[Novela Corta] Sangre de Arathor

Aviso al lector:

  • Esta novela corta está planteada como un imaginario individual alejado de la idea de un uso rolero. Eso significa que hay elementos dentro de mi propia interpretación del mundo que pudieran entrar en conflicto con trasfondos de personajes de rol u organizaciones.

  • El punto inicial de la novela parte del final de Legion, antes de la Guerra de las Espinas.

  • Cada semana iré actualizando con un capítulo nuevo

  • En mi blog personal iré publicando los capítulos con una semana de antelación. https://ucerescribe.home.blog/2019/09/18/novela-corta-sangre-de-arathor-capitulo-1/

Sangre de Arathor

Capítulo 1

Los últimos que quedamos

Fuera de la tienda se escuchaba el sonido metálico de soldados patrullando, órdenes siendo dadas y armas siendo forjadas. Dentro, en cambio, solo se escuchaba unos nerviosos suspiros. Una respiración agitada de alguien que probablemente aún no haya visto apenas más de veinte inviernos , quien fijaba la vista en su reflejo sobre un espejo roto.

Narth apenas había llegado al campamento unas horas antes, y por primera vez en su vida, vestía una armadura de verdad.

De pequeño siempre creyó que sería granjero como toda su familia, pero quince años atrás el mundo era muy diferente. Para empezar, su granja aún existía, al igual que su reino. Un reino antaño poderoso, que el tiempo había terminado haciéndole más mal que bien.

El joven se giró hacia su derecha para poder ver sobre un baúl cuya madera había quedado algo quebrada por el paso del tiempo, un tabardo. Rojo y blanco, como su armadura, con un símbolo dibujado: Un halcón rojo. Se lo puso sobre su armadura, y como si se tratara de algún tipo de escudo que le protegía de sus inseguridades, sus nervios se disiparon y sus miedos retrocedieron.

El Refugio de la Zaga mantenía una estricta rutina de vigilancia. Se encontraban en la zona más céntrica de las Tierras Altas de Arathi, y como tal, podían ser atacados por cualquier flanco. Claro está, la posición también les brindaba un gran valor estratégico. El refugio estaba construído en una pequeña cuenca en mitad de las planicies, por lo que tenían unas defensas más que suficientes como para resistir escaramuzas y pequeños asaltos.

Buscó con la mirada a su nueva superior, y a lo lejos la vio. Dirigiéndose a ella mientras se ponía el casco, se percató de cómo era exactamente su capitana. Una mujer de rasgos fuertes, un pelo largo y negro recogido en una coleta Su rostro dejaba entrever unas pequeñas arrugas que se le habían formado con el tiempo por fruncir casi de forma permanente el ceño, aunque, con diferencia, lo que más llamaba la atención era el hecho de que un parche ocultaba su ojo izquierdo.

La mujer estaba revisando unos papeles cuando escuchó a Narth acercarse. Aún así, no levantó la mirada hasta que este habló.

—Recluta Narth presentándose, Capitana. — Dijo poniéndose una mano en la frente a modo de saludo.

—Capitana Letha Jones, recluta. -Respondió con algo de sequedad, acentuando su apellido, como si de esa forma le espetara a Narth el hecho de no haberse presentado por completo en propiedad. — Tú debes de ser el nuevo ¿Verdad?

Narth asintió, y casi percatandose unos instantes después de que esa no era una respuesta formal, añadió:

—Sí señora, acabo de salir del Campo de Entrenamiento de la Hacienda de Stanford, al sudeste.

La mujer asintió lentamente mientras escuchaba, aunque su mirada denotaba que su mente estaba en otro lado.

— Bien recluta, bienvenido entonces a la Tercera Compañía del ejército de Stromgarde. Bienvenido a la Compañía del Halcón Rojo.

Narth no pudo evitar sonreír debajo del casco, y aunque el sol de mediodía hacía que su rostro permaneciera oculto entre las sombras, la mirada de la Capitana Jones pareció percatarse de ello.

— Debes de saber que aquí estarás siempre en peligro. Stromgarde está al borde de la extinción. La Horda, los Renegados, los trols del bosque, los ogros, o incluso esos bandidos alteraci de La Hermandad pueden jugárnosla en cualquier momento y extinguirnos. — La sonrisa del recluta desapareció al escuchar eso, y acto seguido, Letha añadió. — Claro está, Stromgarde no va a desaparecer sin luchar, aunque sea con uñas y dientes.

Narth titubeó un momento, pero finalmente terminó asintiendo con decisión. Stromgarde era una nación fuerte, y su gente debía mostrarlo. Un soldado de los allí presentes podría con diez soldados de cualquier otra nación humana, y eso tenía que incluirlo a él.

A punto de responder un determinado “Sí Señora”, se percató de como la Capitana se giraba hacia alguien que se aproximaba a su lado.

Se giró para mirar y se encontró con un par de exploradores, o al menos eso dedujo por sus ropajes más oscuros y de cuero. Además, sus rostros eran casi idénticos. Probáblemente se tratara de un par de gemelos. Debían de ser de mediada edad, no más de treinta años, aunque sus facciones denotaban un aspecto más juvenil, quizás por la sonrisa pícara que mantenían.

— Exploradores Rick y Jen informando, Capitana.-Dijo el chico.

Ambos saludaron formalmente aunque Narth creyó discernir cierta actitud sarcástica en ambos a la hora de hacerlo. Luego, sin esperar respuesta, la chica continuó.

— Traemos maravillosas noticias de Stromgarde.

La Capitana por un momento pareció hacer un ademán de no querer escuchar las noticias, pero símplemente se mantuvo firme.

— Informa.

— El Príncipe traidor ha muerto.-Respondió rápidamente Rick.

— ¡Eh! ¡Quedamos en que yo era quien se lo iba a decir!

— Ya, pero tú te has quedado ahí pasmada.

Mientras discutían, Letha pareció quedarse algo atónita, y lejos de querer aguantar la discusión de los hermanos, levantó una mano y los hizo callar manteniendo su mirada en ambos.

— Dejaos de tonterías e informad en condiciones. Todo.

Los hermanos callaron en seco y se miraron el uno al otro.

— Tu turno. — Le dijo Rick a su hermana, echándose a un lado.

Jen miró de reojo a su hermano y se ajustó un poco su corto pelo oscuro como si de alguna forma eso hiciera volver la seriedad y educación a la conversación.

— Nos acercamos a Stromgarde y no vimos patrullas renegadas. Creemos que el Príncipe Galen trató de independizarse de la Horda. Conseguimos entrar y vimos el castillo totalmente abandonado, junto a todos sus soldados no muertos… muertos completamente. El cadáver de un caballero de la muerte nos ha hecho pensar que quizás se mezcló con quien no debía y le salió cara la jugada.

Letha asintió lentamente mientras se giraba pasando su mirada por diversos informes.

— El distrito de la Torre de Magos estaba tomado por trols según los últimos informes. ¿Qué hay de eso?

Jen continuó hablando.

— No vimos nada. Bueno, algunos cadáveres trols. Quizás aún podrían quedar, pero desde el exterior al menos, no parece que haya demasiado.

— Aunque si se juntaron con Caballeros de la Muerte, lo mismo se llevaron el resto de cadáveres, de ahí que no viéramos demasiados. — Añadió Rick.

La Capitana dejó de mirar los papeles y volvió a centrar su vista en los exploradores.

— Muy bien. Esto es una buena noticia, pero debemos de asegurarnos. Necesito un informe más detallado antes de hacer una movilización a gran escala. Volved al castillo y aseguraos de que está realmente vacío. Llevaos a Ethe con vosotros. — Hizo una pausa mirando de reojo al recluta que se había quedado ahí de pie, esperando órdenes sin saber muy bien qué hacer. — Y también al Recluta Narth. Mostradle un poco el refugio y como hace las cosas la Compañía del Halcón Rojo.

Ambos hermanos respondieron un enérgico “Sí Capitana” justo antes de girarse hacia Narth, quien antes siquiera de poder responder, fue agarrado entre ambos, pasándole cada uno un brazo por cada hombro, llevándoselo como si fueran a algún tipo de fiesta.

Narth no supo exactamente qué decir, mientras algo confundido se dejaba casi arrastrar por ambos. No fue hasta que se separaron lo suficiente de la capitana que Jen habló.

— Así que nuevo ¿eh? Aún recuerdo cuando Rick y yo nos alistamos. Nos topamos con una araña de tres metros que casi se lo zampa.

— Estaba todo controlado… — Respondió el hermano, dejando a Narth caminar por su cuenta finalmente. — Lo de enredarme en su telaraña era parte del plan.

— ¿Y lo de gritar “¡Por favor, salvadme, no quiero morir en mi primera misión!” también lo era? — Respondió con casi riéndose la hermana.

— ¡Claro! ¡Así la araña se confiaría! Además, han pasado como diez años desde aquello ¿Vas a seguir contándoselo a todos y cada uno de los reclutas que vengan?

— Todos y cada uno de los reclutas merecen saberlo…

El joven recluta aún estaba algo perplejo por la situación, peor no pudo evitar sonreír ante la conversación, aliviando bastante cualquier tensión que pudiera tener.

— ¿Así es como hace las cosas la Compañía del Halcón Rojo? — Preguntó alternando la vista entre los hermanos.

— Eh, no somos la compañía del Cuervo Negro o algo así de tétrico. Tenemos permiso para reírnos. — Respondió Jen mientras miraba a su hermano, quien le devolvió una mirada de una indignación fingida.

— Algo tenemos que hacer para evitar caer en la locura y la depresión de lidiar con lo nuestro ¿no? — Añadió Rick, casi mostrando con su mano el resto del campamento.

Efectivamente, aunque a Narth en una primera instancia le pareció un ambiente sereno y en guardia, cuando se fijaba en las conversaciones individuales de cada grupo podía apreciar bastantes risas y bromas.

Vio a uno de los herreros coger varios martillos y lanzarlos al aire, como si de un malabarista se tratara, mientras otros dos soldados a su alrededor sacaban unas monedas, probablemente tras haber apostado si era realmente capaz de hacer algo así.

También vio a una pareja, donde uno de los chicos vanidosamente contaba algunas anécdotas donde trataba de impresionar al otro, soltando algún que otro flirteo que parecía surtir efecto.

Mientras caminaban, fijó la vista también en un par de hombres con túnica. Ambos llevaban ropajes blancos pero con una estética bastante característica y diferenciada. El hombre de la izquierda tenía unos ropajes pulcros y con unos bordados bastante detallados con motivos geométricos, como si hubiera sido encargado a un gran sastre o estilista. Además, su sombrero picudo iba completamente a juego.

Su acompañante en cambio llevaba una túnica algo sucia por el polvo y algo de barro, como si le hubiera acompañado mucho más tiempo del que quizás realmente debía. Además, en las zonas más céntricas se desarrollaban ciertos motivos eclesiásticos.

Ambos parecían no ser mucho mayor que Narth, quizás tendrían como cinco años más como mucho, y parecían estar discutiendo aunque en un tono amigable.

— Mira, yo no tengo nada en contra de la Luz Sagrada, pero no creo que se enfade por dejarla un poco de lado y aceptar un hechizo de limpieza. Seguro que la Luz se alegra de tener de su lado a seguidores limpios.

— Ya te lo he dicho, Ethe. Si la Luz quisiera que aceptara el uso de la magia en mi, me enviaría una señal mucho más notable que simplemente ensuciarme de arena… Además, ¿No deberías de evitar usar la magia para tonterías estéticas tan banales como… verte bien…?

— ¿Tonterías estéticas? Mírame bien. — Dijo el mago extendiendo sus brazos para que pudiera apreciar su túnica mucho mejor. — Esto es mucho más que mera estética. Es la representación de todo mi ser. O como dirías tú, como mi espíritu. Pulcro, ordenado y elegante.

El sacerdote soltó una risita negando con la cabeza.

— Si cuidaras tanto tu alma como tu túnica serías una eminencia para la iglesia.

El mago levantó un dedo para responder, pero antes de conseguir decir nada, un carraspeo interrumpió la conversación, provocado por los hermanos exploradores, casi como si fueran una sola persona.

El mago y el sacerdote se giraron y vieron a los gemelos sonrientes, señalando a Narth.

— Ethe, Tery, os presento al nuevo. — Dijo la hermana, casi empujando al joven recluta para que se presente.

Narth miró a ambos rápidamente y se puso firme tratando de mantener una compostura que difícilmente tenía durante el relajado camino.

— Recluta Narth, a vuestro servicio.

— Oh, un nuevo recluta. vDijo el sacerdote inclinándose elegantemente para hacer una leve reverencia, dejando que sus mechones rubios le tapen ligeramente la cara al hacerlo. — Yo soy Tery Lihil, sacerdote de la Luz Sagrada. Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela.

— Yo soy Ethe. — Se presentó su compañero, sujetando el ala de su sombrero picudo a modo de saludo. — Probablemente el mejor mago que jamás conozcas, pero prefiero dejar que eso lo descubras por tu cuenta. — Añadió con una sonrisa burlona.

Rick rodó los ojos al escuchar eso.

— Pues prepara tus cartas, super archimago. La Capitana quiere que vengas con nosotros de reconocimiento a Stromgarde.

— ¿Qué quiere de ahí? ¿Oler los huesos no muertos de los traidores?

Ethe no podía evitar esconder el asco que sentía por la idea de acercarse a un lugar lleno de apestosos no muertos.

— Quiere que nos aseguremos de que podemos hacer limpieza. — Jen sonrió mientras lo decía.-Mi hermano y yo hemos descubierto que ha sido arrasada, y quizás vuelva a ser nuestra.

Tery juntó las manos de la emoción al escuchar eso y casi parecía no poder contener saltos sobre sí.

— ¡La Luz nos ha recompensado por fin! ¡Finalmente vamos a poder recuperar nuestro hogar!

El mago le puso una mano en el hombro al sacerdote, como si quisiera que mantuviera los pies en la tierra, de forma literal.

— Aún no lo sabemos a ciencia cierta. No te hagas ilusiones hasta que lo veas con tus propios ojos ¿Quieres? Así luego si nos encontramos a saber qué, te ahorras el derrumbarte.

Narth pudo ver que durante un instante, la mirada de Tery perdió el optimismo que acababa de conseguir, pero rápidamente este volvió, como si las palabras de Ethe se las hubiera llevado el viento.

— La esperanza no es más que la fe que transmitimos de forma terrenal. Ten más fe, y tendrás más esperanza. Y si seguimos luchando aquí, es porque todos tenemos esperanzas ¿no?

Narth asintió con determinación y, aunque no dijo nada para evitar meter la pata en su primer día de servicio, se percató de que Tery vio con claridad su gesto y le dedicó una cálida sonrisa.

— Sea como sea — Comenzó a decir Jen con cierta determinación. — Partiremos al anochecer. Prepara tus cosas de mago por si tenemos que hacer una salida de emergencia y el camuflaje.

— Sí señora. — Respondió el mago en un tono algo burlón, mientras el resto se giraba a su vez para preparar sus cosas.

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Capítulo 2

Lealtades

— No deberíamoh hacer ehto colega…

El trol trataba de ocultarse bien la cara con la capucha de la túnica que se había puesto para pasar desapercibido en mitad de la noche, mientras observaba vigilante el exterior de aquella caseta de peones en la que estaban escondidos.

Su compañero respondió con una tétrica voz de ultratumba que, a pesar de lo fantasmagórica que sonaba, un atisbo de humanidad resplandecía en su tono.

— Te dije que puedes quedarte si quieres… Esto es cosa mía… y seguirme te pondrá en peligro.

El trol se giró para mirar a aquel renegado que se ocultaba con una túnica similar a la suya.

— Y yo te dije que no pienso abandonah a un camarada… Ademáh, si lah cosah se tuercen necesitaráh un amigo cerca.

Alrededor de los no tan grandes colmillos del trol se dibujó una sonrisa, y el renegado imitó algo torpemente el gesto, debido a su falta de carne en sus labios.

Tar’ji y Warren eran una pareja extraña. No siempre se podía ver a un trol y un renegado compartiendo algo más que una alianza, pero desde la resurrección de Warren no hacía demasiado tiempo, ambos habían llegado a desarrollar una extraña amistad.

Los dos eran conscientes de ello, pero nunca nadie les había dicho nada de forma directa al respecto. Quizás podía ser por las jóvenes edades de ambos, o por las circunstancias vividas, pero a la hora de la verdad poco les importaba realmente el motivo.

— Repasemos una vez más el plan antes de marchar… — Dijo el no muerto desplegando un mapa del Oeste de Arathi en el suelo de la caseta.

Tar’ji dejó de vigilar el exterior y se agachó a la altura del renegado para mirar el mapa.

— Ar’gorok no ehtá totalmente activa aún… Loh puehtoh de vigilancia ehtarán en la frontera para impedih que la Alianza se acehque… — Mientras iba hablando, señalaba con uno de sus dedos ciertos puntos del mapa marcados con unas cruces.

— Podemos llegar hasta más o menos la mitad del camino antes de que alguien se percate de nuestra presencia, y quizás hasta aquí — Dijo señalando una colina — antes de que se percaten de que no tenemos órdenes de salir de la fortaleza.

El trol sacó un pequeño tótem y lo puso sobre el mapa mientras decía:

— Cuahdo se percaten, ehto noh permitirá desapareceh por completo y nadie sabrá ni quién se ha ehcapao ni cómo rahtreahnos…

El renegado se quedó mirando un momento el mapa, en una quietud que ponía nervioso a Tar’ji.

— Ya te lo he dicho colega… No van a teneh loboh ni huargoh, ehtán todoh en Sentencia, en la otra punta de Arathi.

— Espero que tengas razón, amigo mío… — Dijo recogiendo el mapa. — Porque si no, estaremos todos muertos…

Tar’ji no pudo evitar soltar una carcajada ante eso.

— Colega… ehtamoh traicionando a la Dama Ohcura y a la Hohda. Ya ehtamoh muehtoh.

El renegado levantó un dedo señalándole más de cerca algo nervioso, como si quisiera que controlara su tono, y lejos de la solemnidad que mantenía hacía un momento, dejó entrever esa juventud algo ingenua que perseveraba aún de su vida.

— N-no estamos traicionando a nadie. Solo estamos saliendo unos días para unos asuntos personales… Todo el mundo puede hacer eso.

— No cuahdo lo asuntoh pehsonaleh son con el enemigo…

El trol se giró de nuevo para vigilar el exterior.

— No son el enemigo. Esos humanos no apoyarán a la Alianza. — Torció un poco el gesto mirando al trol, y añadió en tono burlón — Y te prepararán la mejor tarta que habrás comido en tu vida. La Alianza no haría algo así.

— He comío muchah tartah… — Respondió el trol sonriendo.

La sonrisa esquelética del renegado se gesticuló a modo de respuesta, algo más macabra de lo que pretendía, a pesar de tener una intención sincera, para luego salir corriendo de aquella caseta, refugiándose en la noche.

El exterior de Ar’gorok aún estaba siendo construido, por lo que tenían muchos lugares donde esconderse.

No tardaría en ser una fortaleza totalmente digna y activa, por lo que no era secreto para nadie que pronto aquellas tierras se bañarían en la sangre de la guerra, pero por ahora, era un lugar perfecto para escabullirse.

No tardaron en dejar la periferia de la fortaleza atrás y, algo escondidos entre la maleza, observaron las torres de vigilancia que brillaban como pequeños faros de luz a lo lejos.

— Saca tus armas… es la hora de pasar a la siguiente fase del plan… — Dijo el renegado desenvainando su espada.

El trol asintió sacando su hacha y su escudo de madera. No era lo más práctico para luchar, pero tampoco es que fuera alguien que prefiriera los enfrentamientos directos.

Ambos se enderezaron y comenzaron a caminar hacia las colinas, solo para que poco después una de las torres de vigilancia más cercanas hiciera unas señales lumínicas con fuego para llamar su atención.

Claramente ambos entendieron el llamamiento y se dirigieron a la torre. Desobedecer algo así solo les haría llamar más la atención de los centinelas.

Al pie de la torre se encontraba un orco, con una armadura algo desgastada por el continuo uso y un hacha que claramente había visto muchas batallas.

— No se espera a ninguna partida por esta zona — Dijo firme y tajante el orco.

El trol miró de reojo al renegado, y dejó que este fuera quien respondiera.

— Estamos en una misión especial… Discreta…

El orco refunfuñó mirando a ambos mientras caminaba a su alrededor.

— Una misión especial discreta… de la que no he sido para nada informado…

La voz del orco sonaba como un gruñido de una bestia que estaba a punto de saltar sobre ellos.

— Un mensajero debió de habeh infohmado, guerrero… Pero recuehdo que al Padre Merviuh no le guhtó la idea… — Dijo el trol con algo de malicia.

— ¿Qué? ¿Ese maldito boticario? — El orco apretó el puño y casi pareció que iba a desatar su ira contra Warren — Tú… quién te ordenó esta misión…

— El general Krogg — Respondió sin vacilación ninguna — No creo que le guste saber que retrasamos sus planes y que quizás uno de sus mensajeros ha sido asesinado a traición…

El orco gruñó en respuesta y se giró moviendo una mano para indicarles que siguieran con un férreo golpe al aire.

— Enviaré a alguien para que busque al mensajero… ¡Vosotros seguid con vuestra misión! ¡Traed honor a la Horda!

Warren y Tar’ji gritaron juntos “¡Por la Horda!” y continuaron su marcha hacia aquella colina que tenían marcada en el mapa y ahora estaba a apenas unos cientos de metros.

Cuando estuvieron lo suficientemente alejado como para volver a hablar libremente, ambos guardaron sus armas de nuevo y el renegado miró al trol.

— No sabía que el Padre Mervius tenía fama de traidor.

— Y no la tiene, pero un orco rara veh se fía de un renega’o…

— Eso es un poco triste…

Tar’ji miró de reojo a Warren. En ese momento no pudo discernir si se trataba de su juventud, o de su estado aún demasiado reciente de no muerte.

— Tu acabah de mentih a un guerrero de la hohda… Creeh que eh poh una buena causa, pero quizáh elloh no lo vean así. El punto de vihta de lo renegaos es uno diferente al rehto.

— Pero tú también has mentido. — Respondió devolviéndole la mirada con sus profanos ojos brillantes.

— Pohque trato de veh tu punto de vihta.

Warren volvió a mirar al frente, en dirección a la colina.

— Gracias, amigo mío…

Miraron un momento atrás al percatarse de que unas antorchas se encendían bajo la torre de vigilancia en la que habían estado.

— Ya se han dado cuenta…

— No te preocupeh, lo tengo controlao.

El trol dejó en el suelo el totem que sacó antes y dijo algo en su idioma. Warren había escuchado a los trols hablar entre ellos, pero ya le había costado aprender a entender a los orcos, como para aprenderse un nuevo idioma tan pronto.

De pronto, el totem comenzó a desprender una cortina de humo, o al menos eso pensó Warren hasta que se percató de que su piel y su ropa comenzaba a mojarse.

— Una nube… Niebla…

— No eh muy grande, pero no noh seguirán.

Ambos corrieron más allá de la colina saliendo finalmente de las tierras controladas por la Horda.

Se alejaron durante al menos una hora sin descanso, y cuando apenas se divisaba la fortaleza, pararon a descansar unos minutos.

— Ha sido un buen plan, amigo mío…

— Ya te digo que lo ha sio colega — Respondió el trol con una carcajada.

El renegado sintió por un momento ganas de unirse a su risa, pero su mente se dispersó al observar las Tierras Altas de Arathi, cubiertas por un velo de oscuridad que solo iluminaba el fulgor de las dos Lunas de Azeroth.

— Allí…

El trol entornó los ojos mirando hacia donde el renegado señalaba. Se veía una pequeña granja apenas iluminada.

— Ehpero que ehteh preparao…

— Saben que soy el mismo… nos protegerán… volveremos a ser una familia… feliz.

— Y probaré esa tarta.

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Capítulo 3

Exploradores de las Ruinas

Los cuatro miembros de la Compañía del Halcón Rojo avanzaban entre la espesura de la noche. Apenas hacía una leve brisa y no había nubes que ocultaran las dos lunas llenas que iluminaban aquellas tierras.

Narth cargaba con una antorcha encendida para iluminar el camino, mientras que Ethe había hecho que la punta de su bastón donde reposaba una extraña piedra, probáblemente con propiedades mágicas, brillara, ayudando a iluminar el sendero.

Aquel mago permanecía en silencio y apenas sacaba demasiados temas de conversación, no porque estuviera más centrado en la misión, sino porque parecía querer aparentar ser alguien más solemne y serio de lo que realmente parecía ser, o al menos esa fue la impresión que le dio a Narth, quien no pudo evitar encontrar esa actitud algo entrañable.

En cambio, los hermanos eran justo lo contrario. No habían parado de hablar desde que partieron.

Jen no es que fuera quien sacara precísamente los temas de conversación, más bien simplemente seguía a su hermano, ya que ella tendía a tener un ojo puesto en su ballesta o en sus espadas cortas para asegurándose de que estaban listas para usarlas.

Rick en cambio era algo más despreocupado.

—…Y según Fred, por eso las Almas en Pena tienen esas voces tan gritonas ¿eh? — Le decía a Narth.

— Una historia… asombrosa… supongo… — Narth no sabía qué responder exactamente o cómo reaccionar cuando le terminaba de contar Rick alguna historia, ya que la mayoría de las que le había contado por el camino, si no todas, le sonaban a cuento.

Jen respondió casi como corroborase los pensamientos de Narth.

— No le hagas caso, si lo que este con sus colegas hablaran fuera mínimamente cierto, no estaríamos ahora mismo aquí, en mitad de la nada, asegurándonos de que unas ruinas permanecen vacías, sino que estaríamos en una nueva Arathi cabalgando… ¿Cómo era…? — Miró burlona a su hermano — Ah si, cabalgando esas arañas gigantes de piedra junto al escuadrón de jinetes arácnidos ¿no?

Jen comenzó a reírse y Narth no pudo evitar soltar alguna risita por el comentario.

— Si, eso, ríete de mí… Ya verás cuando esos trols del bosque consigan amaestrarlas como esos jinetes y se nos echen encima… — Como si fuera un recordatorio de algo que rondaba por su cabeza, levantó un dedo y miró a Narth — Hablando de echarse encima… deberías de saber algo que pocos saben…

— Ya estamos otra vez… — Jen se tapó la cara con una mano, negando.

— Probáblemente vieras señales antes… pero la Capitana está detrás de mí ¿sabes? La tengo loquita…

Narth dudó.

— A mi no me parece que te mirara de ninguna forma…

— ¡Tonterías! ¿No viste su mirada? Me mira como a nadie…

Jen cogió una de sus espadas cortas y le dió un golpe no demasiado fuerte con el canto en la nuca, a modo de colleja.

— ¡Ay! — La queja de Rick sonó mucho más infantil de lo que debería para alguien de su edad, y su forma de frotarse dónde lo había golpeado no hizo más que reforzar la idea de que simplemente era un niño demasiado mayor.

— Cómo sigas así tú sí que no vas a poder mirar a nadie… Das bastante asco cuando te pones así ¿sabes?

— No me eches la culpa de que no te tenga echado el ojo a ti y me prefiera a mi…

Jen levantó de nuevo su espada para volverle a golpear, pero la voz del silencioso Ethe interrumpió la conversación.

— Chicos…

Los tres miraron al mago y este señaló hacia delante, intensificando un poco más su luz.

— Hemos llegado.

El grupo miró hacia delante y vio cómo se alzaba el antaño tan magnífico Castillo de Stromgarde, ahora convertido en apenas unas ruinosas estructuras. Aún en su estado ruinoso, las murallas se mantenían alzadas, y los torreones del castillo se erigían en pie hasta que casi tocaba una de las Lunas.

Siempre era impresionante ver aquel recuerdo vívido dónde los primeros humanos se habían llegado a reunir.

Narth nunca había llegado a estar tan cerca del Castillo. Cuando era joven solía verlo en el horizonte cuando se alejaba hacia los campos más lejanos de su granja, pero tenerlo tan cerca era impresionante.

— Stromgarde… es… — Comenzó a decir maravillado por aquellas vistas, aunque fue tajantemente interrumpido por Ethe.

— Nuestro objetivo. Vamos de una vez antes de que me manche de barro mi capa.

Los cuatro avanzaron hasta llegar a las mismísimas puertas de Stromgarde.

La gran fortaleza tenía las puertas entreabiertas, como si no hubiera quedado nadie para cerrarlas del todo, por lo que pudieron internarse sin problemas.

El olor a muerte les impregnó rápidamente.

Durante mucho tiempo, el antaño Príncipe Galen Aterratrols, tras ser asesinado y resucitado por la Horda, logró tomar el Castillo para sus no muertos. Muchos valientes de Stromgarde y Arathi habían caído víctimas de esa horrorosa maldición, y su legado sería difícil de limpiar, literalmente.

Avanzaron entre los edificios interiores. Aún había algún que otro cadáver totalmente muerto de renegados. Las especulaciones de los hermanos parecían ser correctas. Los Caballeros de la Muerte parecían haberse encargado de todos, y aquel lugar parecía estar totalmente desierto.

Jen levantó una mano haciendo que todos pararan y señaló a una capilla cercana al Castillo.

— He oído algo… estad alerta…

Los hermanos cogieron sus ballestas y Narth desenvainó su espada, sin llegar a poder cargar con su escudo debido a que prefería priorizar la luz que desprendía la antorcha que sujetaba.

Se acercaron sigilosamente hacia donde indicó Jen, aunque Narth no estaba para nada seguro de que hubiera sonado absolutamente nada desde que habían entrado. Pensó que quizás había sido la imaginación de la exploradora, pero dada su condición de recluta, prefirió simplemente hacerle caso y comprobarlo.

La capilla parecía haber vivido momentos mejores. Las flores a su alrededor se habían marchitado, las plantas se habían secado y algunas vidrieras estaban rotas. La puerta de entrada estaba parcialmente abierta, o más bien rota. Como si alguien la hubiera abierto a la fuerza.

Los hermanos apuntaron el interior con sus ballestas, pero no lograron discernir nada, por lo que Narth terminó encabezando la marcha, espada y antorcha delante por igual.

Iluminó el interior y se percató de que casi todo el mobiliario parecía haber sido destruído, como si hubiera ocurrido una gran pelea.

Narth se tensó por completo al ver una figura justo en el centro, de pie y totalmente inmóvil.

— ¡Quieto en nombre de Stromgarde! — Gritó Jen, entrando en la capilla sin dejar de apuntar a aquel sujeto.

— Ya está quieto… ¿No lo ves? — Rick entró justo después, en la misma posición, casi como una sombra de su hermana.

Narth entró en la sala junto a Ethe, tratando de iluminar la estancia lo mejor posible.

No apartó la vista de aquel sujeto.

Parecía un humano, pero no le habría extrañado si se trataba de alguno de esos Vrykuls de los que había oído hablar. Debía de medir al menos dos metros, vestía una gruesa armadura la cual dejaba denotar una fuerte complexión para poder llevarla con total fluidez, y su cabeza resplandecía ligeramente con el brillo de su calva.

— ¿Quién eres…? — No pudo evitar preguntar Narth.

— Esto… no le pertenecía… — La voz de aquel sujeto parecía retumbar en las paredes por lo grave que era. Levantó su mano y mostró algo que, aunque al principio Narth no reconoció, apenas unos segundos después terminó percatandose de lo que era a pesar de no haberlo visto en persona jamás.

— ¿Esa es…?

— Solo un verdadero Rey de Stromgarde debería llevar esto…

El hombre se giró observando al resto de soldados.

De frente era casi más intimidante que de espaldas. Su rostro mostraba un ceño fruncido perpetuo que, en parte, le recordó al de la propia Capitana Lena, solo que en este caso venía acompañada de un bigote que se juntaba con una barba recortada a modo de perilla que acrecentaba el temor que infundía.

Dio un paso adelante haciendo que la madera rechinara fuertemente y solo entonces Narth bajó la mirada percatandose de lo que se encontraba en el suelo junto a él.

— ¿Fuiste tú quién ha acabado con la vida del Príncipe Galen? — Espetó Ethe señalando al suelo, donde justo bajo el enorme hombre se encontraba ahora un cadáver totalmente pútrido tras largos años viviendo como un no muerto.

La pregunta pareció molestar al hombre.

— No. Pero debí hacerlo…

Los hermanos se miraron entre ellos y bajaron las armas.

Narth se percató en el blasón roto que colgaba de la armadura de aquel hombre. Se parecía a los blasones de Stromgarde, pero era algo diferente, aunque no recordaba exactamente dónde había visto algo así antes.

— Deberías de venir con nosotros al refugio de la Zaga. — Comentó Ethe.

Los hermanos casi saltaron al cuello del mago ante tal afirmación.

— ¿Le estás ofreciendo venir a nuestro refugio? — Gritó Rick

— ¡No sabemos ni su nombre! ¿Y si es un mercenario de la Horda?

Narth interrumpió algo dubitativo.

— Bueno… no parece que tenga mucho aprecio a la Horda después de… las palabras que le ha dedicado al Príncipe traidor… Además… necesitamos cuantos más podamos… ¿no…?

Jen levantó una mano señalando al más joven.

— Tú solo eres un recluta, aún no sabes cómo…

— Throm — Dijo el hombre interrumpiendo — Me llamo Throm. Iré con los que queden de Stromgarde.

Capítulo 4

Nuestras Tierras

El hacha era pesada. Estaba hecha de un metal especialmente resistente extraído de la Montaña Roca Negra. Su oscuro color, junto a la forma de la hoja hacía parecer que había sido creada directamente desde el ala de un dragón negro arrancada, aunque si las alas de un dragón pesaran como el arma, jamás podrían alzar el vuelo. Su tamaño y su peso harían que cualquier bruto orco con un entrenamiento excelente apenas pudiera levantar esa arma, y mucho menos usarla con fluidez. Había escuchado a brutos rumorear que el arma había sido creada para ogros, pero un descerebrado no podría tener un arma tan exquisita como esa.

No… Esa arma había sido creada expresamente para él, y por ello, Krogg la cargaba sobre su hombro, como si no fuera más que un simple bastón de madera que sujetaba con una sola mano.

Aquel enorme orco solo creía en dos ideales. Fuerza y honor.

Su fuerza lo había llevado a donde estaba. No tenía rival en combate, y todos los que estaban a su mando sabían de lo que era capaz. Solo alguien con su fuerza podría llevar un arma tan pesada y blandirla de una forma tan precisa.

Además, su arma siempre se había batido en combates honorables. Jamás había dado un golpe rastrero. Cuando se convirtió en General de la Horda, juró frente a todos los soldados a su cargo que si alguna vez daba un golpe deshonroso, él mismo se ensartaría en el filo de su hacha.

Krogg era alguien digno de respetar, y sus soldados lo sabían.

Por eso mismo, detestaba que le hubieran enviado un… asistente como podría ser aquel renegado.

El orco entró en la sala de mando recién construída de Ar’gorok. Aún habían algunos peones trayendo y llevando cosas de aquí para allá, pero sus ojos fueron directos a lo que le interesaba. Una enorme mesa redonda con un gran mapa desplegado, mostrando las tierras de Arathi, junto a algunas banderas indicando las últimas posiciones de todas las facciones que actualmente poblaban esas tierras.

Tras un rápido vistazo, miró al renegado que esperaba pacientemente junto a la mesa.

Vestía un antiguo atuendo de sacerdote, oscurecido de alguna manera, y extrañamente pulcro. La capucha que llevaba hacía que su rostro permaneciera oculto en sombras, a excepción del pequeño fulgor que sus profanos ojos reflejaban.

A pesar de la absoluta serenidad y silencio del ambiente, Krogg sabía exactamente lo que aquel no muerto iba a decir. Tarde o temprano todos lo terminarían diciendo. Había llegado a creer que los no muertos carecían por completo del concepto de honor, y eso le repugnaba. Aún así, la Jefa de Guerra lo había enviado, por lo que debía soportar su presencia.

— Boticario… — Dijo a modo de saludo a aquel renegado que se hacía llamar a sí mismo Padre Mervius.

— General… — Respondió el renegado, con una voz espectral que sonaba casi como la de un anciano que se negaba a volver a su tumba.

— Informa.

El renegado hizo una leve reverencia, la cual Krogg detestaba, ya que sabía claramente que no lo hacía por respeto ni cortesía ninguna. Casi incluso parecía que lo hacía para burlarse de él.

— Los Alteraci están retirándose a sus montañas. Los trols del bosque parecen estar reagrupandose al Este y reforzandose. Los ogros están expandiendo sus túmulos impidiendonos las rutas hacia Stromgarde, la cual, parece haber tenido problemas últimamente — El renegado movió algunas de las piezas del mapa, ajustándose a lo que iba mencionando.

— ¿Y la Alianza? — Krogg centró su mirada fijamente en las piezas apostadas en el refugio de la Zaga.

Gran parte del territorio del Este de Arathi estaba bajo el yugo de la Alianza. Banderas de esta y de Stromgarde se alzaban por bastantes granjas de la zona.

— Parecen estar retirando sus tropas hacia el Puente de Thandol — Dijo señalando al sur de Arathi, en la frontera con aquella repulsiva región llamada los Humedales — Probablemente hayan hecho un llamamiento para enviar todas las tropas posibles a Silithus. Dejarán lo mínimo.

— La Jefa de Guerra llamó a muchas de nuestras tropas también… Parece que en Kalimdor se va a librar una gran batalla pronto…

Un brillo de astucia iluminó los profanos ojos del renegado.

— Pero ellos no saben que no contamos con todas nuestras tropas. De saberlo, nos habrían atacado cuando éramos vulnerables.

— An’Gorok aún no está preparado para resistir un gran ataque, y mis tropas están demasiado esparcidas por la región.

El Padre Mervius caminó lentamente hacia la esquina noreste del mapa, colocando unas extrañas piezas extras con forma de catapultas retorcidas sobre el asentamiento de Sentencia.

— Si me lo permites… Los Rapiñadores pueden tener listos unos carros de añublo con los que podríamos inundar fácilmente el Refugio donde se esconden esos humanos…

Krogg dejó caer su hacha en el suelo, dando lo que él consideraba un leve golpe, que resonó por toda la sala de Guerra.

— El añublo desgarra cualquier atisbo de vida de una forma deshonrosa y… asquerosa… La sola idea de que estáis usando el lugar donde se sentenció el destino del Jefe de Guerra Martillo Maldito para algo así… hace que me hierva la sangre… — El orco apretó el puño y, por un momento, el renegado pensó que iba a golpear la mesa, pero finalmente se serenó — Mientras esté yo al mando, no usaremos esas tácticas tan sucias…

Un leve gruñido sonó del interior del renegado.

— Como quieras… ¿Qué alternativa propones…?

El orco miró de nuevo el mapa. Ar’gorok les permitía controlar el noroeste de la región y las granjas de la periferia, mientras que Sentencia les proporcionaba un apoyo al Noreste. El refugio de la Zaga permanecía en el centro de Arathi, pero era difícilmente asediable debido a su posición defensiva. Esa cuenca era un gran problema. Además, hacía de zona estratégica para enviar refuerzos a las granjas y campamentos del Sudeste de la región, los cuales controlaba la Alianza.

— Esperaremos a que la Jefa de Guerra nos envíe al resto de nuestras tropas… Cuando estemos listos los sacaremos de su escondite… — Krogg sonrió imaginándose la escena — Las granjas de la Alianza no podrán resistir un asedio… en campo abierto seremos superiores. Al no conocer nuestro número, no sabrán cómo reaccionar.

El renegado, a pesar de su serenidad, no pudo evitar mostrar un tono de desaprobación con la idea.

— Tu plan es arriesgado y costoso… Habrá muchas bajas innecesarias. Además de que la Alianza podría no reaccionar como crees… Si se enteran de nuestras intenciones podrían dejar refuerzos al sur que nos aplastarían mientras esperamos por esos refuerzos.

Krogg asintió a las palabras del renegado.

— En efecto… será una batalla gloriosa. Si no tienen refuerzos, le habremos dado la posibilidad de luchar en igualdad de condiciones, y si los tienen, les ganaremos en inferioridad numérica.

— Es una forma absurda de perder nuestra ventaja… General…

Krogg miró al renegado al otro extremo de la mesa. Había cogido una de sus catapultas de añublo de madera, y la tanteaba distraídamente, como si tratara de tentar al orco.

— Mientras yo esté al mando, haremos lo que yo dicte.

El Padre Mervius dejó con cierta suavidad la figura en la mesa, fuera del mapa.

— Está bien, General Krogg… Pero, espero que tengas claro cuando ejecutes tu plan estas dos cosas… — El no muerto fijó su impía mirada en los ojos del orco — Asegúrate de que cumples tu deber con tu honor… y que no dejas morir a tus soldados mientras tú te escabulles para sobrevivir al recordar que si tú mueres, yo tomaré tu lugar…

Krogg apretó su hacha con fuerza y la levantó casi instintivamente. Cuestionar su honor era prácticamente un insulto para Krogg, pero a la vez, era lo suficientemente inteligente como para saber que ese renegado tenía razón, y si moría, él tomaría su puesto por orden de la Jefa de Guerra, y deshonraría, no solo su legado, sino el de cualquier orco o miembro de la Horda de Arathi. Una victoria deshonrosa era intolerable.

El renegado habló en un tono tan falso que casi hizo que Krogg le lanzara un hachazo.

— Oh, disculpa… ¿Te he ofendido? Quizás no he explicado mi punto de vista de una forma clara y creas que he querido decir algo que no es… Obviamente me refería a que en caso de que murieses, puedes estar seguro de que yo, como tu sucesor… terminaría el trabajo de forma satisfactoria… para la Horda.

El corpulento orco se giró un momento, dejando un silencio sepulcral en la sala de guerra, solo para finalmente romperlo.

— No tendrás que preocuparte por eso, Boticario… La Horda prevalecerá, mis soldados se alzarán con la victoria, y la Alianza quedará totalmente aniquilada…

Se puso de nuevo su gran hacha en el hombro y miró de nuevo al renegado.

— Como quieras… ¿Cuáles son las órdenes…?

Krogg comenzó a mover algunas piezas del mapa.

— Envía un mensaje a Sentencia. Diles que envíen sus efectivos al norte del Refugio de la Zaga. Nosotros enviaremos a los nuestros y juntos atacaremos cuando lleguen los refuerzos.

El renegado asintió, aunque algo a regañadientes.

— Aún no has dicho cómo vamos a sacarlos del refugio… ¿O planeas tratar de entrar a la fuerza…?

El orco no pudo evitar sonreír un poco por el tono de desagrado que no podía ocultar aquel boticario. Normalmente era el no muerto quién ocultaba cosas, y no al revés.

— Ordena que preparen los carros de asedio…

El renegado asintió y comenzó a girarse para ir a dar la orden, pero justo al mirar a la puerta se encontró con un orco mucho más joven y menos musculoso que el general, el cual estaba observando a ambos en un silencio completamente incómodo.

El Padre Mervius soltó un pequeño gruñido instándole a hablar al orco, y este reaccionó algo temerosamente levantando un pergamino que llevaba en la mano.

— Órdenes de la Jefa de Guerra, general.

El renegado le arrebató el pergamino y lo desplegó con sumo interés, mientras el orco mensajero seguía hablando, con su mirada centrada en Krogg.

— Va a haber un alto al fuego temporal con la Alianza. Al parecer van a tener una reunión especial. Deberemos evitar enfrentamientos desde hoy. La Alianza debe de haber sido advertida con anterioridad.

— ¿Tendremos permitido movilizarnos mientras el alto al fuego esté activo? — Espetó el orco, casi como si lo afirmara en lugar de preguntara.

El Padre Mervius asintió levemente mientras leía el pergamino.

— Sí… siempre que sea por nuestro territorio…

El general sonrió.

— Entonces nada en el plan ha cambiado. Preparad las tropas. Atacaremos en cuanto el alto al fuego haya terminado.

Capítulo 5

Un momento de paz y tregua

— Es… tan maravilloso tenerte aquí… Oh Warren…

La mujer de casi sesenta años no había parado de repetir eso desde que habían llegado a la hacienda.

Estaban sentados en el comedor principal de la casa y había un gran surtido de comida perfecto para una celebración de aquel calibre.

Claro está, no se habían percatado hasta que ya se había sentado del hecho de que el joven Warren ya no necesitaba comer. Aún así, el resto de su familia lo estaba disfrutando y el propio no muerto había agradecido que se montara tal fiesta por él.

Todos estaban ahí, sus padres, sus dos hermanos, sus tíos y su primo. Por supuesto, también estaba Tar’ji, quien difícilmente se tranquilizaba al estar tan rodeado de humanos.

La llegada fue algo tensa, las gentes de Stromgarde tendían a empatizar demasiado con los trols, y un no muerto suele asustar a los vivos solo con su presencia, pero su madre Darcy no dudó de él en ningún momento, haciendo que en cuanto lo abrazara, todo el mundo terminara confiando en ellos.

Las risas, las bromas y el júbilo reinaba esa noche.

— Tengo que admitirlo Warren — Comenzó a decir Jason, su hermano mayor, el cual apenas era un par de años mayor que él — Cuando enviaste aquella carta avisando de que querías volver… pensé que se trataba de algún tipo de trampa.

— Se puso pálido como un alto elfo — Bromeó Jacky, su hermano pequeño.

Warren no pudo evitar sonreír al verlos. No sentía lo mismo que cuando estaba vivo, pero creía que eso sería lo más parecido que podría llegar a sentirse en su actual forma.

— No sabéis lo aliviado que me siento al saber que, a pesar de… esto… aún me seguís aceptando…

Su madre se levantó para responder.

— Warren… eres mi hijo… estés vivo o muerto… Siempre vas a tener un lugar en esta casa… — Pasó la vista hacia el trol, y añadió — Y por supuesto, tus amigos también.

-Aprecio esa confia’za… — Dudó el trol, sin saber exactamente qué decir. Cláramente, no se encontraba en el lugar mas agusto del mundo, pero la confianza era recíproca, al menos, por lo que habían mostrado.

— ¡Claro que sí! — Donov, su tío, se levantó también, con su jarra en la mano — En esta casa no se piensa en facciones ni líos así… ¡De hecho somos mas avanzados que el resto! Lo que les ha costado llegar a hacer esto mismo…

Warren giró la cabeza prestando atención a eso.

— ¿Qué quieres decir con que les ha costado llegar a hacer esto…?

Jason respondió ante la pregunta.

— ¿No te has enterado? Al parecer el Rey Anduin de la Alianza ha hecho un pacto con la Horda para que vivos y no muertos puedan verse y reunirse.

— ¡Cómo nosotros ahora! — Donov lo dijo en un tono tan fuerte y vivaracho que casi hizo retumbar las ventanas, antes de ponerse a reír.

— Creo que el pacto de no agresión empezaba hoy ¿O fue ayer…? — Continuó Jason.

Warren miró a Tar’ji, y este le respondió con una sonrisa.

— Yo no tenía ni idea colega. No iba a pone’me en contra de la Jefa de Guerra po’que sí ehcapándono’ de ehta manera si lo hubiera sabío.

Algunos rieron ante el comentario, y el propio Warren sonrió, sabiendo lo que realmente querían decir esas palabras.

— Te lo agradezco… amigo mío…

El sonido de la silla siendo arrastrada desvió la atención de Warren hacia su padre, quien se estaba levantando de la mesa. Tenía un aspecto bastante cansado, probáblemente por haber estado todo el día en aquellos extensos campos trabajando.

— Está haciendo algo de frío ahí fuera, voy a asegurarme de que la vaca está bien. Lo último que necesitamos ahora es que se congele y enferme.

Warren se levantó rápidamente.

— Puedo ayudarte si quieres. — El no muerto se quedó mirando un momento a su padre, mientras este le devolvía la mirada. — Hace… mucho que no te ayudo en las tareas de la granja…

Dudó un momento antes de responder, pero en cuanto vio la mirada de la madre del no muerto, asintió y suspiró.

— Como quieras. Supongo que no tendrás que soportar el olor.



— Malditas nubes…

Rick miró como las brillantes lunas eran ocultadas por la espesura de las nubes que se interponían en el cielo.

— No te quejes, su oscuridad nos da ventaja a la hora de movernos.

Jen y Rick caminaban sigilosos como un par de sombras. A diferencia del resto, ellos no habían vuelto directamente al refugio. La Capitana Letha les había encomendado una misión extra. Habían recibido una carta de alguien pidiendo ayuda ya que, según él, la Horda estaba usando sus terrenos para esconder espías y soldados Rapiñadores en su granja.

La Capitana solía recibir cartas así, normalmente cuando algún granjero trataba de llamar la atención desesperadamente con problemas menores de animales salvajes, pero siempre existía la posibilidad de que fuera real, por lo que siempre trataba de enviar algún explorador a comprobar las zonas indicadas.

Los exploradores divisaron finalmente los terrenos de aquella granja. A simple vista no se habría diferenciado de cualquier otra granja de la región. Unos enormes campos que se extendían a lo largo y ancho de la zona, con, en el centro, un edificio enorme donde debían de vivir los granjeros, y no muy lejos de allí, un granero con las puertas entreabiertas.

Rick miró el granero y sonrió.

— Si se esconde alguien aquí, estará ahí metido. Voy a echar un vistazo.

Jen le puso una mano en el hombro, parándolo.

— Espera, no puedes hacer las cosas así, tenemos que avisar primero a los que viven aquí de que vamos a hacer una inspección. Puede que te confundan con un ladrón y te den una tunda.

El hombre soltó una carcajada no demasiado fuerte para evitar delatar su posición mientras le quitaba la mano que su hermana le había puesto encima.

— Seguramente no sea nada, así que acabemos esto cuanto antes y volvamos. Estoy cansado después de tres misiones seguidas. Tú ve a la casa a avisar y todo ese rollo, y cuando termines de avisarles, ya habré terminado yo de hacer la inspección.

La mujer negó pasándose una mano por la cara algo cansada. No le faltaba razón en lo de que habían estado haciendo tres misiones seguidas sin descanso ninguno, y sabía que no iba a poder controlar a su hermano.

— Como sea… venga, vamos.

Los hermanos se separaron y Rick cogió su ballesta dirigiéndose hacia aquel granero. Escuchó algo de movimiento dentro y por un momento pensó que se había fijado mal y en realidad era un establo, pero de serlo, no habría más de un solo animal.

La puerta del granero estaba entreabierta, y una pequeña luz de algún farol podía verse por el hueco que dejaba.

— Bingo…

Rick golpeó la puerta del granero con una patada, abriéndola de golpe, apuntando con su ballesta.

— ¡Quietos en nombre de Stromgarde! — Gritó mientras apuntaba a todo el que estuviera ahí dentro en una maniobra tremendamente imprudente.

Un no muerto y un humano se encontraban ahí dentro. El humano rápidamente gritó corriendo hacia Rick.

— ¡Por fin llega la ayuda! ¡Es de la Horda! ¡Planean añublarlo todo!

Rick no dudó en disparar contra el no muerto, acertándole en el pecho, haciendo que caiga hacia atrás.

— Malditos renegados… Son una panda de rastreros traicioneros… ¡Stromgarde no caerá ante los muertos, escoria!

El renegado trató de arrastrarse con la saeta atravesándole por completo el pecho, hasta ponerse detrás de un fardo de heno, tratando de ocultarse como podía, pero Rick lo tenía perfectamente localizado.

Recargó su ballesta y se acercó de nuevo.

— ¿Me oyes escoria? ¡Vais a volver todos a la tumba de la que salisteis!

Rick disparó una segunda saeta a la pila de heno, haciendo que el proyectil atravesara esa mínima defensa llegando de nuevo hasta el renegado, p enetrando esta vez un hombro desde atrás.

Rick no podía evitar sonreír al imaginarse cómo contaría esta historia en el refugio.

Se acercó una vez más recargando su ballesta hasta ponerse frente a aquel renegado que apenas podía moverse por lo ensartado que estaba.

— Añubla esto…. necrófago…

Rick disparó una vez más su ballesta impactando directamente en la frente de aquel no muerto.

Sonrió escuchando los gorgoteos agónicos de aquel ser, y mientras cargaba la ballesta al hombro, le pareció oír algunas palabras.

— P-padre…. p-por… q-qu-

Finalmente el granero quedó en silencio.

— ¡Un cadáver andante menos en Arathi!

Rick casi gritó riéndose mirando a aquel granjero.

— Wa…rren…

El explorador abrió mucho los ojos al escuchar una nueva voz en aquel lugar, y apenas pudo girarse hacia la puerta antes de recibir el ataque.

— ¡Hah matao a Warren!

El trol se abalanzó encima del humano, haciendo que este caiga boca arriba mientras el trol enredaba sus manos alrededor de su cuello.

— ¡Ehcoria de la aliahza! ¡Mereceh la peoh muehte!

Rick comenzó a sentir la falta de aire, necesitando respirar urgéntemente y pateó al trol para tratar de quitárselo de encima, pero solo consiguió que en respuesta, el trol comenzara a golpearle la cara con uno de sus puños mientras el otro se aferraba a su cuello.

Un golpe seco apartó al trol de encima de Rick que, tosiendo, pudo observar cómo aquel hombre de avanzada edad había partido un tablón de madera encima del trol, haciendo que este cayera a un lado.

— Tar’ji, o como quieras que te llames… No eres bienvenido en esta casa mientras yo viva aquí… -El anciano escupió las palabras con un odio profundo.

El trol trató de levantarse desde el suelo para golpear a aquel humano que le había atacado a traición, pero justo al levantar una rodilla una voz los interrumpió.

— ¡Qué habéis hecho!

La anciana voz de Darcy gritando con todas sus fuerzas en una mezcla entre rabia y dolor interrumpió el combate.

Junto a ella, el resto de su familia permanecía detrás, junto a Jen, en completo silencio.

El hombre anciano apretó los puños mirando a su mujer y señaló al trol.

— ¡Es un monstruo! ¡Es peor que un monstruo! ¡Es un trol!

— Qué le habéis hecho a mi hijo. -La anciana repitió en un tono mas sereno, centrando la vista directamente en su marido.

— Nuestro hijo está muerto. Lleva muerto años. ¡Lo lloramos! ¡Esa escoria de la Horda lo mató! ¡¿Lo has olvidado?!

— ¡Has avisado al ejército para matar a nuestro propio hijo!

— ¡Nuestro hijo ya estaba muerto! ¡Esa… cosa, solo era un necrófago con su aspecto!

El trol a modo de reacción a esas palabras, agarró del cuello al anciano y lo levantó en el aire.

— Tenía mucho máh honor del que tu tendráh jamah…

— ¡Tar’ji! -Una vez más, la voz de la anciana Darcy interrumpió los actos del trol — Ya he perdido a mi hijo hoy… por segunda vez. No hagas esto mas doloroso…

El trol apretó más el cuello del anciano y luego lo dejó caer, dándole un ligero empujón para que cayera en el suelo.

Rick se acercó a ayudar al granjero anciano a levantarse mientras el trol los miraba.

— Soih ehcoria traicionera… de la peoh calaña… No oh mataré ahora pohque la madre de Warren ha demohtrao seh alguien honorable con su palabra… pero no volvereih a pisah Arathi sin olvidah que os ehtaré acechando…

El trol se giró de nuevo hacia la madre y la familia de Warren. Todos estaban sorprendidos y temerosos por la situación, excepto Darcy quien intercambió miradas con el trol, como si ambos entendieran bien lo que significaba la pérdida que habían sufrido.

— Si alguna vez lo necesitas… cuenta con nosotros — La voz de la mujer sonó mucho más dolida que iracunda en esa frase, y el trol símplemente asintió a modo de respuesta.

— ¡E-espera! — Rick se acercó señalándo a la mujer — Eso es traición a Stromgarde y a la Alianza ¡Son el enemigo!

La mujer cambió su mirada hacia Rick, mirándole muy decidida.

— Ayudaré a los amigos de mi hijo y mi familia siempre que lo necesiten… Si vas a ejecutarme por eso, hazlo ahora.

Rick tragó saliva y miró de reojo a su hermana. Ejecutar a una anciana indefensa no era algo de lo que pudiese alardear demasiado precísamente, y tarde o temprano todo el mundo se terminaría enterando de lo ocurrido.

— Somos exploradores, no ejecutores — Respondió Jen por Rick — Sabemos lo que hay que saber e informaremos debidamente.

— Decíh eso dehpueh de ejecutar a mi amigo… Soih ehcoria…

El trol miró de reojo a la Humana que se separaba del grupo de los familiares.

— Sí bueno, no vamos a volvernos locos con la terminología exacta ¿Nos vamos Rick?

Rick asintió colocándose junto a su hermana mientras el granjero anciano se acercaba a su mujer.

— Sí… volvamos dentro de una vez y…

— ¿Dentro? -Interrumpió Darcy a su marido — Has… mentido… a todos. Has avisado al ejército a nuestras espaldas para que mate a nuestro hijo… No. Tú no vuelves dentro.

El granjero anciano refunfuñó apretando los dientes.

— ¿Quieres que pase la noche en el granero que apesta a muerto?

Unos momentos después de decir eso se percató de que quizás, esa no era la mejor forma de expresarlo, viendo las miradas iracundas de Darcy y Tar’ji.

— No… tú no perteneces ya a esta familia… Busca gente de tu calaña… dispuestos a matar a sus familiares. Aquí no eres bienvenido.

— Espera… ¿Y dónde iré? — Por primera vez, el hombre comenzó a percatarse de las consecuencias de sus acciones.

— Puedeh irte con esoh asesinoh que hah llamao… — El trol respondió con un tono algo sádico, como si deseaba ver al anciano mucho más asustado de lo que comenzaba a estar.

— Si me disculpáis… — Volvió a decir la mujer, como si aguantara dentro de ella todo el dolor que estaba sintiendo al hablar con los exploradores. — Rogaría que os marchéis…No sois bienvenidos aquí, y tengo que preparar… un funeral…

Capítulo 6

Escudo Quebrado

La tribu se había reunido alrededor del extraño. Lanzas y hachas adornadas con fetiches y plumas apuntaban al trol que se había adentrado en aquel lugar de forma tan confiada, desde todas las direcciones. No podía escapar, ni quería.

A pesar de que el poblado era trol, el extraño no perenecía a la misma tribu. Ni siquiera eran el mismo tipo de trol. Tar’ji era un trol de la jungla de la tribu Lanza Negra, y su piel era azulada. En cambio, estos eran trols del bosque, de la tribu Secacorteza, y su piel era verde.

Tar’ji esperó sin mediar palabra, habiendo echado sus armas frente a él, quedándose solo con un fetiche vudú.

Un enorme raptor se puso enfrente de él y con un rugido casi en su cara, hizo que levantara la mirada hacia este, observando al trol que lo montaba el cual llevaba unas ropas algo más ostentosas, dentro de lo que su tribalidad le permitía.

El trol bajó de su raptor y demostró ser mucho más alto que el resto. Llevaba una lanza con ostentosos cráneos de animales y algunos otros humanoides que habían sido tallados meticulosamente que, muy probablemente, habría matado, creando así una macabra obra de artesanía que complementaba con algunas plumas de colores vistosos.

— Habla… -Dijo el trol del bosque con una grave voz que parecía ansiar matar a aquel trol inferior.

— Loh humanoh van a atacah vuehtro territorio, pero la horda va a atacarleh anteh… Quereih ver sangre humana teñih ehtah tierrah… Juntoh podemoh acabah con elloh…

— ¿Tu Horda… te envía…?

El jefe trol miró a Tar’ji con una furia pérfidamente intensa. Esa proposición le sonaba demasiado a ser un peón de la Horda, y él odiaba ser el peón de nadie.

— No… -El trol mas pequeño se levantó con una mirada desafiantemente similar a la del jefe de aquella tribu y añadió — Me envía mi odio a loh humanoh…


— El grueso de nuestro ejército partió junto al resto de la Alianza hacia Lordaeron. Cientos… miles de civiles han muerto en Teldrassil a manos de la Horda. Preveemos que el grueso de la Horda se refugiará en Lordaeron creando de Tirisfal un frente de guerra. Mientras ese frente se libre, solo La Compañía del Halcón Rojo protegerá Arathi.

La Capitana Letha había reunido a todos los miembros de la compañía que se encontraban en el Refugio de la Zaga en aquel momento. Había enviado un pelotón de cincuenta soldados a Stromgarde para comenzar su recuperación mientras que otro pelotón mantenía protegida las regiones del Este desde el Campamento de la Hacienda de Stanford, el cual cumplía principalmente la función de ser un campo de entrenamiento.

En el refugio apenas quedaban cien soldados.

— Estás de broma ¿no? — Rick dio un paso adelante — ¿Cómo vamos a mantener Arathi con apenas doscientos soldados? ¡La Horda nos va a aplastar!

La Capitana centró su mirada en Rick, mientras Jen le ponía una mano en el hombro tratando de hacer que volviera a la fila.

— La Horda intentará aplastarnos. — Letha recalcó el “intentará” mientras lo decía — Pero somos soldados de Stromgarde. Somos astutos, somos fuertes y tenemos valor. Por ello venceremos. Además, estarán en una situación similar a la nuestra por haber retirado sus tropas a Tirisfal.

Algunos susurros de conformidad comenzaron a sonar mientras Rick asentía.

— ¿Eso quiere decir que tenemos un plan? — En un tono algo astuto y a la vez despreocupado, la voz de Ethe se coló entre la de los soldados mientras se alisaba su pulcra túnica.

— Por ahora trataremos de mantener medidas defensivas. La Horda no atacará ya que estará bajo mínimos al igual que nosotros, pero podríamos toparnos con espías o patrullas. Mantendremos limpias estas tierras.

El ojo de la capitana pasó por cada uno de los soldados que estaban firmes frente a ella.

— Intensificad el doble las patrullas y mantened las fronteras a raya. ¡Por Stromgarde!

El intenso grito de la capitana fue respondido por una eufórica respuesta similar por el resto de soldados antes de que comenzaran a desplegarse para hacer cada uno sus tareas.

Narh se acercó a Tery, quien a pesar de la situación, no parecía estar demasiado afectado.

— ¿Crees que la Horda nos atacará? — Le preguntó el recluta.

El sacerdote sonrió un poco, como si hubiera escuchado la pregunta proveniente de un niño.
— -No puedo ver el futuro Narh, pero sé que si nos atacan, tú podrás defendernos. ¿No por eso llevas una espada en tu cinturón y un escudo a la espalda?

El recluta puso una mano sobre su espada como si hubiera recordado que la llevaba gracias al comentario, y miró dudoso al sacerdote.

— No te preocupes, la Luz nos protegerá, y si te partes una pierna o un brazo… estaré contigo para tratarte.

— Eso no me da más confianza…

— Por eso confío en tí por los dos.

Tery le dedicó una cálida sonrisa al recluta y este, casi con la inocencia de un niño, miró de nuevo al sacerdote algo sonrojado por la vergüenza que le daba que otro confiara más que él mismo.

— B-bueno… pero también hay otros compañeros más experimentados ¿no? — Comenzó a decir para cambiar el tema discretamente — Como Throm.

Señaló hacia una mesa algo apartada, casi en una esquina de aquella cuenca, donde aquel enorme hombre se encontraba sentado solo, sin hablar con nadie.

Ambos se quedaron un momento mirándolo desde la lejanía, casi como si se hubieran percatado ahora de su presencia.

— Pobre hombre… Ha sufrido mucho.

Narh arqueó una ceja.

— ¿Lo conoces…?

Tery asintió.

— El nombre de Throm no le dice mucho a nadie, pero cuando lo vi, no tuve dudas de quién era. Quizás te suene el nombre de “El Caballero de la Risa”.

Narth parpadeó un par de veces.

— ¿Estás insinuando que él es el Caballero de la Risa?

El recluta pelirrojo volvió a posar su mirada en aquel hombre enorme. Desde que lo había visto, nunca le había escuchado reírse, y en general, apenas le había escuchado hablar con nadie.

De pequeño había escuchado historias sobre muchos Caballeros del Rey Thoras. Relatos increíbles de hazañas inolvidables. El Caballero de la Risa consiguió ese sobrenombre debido a la sonrisa perpetua que solía tener en su rostro y el buen humor con el que se tomaba todo. A menudo sus historias estaban relacionadas con momentos de humor, e incluso muchas de estas habían comenzado en tabernas donde él mismo narraba otras historias anteriores.

Lo último que Narth sabía sobre este y muchos otros caballeros es que habían partido a Draenor junto a la Alianza, y que muchos habían muerto en aquella tierra inhóspita que era ahora Terrallende.

— ¿Cómo estás tan seguro de que es él?

— Fíjate bien en su ropa. A pesar de haber estado semanas aquí, no ha pasado por la herrería para arreglarse la armadura ni ha tratado de arreglarse o sustituirse ese tabardo roto que lleva.

Narth asintió lentamente percatandose de las tiras de tela que había observado cuando encontró a aquel hombre. En su momento le habían parecido familiares, pero no lo había conseguido ubicar con exactitud.

— Porta el blasón de los Caballeros Reales. Estos blasones no eran uniformes como los nuestros, sino que cada Caballero lo personalizaba un poco. Lo he estado observando y se ven algunas flores con pájaros en los bordes. Solo él tenía un blasón como ese.

El recluta observó detenidamente al antiguo Caballero mientras escuchaba al joven sacerdote.

— ¿Qué le ha debido de pasar para cambiar de forma tan errática…?

— Solo hay una forma de descubrirlo.

El sacerdote le puso a Narth una mano en su pecho y este comenzó a sentir un revitalizante calor que parecía infundirle valor.

Cuando bajó la mirada, observó con asombro la mano de Tery brillando con un tenue fulgor dorado durante unos instantes. Cuando el fulgor desapareció, el sacerdote alejó su mano.

— La Luz nos protege y nos sana, pero también nos ofrece coraje y valor, incluso para actos tan pequeños como atrevernos a hablar con quienes nos imponen — Tery volvió a sonreír cálidamente, haciendo que Narth por un instante creyera que también su sonrisa estaba imbuida en Luz — Me gustaría acompañarte, pero hay muchos que necesitan mi ayuda ahora. La duda se aferra a los corazones en los momentos más oscuros, y muchos otros necesitan a alguien que les recuerde que la oscuridad de nuestros enemigos nunca va a superarnos mientras contemos con la Luz en nuestros corazones…

El recluta asintió y casi sin darse cuenta, consiguió materializar en una voz firme y clara sus pensamientos que, probablemente, habría símplemente dejado para él en circunstancias normales.

— Entiendo. Menos mal que tenemos a alguien como tú para ayudarnos. Solo con tenerte cerca parece que todo va a ir mejor.

Narth se quedó un momento sorprendido de sí mismo y de cómo había logrado exteriorizar algo así con tanta fluidez y firmeza. Cuando se percató de que Tery ya se había marchado.

Volviendo su vista hacia aquel antiguo caballero, comenzó a caminar decidídamente.

Throm fijó su mirada en él, como si hubiera detectado las intenciones de Narth desde la distancia, pero a medida que el recluta se acercaba, el caballero volvió a apartar la mirada, dejándola en algún punto lejos del resto de los soldados.

— Soy Narth — Dijo nada más llegar hasta aquella mesa.

El hombre tardó unos momentos en dar una respuesta.

— Ya sabes mi nombre.

— ¿Puedo sentarme?

Narth señaló al banco al otro lado de la mesa, para sentarse cara a cara con él. Estaba sorprendido de sí mismo por poder decir todo eso con absoluta confianza. No sabía qué le había hecho Tery, pero había funcionado increíblemente bien.

El hombre volvió a responder algo pesadamente con su grave voz.

— Si… No me pertenece.

Narth se sentó y esperó unos momentos para ver si aquel hombre trataba de comenzar alguna conversación, pero como supuso, símplemente se quedó en completo silencio con la mirada apartada. Normalmente le habría costado llegar al tema, pero gracias a Tery pudo ser mucho más directo de lo que jamás se había imaginado.

— ¿Eres el Caballero de la Risa?

— El Caballero de la Risa está muerto — Respondió con una tétrica y profunda voz. -Yo soy Throm.

— Pero sigues portando su tabardo. Bueno… lo que queda.

El hombre se levantó, impresionando a Narth por el gran tamaño, incluso a pesar del poder de la Luz, y espetó.

— El Caballero de la Risa vivía para servir y proteger al Rey Thoras. Ahora está muerto, y su asesino murió por otro. El Caballero debía morir.

El enorme hombre se dio media vuelta para marcharse, pero Narth se levantó tras él, levantando una mano como si tratara de detenerlo de alguna forma a distancia.

— Los Caballeros Reales supervivientes de Stromgarde volvieron con el resto cuando el Portal Oscuro volvió a abrirse… pero tú no. La gente asumió que, como otros caballeros, habías muerto. No viniste a proteger Stromgarde hasta ahora… Tú no luchabas por Stromgarde…-Narth abrió mucho los ojos mientras hablaba, como si hubiera caído en la cuenta de algo al escuchar sus propias palabras. – Tenías una deuda de vida con el Rey Thoras… ¿Verdad?

El hombre enorme se paró en seco cuando escuchó eso.

— Le dije que no iba a dejarle, pero me convenció de que la guerra en Azeroth estaba controlada y no correría peligro. La Alianza no significaba nada para mi, ni Stromgarde. Solo me importaba cumplir mi único objetivo. Y murió.

Throm se giró por completo, mostrando sus fieros rasgos muy por encima del recluta casi como si su sola presencia hiciera que este se amedrentara.

— Cuando volví, solo tuve un objetivo. Matar a su asesino. Cuando lo descubrí, fue demasiado tarde.

— Puede que su vida terminara… — Narth dio unos pasos adelante, acercándose al Caballero haciendo más visible la enorme diferencia de altura entre ambos.- Pero su legado… sigue en pie. Los Aterratrols siguen en pie y… Stromgarde… sigue en pie.

Throm estuvo a punto de darse la vuelta, pero Narth le agarró del brazo para que no lo hiciera y le escuchara.

— Puede que Stromgarde no te importe… Pero la memoria del Rey Thoras Aterratrols… Su legado… es Stromgarde. Las Tierras de Arathi y sus gentes. Si de verdad tienes una deuda de vida con él… no deberías aislarte y morir solo, sino… luchar junto a nosotros, y ser uno de nosotros.

Un leve gruñido sonó de aquel hombre, pero entre su expresión ceñuda un atisbo de duda se mostró.

— Por ahora estoy aquí, recluta. El Caballero de la Risa murió, pero Throm… permanece aquí. No soy uno de vosotros, pero mataré a todos los que fueron aliados de príncipe Galen, aunque signifique matar a todos los miembros de la Horda.

Capítulo 7

Tambores de Guerra

Krogg salió de la sala de guerra de Ar’gorok agarrando su pesada hacha con una mano. Se dirigió al portón de salida y, como si se hubiera materializado desde las sombras de una esquina, el Padre Mervius dio un paso adelante.

El General orco escupió las palabras.

— ¿Vas a decir algo o simplemente te vas a quedar observando entre las sombras?

— Solo quería… mostrarte mis respetos, general Krogg. Es lo menos que podría hacer…

El orco frunció el ceño ante las palabras del no muerto, y asintiendo levemente, puso una mano en la gran puerta para abrirla, pero antes de hacerlo, el renegado añadió.

— Oh… y recuerda… Si este asalto no tiene éxito… la Dama Oscura te relevará del cargo. Ha confiado mucho en esta ciudadela, y es completamente esencial para sus planes.

El orco apretó la mano con la que sujetaba la puerta. Odiaba que no le contaran todo, pero aún así, no tenía pensado desobedecer, menos cuando habían confiado tanto en él. Además, fallar no solo significaría ser relevado, sino ser sustituído por ese renegado y condenar a su gente a una victoria sucia y sin honor.

— No pienso fallarle a la Jefa de Guerra.

El orco respondió únicamente eso y abrió la puerta con un potente golpe.

Fuera del edificio, estaban todos los soldados que le habían proporcionado. Eran muchos. Orcos, trols, taurens, elfos… Y estaban todos vitoreando a su general.

Krogg alzó su enorme y pesada hacha con una mano.

— ¡Hijos de la Horda! La Jefa de Guerra nos ha encomendado una misión. ¡Eliminar a la Alianza de las Tierras Altas de Arathi! ¡Este día será recordado como el día en el que la Horda expulsó a esas sucias alimañas traicioneras de nuestro hogar! ¡La Alianza pagará por sus crímenes, y estas tierras finalmente serán nuestras! ¡Por la Horda!

La muchedumbre vitoreó al escuchar las palabras de su general.

La propia Ciudadela parecía gritar con una voz propia “¡Por la Horda!”.


El Refugio estaba en total movimiento. Incluso los que descansaban, tenían tareas pendientes de organización dentro del campamento.

Narth, tras volver de hacer su patrulla, se encontró a Ethe que estaba junto a otros dos magos aparentemente conjurando algo. Dos de ellos parecían sostener de sus brillantes manos una especie de bandeja, mientras que Ethe se encargaba de pasar sus manos por encima, como si la rellenara al hacerlo.

No quiso interrumpirle en su trabajo, así que cambió su vista al resto del campamento en busca de algún otro miembro de la compañía que conociera.

La Capitana se encontraba frente a su tienda. A pesar de estar siempre ahí, nunca la había visto retirarse a dormir o descansar. Por supuesto, en aquel momento seguía de pie, hablando con algunos oficiales junto a una mesa con varios papeles y mapas desplegados.

A lo lejos junto a una pequeña cueva natural no demasiado profunda, vio como Tery le sonreía a otro soldado mientras se despedía de este. Comenzó a caminar hacia él para saludarle, pero el sonido un grito le hizo parar en seco.

— ¡Enemigos a las puertas!

— ¡Y no son pocos!

Los gritos de Jen y Rick comenzaron a llamar la atención del campamento, y por supuesto, de Narth.

La capitana levantó su vista hacia los hermanos que descendían por una de las dos entradas de aquella cuenca.

— ¡Posición!

— ¡Norte!

— ¡Y oeste!

Letha recogió de mala manera los papeles que tenían encima de la mesa y comenzó a gritar órdenes.

En un abrir y cerrar de ojos, todo el campamento estaba preparándose para un asalto.

Rick y Jen llegaron jadeando frente a Letha.

— No son una patrulla. Son un ejército.

— Cuentan con máquinas de asedio.

Letha respondió rápidamente.

— Llamad al resto de exploradores. Que se pongan en las entradas de la cuenca. Ethe, lleva a tus magos a terreno elevado al este y prepara una lluvia de fuego. Narth, avisa a los artilleros, quiero morteros preparados cuanto antes.

Todos asintieron a medida que iban recibiendo las órdenes y corrieron a sus respectivos puestos.

Ethe subió junto a sus magos a un pequeño montículo al este del Refugio. A sus pies podía ver cómo los soldados organizar la defensa mientras, frente a él, comenzaba a ver cómo los exploradores preparaban sus arcos y ballestas ocultándose entre la maleza.

A lo lejos, divisó una gran marea de gente acercándose. Cláramente era la Horda, y… Tenían un gran ejército.

-¿No se suponía que iban a estar en Lordaeron…?

Ethe lo preguntó para sí mismo, pero el mago que estaba junto a él se encogió de hombros sin saber qué responder.

— Quizás la Alianza se ha equivocado.

— Eso no importa ahora. Tenemos que impedir que ese ejército llegue al refugio. Recordad que somos magos de Stromgarde, nuestros ancestros hicieron una de las mayores proezas mágicas de Azeroth, y nosotros vamos a replicarla.

Los magos levantaron las manos y comenzaron poco a poco a canalizar un hechizo que, lentamente comenzó a tomar forma encima de ellos en forma de una oscura nube.

En el fondo de la cuenca, Lena seguía gritando órdenes.

— ¡Infantería, cubrid la salida sur! Tenemos que hacer que se dirijan al camino norte. ¿¡Y dónde están esos morteros!?

Narth había terminado ayudando a uno de los ingenieros a transportar esos pesados cañones y colocarlos en mitad del camino del sur. Algo torcido, pero ajustado para nivelarlo. No tenía ni idea de ese tipo de armamento, pero al menos se sentía útil haciendo lo que le decían.

— ¡Morteros listos! -Gritó uno de los ingenieros.

— ¡Exploradores, distancia!

La voz de la capitana resonaba con una fuerza y fiereza que inspiraba a todos los soldados del campamento.

Los exploradores observaban ocultos con los ojos muy abiertos el enorme ejército de la Horda que se aproximaba por el horizonte. La mayoría venía corriendo, aunque había algunos que estaban montados en huargos e incluso vio algunos kodos cuyo jinete usaba para transportar unos enormes tambores que hacía sonar con unas hachas.

El sonido de los tambores acompañaba el sonido del ejército como si fuera el ritmo de un terremoto.

— ¡Trescientos metros!

Uno de los exploradores se giró para que pudieran escucharle mejor desde el exterior de la cuenca.

— ¡Morteros, concentrad el fuego a doscientos metros al noroeste!

— ¡Doscientos cincuenta! — Volvió a gritar el explorador — ¡Doscientos treinta! ¡Doscientos diez!

— ¡Fuego!

El sonido de los morteros disparando resonó en el Refugio de la Zaga, mientras las bombas salían disparadas. En la cuenca apenas se escucharon las explosiones al impactar, pero los exploradores pudieron ver claramente como cada impacto dio de pleno en el ejército de la Horda.

— ¡Exploradores, fuego!

Justo tras el impacto, los arqueros y ballesteros dispararon sus flechas y virotes impactando en la primera línea de guerreros de la Horda. Muchos de estos cayeron, pero un buen puñado pareció aguantar las flechas, manteniendo su carrera con suma fiereza.

— ¡Recargad!

— ¡Capitana, los tenemos encima! — Gritó Rick mientras trataba de recargar lo más rápido que podía.

— ¡Recargad y disparar a discreción!

Los exploradores trataron de volver a disparar, pero rápidamente se percataron de que solo iban a poder lanzar una rafaga más antes de ser alcanzados por la primera línea de la Horda.

Los proyectiles silbaron por el aire una vez más, impactando de nuevo contra guerreros de la Horda, haciendo que incluso enormes taurens cayeran. Aún así, la segunda línea seguía de cerca a la primera. No podrían disparar una tercera vez.

— ¡Exploradores, retiraos! ¡Infantería, cargad!

La Capitana Jones desenvainó su espada mientras decía eso, uniéndose a la carga junto a sus soldados saliendo por el camino sur.

Narth se unió a ella junto al resto de infantería. Cuando ascendió hasta la superficie de la cuenca, la visión le dejó absorto.

El ejército de la Horda se extendía a lo largo de las colinas. Eran claramente superiores a la Compañía.

— ¡No os dejéis amedrentar por su número! ¡Nosotros somos la Compañía del Halcón Rojo! ¡Auténticos hijos de Stromgarde! ¡Por nuestras venas corre la sangre de la auténtica humanidad! ¡Por Stromgarde!

Los soldados repitieron “¡Por Stromgarde!” y corrieron hacia el ejército de la horda, hasta que finalmente ambos ejércitos chocaron violentamente.

El miedo paralizó a Narth. Vio como una soldado arremetía contra un orco que era mucho más grande que ella, atravesándolo con su espada, solo para recibir dos lanzas trols en su espalda.

Luego vio como un enorme Tauren cargaba con sus cuernos contra un par de soldados que levantaban sus escudos, tratando inútilmente de resistir la embestida que los lanzó volando por los aires, para luego recibir varios impactos de flechas de los exploradores, haciendo que el tauren caiga derribado.

Narth apenas podía moverse por la carnicería que tenía en frente. A su lado, los exploradores se retiraban a sus espaldas sin dejar de disparar.

De pronto Narth se percató de que una trol le observaba fijamente a él mientras cogía de un especie de bolsa que llevaba colgando una pequeña hacha.

El aliento se le cortó cuando la trol extendió el brazo y la lanzó hacia él.

Trató de correr, de moverse, de huir, pero su cuerpo se mantenía en el sitio. Le impedía moverse. Quiso cerrar los ojos pensando en su propia muerte, pero antes siquiera de lograr hacerlo, un enorme espadón se clavó en el suelo delante suya, haciéndole de escudo y protegiéndolo del ataque del hacha, la cual rebotó cayendo al suelo.

Movió sus ojos hacia su lado, y pudo ver el enorme semblante de Throm.

— Eres un guerrero de Stromgarde, recluta — Dijo con la mirada fija en la trol. — Y los guerreros de Stromgarde matan a los sucios trols… No al revés.

Le dio una patada a su espadón haciendo que un trozo de tierra saliera despedido directo hacia aquella trol, que trató de apartarlo con una mano, y antes de que esta se diera cuenta, el enorme humano ya había avanzado y levantado su gran arma en su dirección.

Narth se sorprendió de la enorme velocidad con la que aquel caballero real se movía, y con un rápido movimiento, solo tuvo que hacer descender su arma para enterrarla en el cuerpo de aquella trol hasta que fue partida en dos.

Narth, motivado por aquella hazaña, siguió al caballero tras él, combatiendo contra todos los soldados de la Horda que se encontraban. Probáblemente el caballero se estaba encargando de los soldados más fieros y peligrosos, pero Narth había logrado superar su miedo, y estaba sobreviviendo.

La Horda comenzó a movilizarse hacia la zona norte al ver la resistencia de infantería. Los morteros desde el interior del refugio continuaban disparando al grueso del ejército sin parar mientras los exploradores se retiraban por completo al otro lado de la cuenca junto a los magos.

En poco tiempo, la Horda había dejado de presionar la entrada sur, y sus esfuerzos comenzaron a adentrarse por el norte.

Ethe, sonrió al verlos descender.

— Nuestros ancestros eran cien. Nosotros somos diez, pero aún así, seremos historia.

Los magos tenían encima suya una enorme nube negra que habían estado haciendo crecer lentamente. El propio día se había nublado debido a su magia, y el calor comenzaba a sentirse en aquel lugar.

Los soldados que cubrían la retaguardia del campamento comenzaron a combatir contra los primeros guerreros de la Horda que trataban de adentrarse en el Refugio, y, tras unos momentos, la Horda se confió.

Muchos más soldados comenzaron a descender sin percatarse de la conjuración de los magos, cayendo todos en la trampa.

— ¡Ahora!

Ethe comenzó a mover sus manos junto al resto de magos, sincronizandose casi al completo, mientras la nube comenzó a tornarse rojiza. De pronto, esta se extendió hasta cubrir la entrada norte del refugio y una lluvia de bolas de fuego comenzó a caer, incendiando a todo soldado de la Horda que se atreviera a estar o querer cruzar el norte de aquella cuenca.

Los gritos de dolor y agonía de todos los miembros de la Horda que comenzaban a arder hacían que Ethe sonriera por haber hecho un buen trabajo.

— Tenemos el norte controlado. ¡Nadie va a tomar el Refugio de la Zaga!