[Relato] Consecuencias

Una columna de humo negro se alzaba en el horizonte, un escuadrón de jinetes de lobos cabalgaba en dirección a un campamento, que había ardido con anterioridad unas horas atrás. Ahora solo quedaban los restos carbonizados de las tiendas y cuerpos. El líder del escuadrón, un orco veterano cuyo rostro envejecido y cicatrices, demostraban sus años de experiencia, ordeno que el resto de jinetes se detuvieran antes de entrar en la aldea. Tanteo el terreno a su alrededor y dio una señal a dos de su escuadrón.

—Vosotros dos, inspeccionar los restos del campamento, el resto asegurar el perímetro y buscar a posibles supervivientes.

Acatando la orden, los jinetes comenzaron a movilizarse. El líder orco volvió a posar su mirada en los restos del campamento, hizo una mueca de asco al percibir mejor el olor a carne quemada. No esperaba que fueran a encontrar supervivientes y menos en un lugar como Desolace, un páramo completamente muerto a excepción de una zona en la que volvía a brotar vida. Bajo de su lobo y camino lentamente por el campamento, buscando cualquier indicio que delatara a los culpables de aquella atrocidad, pero aparte de las múltiples huellas, solo había restos quemados, posiblemente pertenencias de los asesinados, y armas ennegrecidas, todas ellas de los caídos. Siguió su camino mientras veía a uno de sus orcos remover algunos restos, esperando encontrar algo, pero todo era en vano, el fuego lo había consumido todo. Resignado, el líder orco volvió a su montura, pero se detuvo al oír que le estaban llamando.

—Jefe, hemos encontrado a un superviviente.

El corazón del líder orco se alivió al saber que habían logrado salvar una vida en medio de esta atrocidad, además de que podría obtener información sobre los responsables. Monto en su lobo y siguió a su soldado, hasta que llegaron con el superviviente. Observo que era un orco bastante joven que aún no alcanzaba la edad de uno adulto, tiro de las riendas de su lobo, desmonto y se dirigió hacia el joven que estaba sentado, bebiendo de un odre de agua.

—Has sido muy afortunado de que te encontráramos muchacho, me llamo Gro’khas —puso su mano sobre el hombro del joven y se sentó junto a el—. ¿Sabes que ha pasado aquí?

—S… si, todo fue una locura —dijo el joven nerviosamente tratando de calmarse—. Todo sucedió cuando llego un grupo de renegados al campamento, dijeron que solo se iban a quedar aquí unas horas, que estaban buscando a traidores, pero entonces un grupo de la Horda, que se denominaban a sí mismos como rebeldes, atacó a los renegados. Nuestros guardias se enfrentaron a esos rebeldes, pero también los mataron a excepción de los que se rindieron, sin embargo no dejaron renegado alguno con vida, quemaron sus cuerpos y se llevaron todas las armas de los caídos. Una vez que se marcharon, los más mayores fueron a ocuparse de los cadáveres de nuestros guardias, todo fue tranquilo hasta pasadas unas tres horas. Un grupo de humanos nos atacó, matando a los pocos que aun podían combatir, después comenzaron a masacrarnos, prendieron fuego a todo lo que tocaban, no paraban decir que nos quemaran, que sintiéramos lo mismo que sintieron los de Teldrassil. Tuve suerte de poder escapar sin que me vieran.

—Gracias por contármelo muchacho y no te preocupes, vengaremos a los caídos –Gro’khas hizo señas a dos de sus orcos para que se acercaran—. Vosotros dos escoltareis a este joven hasta el poblado de la Horda más próximo, el resto montar en vuestros lobos, volvemos a Orgrimmar.


— ¿Todo?

—Sí señor, no quedo nada a excepción de un superviviente —dijo firmemente Gro’khas—. Fue puesto a salvo, pero como ya ha leído en los otros informes, no ha sido el único lugar afectado en estas semanas.

Los dos orcos se hallaban en el interior de uno de los cuarteles de Orgrimmar, en el interior de la sala solo había dos puertas, una era por donde había entrado Gro’khas, la otra desconocía a donde llevaba, así como varias sillas alrededor de una gran mesa llena de informes, todos ellos sobre ataques a puestos de la Horda. El orco, que era un Señor de la Guerra, se froto las sienes tratando de poner su cabeza en orden, varios de esos informes trataban sobre los ataques de los rebeldes, de la Alianza o de ambos, en algunos solo se nombrara a uno, en los otros estaban los dos. La guerra contra la Alianza estaba en una situación delicada, los frentes eran cada vez más difíciles de mantener y esos rebeldes solo lo estaban poniendo aún más peor de lo que ya estaba, las tensiones dentro de la Horda iban cada vez más en aumento. Respiro profundamente tratando de relajarse.

—Esta situación se nos está yendo de las manos, si seguimos así solo lograremos la derrota ante la Alianza.

—No te equivocas en lo que dices Rut’gar.

El Señor de la Guerra sintió como si todas las desgracias del mundo se cernieron sobre él, dirigió su mirada hacia la puerta por donde acababa de entrar un renegado de ostentosa armadura. Reprimió una mueca de asco mientras recobraba la compostura.

—Gro’khas, déjanos al Sumo ejecutor Gladus y a mi algo de privacidad.

—Zug zug.

El líder del escuadrón de jinetes se marchó por donde vino. En cuanto se cerró la puerta el orco lanzo una mirada fulminante al renegado que no se dejó amedrentar. Tanto el orco como el renegado permanecieron unos segundos en silencio mirándose entre ellos, hasta que uno decidió romper el silencio.

—Estoy al tanto de todos esos informes de ataque sobre esos traidores que se hacen llamar a sí mismos rebeldes —Gladus se dirigió lentamente hacia la mesa llena de papeles sin apartar su mirada a la del orco—. La mayoría de las bajas suelen ser renegados, pero aunque no provocan bajas civiles del resto de razas de la Horda, sus actos los dejan a merced de la Alianza.

—Déjate de rodeos y ve al grano Gladus, no estoy de humor para escuchar tus aburridos discursos.

—Muy bien, estos traidores llevan un tiempo actuando, sin embargo aún no los has condenado públicamente, la Jefa de Guerra esta comenzado a cuestionar tus lealtades Señor de la Guerra.

—Sabes muy bien que mi lealtad hacia la Horda es incuestionable, jamás la traicionaría.

—Las palabras son solo palabras Señor de la Guerra, si de verdad eres leal a la Horda la defenderías ante cualquier amenaza —señalo con su dedo huesudo uno de los informes—. Estos traidores dicen luchar por la Horda, pero por lo único que luchan es por sí mismos y lo único que consiguen es que tengamos menos reservas en nuestras tropas, que son necesarias en los frentes, la única causa por la que verdaderamente están luchando es para que la Alianza gane esta guerra.

Rut’gar apretó fuertemente los dientes tras oír aquellas palabras, no le gustaban nada pero eran demasiado ciertas. Los actos de los rebeldes solo habían ocasionado desgracias para la Horda, los civiles quedaban desprotegidos ante la furia de la Alianza, y sus tropas no daban abasto. Si quería proteger a la Horda, tenía que detener a los rebeldes, pero no bastaba con solo detenerlos, debía hacer ver a todos los miembros de la Horda lo verdaderamente criminales que eran esos insurgentes, no era una táctica que le gustase, prefería luchar con su hacha en mano, pero no le quedo más opción.

—De acuerdo, los condenare públicamente —se dirigió hacia la puerta y la abrió—. Gro’khas, ve a buscar a un mensajero.

Gladus observo con una sonrisa como el orco asintió y procedió a cumplir con su encargo, ya había conseguido uno de sus objetivos, solo le quedaba tener las cabezas de esos traidores y entregárselos personalmente a su Jefa de Guerra.

Días mas tarde varios papeles colgaban en las calles de Orgrimmar y cientos más fueron distribuidos hacia los puestos de la Horda. En ellos decían lo siguiente:

“Lok’tar honorables miembros de la Horda, la guerra contra la Alianza se ha recrudecido estas últimas semanas, varios de nuestros hogares han sido destruidos o quemados por sus manos, pero no todo ha sido obra suya.

Unos traidores de la Horda, que se hacen denominan a sí mismos como rebeldes, han atacado esos hogares dejándolos indefensos para que la escoria de la Alianza asesinara a placer a sus habitantes. Sabed que yo el Señor de la Guerra Rut’gar condeno los actos de estos traidores, no toleraremos más sus actos, por ello debéis ser cautos y no interactuar con ellos o ayudarles, solo contribuiréis a que la Horda acabe siendo destruida por la Alianza.

Con la fuerza unida de todos los miembros de la Horda, pondremos fin a estos traidores y derrotaremos de una vez por todas a la Alianza.

¡Lok’tar Ogar! ¡Por la Horda!”

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