La niña y el espejo
Los árboles eran meras sombras que se desfiguraban en su carrera desesperada, columnas del color de la ceniza que extendían brazos desnudos a un cielo todavía más negro. Maldra no solo debía combatir el agotamiento, sino su propio temor; indefensa como estaba, perdida desde hacía un buen rato en la inconmensurabilidad de la arboleda.
Un ruido la sobresaltó a su izquierda y le pareció que un árbol aprovechaba y le hacía la zancadilla. La elfa, magullada y embadurnada por el sudor y el barro, se incorporó a duras penas con el corazón en un puño.
—¿Dónde estás? —inquirió. El mundo se había emborronado, cercándola. La voz que debió haber sonado firme apenas fue un murmullo asustado —. Muéstrate y afronta el juicio de mi Señora.
Una risa contestó desde todas partes, suavizada por la niñez y la inocencia.
¿En qué momento se había transformado la cazadora en la presa? ¿Cómo se le había podido ocurrir siquiera que estaba capacitada para la misión? Reflexionando en estas cosas, Maldra tomó aire e hizo acopio de todo el valor que halló para blandir la hoja.
—No tengo tiempo para juegos —insistió, y por más que trató de disimularlo su tono pareció el de una súplica.
—Pues a mí es lo que más me entusiasma, jugar. Te tomas la vida demasiado en serio.
Ahora la voz sonó demasiado cerca de la elfa, más de lo que le hubiese gustado. Un escalofrío le descendió por la columna y se detuvo en las tripas. Sintió como las arcadas acudían a su boca.
Se volvió y dio un tajo al aire. Un segundo después, el mundo volvió a aparecer frente a ella, desenfocado. Más allá distinguió la sombra de un hombre, gris como el tronco en el que apoyaba la espalda, alto, escuálido y seguro de sí mismo.
Maldra apretó la hoja por el mango.
—No me iré sin pelear.
De nuevo aquella risa en el ambiente, flotando como una cortina que delimitase la función.
—Lo sabemos, hereje. Eres hija de la Sombra pero desoyes su llamada. La Dama Umbría y toda su obra deben morir por ello.
Algo se movió a sus espaldas que hizo suspirar a la hierba. Recelosa, volvió el rostro lo justo para mirar de soslayo. Otras cinco figuras como aquella habían aparecido y la apuntaban con sus arcos, muy serias.
—Poder te prometió —continuó el hombre —, Libertad y Saber. ¿Pero qué has visto a cambio de tu compromiso? Shiannas no tiene reparos a la hora de sacrificar a cuantos le juran lealtad. Es un monstruo.
Podía escuchar los murmullos de locura en su cabeza, acentuados por la sugestión, el miedo y el entumecimiento. La voz le habló de Shiannas, distorsionó memorias hasta entonces cristalinas y desdibujó la leyenda que había sido la Dama Umbría para Maldra. Cuando acabó su trabajo, la elfa quedó muda y desarmada en el suelo empapado, acurrucada en un lecho de raíces oscuras.
—Rehuyó su destino aceptando la muerte —dijo el hombre. Ahora, por primera vez, lo percibió con claridad: tenía un rostro largo y circunspecto, ojos pequeños y sagaces y una nariz puntiaguda. Era el rostro del malo de una fábula, aterrador para cualquier niño —. Pero tú aún puedes elegir, Maldra. Servir a la Sombra, desempeñar el papel que el Pintor ha designado para ti, o morir.
No contestó. No halló el aliento para hacerlo.
—Sabes, Maldra —continuó el hombre—, que tu corazón ha anhelado esto durante largos años: abandonar el anonimato para forjar tu propia leyenda, que la Sombra te reconociese y agasajara. Acepta la mano que te estamos tendiendo; traiciona a Shiannas.
El rostro del hombre se disolvió como un recuerdo que la vejez marchita. Maldra fue dejada sola para reflexionar en silencio. Las lágrimas enjuagaron la suciedad de sus pómulos.
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—Estáis de vuelta —descubrió para su satisfacción la Dama Umbría. En las últimas semanas, la mansión había estado más vacía de lo normal por su ausencia. Eran muchos los hilos que había que enhebrar en su telaraña de conspiraciones, pero aquel, si cabe, era el más importante de todos.
—Y de una pieza —dijo la Inquisidora —. O casi. Maldra quedó atrás para guardar la posición. Fuimos atacados en el último instante.
El rictus severo de Shiannas se endureció por la noticia.
—¿Atacados? ¿Por kaldorei ?
—No lo sé —admitió Teslyn —. No me lo pareció, dominaba las sombras. El tirador no llegó a mostrarse. Maldra salió en su búsqueda.
La luz blanca mortecina que anidaba en los ojos de la Dama Umbría parpadeó. En su cabeza, Shiannas se planteó cien mil escenarios distintos. Las cejas se encresparon.
—¿Está todo listo entonces, mi Dama?
Ni siquiera la voz de Teslyn la despertó del trance; tal era su ofuscación. Desde un comienzo se había esperado un contraataque del Enemigo, pero no se imaginaba que se atrevieran a intervenir tan pronto. ¿Qué los había motivado? ¿Acaso intuían la prisa de Shiannas por llegar al poder, acaso habían descifrado la maraña de hilos en su telaraña perfecta?
—Sí —contestó al fin —. Aunque me preocupa que la posición de nuestra base se haya visto comprometida. No me arriesgaré a movilizar de inmediato al resto de la Familia; así, de paso, le daré más margen de maniobra a Adrilia. Descansad un tiempo mientras el polvo se asienta y nuestros rivales nos creen dormidos. Pronto os llamaré a filas. A todos sin excepción.
La inquisidora asintió y desapareció por las escaleras a sus aposentos. Al cabo, la comitiva se disolvió y el hall volvió a quedar vacío y en silencio. Estaban cansados, aturdidos de alguna manera. Ni siquiera Teslyn, segunda en la cadena de mando, sabía del todo qué tramaba Shiannas. El papel que pudiese jugar el tirador de Costa Oscura se le escapaba por completo.
Tan solo tenía una certeza. Esta vez, no como en el pasado, su Señora triunfaría fuera cual fuese su meta.
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—¿Y bien, pequeña?
Maldra recordó el día en que conoció a Shiannas. Ella era joven por aquel entonces, ingenua pero ambiciosa. La Dama Umbría la adiestró en el camino de las sombras, le dio donde dormir y qué llevarse a la boca. Su educación le salvó la vida y le labró un futuro. No podía ignorar sin más los lazos de lealtad que la ataban a ella.
Miró al hombre directamente a los ojos. La suerte quiso que recordase una de las muchas lecciones de la Dama Umbría.
“Los susurros se alimentan del miedo, el dolor y la duda. Lo utilizan contra ti. Y te preguntarás: ¿cómo distingo mi propia voz de la voz de la Sombra? ¿Cómo sé cuando algo tiene su origen en mí, y no en la intención del vacío? Mírate al espejo. Los susurros tratarán de persuadirte de lo que jamás te plantearías. Mírate al espejo. ¿Qué reflejo te devuelve?”
Vio su reflejo en la mirada del hombre. Vio su propio rostro y no se reconoció en aquella elfa quebrada y asustadiza. Maldra jamás traicionaría a la mujer que la hizo ser quien era. El mero hecho de planteárselo la sacó de dudas:
La Sombra estaba intentando tentarla.
—No lo haré —dijo. La voz sonó firme, como las últimas voluntades de alguien que ya se sabe muerto —. No traicionaré a Shiannas.
“El portar la Sombra es un camino arriesgado, Maldra. La arrogancia te hará creer que eres tú la que sostiene el arma, pero si te confías demasiado llegará el día en que sea la Sombra la que te porte a ti” .
El hombre fingió un puchero apenado. Los dedos extrajeron del cinturón un puñal y lo blandieron con habilidad quirúrgica.
—Lástima —dijo —. No me apetecía mancharme las manos.
El acero buscó el cuello de la elfa y describió un corte que le rajó la garganta. La voz y la vida se le escurrieron con la sangre que salpicó de la herida. Un segundo después, el cadáver de Maldra cayó a un lado, frío y sin vida.
—Romped su espíritu en mil pedazos. Si no la resucita la furcia de su Señora, lo hará una valkyr de Sylvanas.