrisa comedida.

—Aún está en pañales —dijo la Dama Umbría —. Pero sí. Los progresos son prometedores. Tan solo nos resta encajar unas pocas piezas para solventar el rompecabezas.

Un relámpago estalló cerca y partió en dos la noche tan oscura. Del fuego de la chimenea apenas sobrevivían ya unas ascuas.

—Parte sin demora, Adrilia. No me falles.

La otrora inquisidora inclinó la cabeza y desapareció por la puerta de doble hoja. En el tablero, Adrilia era la primera ficha que movía contra la Horda, la punta del iceberg de una estrategia que llevaba meses gestando. Pero la Horda, Shiannas lo sabía, no sería el único rival en aquella partida.

Ni el más peligroso.

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Muchas lunas atrás, en lo más profundo de Nagrand, el clan yacía silencioso, dormido en su campamento recién levantado. Solo un haz de luz emanaba de la más grande de las chozas y en su interior moraban tres orcos. En el centro de la misma había una tosca mesa de madera a rebosar de pergaminos de toda índole y a ambos lados de la misma reposaban dos braseros. Las débiles llamas proporcionaban claridad al líder de los Quemasendas, quien estando sentado frente a la mesa, ultimaba el documento que estaba escribiendo. Frente a él, aguardando pacientes, se hallaban Nargulg y Zashe, quienes habían sido sus consejeros para tomar la decisión que se ultimaba en esos momentos.

La mano de Kurgan se movía con diligencia, su caligrafía era ejemplar para sorpresa de muchos, al igual que su elocuencia. La pluma de vientoroc surcaba el duro pergamino causando que el sonido fuera especialmente audible. El rostro del orco era severo, su mandíbula estaba prieta, sin duda eran muchos los sentimientos contradictorios en esa hora.

Para los ojos de la Dama Umbría.

¿Qué quiere mi corazón? Venganza. ¿Qué me dice la razón? Que no soy un solo individuo en este mundo. Mi voluntad se extiende a la de muchos y por lo tanto, no someteré a familias enteras a más sufrimiento si puedo evitarlo. No repetiré los errores que condujeron a muchos otros clanes a la autodestrucción por deseo de un solo jefe. No, yo cambiaré eso.

Mi meta y la del clan no han cambiado, tarde o temprano la Falsa Jefa de Guerra caerá. En lo que diferimos, Shiannas, es en los pasos a seguir. He llegado a la conclusión de que matar a Partemontañas quizá me proporcionaría un gozo momentáneo, pero que en realidad, serviría de poco para mermar las fuerzas de Sylvanas. ¿Descabezar una parte de su ejército? ¿Qué importa eso cuando tiene otros tantos no-muertos con los que sustituirlos?

No, cuando llegada sea la hora, el clan cruzará de nuevo el Portal Oscuro. No para traer muerte y destrucción indiscriminada, si no para traer a la verdadera Horda de nuevo al poder. Por el acero y el fuego si hace falta, pero lo haremos.

Por ello, con los míos en mente y en su beneficio y prosperidad, declino tu oferta de alianza contra Partemontañas. No arriesgaré la seguridad inmediata de los míos por la muerte de un solo Renegado.

Kurgan
Jefe del Clan Quemasendas

Cuando el jefe deslizó por última vez la pluma para firmar con su nombre, se quedó largos segundos mirando el pergamino. Había hecho lo correcto, nada de remordimientos. El orco silbó y casi al instante, un cetrero orco entró en la choza, Kurgan le tendió el documento ya enrollado y sellado. Con decisión alzó sus ojos hacia Zashe y Nargulg, observándoles en la oscuridad de la gran choza.

-No seremos los peones de nadie.

Acto seguido giró su cabeza y asintió al cetrero, el cual tomó con diligencia el documento y partió raudo hacia el exterior, tenía un mensaje que entregar.

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Noche de tormenta

Las puertas del calabozo se abrieron con hartazgo y exhalaron un viento que le despeinó la cara. Allí abajo, en las mazmorras, reinaba la noche, el invierno y Shiannas. Y en efecto, la Dama Umbría era un elemento más de la gótica escenografía, como si la única diferencia entre una máquina de tortura y ella fuese la constitución de sus materiales.

—¿Ma-dre? —llamó alguna voz que agonizaba cerca.

Shiannas cruzó el pasillo a oscuras y se plantó frente al no-muerto. En su sarcófago, Heinrich O’ran le devolvió una mirada implorante.

—Ya estoy aquí —dijo ella —. Dime, ¿estás cómodo?

El hombre tardó en contestar. La madera estaba fría y las cuerdas que habían anudado en manos y piernas no ayudaban a aliviar la sensación de indefensión.

—Las muñecas… duelen. Me quema.

A los ojos duros de la Dama Umbría no asomó el menor atisbo de conmiseración por el renegado.

—No puedo soltarte aún por miedo a que te hagas daño. ¿Se ha despejado tu memoria?

—Sí —titubeó—. Recuerdo la casa de la que me hablaste… Una playa. ¿El lago Lordamere? Te recuerdo a ti, y a Padre.

La mirada de Shiannas centelleó.

—Bien. Poco a poco vuelves a ser tú mismo. ¿Recuerdas cómo moriste?

El renegado no contestó de inmediato. Parpadeó primero, como si necesitase poner en orden sus pensamientos, y apretó los ojos y dientes con fuerza hasta que su expresión fue espantosa. Se retorció de amargura en el sitio.

—La Plaga. Monstruos… —jadeó. La voz le flaqueaba, tensada como una cuerda a punto de quebrarse —. Y sumisión, esclavitud y tinieblas hasta que Sylvanas nos liberó.

En el rictus severo de la Dama Umbría se reflejaron la decepción y el descontento. Se hizo a un lado y dirigió su mirada a las sombras de la esquina.

—Parece que todavía no has conseguido despojarlo de su recuerdo más importante.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal del nigromante. Aquel era un proyecto ambicioso y arriesgado, vanguardista hasta donde tenía constancia. Shiannas le había confiado a él la investigación y experimentación en aquel primer sujeto. A Arantir se le escapaba qué planeaba la Dama Umbría para el futuro, pero no tenía claro si quería saberlo.

—Los recuerdos traumáticos son los que más profundo excavan sus raíces. Además, dependemos en gran medida de las condiciones meteorológicas. Suponiendo que la tormenta se prolonga todavía un par de días, podría estar listo para el fin de semana. Si consiguiéramos el manuscrito…

—Me pides buscar una aguja en un pajar —dijo la dama —. Si acaso Mannfred sobrevivió a la destrucción de Rémol, dudo que quiera ser encontrado.

—Pocos conocen mejor que él la fisiología de los no-muertos. Sin su manuscrito, avanzo a ciegas y a trompicones: cortando y cosiendo, extirpando y remendando. En cambio…

Una mano levantada de Shiannas lo hizo callar.

—Organizaré un grupo reducido para rastrearlo. Mientras tanto, continúa tus investigaciones; arranca e injerta cuánto sea preciso. No seré yo quien te juzgue.
Arantir inclinó la cabeza y esperó a que la Dama Umbría abandonase la cámara estrecha. Entonces tiró de una palanca en la pared y los electrodos que pendían del techo volvieron a descender hasta el cráneo del renegado. Otra palanca más y la electricidad agarrotó el cuerpo frío de Heinrich hasta que saltaron chispas y la habitación se llenó de humo.

Unos minutos más tarde el no-muerto había recuperado el habla. Arantir caminó hasta que quedó frente a él.

—¿Qué tal?

—Yo… —había dolor en sus ojos, pena y cansancio —. Mal…

Esperó unos segundos.

—¿Quién es tu madre, Heinrich O’ran?

Le costó paladear el nombre:

—Shiannas.

—¿Recuerdas cómo moriste?

Una mueca de horror asomó a las facciones del renegado. Arantir suspiró y volvió hasta las palancas en la pared; después de treinta intentos, el condenado todavía se acordaba de la Reina Alma en Pena.

—Moriste a merced de la Horda, traicionado por tus compañeros de armas —se había aprendido la historieta de memoria. Apenas se esforzó en darle credibilidad a su entonación —. Shiannas rescató tu cuerpo y le prometió venganza a tu espíritu. Aceptaste y ahora eres uno más de la Familia.

Otra descarga. Olor a carne quemada.

—Madre… —suplicó el renegado —. Me duele demasiado.

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El coste de la guerra

—¿A cuánto ascendería el precio?

El goblin la miró desde el pupitre pero no contestó de inmediato. La pluma se movía sola en sus dedos, detallando el pormenor de las transacciones que se requerirían para completar el pago: impuestos, chantajes, intermediarios…

En su frente apareció una gota de sudor que se escurrió por un lateral de la cara. La cuantía final era inasumible para la Familia en aquellos tiempos. Odiaba ser él quien tuviera que darle la mala noticia a la Dama. Despegó los labios y descubrió que la voz le flaqueaba. Sin más, le tendió el papel con los cálculos y anotaciones.

—No podemos permitírnoslo —dijo ella, y por más que lo intentó no consiguió disimular la ira en su tono —. ¿Qué hay del Banco Negro? Ya tuvimos negocios en el pasado con ellos.

El goblin temió levantar la mirada y encontrarse con los ojos juiciosos de la Dama Umbría. Conocía bien el temple de su señora, tal vez la única en el planeta que tolerase aún menos el fracaso que él.

—Si pedimos un crédito, no será difícil para las autoridades atar cabos y llegar hasta nosotros. Conozco bien la burocracia. Se toma nota de absolutamente todo.

Los ojos de Shiannas… No había más que un levísimo pellizco de decepción en ellos. F.P. se quedó atrapado en aquella mirada cristalina, alumbrada por una luz blanca mortecina, albedo de mil sueños rotos. Lo que descubrió, en cambio, fue inquina, crueldad y malicia; todo su ingenio puesto al servicio del mal.

—Scandal, querida, asómate a la luz —llamó la Dama Umbría.

Al otro lado del salón apareció una figura menuda y sumida en los huesos, el cadáver de una niña que el destino había decidido disfrazar de monstruo. La pequeña parecía ansiosa.

F.P. se inquietó.

—Madre.

—¿Quieres que te devuelva tu dagas?

Ahora más que nunca, mujer y niña, monstruo y bestia; ambas no-muertas, se entendían y compenetraban. Scandal asintió electrificada.

—Necesito que te encargues de alguien —continuó Shiannas —. Yo hablaré con Alentalle, ella te procurará un portal a Muelle Pantoque. Tu objetivo será Thanta Vrinco. No la mates de inmediato; no hasta que recibas nuevas órdenes. La necesitamos de una pieza, por ahora.

La niña asintió pero no se movió del sitio. En el rostro necrosado apenas se advertían vestigios de la niñez, salvo por el puchero que hizo.

—Hablaré con Leikaiel para que te devuelva las dagas. Pero piensa, Scandal, que si me fallas, te ataré y arrojaré de nuevo al sótano en el que nos conocimos.

—No fallaré, Madre —canturreó con una voz que era una burla a todo lo inocente y lo casto. Estaba tan entusiasmada después de meses apartada de sus herramientas, que hasta la amenaza más visceral le hubiera pasado inadvertida —. ¡Al fin podré jugar de verdad con mis amigos!

F.P. tuvo que apretar el pupitre para disimular el temblor de las manos. Le podría preguntar a Shiannas si estaba segura de lo que estaba haciendo, arriesgando tanto a cambio de tan poco; la satisfacción de una venganza, el anhelo frustrado de una vida.

Pero conocía la respuesta, y aquello era lo que de verdad le congelaba el pulso al goblin. La Dama Umbría sabía demasiado bien lo que estaba haciendo, pero sus enemigos… Demasiado ocupados estaban devolviéndose los espadazos como para advertir el buitre que volaba en círculos sobre sus cabezas.

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Metamorfosis

—Me recuerda a ti —escuchó a Draegar —. Pero aún es joven.

—La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo —replicó la Dama —. Hay en ella mucho potencial, la promesa de una semilla que germinará en la flor más bella. Yo seré quien la riegue.

Draegar echó un vistazo alrededor antes de volver sus ojos a la Dama Umbría. Era la primera vez que visitaba aquel rincón del Bosque del Ocaso, una arboleda sombría y apartada, bañada por las aguas frías de algún río triste. Shiannas, en cambio, conocía bien el lugar.

—Quieres convertirla en otro ficha en tu tablero —comprendió el no-muerto.

—En la guerra en ciernes, sería una necia si no quisiese hacerla mía. ¿Crees acaso, Draegar, que tú no eres otra pieza más en mi partida?

Draegar calló y se tuvo que morder la lengua. Hubo una época en la que Shiannas y él se habían declarado enemigos, cada uno más orgulloso que el otro, ansiosos por aplastarse. Pero ahora… la correa de la Dama Umbría se ceñía más prieta que nunca sobre su gaznate. La odiaba por ello y, sin embargo, no podía evitar sentir una levísima, inconfesable, admiración.

—Quiero que alcance todo su potencial, Draegar, cosa que no hará mientras la Sombra le susurre al oído. No pienses que planeo traicionar su confianza, pues un perro bien amaestrado me es más útil vivo que muerto.

A Draegar tampoco se le escapaba la ironía del lugar acordado para el encuentro. Kyrian le había contado que aquella arboleda había acogido al Cónclave de Samara, un aquelarre de brujas que colaboró con la Dama Umbría en el pasado. Nada sobrevivía de ellas salvo su líder, ahora sometida a los designios de Shiannas.

—¿Por qué la citaste justo en este lugar, entonces? —inquirió el no-muerto.

Los ojos de Shiannas le sonrieron de alguna forma que no le agradó.

—Para que Aeera se arrodillase ante mí, tuvimos primero que matar a todas sus chicas y ofrecerle la inmortalidad a cambio de su compromiso. Ahora, en perspectiva, me arrepiento. El Cónclave de Samara me habría servido mejor entero que mutilado. No cometeré el mismo error con Cassandra. La convenceré poco a poco de aceptar mi señorío, la agasajaré, persuadiré, y ayudaré en todo lo que pueda para explorar su potencial y sus recovecos más oscuros. Entenderá que su lugar está a mi vera, como Teslyn, Alentalle o Aeera. La esculpiré en mi mayor triunfo.

La luna asomó por entre los nubarrones oscuros, intrigada. No tardó en desaparecer.

—La metamorfosis que pretendes se demorará meses, si no años.

Un trueno rugió enmudeciendo la arboleda entera y el Bosque del Ocaso. No llegaron a ver la luz del relámpago que lo había causado.

—Soy anciana, y paciente. Sé esperar.

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La niña y el espejo

Los árboles eran meras sombras que se desfiguraban en su carrera desesperada, columnas del color de la ceniza que extendían brazos desnudos a un cielo todavía más negro. Maldra no solo debía combatir el agotamiento, sino su propio temor; indefensa como estaba, perdida desde hacía un buen rato en la inconmensurabilidad de la arboleda.

Un ruido la sobresaltó a su izquierda y le pareció que un árbol aprovechaba y le hacía la zancadilla. La elfa, magullada y embadurnada por el sudor y el barro, se incorporó a duras penas con el corazón en un puño.

—¿Dónde estás? —inquirió. El mundo se había emborronado, cercándola. La voz que debió haber sonado firme apenas fue un murmullo asustado —. Muéstrate y afronta el juicio de mi Señora.

Una risa contestó desde todas partes, suavizada por la niñez y la inocencia.

¿En qué momento se había transformado la cazadora en la presa? ¿Cómo se le había podido ocurrir siquiera que estaba capacitada para la misión? Reflexionando en estas cosas, Maldra tomó aire e hizo acopio de todo el valor que halló para blandir la hoja.

—No tengo tiempo para juegos —insistió, y por más que trató de disimularlo su tono pareció el de una súplica.

—Pues a mí es lo que más me entusiasma, jugar. Te tomas la vida demasiado en serio.

Ahora la voz sonó demasiado cerca de la elfa, más de lo que le hubiese gustado. Un escalofrío le descendió por la columna y se detuvo en las tripas. Sintió como las arcadas acudían a su boca.

Se volvió y dio un tajo al aire. Un segundo después, el mundo volvió a aparecer frente a ella, desenfocado. Más allá distinguió la sombra de un hombre, gris como el tronco en el que apoyaba la espalda, alto, escuálido y seguro de sí mismo.

Maldra apretó la hoja por el mango.

—No me iré sin pelear.

De nuevo aquella risa en el ambiente, flotando como una cortina que delimitase la función.

—Lo sabemos, hereje. Eres hija de la Sombra pero desoyes su llamada. La Dama Umbría y toda su obra deben morir por ello.

Algo se movió a sus espaldas que hizo suspirar a la hierba. Recelosa, volvió el rostro lo justo para mirar de soslayo. Otras cinco figuras como aquella habían aparecido y la apuntaban con sus arcos, muy serias.

—Poder te prometió —continuó el hombre —, Libertad y Saber. ¿Pero qué has visto a cambio de tu compromiso? Shiannas no tiene reparos a la hora de sacrificar a cuantos le juran lealtad. Es un monstruo.

Podía escuchar los murmullos de locura en su cabeza, acentuados por la sugestión, el miedo y el entumecimiento. La voz le habló de Shiannas, distorsionó memorias hasta entonces cristalinas y desdibujó la leyenda que había sido la Dama Umbría para Maldra. Cuando acabó su trabajo, la elfa quedó muda y desarmada en el suelo empapado, acurrucada en un lecho de raíces oscuras.

—Rehuyó su destino aceptando la muerte —dijo el hombre. Ahora, por primera vez, lo percibió con claridad: tenía un rostro largo y circunspecto, ojos pequeños y sagaces y una nariz puntiaguda. Era el rostro del malo de una fábula, aterrador para cualquier niño —. Pero tú aún puedes elegir, Maldra. Servir a la Sombra, desempeñar el papel que el Pintor ha designado para ti, o morir.

No contestó. No halló el aliento para hacerlo.

—Sabes, Maldra —continuó el hombre—, que tu corazón ha anhelado esto durante largos años: abandonar el anonimato para forjar tu propia leyenda, que la Sombra te reconociese y agasajara. Acepta la mano que te estamos tendiendo; traiciona a Shiannas.

El rostro del hombre se disolvió como un recuerdo que la vejez marchita. Maldra fue dejada sola para reflexionar en silencio. Las lágrimas enjuagaron la suciedad de sus pómulos.

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—Estáis de vuelta —descubrió para su satisfacción la Dama Umbría. En las últimas semanas, la mansión había estado más vacía de lo normal por su ausencia. Eran muchos los hilos que había que enhebrar en su telaraña de conspiraciones, pero aquel, si cabe, era el más importante de todos.

—Y de una pieza —dijo la Inquisidora —. O casi. Maldra quedó atrás para guardar la posición. Fuimos atacados en el último instante.

El rictus severo de Shiannas se endureció por la noticia.

—¿Atacados? ¿Por kaldorei ?

—No lo sé —admitió Teslyn —. No me lo pareció, dominaba las sombras. El tirador no llegó a mostrarse. Maldra salió en su búsqueda.

La luz blanca mortecina que anidaba en los ojos de la Dama Umbría parpadeó. En su cabeza, Shiannas se planteó cien mil escenarios distintos. Las cejas se encresparon.

—¿Está todo listo entonces, mi Dama?

Ni siquiera la voz de Teslyn la despertó del trance; tal era su ofuscación. Desde un comienzo se había esperado un contraataque del Enemigo, pero no se imaginaba que se atrevieran a intervenir tan pronto. ¿Qué los había motivado? ¿Acaso intuían la prisa de Shiannas por llegar al poder, acaso habían descifrado la maraña de hilos en su telaraña perfecta?

—Sí —contestó al fin —. Aunque me preocupa que la posición de nuestra base se haya visto comprometida. No me arriesgaré a movilizar de inmediato al resto de la Familia; así, de paso, le daré más margen de maniobra a Adrilia. Descansad un tiempo mientras el polvo se asienta y nuestros rivales nos creen dormidos. Pronto os llamaré a filas. A todos sin excepción.

La inquisidora asintió y desapareció por las escaleras a sus aposentos. Al cabo, la comitiva se disolvió y el hall volvió a quedar vacío y en silencio. Estaban cansados, aturdidos de alguna manera. Ni siquiera Teslyn, segunda en la cadena de mando, sabía del todo qué tramaba Shiannas. El papel que pudiese jugar el tirador de Costa Oscura se le escapaba por completo.

Tan solo tenía una certeza. Esta vez, no como en el pasado, su Señora triunfaría fuera cual fuese su meta.

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—¿Y bien, pequeña?

Maldra recordó el día en que conoció a Shiannas. Ella era joven por aquel entonces, ingenua pero ambiciosa. La Dama Umbría la adiestró en el camino de las sombras, le dio donde dormir y qué llevarse a la boca. Su educación le salvó la vida y le labró un futuro. No podía ignorar sin más los lazos de lealtad que la ataban a ella.

Miró al hombre directamente a los ojos. La suerte quiso que recordase una de las muchas lecciones de la Dama Umbría.

“Los susurros se alimentan del miedo, el dolor y la duda. Lo utilizan contra ti. Y te preguntarás: ¿cómo distingo mi propia voz de la voz de la Sombra? ¿Cómo sé cuando algo tiene su origen en mí, y no en la intención del vacío? Mírate al espejo. Los susurros tratarán de persuadirte de lo que jamás te plantearías. Mírate al espejo. ¿Qué reflejo te devuelve?”

Vio su reflejo en la mirada del hombre. Vio su propio rostro y no se reconoció en aquella elfa quebrada y asustadiza. Maldra jamás traicionaría a la mujer que la hizo ser quien era. El mero hecho de planteárselo la sacó de dudas:

La Sombra estaba intentando tentarla.

—No lo haré —dijo. La voz sonó firme, como las últimas voluntades de alguien que ya se sabe muerto —. No traicionaré a Shiannas.

“El portar la Sombra es un camino arriesgado, Maldra. La arrogancia te hará creer que eres tú la que sostiene el arma, pero si te confías demasiado llegará el día en que sea la Sombra la que te porte a ti” .

El hombre fingió un puchero apenado. Los dedos extrajeron del cinturón un puñal y lo blandieron con habilidad quirúrgica.

—Lástima —dijo —. No me apetecía mancharme las manos.

El acero buscó el cuello de la elfa y describió un corte que le rajó la garganta. La voz y la vida se le escurrieron con la sangre que salpicó de la herida. Un segundo después, el cadáver de Maldra cayó a un lado, frío y sin vida.

—Romped su espíritu en mil pedazos. Si no la resucita la furcia de su Señora, lo hará una valkyr de Sylvanas.

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Muy buena la cadena de relatos como siempre, Shiannas, pero quiero expresar mi sorpresa porque esta palabra esté permitida en el foro pero palabras como mie.rda no XD

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Intermediarios

Se encontraba en un lugar húmedo, oscuro, probablemente muy por debajo del siempre bullicioso Muelle Pantoque. Tomó una bocanada de aire fétido y descubrió un dolor punzante en la base del cráneo, donde la habían golpeado. Lo primero que vio cuando abrió los ojos fue un rostro azulado y circunspecto.

De pronto, recordó el ataque.

—Está despierta —dijo la nocheterna —. Acercaos.

Otros cuantos rostros como el primero prorrumpieron en su umbral. Thanta sintió como la desnudaban con sus miradas juiciosas, todavía más afiladas que los puñales que blandían.

—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis de mí? ¡Puedo haceros ricos!

Una voz muy distinta dio la réplica, una voz áspera, agrietada por la infancia necrosada. Sonó algo más lejos.

—No queremos tu dinero. Nosotros no. Queremos hacerte rica.

Aquello confundió a la goblin. ¿Qué otra cosa podrían, acaso, querer de una goblin? ¿Qué, si no dinero, podían exigirle a la funcionaria de un banco? Por otro lado estaba el tema de aquella voz… Trató de estirar el cuello para descubrir su fuente, solo para darse cuenta de que la habían atado de brazos y piernas.

—Y vas a colaborar —añadió Arhalle.

Thanta tragó saliva.

—Nos vas a decir dónde se esconde tu Jefe —continuó la voz más quebradiza —. Nosotros lo matamos y nos encargamos de que los asistentes arreglen el papeleo y te pongan al cargo del Banco Negro. Una vez al frente, nos devolverás el favor.

—¿Devolver el… favor?

Faolain asintió. Aunque blandía el arco, no había estimado oportuno acrecentar la paranoia de Thanta y cargar una flecha. Necesitarían que colaborase, y a menudo era más sencillo domesticar a un animal sano que no a uno malherido y arrinconado.

—Sí. Nos devolverás el favor en oro —continuó Faolain —. Nos encargaremos de que no entréis en bancarrota, pero a cambio financiaréis nuestras operaciones y nos procuraréis mediadores.

En lo que duró la intersección de sus miradas, Thanta reconoció el rostro de la nocheterna. Era una de las que la habían asaltado en su propia casa, la tiradora que había acertado en su pierna. Algún instinto primitivo hizo que la goblin apartase la mirada de Faolain y se deslizara hasta el muslo. Le habían quitado el virote y vendado la herida.

—¿Operaciones? —arqueó una ceja —. ¿Qué clase de operaciones?

—Secretas —sentenció Faolain —. De ahí los mediadores.

Thanta calló un momento y sopesó las posibilidades. Aquella gente le ofrecía liderar el Banco Negro, algo que su corazón codiciaba más que su propia vida. Pero el precio… No sabía si estaba dispuesta a vender su libertad para financiar los intereses del grupillo. ¿Hasta qué punto era una empresa rentable? ¿Hasta qué punto Thanta era prescindible?

No pretendía arriesgarse a descubrir la respuesta.

—Muy bien —titubeó. Sin su rifle a mano, la prepotencia de la goblin se desinflaba como un globo —. Os daré unos cuantos nombres de funcionarios a los que chantajear. El dueño del banco, el hombre al que queréis ver muerto, será más complicado de acorralar. No vive en la ciudad y sus fincas están bien vigiladas.

Velnoir sacó una daga y se inclinó junto a Thanta. Por un momento, la goblin creyó ver en su reflejo metálico el mordisco de la propia muerte. Apretó los ojos. Escuchó un ruido sordo. Cuando volvió a abrirlos, tenía las manos libres de soga.

Hekathi sacó un papel de pergamino y una pluma y se los tendió con falsa gentileza.

—Empieza a anotar —continuó la no-muerta. Ahora sí fue capaz de distinguir algo, una sombra encorvada y encogida contra la pared del fondo, toda ella vestida de negro —. Nombre y apellidos del pez gordo. Por tu bien espero que la memoria no te juegue una mala pasada.

Al fin la ubicó en su memoria. Como Faolain y Hekathi, también había estado en su casa, la niña no-muerta que había tratado de tumbarla pero sólo había agarrado aire. Un escalofrío le removió las entrañas y sintió cómo una arcada le subía por la garganta.

Tomó la pluma con el pulso tembloroso. Todos la observaban, inquisitivos.

—Necesitaré tinta.

—No la necesitarás —dijo una de aquellas muchas caras —. La pluma está encantada.

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El último mensaje

El cuervo batió las alas y se perdió más allá de la bruma que envolvía el campamento. Por supuesto, ella no lo vio; nadie lo hizo. La hechicería de Teslyn se había ocupado de ocultarlo a ojos de los indoctos, al menos hasta que alcanzara su destino mucho más al sur, con Cassandra.

La carta que sostenía entre sus garras iba dirigida a ella, líder de la Rosa Negra. Mucho habían hablado y organizado en los días previos, cada cual más ansiosa por ejecutar su traición y reclamar el trofeo. Aquella carta, por tanto, era algo más que un aviso de que marcharían al amanecer; era una sentencia, la confirmación de que la gloria estaba al alcance de sus manos.

Unos días antes…

Aquel tramo del bosque había sido limpiado y despejado; los cadáveres de sus defensores apartados a un lado o enterrados entre los escombros. Había sido una suerte que el pequeño globo no hubiera sufrido contratiempos en su viaje desde Azshara, de lo contrario tal vez el resto de la operación fuese inviable.

—¿Cuántas son?

La voz de Cassandra hizo que Shiannas se volviese para descubrir su rostro. La mujer observa a los goblin disponer las minas de acuerdo a las directrices de la supervisora mag’har.

—Cincuenta en total —dijo —. Las colocaremos bordeando el camino, lo suficientemente espaciadas para que no se activen a no ser que marche un grupo nutrido a su través. Vosotros atacaréis desde detrás, y cuando los refuerzos de Partemontañas contraataquen, sentenciarán su suerte.

Continuaron el paseo hasta el río escarpado. Una vez estallase la refriega, Shiannas y unos pocos escoltarían al Señor Supremo por aquel camino hasta la falda de las montañas. Allí darían muerte a los pocos guardaespaldas que se aferrasen a la no-vida, y allí el propio Partemontañas conocería el final de su tragicomedia.

O eso había pensado Cassandra. Shiannas quería matarlo, pero no había hablado nada sobre su reanimación póstuma y el condicionamiento de su mente. Aquel era el auténtico motivo de su presencia en Costa Oscura, la culminación de meses de planificación y estratagemas. El Señor Supremo sería el caballo de Troya que Sangre Umbría infiltraría en la jerarquía de la Horda.

—Recuerda, Cassandra: que el primer disparo me tome a mí por objetivo. Después, centrad el fuego en los hombres de Partemontañas.

Ella asintió, circunspecta; los ojos tomando nota hasta del más nimio de los detalles.

—¿Cómo los distinguiremos?

Shiannas se paró a los pies del precipicio. Las aguas furibundas rugían allí abajo, arrastrando escombros, tóxicos y cuerpos mutilados.

—Vestirán uniforme y atacarán tan pronto como ataquéis vosotros. Mi gente se mantendrá al margen y los apuñalarán por la espalda.

Su voz reflejó el odio y la ira justas para que Cassandra pensase que aquellas emociones eran todo lo que guiaba su conducta. Para ser joven, era inteligente, y como todas las grandes mentes, aquello suponía un riesgo que la Dama Umbría nunca descartaría del todo.

—¿Cómo sabremos que os habéis puesto en marcha?

—Serana enviará un cuervo a vuestro campamento. A propósito, entregaré a Partemontañas los planos falsos que me habéis procurado, servirán para conceder verosimilitud a mi testimonio.

La luna hinchada asomó por entre las copas grises y contempló la escena, intrigada. Aquellas dos mujeres eran peligrosas. Shiannas se giró hasta encararla y no titubeó:

“Ni siquiera tú podrías pararme ahora” .

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El momento de la cosecha

En aquella costa oscura, el rojo exhibía un contraste maquiavélico. Shiannas se erguía en mitad de un suelo alfombrado de cadáveres, trémula a la luz del eclipse de luna que pendía sobre su cabeza. El descomunal orco yacía a unos tres pasos, inclinado no por el dolor si no por la humillación y la vergüenza, moribundo en aquella tierra hostil y alienígena.

—Pensarás que es venganza —comenzó la Dama Umbría —. Y en parte, tendrías razón. Osaste desafiarme y jamás te perdonaré por ello. Me obligaste a hincar la rodilla, a jurar una lealtad oportunista y traicionera. Pero no creas que se reduce a una cuestión de orgullo, Partemontañas. Lo que me mueve es la ambición.

El orco había luchado con uñas y dientes hasta que no pudo dar un paso más. Entonces había caído sobre sus rodillas, destrozado su cuerpo; debilitada su magia. Shiannas sabía que aquellos eran los enemigos más temibles, los que peleaban por pasión y no por miedo. Aquello lo respetaba.

—Bruja —escupió el no-muerto —. Miserable y mezquina. Mi muerte solo adelanta el final de nuestra especie. Si la Reina Alma en Pena cae, vosotros caeréis también con ella. ¿Es que no lo ves? ¿Estás tan ciega?

Shiannas se inclinó hasta que los dos rostros se miraron cara a cara.

—¿Crees que tu muerte es una sentencia? —inquirió con la dicción de una soberana —. ¿Crees que me he tomado tantas molestias solo porque quisiera separar tu cabeza de los hombros?

La duda inundó la mirada del orco y la frustración y el odio se hundieron en la sombra de la sospecha.

—¿Me quieres tomar como rehén para chantajear a alguien?

Shiannas rió sin gracia. Su rostro era una máscara de color blanco mortecino; sus ojos, dos pozos de profunda memoria, contenedores de un poder indómito capaz de partir montañas en dos.

—No. Quiero que me sirvas.

Ahora fue el no-muerto el que rió.

—Ni en mil años.

La guadaña de la Dama Umbría se iluminó reflejando la luz de la luna hinchada. Un resplandor morado acompañaba a las runas que habían inscrito en el metal de la hoja.

—Con el tiempo, Partemontañas, aprenderás a amarme y desesperarás.

No se demoró en el golpe. La hoja lo alcanzó en el pecho y describió un corte rápido y fino. Una salpicadura de sangre más tarde y el cuerpo sin vida del orco se hizo a un lado y se adhirió a la mórbida escenografía de la playa. Shiannas lo miró detenidamente.

Había planeado aquello con meses de antelación. Había creído que aquello la satisfaría de alguna manera oscura, que serviría bien a su ego como un monumento a su orgullo. Se equivocaba; con Partemontañas en frente, la satisfacción era más bien la sombra de un sentimiento. ¿Era aquello cuanto había sobrevivido a su transformación? ¿Se había enfriado tanto su corazón como para no disfrutar siquiera de la victoria?

—Tomad su cuerpo. Preparad el portal de vuelta a casa.

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Relato en edición

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Minutos y segundos

—Está despierto, mi señora.

Shiannas avanzó por el empedrado irregular hasta que tuvo al orco no-muerto cara a cara. Tenía los ojos cerrados y el rostro hundido, pero aún en aquel estado, Partemontañas imponía una sombra de autoridad que costaría extirparle.

—¿Cómo te encuentras?

El orco postrado parpadeó y su mirada chocó con el rostro níveo de la Dama Umbría; en la oscuridad de las mazmorras se presentaba con una pureza cándida y virginal.

—Confundido.

Aquello se lo había imaginado. La reconversión era un proceso largo y en el que podían salir mal muchas cosas. Aunque la adquisición del erudito Mannfred había facilitado la labor, todavía necesitaban perfeccionar la técnica y adaptar el método a la anatomía de los orcos.

—Es normal —dijo Shiannas —. Al fin y al cabo, ésta es tu segunda resurrección, y has pasado tu no-vida como esclavo sin voluntad a las órdenes de la Reina Alma en Pena. La libertad abruma, tendrás que saborearla y acostumbrarte a ella muy poco a poco. ¿Se ha despejado tu memoria al menos?

Partemontañas no supo qué contestar. Le habían enseñado a amar el rostro de aquella mujer vestida de negro, pero una parte de él todavía la odiaba; no podía recordar por qué. El resto coincidía más o menos con lo que le habían descrito: había muerto luchando contra la Alianza y había sido alzado por órdenes de Sylvanas. Lo demás seguía neblinoso.

—Recuerdo la batalla en Silithus —comenzó —. La Alianza me dio muerte, pero Sylvanas me alzó. No recuerdo estar sometido a ella, ni recuerdo cómo he muerto esta última vez.

Shiannas miró de soslayo a Mannfred antes de despegar los labios. Arantir estaba junto al renegado, preparado para accionar la palanca y descargar los electrodos contra Partemontañas. Ambos se estremecieron.

—¿Me recuerdas a mí? Luché también en Silithus.

Partemontañas asintió no demasiado convencido, y Shiannas entendió que aún con el cerebro entumecido y agarrotado, el orco se aferraba a la libertad que Arantir y Mannfred trataban de amputarle.

—Fue de mi mano que moriste por segunda vez —le confesó —. Busco venganza contra Sylvanas por mis propias razones, y sabía que tú serías un aliado de valor incalculable en mi cruzada. Por eso te he liberado de ella.

Un silencio creció alrededor, pero Shiannas no dejó que adquiriese personalidad propia.

—Reflexiona y trata de recordar. Pronto estarás curado.

Dio un paso atrás e hizo un gesto al nigromante, que tiró de la palanca con el pulso tembloroso. Al momento, los electrodos que pendían sobre la cabeza de Partemontañas descendieron y se activaron, descargando la electricidad contenida en los días de tormenta. El orco soltó un alarido y un humo negro inundó la sala.

—Ahora eres uno más de la Familia, Partemontañas. Pronto conocerás al resto.

Entre quejidos y gimoteos, Shiannas distinguió unas palabras que en otra época hubieran desangrado su corazón:

—¡Déjame morir, por favor!

Pero en lugar de apiadarse se vistió con una sonrisa, y una parte de ella redescubrió el sentido pleno de la felicidad más cínica. Pocas cosas resultaban más satisfactorias que la venganza triunfal.

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Nunca es suficiente

—Bal’a dash, señorita Lae’thir.

—El capitán Annor’Othar, espero.

El elfo le devolvió a Teslyn una mirada intrigante y asintió. Entonces hizo un ademán para que tomase asiento.

—Consideré oportuno que nos reuniésemos aquí —murmuró el capitán Denoroth, sentándose frente a la maga —. Es un lugar discreto.

Los ojos de Teslyn centellearon como dos diamantes guardados tras la vitrina de alguna tienda.

—Estoy de acuerdo en que es necesario tratar este asunto con toda la discreción posible —dijo —. Son tiempos difíciles. Si la situación no fuera tan comprometida para nosotros y para la Horda, tened por seguro que esta reunión no se estaría produciendo.

Denoroth dio un leve asentir y en su rostro circunspecto apareció el bosquejo de una sonrisa irónica. Teslyn no llegó a percibirla.

—Os escucho, pues, señorita Lae’thir.

—Bien —Teslyn se acomodó en el banquillo y entrelazó las manos en un gesto conciliador —. No me andaré con rodeos. Habéis leído mi petición en la carta que os envié hace unos días. Sabéis lo que sucedió en el ataque conjunto entre Sangre Umbría y las fuerzas de la Horda en Costa Oscura.

Adrilia caminaba unos cuantos pasos por detrás de Alentalle, agazapada entre la maleza como si en otra vida hubiera sido una pantera. Estaban allí, en Costa Oscura, para manipular los restos del combate que había enfrentado a la Familia con Partemontañas. Ambas recordaban la refriega: había sido una batalla larga y extenuante.

¿ Crees que habrá sobrevivido algún rastro? —preguntó la nocheterna en su ignorancia —. Mucho ha llovido desde entonces.

—Nada muere nunca del todo —respondió la no-muerta con una frivolidad y aspereza endémicas —. Podría arder todo el bosque junto con Teldrassil, que un buen rastreador seguiría siendo capaz de explicar la fractura de una rama. Cuidado con donde pones los pies.

Alentalle se detuvo en el acto, lo que hizo frenar a su vez a Adrilia. El campo todavía estaba plagado de minas sin explotar, lo que atestiguaba que los kaldorei todavía no se habían aventurado al lugar de la masacre.

—Nos teletransportaré hasta los cadáveres —informó la nocheterna —. Será lo más seguro.

—Pedís auxilio, sí —consintió el capitán, apenas frunciendo un ápice el ceño —. Estoy al tanto.

—Entonces también sabréis que la Dama Umbría y el Señor Supremo Partemontañas han sido hechos prisioneros por la Alianza. Sabréis que desconocemos su paradero actual —Teslyn descruzó los brazos e irguió la espalda; de pronto pareció más alta y más noble —. Mi petición es muy sencilla: ayuda para localizarlos y rescatarlos. En nuestro estado actual, no podemos emprender en solitario esta tarea.

—Tiende algunos cuerpos bocabajo. Arrastra el resto hasta que disten aproximadamente la misma distancia entre sí —dijo Adrilia —. Parecerá que fueron emboscados, y no que murieron los unos a manos de los otros.

Mientras la magia de Alentalle hacía el trabajo, la no-muerta llevó una mano al carcaj y sustrajo varias flechas de diseño kaldorei. A medida que ocupaban la posición designada, Adrilia perforó sus yelmos, su garganta o su pecho con aquellas puntas de acero inmaculado.

El resultado era convincente, pero aún así revisó los cadáveres uno a uno para cerciorarse de que no había ninguna razón para que Denoroth y sus errantes desconfiasen del relato otorgado por Teslyn.

—Está hecho —dijo al cabo de un rato —. Creo que he oído algo hace un momento. ¿Sabes si son los otros?

—La pregunta es —comenzó Denoroth —. ¿Para qué secuestrar a Shiannas y Partemontañas? Podrían matarlos fácilmente: ¿qué se supone que quieren?

—El Señor Supremo es uno de los comandantes más destacados de los ejércitos de la Horda —dijo la maga —. La intención puede ser desmoralizar al ejército, o conseguir información; quedaos con el motivo que más os guste a no ser que prefiráis especular al respecto.

—No me arriesgo a especular, señorita. Soy un veterano de guerra.

Los labios pintados de rojo cereza de Teslyn esbozaron el atisbo de una sonrisa invisible.

—Entonces, como veterano, estaréis de acuerdo en que no podemos dejar a un comandante de la Horda en manos del enemigo.

—Como veterano —comenzó Denoroth —, diría que Partemontañas ya está muerto. Sería un milagro que vuestra Dama siguiese con vida. Pero no os preocupéis, señorita Lae’thir. No voy a dejaros en la estacada.

—¡Arde, perra elfa. La Dama Umbría así lo exige!

Aquella era la inconfundible voz de Heis. Un segundo más tarde, Adrilia y Alentalle vieron un fuego que alumbró en la oscuridad y una explosión seguida del grito de una mujer. Corrieron en dirección al humo.

—Trabajo completado —dijo el renegado al verlas llegar —. Tal y como se me indicó.

Contra el tronco descansaba el cadáver carbonizado de una elfa. El arco que blandía se había escurrido de entre los dedos surcados de pústulas. La capa había sido reducida a jirones humeantes.

—Bien, pues —murmuró Adrilia —. Meted la carta en su faltriquera. Yo borraré vuestras huellas.

El pergamino que extrajo Alentalle de la bolsa había sido manipulado para simular unas cuantas quemaduras superficiales. Con ceremonial delicadeza, lo enrolló y lo introdujo en la faltriquera de la kaldorei, cuya piel cuarteada todavía exhalaba humo.

—Hay un tema que me gustaría dejar claro, además —dijo Teslyn —. Nadie da su ayuda a cambio de nada, y menos en una misión como esta. ¿Qué esperáis a cambio?

La ceja que alzó Denoroth bien podría haber servido de respuesta.

—¿Disculpad? Señorita Lae’thir, estáis hablando con efectivos de la Horda. ¿No se supone que ustedes también lo son? —calló, y por un momento en el silencio resultante las miradas de ambos crepitaron y soltaron chispas. Entonces, sus labios dejaron escapar una respuesta inesperada —. Bueno, se podría decir que su Dama me debería una.

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—Mientras hablamos, Teslyn y Denoroth se reúnen y debaten la posibilidad de morder el anzuelo que he preparado. Pero no bastará, Jarukan —dijo Shiannas. En la oscuridad de las mazmorras, su voz era una de las pocas cosas a las que el trol podía asirse —. Necesitaré que hables con Eliaganar y que pidas también su auxilio. Si conseguimos que abandere la causa, muy pocos se atreverán a cuestionarnos.

—Partiré con la meno’h demora posible —dijo el trol.

—Una última cosa, Jarukan: no me gustaría que Eliaganar muriese. Dejo en tus manos la posibilidad de salvarla.

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Con el tiempo, Partemontañas, aprenderás a amarme y desesperarás

El orco se alzaba frente a ella, a unos palmos. Ya no había cadenas en sus muñecas que constriñesen sus movimientos, ni mordaza o vendas que llevase enroscadas al cuello. Partemontañas era libre al fin, o aquello era lo que le habían dicho que la libertad implicaba; y él, en su estado, había tenido que creérselo.

—Shiannas.

—Te veo bien —dijo ella. A pesar del tono frío y áspero, una parte del espíritu torturado del orco agradeció el comentario —. Y tu memoria se ha despejado.

Partemontañas cabeceó, como si todavía necesitase poner en orden algunas ideas, y le devolvió una sonrisa tibia, insípida.

—Con los recuerdos ha despertado un fuego en mi pecho… una ira…

Shiannas vio al orco apretar los puños y no pudo evitar sonreír para sus adentros. Aquello que se alzaba frente a ella no era tan solo cuanto quedaba de un enemigo humillado; no eran los estertores que atestiguaban su gloria, ni la venganza hecha carne, escrita en cursiva para acentuar la ironía del cosmos. No. Partemontañas era el éxito que sucedía a una vida sembrada de tragedias, la victoria del sabio que ha aprendido a través del mejor maestro: el fracaso. Partemontañas era su triunfo definitivo.

—Sylvanas te alzó y te privó de tu libre albedrío, como acostumbra desde hace un tiempo —dijo la Dama Umbría —. Es normal que busques venganza contra ella, que tengas sed de sangre y quieras prender a la Horda en llamas. Pero Partemontañas, lamentablemente no hay sitio para ti ni para mí en este mundo. Debemos ser pacientes, amigo mío. Debemos esperar el momento adecuado.

En ese momento Partemontañas recordó la charla del último día. Shiannas le había refrescado la memoria sobre la batalla de Silithus, donde por primera vez cayó, a manos de la Alianza. Le había hablado de la campaña en Tierras Altas Crepusculares, donde se había enfrentado a la osadía del Clan Quemasendas y los Taluha. Incluso le había mencionado a Denoroth, de los Errantes de Bandinoriel.

—Si la rebelión triunfa… —comenzó el orco —. Si Sylvanas es depuesta… clamarán mi cabeza también; tan necios son los vivos.

—Sí. Y si la Alianza gana la guerra, más de lo mismo —continuó Shiannas —. Por eso, una vez nos deshagamos de Errantes de Bandinoriel, nuestro siguiente objetivo serán Kurgan y los suyos: tú desde Orgrimmar y yo en las sombras, enredando los hilos de la marioneta. Y respecto a la Alianza…

El orco alzó los grandes ojos de pus luminoso hasta encallar con el hielo que anidaba en la mirada de la elfa. Shiannas tenía aquel porte del que sabe con todo lujo de detalles qué le depara el futuro, tan segura de sus propios planes que podía contagiar su certeza a los que la escuchaban hablar.

—Respecto a la Alianza… —prosiguió —. La sorpresa será nuestra mejor baza. Por ahora, me creen inofensiva, demasiado ensimismada como para prestarles algo de atención a ellos. Ignoran que en todo este tiempo los he incluido en cada uno de mis cálculos.

Partemontañas guardó un silencio que la elfa interpretó como sumisión y obediencia. Sí. Aunque la “terapia” no había concluido del todo, el orco era prácticamente suyo en cuerpo y en alma.

—Con el tiempo, Partemontañas —murmuró con aquella dicción de soberana —, aprenderán a temerme. Y me amarán.

< Tal y como has aprendido tú a hacerlo…> pensó.

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Ecos de Costa Oscura. Parte 1

—¿Cómo conoces mi nombre?

Alentalle, que era mucho más alta que Shiannas, la miró desde arriba pero sintiéndose muy pequeña. Esbozó una sonrisa enigmática y contestó en un susurro prometedor.

—Es a lo que me dedico, Dama Umbría: a conocer cosas. Mi pueblo ha vivido

confinado y aislado durante diez mil años. Cuando los muros cayeron supe que nuestra supervivencia no dependería del metal de una espada, o las llamas de un hechizo; si no del conocimiento. El conocimiento es poder.

Alentalle había conseguido infiltrarse de algún modo en la reciente delegación de Oghma Infinium, en tierras de Azsuna. No era más que una cueva, disimulada entre la vegetación y apartada de cualquier otro camino; a Shiannas le bastaba un agujero en el suelo para construir su imperio. Y Alentalle, que era orgullosa, creía que su charla sobre el “poder” bastaría para captar la atención de la Dama Umbría.

Se equivocaba.

—Apresadla —escuchó a Shiannas. Su voz por aquel entonces sonaba plena y llena de vitalidad, sin el eco espectral que la contagiaba ahora —. Tendedla de bruces.

Los guardias de la Dama Umbría obedecieron como si hubieran nacido para el trabajo. Alentalle sintió una presión en las muñecas y los hombros y después un dolor punzante en las pantorrillas. Cayó al suelo tan alta como era, desesperada y aterrada.

—Quemadla viva —continuó aquella mujer, que se creía una diosa. Alentalle pudo sentir un calor a sus espaldas que de algún modo le congeló la sangre —. Esperad, no. He cambiado de parecer. Levantadla y besadle manos y pies.

Alentalle, todavía aturdida, sintió varios pares de labios posarse sobre la superficie gris vernácula de su piel. El mundo, desenfocado por la adrenalina de ver a la muerte a la cara, recobró poco a poco su nitidez. Shiannas avanzó un paso que reverberó en toda la cueva. En su rostro apareció una sonrisa suave, engreída.

—El poder es poder. Nunca lo olvides.

Y en efecto, nunca lo había olvidado. Desde aquel día en que Shiannas la había aceptado como una más de Sangre Umbría, Alentalle había contraído una deuda que jamás podría compensar del todo. La Dama le había abierto los ojos a la cruda realidad del mundo; había arrancado de su jaula al pajarillo, obligado a batir las alas o perecer a merced de los cazadores. La había hecho fuerte.

Cinco kaldorei le pisaban ahora los talones. Si sus cálculos eran correctos, para cuando alcanzasen el lugar de la batalla, los Errantes de Bandinoriel junto con Teslyn y Adrilia ya estarían merodeando la zona. Entonces, sería tan fácil como desvanecerse con un hechizo y dejar que los kaldorei descargasen su ira sobre los allí presentes.

Por supuesto, aquel era un combate que los elfos de la noche no podrían ganar. No estaba pensado para diezmar a la compañía de Denoroth, si no para diluir sus sospechas. El plan de la Dama hilaba muy fino…

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Ecos de Costa Oscura. Parte 2

Lo primero que escucharon fue un estallido, no muy lejos, entre los árboles. Adrilia meneó el bastón de púas y aguzó la mirada, fingiendo alerta. Eliaganar, que se había procurado estuviese a su lado para cuando Alentalle diese la señal, se puso tensa.

—Ha debido ser una de las minas sin detonar que salpican la zona —dijo Adrilia —. ¿Alguno de tus hombres ha sido tan torpe como para activar alguna?

Pero… no. Aquello era imposible, ninguno se había alejado tanto del grupo como para haber provocado la explosión. Por supuesto, podrían pensar que se trataba de un animal, pero mejor prevenir que curar.

Adrilia fingió entonces que vio algo entre los árboles, por el rabillo del ojo, y se volvió hacia Eliaganar con mucho cuidado.

—Hay una arquera a las ocho en punto. Cuando te de la señal, me apartaré y lanzarás una bola de fuego en su trayectoria. ¿Entendido?

Eliaganar asintió. Los kaldorei eran enemigos formidables cuando peleaban en casa; más ahora que luchaban por venganza, desangrándose. Pese a todo, les gustaba tomarse su tiempo a la hora de matar, observar primero a la presa, aprender cuanto pudiesen de ella antes de acertarle con la flecha entre hombro y hombro. Aquella paciencia sería su perdición.

—Ahora —musitó Adrilia, y se hizo a un lado.

Un instante después, las manos de la hechicera se alumbraron de rojo y lanzaron un proyectil ígneo que estalló a unos cuantos metros. No pasaron ni diez segundos que otras tantas flechas silbaron en el aire contra Denoroth, Teslyn y otros miembros de Errantes de Bandinoriel.

La coordinación había sido superlativa. Adrilia estuvo segura de que se lo tragarían de principio a fin.

—Has acertado en el blanco, parece —dijo la elfa no-muerta —. Ve a por ella, si acaso ha sobrevivido. Asegúrate de que no es más que un resto carbonizado. Yo ayudaré a Denoroth y los suyos.

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Ecos de Costa Oscura. Parte 3

—¿Has hallado algo de valor? —inquirió Adrilia, a su regreso junto a la magister. La elfa se había inclinado junto al cadáver calcinado de la kaldorei, de la que apenas sobrevivían unos centímetros de piel violácea.

—Llevaba esto en su faltriquera —contestó la hechicera, muy seria —. Entrégaselo a Denoroth. Él sabrá qué hacer con él.

Adrilia apartó las ramas secas del árbol y llamó al líder de Errantes de Bandinoriel. El combate había sido más largo de lo que esperaba, ella misma había sido alcanzada por una flecha en el hombro. Denoroth, en cambio, había superado sus expectativas. La Dama Umbría hacía bien en tenerle miedo.

—¿Qué es esto? —inquirió el rompechizos, extendiendo una mano enguantada al documento que le tendió la magister —. Déjame ver.

El pergamino, mordisqueado por las llamas del proyectil ígneo de Eliaganar, dejó escurrir una capa de hollín al desenrollarse. Los ojos de Denoroth surcaron las líneas del texto como un barco surcaría las olas en plena tormenta.

“Nuevas órdenes de Ventormenta: los prisioneros de guerra deberán ser entregados en Cabo Pillastre en el plazo de una semana. La señora de la Rosa Negra exige su parte del trato, una vez allí comprará un barco pirata para el traslado a Páramos de Poniente.

Se me ha informado de la probable intromisión de supervivientes Sangre Umbría; es más que posible que sigan buscando a su líder. Patrullad la zona del combate y tendedles una emboscada si vuelven a poner un pie en Costa Oscura.

En lo que a Anwel respecta, ya he ordenado que su escuadrón sea reforzado con draenei del Exodar. Transmítele de mi parte mis más sinceras felicidades por los éxitos cosechados en la campaña contra la Horda. El día en que recuperéis vuestros bosques y la Alianza se haga con la victoria está próximo.

¡Ande’thoras-ethil!

Capitán Baelor Tiralmanta. 1 de Mayo”

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Rebelión

El silencio era total en aquella habitación, roto tan solo por las gotas de lluvia que repiqueteaban contra la ventana y el viento que aullaba enfurecido en el exterior. La luz de las velas danzaba sobre el escritorio de cedro y el fuego de la chimenea a sus espaldas ardía como si tuviera vida propia. Hacía mucho tiempo que su cuerpo no necesitaba algo tan mundano como el calor, sin embargo mantenía la chimenea encendida <<¿Tal vez como un intento de recordar aquella sensación de calidez que ahora le resultaba tan lejana?>>

Era una incógnita que tal vez nunca llegaría a resolver.

Shiannas yacía sentada sobre su alto sillón de terciopelo carmesí como una emperatriz yacería en su trono. Frente a ella, sobre la mesa, había dejado una carta a medio escribir. La observaba en silencio, meditativa, como buscando las palabras adecuadas… Las palabras, ella lo sabía, encerraban un poder mucho mayor que el de cualquier magia, un poder con el que podías conseguir aquello que más anhelabas… O perderlo todo.

El ruido de alguien llamando a la puerta devolvió a la Dama Umbría a la realidad, alzó una mirada inquisitiva en la dirección de la puerta.

—¿Quien es? — Inquirió con una voz cargada de autoridad, fría como un témpano de hielo.

—Mi señora… Soy Latshy… Lamento molestarla pero hay algo que debería ver.

Shiannas enarcó una ceja; sabía que los suyos no la molestarían a no ser que fuese algo importante.

—Adelante, Latshy. — Sentenció.

La pandaren abrió la puerta de entrada al estudio y se acercó con diligencia hasta quedar frente al escritorio.

Pese a que Latshy era una fiel soldado de la Horda, Shiannas no dudaba que su lealtad última estaba con la Familia… y con ella… Además, era una francotiradora de primera, lo cual la convertía en un activo muy valioso.

—¿Qué puedo hacer por ti? —Preguntó la Dama Umbría, recostada en el sillón. Hizo un ademán sugerente que Latshy interpretó como una invitación a conversar.

La pandaren permaneció unos segundos en silencio, con una pose erguida y marcial antes de contestar.

—Seré breve, mi Dama: durante los últimos días han estado apareciendo estos carteles por algunas ciudades de la Horda. —Cogió una de sus bolsas y dejó un pergamino sobre la mesa.

Shiannas se incorporó y tomó la hoja entre sus manos. Los ojos helados perforaron las letras como si llovieran flechas.

— ¡Es una incitación a alzarse en armas contra la Jefa de Guerra! —Escupió la pandaren. Shiannas le devolvió una mirada por encima del pergamino pero no se pronunció aún.

En el cartel aparecía el nombre “Seldune”. Aquello le evocó antiguos recuerdos a Shianna. Una sonrisa sagaz se fue dibujando en sus labios.

— ¡No podemos permitirlo, mi Dama! — insistió Latshy. De haber sido posible, la efervescencia le hubiera despertado un color rojo en la cara —. No podemos permitir que esos terroristas atenten contra nuestros hermanos de la Horda.

—Tranquila, Latshy — respondió en un tono conciliador, como un sedante —. Sangre Umbría actuará en consecuencia… Puedes estar segura.

La pandaren asintió.

—Por ahora quiero que me mantengas informada de todo cuanto ocurra… ¿De acuerdo?

—Se hará como ordenes, mi Dama. — Latshy agachó la mirada y realizó el saludo marcial.

—Ahora márchate y cumple con tu cometido… Mi pétalo. —Otro ademán le indicó a la pandaren que debía retirarse. Eso hizo; se inclinó de nuevo y abandonó la habitación con presteza, cerrando tras de sí la puerta de doble hoja.

Shiannas se quedó mirando unos instantes más el cartel que incitaba a la rebelión. Era algo extraño en ella, pero sonrió. Entonces, tomó la carta que había estado escribiendo y la arrojó a la chimenea a sus espaldas. El fuego no tardó en consumir papel y tinta.

—Parece que no soy la única que planea mostrar su auténtico rostro. Esta mascarada pronto tocará su final.

Cogió otro papel de pergamino y mojó la punta de la pluma en el botecillo de tinta negra. Todavía no había dejado de sonreír; había tanto que planear…

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Advertencia para todos aquellos que no hayan visto las cinemáticas correspondientes al 8.2.5. El siguiente fragmento contiene spoilers.

El último umbral

El gran pórtico se alzaba ante su umbral como una advertencia. Empequeñecidas de pronto, las tres mujeres estudiaron con expresión grave las inscripciones que habían tallado en el marco de piedra. Se estremecieron en un único acorde.

—“Aquí yace Yth’wqa, El Sacerdote de las Cien Cabezas” —leyó Adrilia —. “Quieran los astros que jamás vea la luz del sol”

La forestal no-muerta apartó una mano de las runas y retrocedió otros dos pasos para ganar perspectiva. Junto al grabado central habían esculpido otros dos círculos, uno a cada lado, donde, imaginó, estaría la cerradura que sellaba aquella ciclópea cárcel.

Shiannas meditó en silencio y alcanzó la misma conclusión.

—Alentalle, conoces tu propósito —comenzó la Dama Umbría —. Tu camino aquí termina. Vuelve con el resto y consigue el último orbe. Tal es mi voluntad.

Alentalle asintió con pesadez, casi como si el oxígeno que se respiraba allí abajo estuviera cargado de malas intenciones. En el silencio aparente, las piernas-cuchilla respondieron con un click metálico. Un segundo más tarde y la nocheterna había desaparecido.

Shiannas volvió su atención a la gran puerta de piedra.

—Irónico, ¿verdad? —le dijo al aire, pero también la escucharon la oscuridad y las rocas —. Tu cárcel es todo cuanto se interpone ahora entre nosotros. Toda mi vida conspirando en mi contra… moviendo los hilos que habrían de gestar a la “Dama Umbría”. Guiaste la mano que ensombreció mi ánimo, todo ello por una absurda profecía.

En el silencio que sucedió a sus palabras, Adrilia encontró un matiz más siniestro.

—Fui la reina en tu tablero —continuó la Dama Umbría —, quien engendraría a tu vástago de sombra y llamas, el prometido que rompería tus ataduras y te rescataría. Irónico, ¿verdad? Muy a tu pesar, seré yo quien te libere.

« MUERDES MÁS DE LO QUE PUEDES MASTICAR. SUPLICARÁS CLEMENCIA. TE ARREBATARÉ TODO »

Pero Shiannas no se mostró muy convencida, y en su lugar afiló una sonrisa que se ensanchó de oreja a oreja.

—Ya lo hiciste, y debo darte las gracias por ello —replicó la Dama —. Mi corazón se endureció gracias a ti. Descubrí mi yo auténtico gracias a ti. No olvidaré tus muchas lecciones.

« MASACRARÉ A TU GENTE. CONSUMIRÉ TU ALMA»

—Ya lo has intentado —respondió con simpleza —. Tus amenazas son huecas, Yth’wqa. Y con este bastón en mano, esta “correa”, haré de ti mi nueva mascota. Irónico, ¿verdad? —insistió por tercera y última vez —. Tu cárcel es todo cuanto se interpone ahora entre nosotros.

Adrilia le tendió el primer orbe a Shiannas, que chasqueó un dedo y lo hizo levitar en el aire. La expectación creció y ensordeció cualquier susurro que pudiese deslizar Yth’wqa desde el otro lado de su encierro.

—Un cerrojo menos.

« ESTO NO SIGNIFICA NADA. EL HONOR HA TOMADO LAS RIENDAS DE LA HORDA. NO TIENES A DÓNDE HUIR. TUS ALIADOS HAN PERDIDO SUS PRIVILEGIOS. MIS MAESTROS SE ALZARÁN MUY PRONTO PARA CONSUMIR ESTE MUNDO »

Y por un momento, la Dama Umbría enmudeció. ¿Había caído la Jefa de Guerra? ¿Habían desmantelado la jerarquía que ella, tan pacientemente, se había esforzado por truncar y corromper? Apretó los puños hasta que su ira se enfrió. Desde el comienzo, supo que en su campaña enfrentaría grandes dificultades. Que Sylvanas hubiera sido depuesta tan pronto no era más que un pequeño revés.

—Ya no los necesito —dijo al fin —. Con tu poder para nutrir mis fuerzas, Sangre Umbría no necesitará volver a agachar la cabeza ante nadie.

« ¿QUIERES HACERME CREER QUE TE IMPORTAN LO MÁS MÍNIMO? »

Adrilia esperó por una respuesta que jamás llegó. Frunció el ceño y volvió su mirada carmesí a Shiannas. La Dama Umbría se había cuadrado de brazos. Sonreía.

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