Asteda trató de levantar la vista, caminaba impasible, nada detendría su marcha. Paso tras paso. Uno mas. Otro más… Sus pies eran demasiado pesados, sólo conseguía arrastrarlos, tras de sí, dibujando una estela de pasos, tropiezos y el filo de su alabarda rasgando la tierra. Estaba segura… convencida… de que sus brazos antes podían llegar más allá de sus hombros, que su mandíbula no se balanceaba, sin fuerzas, con cada paso. Un paso tras otro, caminaba por las fangosas tierras del pantano de las penas. Sólo podía oír graznidos sobre su cabeza y la sombra de una gran ave, vigilante.
Unas semanas antes, su antiguo camarada, Danteo, le escribió: los orcos atacaron a uno de los regimientos cercanos, él, como explorador, debía investigar lo sucedido, rastrear, encontrar y, en caso de ser necesario, acabar con los bandidos que los asesinaron. Al parecer un grupo de orcos pensó que era buena idea matar a soldados de la horda… Justo al lado de un frente de guerra, en el que luchaban otros orcos, taurens, trols… Les dejaron sin refuerzos.
Los orcos huyeron hacia el sur, es todo lo que pudo averiguar, su rastro se perdía en las montañas. De modo que le encomendaron encontrarlos en las Tierras altas crepusculares, tierras inhóspitas… Llegó hasta la frontera con el pantano de las penas… Algo no cuadraba, a pesar de no haber un rastro claro, no se podía evaporar un grupo de orcos, no había escapatoria, si se hubiesen quedado en esas tierras habría algo, algún avistamiento, algún campamento, algún… algo. Y más rodeados de tierras y fuerzas de la alianza, no tenían libertad para esconderse, no tenían recursos. Danteo le contó todo esto a sus superiores, reforzaron la vigilancia, mandaron más exploradores… No estaban ahí, no estaban en la zona norte de los Reinos del Este, eso era seguro.
Asteda recibió la carta poco después de abandonar las tierras de Costa Oscura, casi la calcinaron por completo en Luz y fuego sagrado, su armadura y ella misma humeaban, incluso, aunque hacía días de esto, algunas chispas de Luz aún la atravesaban en un inmenso dolor. Tan pronto como leyó la carta, emprendió la marcha. No necesitaba un mapa para su destino, no necesitaba perder más tiempo. Ella conocía bien esas tierras, los orcos no se evaporan en el aire. Por supuesto que no. Tampoco se unían a la Alianza. Eso reducía el mapa demasiado. Demasiado obvio… Exhaló una sonrisa, una mueca retorcida y adolorida que trataba de asomarse de entre la cota de malla que caía por su cuello.
-Oj…alá… un lugar… en el que los… orcos… puedan… estar a salvo… un… lugar… a…l…sur… -Sólo había un lugar al sur fuera de la vigilancia de la horda, para que, después de tanto tiempo, realmente pareciese que habían desaparecido… ni una fogata, ni una huella… Eso era posible, pero sólo si no detenían su camino. Sólo si habían marchado casi sin descanso hacia un lugar seguro- yo… rec… -tropezó y calló al suelo casi desmoronándose, pequeños haces de Luz aún brotaban de su armadura ennegrecida por el corrupto fuego de la Luz. Se puso en pie, continuaba. Sin pausa. Sin descanso.- recuerdo un… un lug…ar… Un… lugar de orcos… al sur… Sólo… sólo uno… Lejos de… la Horda… Lejos de… la Alianza….
A los pocos días llegó a las Tierras Devastadas. Dio un silbido y, el gran pájaro se posó delante de ella. Su compañero clavaba sus garras con fuerza en la tierra, la miraba impaciente con sus cuencas, vacías, mientras aleteaba con sus alas muertas y huesudas.
-Reich… Mi… mi pequeña Reich…-Asteda, con mucho esfuerzo, consigue levantar su brazo hasta apuntar hacia el portal oscuro. – Vigilarás… Esperarás… A un…estos… “Camaradas”… vigil… -Tose con dificultad, un agudo dolor atormentaba su cuerpo, trataba de mantenerse firme ante el ave- vigilarás… si aparece… el obj….etivo… Volve….rás… Orgrimmar… Vol… -Usaba la alabarda como bastón, tratando de mantenerse- Volverás… a mí.
Asteda volvía sobre sus pasos, maldiciendo su pésima condición, pero no podía arriesgarse, y menos en ese estado, era poco más que una corazonada, volvería a Orgrimmar, volvería a la Corte. Tarde o temprano los traidores a la horda, los traidores a su propia raza, acabarían apareciendo, ya fuese donde ella sospechaba o en cualquier otro lugar. Tarde o temprano les devolvería las muertes que provocaron, tarde o temprano les mostraría que los actos infantiles tienen consecuencias.