La sangre de los ocultos
Prólogo: El mar y un recuerdo
— ¡Ella es mía! — El magister apuntó acusatorio con su índice al forestal que había osado presentarse en su aguja para llevarse a su pupila. Su rostro enardecía en ira, sentimiento que pocas veces demostraba en público. El forestal le sostuvo la mirada, sempiterno y calmo, como si estuviese de patrulla.
— Caenna ha incumplido su juramento, ha jugado con las sombras, Magister Érleon. Vos mejor que nadie sabéis lo que acarrea…— Claro que lo sabía. Sin embargo, las ganas que sentía de acabar con su vida, arrancársela poco a poco mientras le miraba a los ojos y degustar su sangre era tan intensa que tuvo que apretar los dientes con fuerza para contenerse. No se la quitarían, a ella no.
Parpadeó con pasmo, mientras su mirada se perdía en la oscura mata de cabello de la mujer frente a él, que se mecía con suavidad al viento y parecía difuminarse como una neblina misteriosa y calmante. La noche era fría, el viaje en barco estaba resultando más largo de lo esperado y, la novela tórrida de su amiga no era precisamente un divertimento ya.
— Una dama oscura en una noche oscura —. Esbozó una sonrisa divertida en tanto se acercaba a la sacerdotisa, cuyos ojos verdes le observaron un instante, neutros —. ¿Qué haces por aquí, tan solitaria? — Ladeó su rostro, fingiendo un profundo interés.
— Si vas a insistir en tu ego… he de decirte que no estoy de humor —. Apoyó el codo en la baranda, deslizando su mirada hacia algún punto inexacto.
El ren’dorei conjuró una pipa de ébano, que prendió para disfrutar del falso aroma a vainilla. Ladeó su sonrisa antes de dar una larga calada, observando su perfil en un largo silencio.
Las largas conversaciones que habían mantenido desde que decidió ponerse a su servicio habían terminado, en su mayoría, en discusiones y batallas de orgullo, pero algo le instaba a seguir conversando con ella. Más que un entretenimiento era… como un puzle, y le encantaba resolverlos.
Le ofreció la pipa, pero ella renegó en primera instancia. Se encogió de hombros y se acercó a su lado, disfrutando por largos minutos del silencio roto que les ofrecía la marea nocturna, tranquila. Lo poco que se escuchaba además del crujir de la madera al chocar contra el agua, eran las risas del grupo de aventureros en uno de los camarotes comunes del barco.
La sonrisa en el rostro de Érleon se perpetuó en el goce de aquel momento, tan simple y perfecto a su parecer.
— ¿No conversarás hoy con este magnífico espécimen que ha aceptado servirte, milady? — Posó sus sanguinos ocelos en la mujer, que bosquejó una sonrisa que rápidamente cambió por un fruncimiento altivo, en tanto le robaba la pipa.
Prolongó una calada que profirió en un silencio abrumador, casi angustioso en lo que se demoró, hasta que habló —. Tú mismo lo has dicho, me sirves, no veo nada especial en un hombre que afirma lo que el resto y no demuestran nada especial —. Ladeó su cabeza —. Es… aburrido.
El olor a vainilla inundó sus fosas nasales y su mirada se nubló cuando Cassandra exhaló el humo en su cara, antes de marcharse sin emitir más sonido que el susurro de su capa al viento.
Él aplanó los labios, y no fue sino hasta que sintió el sabor metálico en sus labios que supo que se los había mordido con demasiada fuerza.
— Oh, venga, por favor. Me ofendéis si creéis que eso funcionará conmigo, magister —. La elfa rió risueña, antes de pasar por un lado al esbelto sin’dorei, rozando su mano desnuda con la propia.
Él la tomó de la misma, sosteniéndole la mirada con una sonrisa entre pícara y fascinada. No pareció molestarle, pues se dejó hacer cuando apegó su cuerpo al suyo y susurró en su oído —. Mañana quiero que vengas unos minutos antes que el resto. — En sus ojos había algo que no supo leer, pero su mirada era tan intensa que no pudo sino asentir. Se permitió durante unos instantes detallar el anguloso rostro de mandíbula cuadrada de su maestro. Tragó saliva antes de marcharse y escuchar en lo alto de la escalinata —. Trae tu mejor túnica, Caenna.
Observó a la aprendiz de cabello oscuro descender encogida de hombros, cubriendo su cara que aseguraba estaría sonrojada con los libros, y sintió como su sonrisa no se desvanecía ni cuando desapareció de su vista. Humedeció sus labios con lentitud para después acariciar con la lengua sus caninos. Sendas manos reposaban tras su espalda, con los dedos entrelazados.
Nunca antes había acogido a un aprendiz en su aguja para instruirle personal y particularmente, pero su rostro ovalado le cautivó. Sus pecas adornando una nariz respingona y unos ojos redondos llenos de ilusión por aprender, que se entrecerraban cuando se avergonzaba, frunciéndose de manera sutil a la vez que sus cejas cuando algo le costaba, pero no dejaba de intentarlo. Los minutos que rascaba de cada hora para hacerle preguntas pronto se transformaron en tardes en las que compartían una copa o dos de vino Toquesol, entre risas y comentarios de lo más variopintos, aunque banales.
Se sentía tan a gusto que casi sin pensarlo pronto empezó a flirtearle casi por inercia, rozando su mano al entregarle una copa, o un tomo. Las miradas furtivas durante las lecciones que ambos compartían, como si él hubiese vuelto a su época de estudiante, si bien difería bastante de lo que ellos dos hacían.
Los encuentros en las escalinatas de la aguja flotante en la que residía y los cabeceos antes de entrar a las diversas aulas y las sonrisas al darse los buenos días.
Suspiró.
Aquella aprendiz sería su pupila desde el amanecer del día siguiente.
¡Buenas! Os presento un proyecto del que tengo ganas sobre uno de mis pocos personajes masculinos xD
A decir verdad no estableceré una fecha clara de actualizaciones más que cuando me apetezca, si bien tengo ya un par de capítulos listos, que irán uno cada semana.
¡Espero que os guste y no dudéis en comentar que os ha parecido! E incluso críticas constructivas