Barbahielo se encontraba en un pequeño claro en el bosque al este de Pico Nidal, había preparado una pequeña hoguera, tal vez con la esperanza de calentar su frío corazón. Su fiel grifo esquelético Quebrantahuesos parecía dormitar a su lado, aunque realmente no tenía la necesidad de dormir.
El atardecer había teñido el cielo de un intenso color naranja, y había cubierto el bosque de sombras, aquel paisaje, por alguna razón, llenaba de desasosiego al melancólico enano.
Un crujido lo hizo levantar la vista, ya había pasado varias veces, el enano arqueando una ceja dijo:
-Puedes acercarte si quieres, elfo de sangre, el sigilo no es lo tuyo. Te llevo escuchando pisar ramas desde hace un rato, incluso te escuche eructar y todo. – Termino esta frase con una media sonrisa.
De entre los árboles, surgió un esbelto elfo enfundado en una flamante armadura de tonos negros y rojos, la clásica armadura de los caballeros de sangre.
Mirando al enano con una expresión extraña, se acercó lentamente y al estar delante de este, levanto la cabeza de forma altiva y pregunto:
-He observado tu armadura, enano, es raro ver a uno de los tuyos con sentido de la moda, ¿quieres unirte a mi club de chicos jóvenes?
-Ehh… – El enano abrió los ojos de par en par.
Acto seguido empezó a reír a carcajadas como hacía años no recordaba haberlo hecho, tan fuerte que el huesudo grifo levanto la cabeza y miro a su dueño inclinándola hacia un lado. El elfo miro extrañado levantando una ceja.
-Jajaja… gracias chico, es posible que sea la primera vez que me rio en muchos años, ¿por qué no te sientas?
El elfo acepto la invitación a regañadientes y lentamente se sentó al otro lado de la hoguera.
-¿No me tienes miedo? - Dijo el elfo.
-No, ¿y tú a mí? – respondió el enano.
-¿Debería?, no sé quién eres.
-Ni tu ni nadie. – dijo el enano con un deje de amargura. – Yo en cambio sí sé quién eres tú, Lionheart.
El elfo pareció sobresaltarse por un momento, pero acto seguido una sonrisa se formó en sus labios y mientras se peinaba un mechón con la mano respondió:
-Bueno, es normal, espero que no te hayan hablado muy mal de mi en la Alianza.
-Solo que sigues ciegamente a tu jefa de guerra y que te gusta abusar de los débiles. – dijo el enano con un tono reprobatorio.
Lionheart pareció ponerse tenso por un momento.
-No obstante, no me parece que seas mala persona.
La forzada expresión dura se desvaneció del rostro del elfo y su postura se soltó un poco.
-¿Cómo te llamas? – Preguntó.
-Me conocen como Barbahielo, no recuerdo mi nombre, ni prácticamente nada de mi vida anterior. Sé qué hace tiempo fui un martillo salvaje pero ahora… no soy nada.
Lionheart miro en dirección a Pico Nidal.
-¿Por qué no vas a la ciudad?
-Al volver de la campaña de Rasganorte intente regresar, pero los guardias me lo impidieron, dicen que soy un monstruo y que aquello ya no es mi hogar.
-Bah, eso es lo que odio de la Alianza, esa intolerancia hacia todo lo que es diferente… deberías unirte a los ejércitos de mi dama, allí serias bien recibido.
-Jajaja… - el enano emitió una risa desganada. – Creo comprender a tu señora, elfo, pero yo no soy como ella… yo no odio la vida. – Dijo cogiendo unas cuantas bellotas y lanzándolas hacia los árboles, donde unas ardillas descendieron rápidamente y se hicieron con ellas.
Por un momento se hizo el silencio. La noche ya caía y la única fuente de luz provenía de la hoguera.
-Bueno- dijo el enano. - pero dejemos de hablar de mí, ¿Cuál es tu historia?
-Oh bueno, supongo que todo empezó cuando me uní al ejercito del príncipe Kael y cruzamos el portal oscuro en dirección a Terrallende… Estuve destinado en Invernáculo hasta que a mi comandante la mataron un grupo de Alianzos… yo había ido al baño y al volver solo encontré los cadáveres a los que les faltaban trozos de armadura… así que supongo que en ese momento ascendí a comandante.
Rápidamente se hizo de noche y el elfo continuo con una incesante cháchara en la que pasaba de un tema inconexo a otro.
-Y entonces me entere de que nos habíamos unido a la horda, y que había estallado la guerra contra la plaga en Rasganorte… era mi oportunidad de obtener la venganza para Quel’thalas.
Barbahielo hacía rato que se había tumbado y escuchaba divertido al elfo, le hacían gracia sus flagrantes omisiones y tergiversaciones para hacer quedar mal a la alianza, pero en ningún momento lo interrumpió. Saco de su zurrón comida y bebida que compartió con el elfo.
-Marcus… es solo escuchar el nombre de ese estúpido paladín y llenarme de ira, presumido, se cree que por ser famoso por esas estúpidas novelas románticas puede mirarme por encima del hombro…
Las ultimas anécdotas que contó el elfo eran hilarantes, y el enano ya no frenaba sus carcajadas mientras escuchaba una situación esperpéntica tras a otra. A veces incluso aplaudía.
-Y entonces el líder de mi hermandad me dijo que me marchara fuera hasta que aprendiera a esquivar un maldito orbe.
Debía estar ya despuntando el alba cuando la amistad entre el elfo y el enano ya era más que un hecho.
-Eres un buen tipo Barba, ¿te importa que te llame así?
-Para nada Lion, tú también eres un grande.
-Un día de estos tienes que venir a Quel’thalas, podemos pintarte de verde y decir que eres uno de esos goblins pasados de peso, no creo que los guardias se den ni cuenta, te encantaría aquello.
-Oh yo ya estuve en Quel’thalas, fui una vez con mi… con mi…
El enano se puso de pie de un salto, miraba al cielo fijamente. El grifo debió notar la turbación de su amo pues también pareció salir de su letargo.
-Tengo que irme. – Dijo el enano sin mirar atrás, y con un ágil salto monto a su compañero alado y lo espoleo para que se lanzara hacia los cielos.
El elfo de sangre se quedó en tierra rascándose la cabeza mientras pensaba como podía volar un grifo sin plumas.