[Relato] Ciudad olvidada

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Había caído la noche sobre el fondo marino.
Los colosos de las profundidades ensombrecían la luz de la luna cuando se desplazaban alrededor de la enorme afluencia de las aguas, ahora levantadas alrededor de una planicie de coral y ruinas.

El sonido de la noche era relajante al compás de las pisadas sobre la roca y la arena húmeda.
La salinidad que traía la brisa consigo no hacía más que evocar el recuerdo pasado a su vida cerca de las orillas del vasto Mare Magnum.

A cada paso que avanzaba, sinuosa como un sombra entre los restos de una madera antiquísima y un mármol antaño reluciente, los restos de la magnificiencia de Zin-Azshari comenzaron a reflejar en su rostro la luz de la luna que adormecía sobre ellos.

La Gloria de Azshara reducida a cenizas entre la pobredumbre de algas y restos marinos que trataban de alzarse, gloriosos, pese al paso de las edades.

Januar se detuvo a la entrada de la magna urbe. Sus manos entresalían de sus telajes, maltratados por las condiciones de la localización que sus pies ostentaban ahora, y las alzó levemente a la altura de su corazón, entrecerrando su mirada argenta en un murmuro del que sobresalían vocablos de un antiguo darnassiano que ya había quedado relegado al olvido.

Un haz de luz purpúreo, cálido al mismo tiempo, comenzó a envolverla y a dispersarse a su alrededor como una niebla serpenteante que se disipa en cuestión de instantes efímeros.

- Padre.- La voz de una niña se alzó en eco a sus espaldas y Januar se miró. Era joven, ataviada con togas púrpuras y una alborotada melena blanca. Corría hacia ella, pero la elfa no se inmutó. No lo hizo incluso cuando la visión del eco de su propio pasado le atravesó y se lanzó a los brazos de un elfo de cabellos de un azul profundo como el manto de la noche que ahora le acompañaba.”

Januar movió las manos a un lado, como quién espanta un cosquilleo molesto. La visión desapareció.

Continuó caminando, escuchando en la lejanía el siseo de los nagas que desde hacía tiempo habían acondicionado la anciana ciudad como propia. Muchas de estas bestias ya la hubieron conocido antes de que se hundiera bajo el torrente de las espesas aguas.

Caminó. Caminó pesadamente durante largas horas en las que su mente trataba de vislumbrar un recuerdo que se resistía a emerger desde lo más profundo de sus entrañas.

“- Coge a la niña, no… no sé qué está pasando. Pero algo malo está apunto de suceder…”- la elfa se detuvo en seco y cerró los ojos. Era consciente de que tenía que oir lo que iba a pasar. En algún recóndito lugar de su memoria, todos esos momentos se habían aferrado al olvido.- Si no lo haces tú lo haré yo. La despertaré, tiene que entender que tiene que dejar atrás a todos sus amigos y a todos sus juguetes.”

Una lágrima cayó desde los párpados aún oclusos de la elfa. Sentía como si quemase.

“- No podemos dejar a mi padre, no podemos dejar a toda nuestra familia. Azshara es nuestra reina, tenemos que confiar en ella.
- Drëmiel… No me hagas decidir esto. Tú no.”

Januar caminó al interior de una de las moradas derruídas cuando abrió sus ojos, era ahí. La urbe llegaba más allá de lo que el muro acuático mostraba, por lo que entornó su mirada una vez más al exterior antes de poner un pie dentro de la estancia.

Ruinas y más ruinas. Telajes viejos y rotos, espejos y muebles tallados cuidadosamente tiempo atrás, ahora hechos añicos.

Un tablón más grande de lo habitual estaba encajonado en una de las puertas propias de la morada.

Alzó su diestra y un tenue haz de luz lo incorporó y lo levitó levemente a un lado. Lo suficiente.
La hija de Zin-Azshari pasó la yema de sus dedos por él. Recordaba los grabados de esa mesa, recordaba que su padre siempre la alzaba y la sentaba ahí cuando le traía algún juguete tallado en madera. Pero no eran únicamente recuerdos agradables los que se imponían constantemente en sus pensamientos.

“- Prométeme que harás lo que te diga, cuando lo diga. Prométemelo.
- Lo prometo, papá.”

Hundió sus dedos en la madera y mostró sus colmillos a la nada. ¿Era este el legado que dejarían los Altonato sobre la faz de Azeroth? ¿Sólo ruinas, polvo, y recuerdos que todos habían olvidado tiempo ha?

Siempre hubo soñado en volver a ver Zin-Azshari con sus propios ojos, una vez más. Pero era un sueño vano, vacío de propósito. No más que una ilusión de una niña que anhelaba que algún día todo fuera igual que un día fue. Y ahora, contra todo pronóstico, volvía a ver el lugar al que una vez hubo pertenecido.

Azeroth había cambiado. Los errores del pasado pesaban en su estirpe, y seguirían pesando aún cuando ella exhalara su último aliento.

Gotas de agua caían por la maltratada techumbre en sus pasos, agotados y derrotistas, hasta la última estancia del hogar élfico.
Un recuerdo fugaz pasó por su memoria.

“- Aquí mamá no lo encontrará.- Su padre le guiñaba un ojo.”

Januar caminó rápida y decidida. Lo había recordado. Esquivó, sosteniendo pesadamente sus togas, los corales asalvajados que se habían aventurado a adueñarse de la losería y el abrigo del habitáculo. Movió muebles corroídos de un lado a otro, hasta llegar a una pared con un grabado en su muro.

Un mosaico oscurecido por el moho y la corrosión del agua que en el pasado hubiera mostrado colores puros y vivos de una joven elfa en mitad de un bosque dorado. Sus manos, dañadas ahora, palpaban con un inquietante frenesí en el mural de la pared.

La casa no tenía más que muebles antiguos y cosas sin valor, cualquier cosa que pudiera haber en ella años atrás habría sido saqueada por los nagas. Pero recordaba algo. Recordaba el escondite, ese escondite. No habrían podido encontrarlo. Sabía que no. Quería creer que no.

En la parte más baja del mosaico, la textura cambiaba. Era ágria, casi molesta al tacto. Cualquiera hubiese jurado que no era más que una losa resquebrajada. Pero permanecía como antaño. La magia latía levemente en la punta de sus dedos.

Sabía lo que tenía que decir.

“Anu’an Turus”.

La hija de los Viento de Invierno siempre fue apodada cariñosamente como Luz de Plata por sus padres. Y no pudo evitar sonreír al ver que un leve trozo del mosaico bajo se movilizaba a un lado, dejando a la vista un hueco pequeño.

La pequeña caja que asomaba en su interior permanecía intacta, carente de daño alguno.
El interior reluciente asomaba una de sus reliquias más preciadas. La tomó cuidadosamente y la alzó lo suficiente para que un tímido rayo de luna pudiera iluminarla. Era un colgante de plata, con una aguamarina tallada cayendo de él por su propio peso. Era igual que el de su madre.

Lo guardó recelosamente entre sus dedos y se dispuso a abandonar los muros que ya no poseían más que recuerdos agridulces.
Quizás Zin-Azshari no podría volver a resurgir de nuevo, pero estaba en su mano que su propio legado enmendara los errores del pasado.

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Una maravilla de relato. Muy emotivo y bonito, de verdad.

Januar siempre ha resultado muy personaje con un pasado muy enigmático para todos. Poder ver trazas del mismo es un pequeño regalo de la Alta Dama.

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¡Qué chulo! Ha sido incluso emocionante acompañar a Januar en este recorrido por su pasado. Como dice Aldranath, quienes conocimos a Januar onrol vemos a una altonata distante, fría y pausada, por eso se hace especialmente interesante leer este tipo de relatos.

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!Oh¡ !Qué bonito¡ 20 caracteres