[Relato corto] El ojo de Grizzy "el Tuerto"

El Ojo de Grizzy “el Tuerto”

Capítulo 1.

Era noche cerrada, se auguraba tormenta en el Cabo de Tuercespina. Desde lo alto de la ladera de la montaña más alta del sur de la Vega de Tuercespina, se veía la ciudad pirata de Bahía del Botín. Al otro lado, un campamento de bucaneros. Los Velasangre.

En la cumbre, había un grupo de tres aventureros que estaban discutiendo sobre como proceder en la empresa que tenían entre manos: Recuperar el ojo de Dizzy.

El viejo Dizzy (ahora, Dizzy el Tuerto) es un pirata de poca monta que siempre estaba en el muelle de Bahía del Botín. Pues, pedía ayuda y ofrecía cierta recompensa a todo aventurero que se bajase de cualquier barco.

Aún recordaban las palabras del viejo Dizzy:

“Aaah, no soy na’ sin mi ojo encantao’ especial. ¡De entrada ya fue bah’tante malo perdel mi propio ojo en combate! Pero, por un golpe de sueh’te, atracamo’ en Menethil y un zahorí viajante encantó un ojo especial de cristal para que pudiera ver de nuevo.

Ayel por la noche uno’ Bucaneros Velasangre me atacaron cuando salía. ¡Y cogieron mi ojo! Parece ser que esos tipos han conseguio’ llegal a la Bahía del Botín.

¿Quieres ayudal a un viejo lobo de mar a recuperal su ojo?”

No nos vamos a engañar. No era la aventura más épica que uno podía esperar, pero con esas monedas, daba para una cama y un plato de comida caliente en la Taberna del Grumete Frito.

Joe no podía con todos los bucaneros Velasangre. Y Ale’jan, junto a su compañero Jurdum, tampoco. Así que había nacido, de la forma más absurda posible, una alianza de conveniencia entre un humano, un trol Lanza Negra y un orco. Los tres, en esa jungla al sur de los Reinos del Este. Había que jugársela.

— Atacaremos antes de que la tormenta toque tierra. Sentenció Joe. — Es la mejor oportunidad que tenemos.

— ¿Y desde cuándo tu decidir cosas?.— Inquirió el orco.
Jurdum era un orco joven, pero en sus ojos se podía ver la veteranía de sus antepasados. Su limitado vocabulario en Lengua común no le impedía “decir” lo que pensaba. Y ver que, un humano que no conoce de más de 5 horas esté decidiendo la estrategia, no le hacía ni pizca de gracia.

Aquí incidió Ale’jan, otro joven. Pero más taimado, más paciente.

— De’ha que hable el humano. Escuchemoh’ lo que quiere proponer.

  • Gracias. — Miró con gratitud a ese trol, que se acababa de poner a cuclillas junto a él.— Bien, he contado 15 bucaneros. Deben de tener algún mago o algún tipo de hechicero. No estoy seguro. Mi plan consiste en procurar una entrada furtiva al campamento. Silenciosa. Recogemos el ojo, birlamos lo que podamos llevarnos y fin. Tenemos el ojo, no nos manchamos mucho las manos y cobramos cada uno sus correspondientes monedas de plata. ¿Eh? ¿Qué os parece?— Miró a Jurdum, sonriéndole y mostrándole confianza plena en su plan. Jurdum, sin embargo, le miró con la misma cara que tenía antes. No sabía si el motivo era, porque no le había entendido o porque no le gustaba el plan.

Ale’jan, le miró con curiosidad.

— Entonce’, ¿pa’ qué necesitas a do’ individuos más? Si solamente se trata de robar en la penumbra… E’toy seguro de que un ratero de Ventormenta como tú está acostumbrao’ a ese tipo de lides…

— ¡Eh! ¿Quién te ha dicho que yo sea de Ventormenta? —. Miró a los dos con gesto incrédulo y con falsa indignación.— ¡Y no soy un ratero! Soy un ladrón, y muy bueno. El mejor de Villadorada.— Sentenció, mientras se ponía de pie, con los brazos en jarras y mirando de soslayo a los otros dos.

— Parece que te congratulah’ de tu’ fechoría’, Joe…

— Mi no gustar este gusano. — Jurdum señaló a Joe.— No gustar a Jurdum.

— ¡Por la luz sagrada! Cada vez que hablamos, menos nos gustamos.— Miro a Jurdum.— Ya sé que no te gusto, orco, te lo respeto. Y sí, he hecho lo suficiente para sobrevivir, no me conocéis, pero si llevamos todas estas horas juntos sin matarnos unos a otros, es porque nos necesitamos.— Se acercó a Jurdum, que estaba sentado en el tronco de una palmera, y le pasó la yema de su dedo por el gigantesco antebrazo que lucía a la tenue luz de la hoguera que allí habían dispuesto para asentarse.— Vosotros hace pocas lunas que habéis salido de Durotar. Aún tenéis polvo acumulado en vuestra piel.— Y mostró la parte posterior del dedo, que estaba ligeramente enrojecida, color típico de la tierra árida de suelo agrietado, de cañones y barrancos. Lugar donde reside la capital de la Horda, Orgrimmar.

Aquello, además de ser verdad, fue revelador. La pequeña llama que servía de hoguera, a duras penas, se mantenía, ya que no querían llamar la atención de los bucaneros Velasangre que se encontraban mucho más abajo. Mientras Joe se alejaba y volvía a su sitio, Jurdum se pasó su gran mano por la zona donde Joe le había pasado el dedo, y refunfuñó.

Ale’jan tomó la palabra.

— E’ cierto que pa’ ser un gusano, eres lih’to, Joe. Si, e’ verdad que sólo hace 3 días que salimo’ del amparo de nuestra tierra’. Mi’ loa me pide que salga po’ to’ el mundo y visite to’ lo mare’ mientras me convierto en un Lanza Negra di’no de volveh’ a mi tribu. Y ahora’ necesito esas moneda’ pa’ continua’ el viaje. Eh’ verda’ que te necesitamo’.— Con una mano, acercó una de sus lanzas, y comenzó a afilarla.— No haga’ que m’arrepienta.

Un relámpago cayó en el mar, y el trueno bramó muy lejanamente. El silencio entre los tres le siguió.

Joe volvió a insistir.

— La tormenta está por llegar, pero aún le quedan varias horas. ¿Concretamos mejor el plan? —. Preguntó, con la esperanza de que aquella alianza sirviera para algo, a fin de cuentas.

Jurdum desde su asiento resopló, pero miró a Ale’jan esperando su respuesta.

El trol se puso en pie y se estiró todo lo posible, mostrando su gran altura, imperceptible la mayoría de veces por su postura permanentemente encorvada. Aunque Joe se sorprendió al comprobar que efectivamente los trolls eran extremadamente altos, no quiso demostrarlo y mantuvo una actitud impertérrita.

— Vi a confía’. D’acuedo’.— Se guardó la piedra de afilar y dejó su lanza junto a las demás

.— Jurdum, acé’cate, tenemo’ que planificarlo to’.

El orco miró al trol, se rascó la barba y masculló “zuk zuk”. Aceptó a regañadientes.

La noche era oscura, pero el calor y los mosquitos se pegaban a ellos como sus propias sombras. El sonido de la selva nocturna era impresionante. Los pájaros se comunicaban los unos a otros la posibilidad de una tormenta. Aun así, el aire no tenía un patrón fijo, las palmeras oscilaban entre ellas con un leve susurro que pronosticaba la tranquilidad que iba a preceder a la tormenta.

Joe extendió las palmas a la hora de explicar su plan más detalladamente, esperando la colaboración de sus compañeros temporales en esta misión.

— Bajaremos con cuerdas, el barranco tiene una pendiente muy llana y balcones. Una vez estemos en la arena, nos deslizaremos por la costa. He visto que han bajado mercancía y otras cosas en cajas. Nos ocultaremos tras ellas. Y…

— Y tú entrará’ en el ca’pame’to, y po’ arte de magia encontrará’ el ojo y no’ largamo’, ¿no e’ así? —. Supuso el joven Lanza Negra .— Veo mucha’ fisura’ en ese plan. Bajamo’ en tus cuerdas. No’ arrastrarmo’ po’ la costa y nos situamo’ justo detrá’ de su mercancía. En esa posición valoramo’ como procede’. Ante’ he escuchao’ griterío y jolgorio. Con suet’e, están borrachos de ron volátil y no s’enteran de na’, ja, ja, ja, ja, jaaa.

Joe se quedó atónito viendo como el trol se reía de aquella hipotética situación y miró a Jurdum con la intención de traer la seriedad a la conversación. Pero el orco, al ver a su compañero reírse, también comenzó a partirse de risa. Joe no entendía el humor que se gastaban en los territorios de la Horda. Jurdum se reía tanto, que al mirar a Joe con esa cara le quiso dar un golpe amistoso en el hombro, pero se sobrepasó de fuerza porque Joe trastabilló y cayó justo detrás del tronco de la palmera.

Magullado, se incorporó y gritó: ¡OS COMPORTÁIS COMO ENANOS HIERRO NEGRO!

Después de aquella liberación de tensiones, el grupo de tres aventureros acabaron de concretar el plan.

Ale’jan. De 22 años. Era cazador en su tierra natal, Las Islas del Eco, excelente puntería. Familiarizado con el mar, el cuidado de raptores y otras bestias. Contamos con sus flechas y sus lanzas por si hay que abatir a centinelas de la manera más silenciosa posible.

Jurdum, con 18 viene de una familia de guerreros del Clan Grito de Guerra. Pertenece a la generación de orcos nacidos en los campos de internamiento, tras la derrota de la Horda en los eventos de la Segunda Guerra. Estaba curtido en los riscos de Durotar y la sabana de Los Baldíos. Portaba un escudo y un hacha con la que proporcionar cobertura y fortaleza al grupo.

Los dos, trol y orco, se habían conocido y criado juntos en la ciudad de Orgrimmar, pues justo después de la Tercera Guerra, los trols Lanza Negra tuvieron que abandonar sus islas en el sureste de Durotar, para refugiarse en la capital de la Horda. Fue una época difícil. Zalazane, un trol que practicaba la nigromancia, se adueñó del hogar de los trolls, asegurando que sus hermanos no le debían nada a los orcos. Con el tiempo, el líder de los Lanza Negra, Vol’jin, fundó el poblado Sen’jin en la costa, frente a las islas.

Joe era un humano que tenía 25 años que vivió La Caída de Venmtormenta y sus consecuencias en el año 5. De familia humilde y trabajadora, pero que sufrió la marginalidad por culpa de las fechorías de la Hermandad de los Defias. Joe sobrevivió como ratero en las calles de Ventormenta y llegando a realizar robos de guante blanco para altas esferas. Harto de la vida del puñal y las sombras (actualmente, se encuentra en “Se busca” y se ofrece recompensa por él) decidió buscar una vida de aventuras lejos del Reino humano. Quería ser trotamundos, vivir aventuras, (y que prescribieran sus delitos je, je).

— Levantemos el campamento. Asegurad vuestras armas y sujetadlas bien para que no caigan barranco abajo.— Joe sacó las cuerdas de su bolsa de viaje, al sacarlas, algo de vidrio tintineó en su interior.— Nos aprovecharemos que la luz de la luna no nos delatará y bajaremos de forma silenciosa. Seguro que en Kalimdor habéis hecho cosas peores.

Ale’jan se encogió de hombros.

Jurdum no le entendió.

Joe sopló.— Novatos…

— Gusano callar. Jurdum no escuchar sus pensamientos.

— ¿Sabes que ‘gusano’ no significa humano? — Inquirió Joe.— Ale’jan, ¿se lo has enseñado tú, verdad?

Ale’jan volvió a reír.

Continuará…

Capítulo 2.

Ya debía de haber pasado la medianoche cuando nuestros aventureros comenzaron el descenso. Habían atado las cuerdas a las palmeras y según Joe, eran cuerdas élficas manufacturadas en Darnassus. “Muy resistentes” y les guiñó un ojo a los dos. Pero el orco y el trol no acababan de fiarse, pues bajaban con algo de miedo en los huesos.

— No mire’ abajo, no mire’ abajo…—. Se decía Ale’jan a sí mismo mientras iba deslizándose por los balcones naturales del barranco.

Jurdum en aquel momento estaba bajando sin dificultad alguna, a pesar de ser el que más peso cargaba. Pero en mitad del descenso se puso a la altura de Joe y dijo:

— Si Jurdum morir por caída, mi oshu perseguirte en sueños, humano.— y siguió bajando, colocando con cuidado y calculando cada paso que daba.

Joe pensó que si en cualquier taberna de El Bosque de Elwynn contaba lo que estaba viviendo aquella noche, no le creerían.

El descenso fue tranquilo y sin contratiempos. Justo cuando comenzaron a vislumbrar el campamento de los corsarios Velasangre el viento se levantó, trayendo a sus fosas nasales el olor del salitre. El oleaje era incesante. Solamente veían la hoguera casi apagada de los Velasangre, el resto de la playa y los pequeños islotes de alrededor de la costa estaban sumidos en las tinieblas de la noche. Ya no había festejos.

Por suerte, ya estaban alcanzando la arena de la playa, así que el viento no supuso ningún problema. No habían hecho ruido, nadie había muerto por caída. Joe comenzó a sentir en su estómago el run-run de la aventura.

— ¿Veis como eran de Darnassus?.— Sonrió Joe, señalando y tocando esas cuerdas. Miró al orco, que estaba tenso en ese preciso momento.— Éééélficasss.

— Élficas, sí. ¡Gol’kosh! Jurdum no estúpido, gusano.— Rechistó el orco.

— ¡Callarse, o sus’ maldigo con vudú! - les susurró Ale’jan.— Comenzemo’ a arrastrarno’ hasta la orilla, usaremo’ la’ dunas pa’ ir avanzando hasta el ca’pame’to. Está a unos 100 metro’ d’aquí. Avanzemo’.

Avanzaron agachados y arrastrándose hasta la costa. Una vez superaron la pequeña duna que daba al mar, avanzaron tras ella con sumo cuidado y se situaron a 20 pasos del campamento. Parecía desierto, pero los corsarios estaban allí. A uno se le escuchaba roncar. Joe se emocionó. ¡Esta empresa va a ser más fácil que entrar en el calabozo del alguacil de Villadorada!

— ¡Camaradas! Blanco y en botella, vino de Dalaran. — Señaló el campamento.— ¡Duermen como hipogrifos tras una jornada de viaje! ¿A qué estamos esperando? Vigilad y yo busco el ojo.— Masculló en voz baja, por la excitación que le producía la facilidad de aquella misión. Podía visualizar la bolsa de 40 monedas por la recompensa deslizándose por su mano. ¡La victoria era próxima!

Jurdum y Ale’jan le sujetaron por los hombros.

— Espérate, hay algo que no me gu’ta. En el aire hay un mojo poderoso, lo puedo sentí’ y no tiene nada que ve’ con la tormenta.

Jurdum señaló algo cerca del campamento, en el lado izquierdo. Una lona que parecía ser la vela de un barco que había visto mejores días, cubría un montón de cajas y mercancía pirata.— Seguir el plan.— Dijo de forma seca. Jurdum tenía la cara seria. No estaba atemorizado, estaba comprometido con lo planificado y así lo hacía saber.

Con su mano gigante, el orco empezó una cuenta atrás, bajando sus dedos.

Tres, dos, uno.

Salieron de detrás de la duna, con las espaldas ligeramente salpicadas por la espuma del mar. El oleaje arreciaba cada vez más.

Llegaron con celeridad y cuidado a la lona, se pusieron detrás. Ahora, se hacía más evidente que los piratas estaban muy dormidos y borrachos. Los ronquidos y el olor a ron eran más que evidente desde esa corta distancia.

Joe se asomó y miró de forma detenida el interior de algunas tiendas, cajas, botellas y cosas que estaban desperdigadas por todo el campamento.

“Tremendas fiestas se gastan los malditos Velasangre”, pensó.

— No hay alternativa, debo de introducirme en el campamento. Yo soy ladrón experimentado, vosotros no. Dejadme este rol a mí, vosotros cubrid mis espaldas.— Sentenció Joe, esperó a que Jurdum y Ale’jan estuvieran de acuerdo con esa parte y confiasen. Pero había dicho la verdad, poco más podían hacer. Prosiguió. — Si las cosas se complicasen, huid con lo puesto. No nos debemos nada.

Jurdum le miró, pero frunció el ceño. Aquello confundió al joven hombre. Algo que había dicho Joe al final de su frase no le había gustado al orco. Después miró a Ale’jan.— Lok’Regar, Ale’jan.

Ale’jan asintió al orco.

— Procura que no te maten, humano.

Joe, con una daga en la mano, comenzó a caminar lentamente hacia el campamento. Su daga era un instrumento especial para su profesión. Se llamaba Kris, la Hoja del Oro. Era una daga forjada con un conjuro muy poderoso, pues le indicaba a su portador la presencia de oro en sus inmediaciones. Pero no había venido a por oro. Buscaba un ojo de cristal hechizado que permitía ver con mucho detalle. Joe imaginó que los corsarios pondrían el ojo a buen recaudo junto a la fortuna que pudiesen llevar encima. Si no se lo habían gastado todo en ron, claro.

Puso un pie en el campamento. Silencio. Ronquidos. Un pirata se rascó la rabadilla. Otro eructó. Joe casi se caga encima en ese momento, pero trató de calmarse. Lo tenía hecho, aquello estaba chupado para él. Nada nuevo.

Asomó la cabeza en una tienda. Tres piratas dormían abrazados. Joe se aguantó las ganas de reír y trató de buscar un cofre o alguna bolsa. Su daga le comunicó que estaba en la tienda correcta.

Y vio una bolsa de tamaño medio. Estaba justo en la entrepierna de un pirata rechoncho con cara de ser de Kul Tiras. Joe ideó un plan de los suyos. Recogió una bolsa de tela que había en el suelo (probablemente, las que utilizaron para traer las botellas de ron volátil) y la llenó con arena.

Cuando la bolsa de arena tenía un aspecto semejante a la bolsa de monedas, y con sumo cuidado, Joe, poco a poco, le quitó el monedero y lo sustituyó casi al momento por la bolsa de arena. El forraje era duro, así que no creyó que el frío de la arena le fuese a despertar.

— ¡Hip! “Yo-ho, yo-ho, un gran pirata si’oooy” - masculló casi de forma ininteligible el pirata tirassiano, en sueños.

Si Joe no se había cagado ya, este era el momento. Pero aguantó la respiración y trató de darse la vuelta y volver con el premio que acaba de birlar. Seguro que el ojo se encontraba en su interior…

Mientras tanto, detrás de las cajas y la lona vieja, Ale’jan estaba vigilando el campamento junto a Jurdum, que se sentía inquieto ante una batalla con ausencia de batalla. ¿Para qué estaba un orco, un guerrero, en una misión de sigilo? Sus ancestros se reirían de él.

— Hay algo más en la playa, aquí con nosotro’ Jurdum. Lo presiento, es un mojo fuerte. Un mojo que no es de mago o brujo.— Ale’jan estaba preocupado por algo que no podía ver, y que rondaba la zona. Agarró una flecha de su carcaj.

Jurdum le miró con inquietud, y se dispuso en posición defensiva de cara a la playa, pues no sabía de dónde podía surgir la amenaza crepitante que sentía su compañero Lanza Negra.

Joe regresó a su posición. Ni el orco ni el trol le escucharon llegar, y se llevaron un susto de muerte.

— Tranquilos muchachos, ¡mirad lo que he pispado!— Les enseñó la bolsa de monedas. La abrió y vieron que eran monedas de oro, ¡de oro!.— El ojo debe de estar aquí, estoy seguro.— Siguió rebuscando en la bolsa.

Ale’jan, con su enorme mano de tres dedos, le giró la cabeza para que mirase hacia la playa a la derecha del campamento.

— No, Joe.— Era la primera vez que le llamaba por su nombre.— El ojo está allí…

Los tres vieron como en paralelo a la costa, avanzaba un elemental de dos metros, con el ojo encantado de Grizzy “el Tuerto” en el lugar donde se supone que debería de tener ojos la criatura. Eso significaba que aquel flujo acuático, un torrente de agua que se desplazaba patrullando la costa, gozaba de las ventajas que ofrecía ese ojo. En cuanto los tres llegaron a esa conclusión, el elemental les miró. Hizo un gesto amenazante y comenzó a avanzar hacia ellos lentamente…

Continuará…

Capítulo 3

— ¿¿¿Qué clase de brujería es esa??? — Joe no había visto un elemental de agua en su vida. Mejor dicho, Joe jamás había visto un elemental. Ale’jan y Jurdum sí, estaban familiarizados con ellos y sabían que no eran unos oponentes sencillos.

— No entre’ en pánico, e’ un elemental acuoso, pero eh’te e’ un elemental menor potenciao’ po’ algún a’tefa’cto.— El trol se pasó la mano por la cresta de pelo azul. Sacó 2 flechas más que cargó en su arco.— Debemo’ ganar tiempo y alejalo’ d’aquí o seremo’ pienso de kodo.

Todo sucedió muy rápido. Joe ató la bolsa de monedas y la guardó en su mochila de viaje, que había dejado apartada antes de introducirse en el interior del campamento. Al agacharse, le vino un olor familiar. Olor a pólvora. Miró frente a la lona que cubría las cajas y la medio destapó. Descubrió que, mal atados, había una serie de barriles pequeños con un símbolo de explosivos. Se le encendió de nuevo la antorcha de las ideas.

— ¡Jurdum! — Lo agarró del antebrazo y rezó por que le entendiera claramente lo que le iba a pedir.— Quiero que lo saques de aquí, una vez lo hayas alejado, destrózalo. Recupera el ojo y salimos de aquí vivos.

Jurdum le miró y de su boca con dos colmillos sobresaliente surgió una sonrisa.

— Je, je. Dabu. — Se dirigió a Ale’jan.— ¡Kagh!

Pero Ale’jan no se movió. Se dirigió al humano.

— ¿Qué vas a hacer tú, Joe? — Preguntó el joven trol.

— Asegurarme de que no nos rebanen el cuello estos malditos piratas. Por lo menos no antes de que nos ahogue ese elemental. Lanza Negra, a mi señal, incendia el campamento con una de tus flechas explosivas, tengo unos explosivos que colocar ¡Aprisa!

El elemental ya era próximo, y se preparaba para lanzar una salva de agua. Pero algo más brillaba en el elemental. Portaba un artefacto más. Una corona, justo en la parte superior, en lo que sería su “cabeza” (?).

Jurdum salió al paso y con un gesto amenazante y le arrojó una piedra que había en la arena. Aquello funcionó. El agua del elemental se tragó la piedra. Su ojo encantado brillaba y la atención se enfocó en el tanque orco. El guerrero de piel verde caminó hacia atrás y se lo llevó más allá del campamento.

Ale’jan arrebató una de las antorchas que había en el campamento, corrió y siguió a su compañero en la distancia. Clavó la antorcha en la arena y fue pasando sus flechas por la llama. Tensó el arco y comenzó a disparar.

Mientras tanto, Joe desempaquetó barriles de pólvora que había en las cajas bajo la lona.

“Espero no matarme con esto”, pensó furtivamente el muchacho mientras entraba en el campamento de nuevo. Colocó un barril en la entrada de la primera tienda. Un segundo barril en la segunda, cuando de repente un corsario sale de una tienda en trapos menores, con los pantalones en la mano y cara de no enterarse de nada. Se restregó la cara con su mano libre y dijo:

— Charlie, tu gato za’ vuer’to a mear en mis pantalone’…

Joe, que estaba con el barril de pólvora en las manos, se quedó petrificado ante tal escenario. Soltó el barril, que cayó con ruido sordo en la arena. Sacó una estrella de acero, en acto de defensa, para lanzarla al rostro de aquel pirata. Pero el pirata cambió de semblante por uno ligeramente… Sorprendido. Y acto seguido cayó de bruces con una flecha ardiendo en el lado posterior de su cráneo. La flecha había atravesado un agujero en la tela de la tienda del tamaño de una mano humana. Ale’jan siguió disparando flechas al elemental.

“Ale’jan, siempre atento.”

Joe colocó el segundo barril. Otro pirata se había despertado, y esta parecía más despierta. Por sus pintas, era una hechicera orca. La magus comenzó a lanzar un hechizo de fuego, moviendo los dedos de sus manos, murmurando, tratando de invocar a una llama que, si no lo impedía, incendiaría toda la zona. Mal asunto.

La mente del joven humano iba muy deprisa. Rápidamente, Joe se colocó frente a la orca pirata y puso sus manos también a hacer gestos raros, mientras entonaba un galimatías que se inventaba. Aquello dejó perpleja a la magus, que se distrajo y no acabó de lanzar su bola de fuego. Joe sonrió. En un abrir y cerrar de ojos le lanzó un tajo a la garganta de la pirata, dejando la arena salpicada de su sangre. Finalmente, le fallaron sus rodillas y cayó al suelo.

¡Lok’tar Ogar! —. Gritó Jurdum, y cargó con el escudo frente a él, y enarbolando su hacha de guerra, se lanzó a pelear cuerpo a cuerpo con el elemental de agua. El elemental, anticipándose a la acción del orco, con agilidad, esquivó el ataque y lanzó un chorro de agua a presión. Jurdum se cubrió con el escudo. El orco sintió el impacto, con tanta fuerza que, manteniendo su posición, le hizo retroceder en la arena. Gruñó con ira. La presión del agua le estaba empapando y le entumecía los hombros al poner toda su fuerza en el bloqueo. Se agachó para proteger sus piernas. Miró a Ale’jan, sin pedir ayuda.

Ale’jan entendió, y lanzó una andanada de fuego rápido. Lanzaba flechas sin parar. El elemental las recibía con unas cortas llamaradas que acababan en humo al alrededor de la criatura acuosa. Después de todos aquellos flechazos, el elemental parecía igual. Más enfadado, si cabe. Aprovechó para dedicarle un chorrazo de agua a presión al trol, que rodó a su derecha para esquivarlo. Ese preciso instante le dio una oportunidad a Jurdum para incorporarse y tratar de volver a cargar.

El orco corrió con todas sus fuerzas y puso de nuevo el escudo frente a él. El elemental lo vio de refilón, y le lanzó un nuevo chorro cuando faltaban 10 pasos para que Jurdum le alcanzase. El torrente de agua desvió el escudo del guerrero, que lo dejó caer. Menos peso. Jurdum, ahora que carecía de su protección, mientras seguía corriendo, agarró su hacha con las dos manos. Esquivó por los pelos una nueva descarga de agua. Situado frente al elemental en 1 vs. 1, el torrente acuoso lanzó un puñetazo al costado del orco, que lo consiguió esquivar de nuevo. Cerca, el elemental resultaba bastante lento. “Mmmmmmmmmmm” era el sonido acuático que generaba esa criatura en la proximidad. Jurdum le asestó un hachazo en el cuerpo de agua. Aunque no pasó nada, el elemental se quejó. “Brrrmmmmmmm”. Volvió a gemir, iracundo.

Ale’jan vio la corona que brillaba en la frente del ser acuático. Y cambió de estrategia. El fuego no funcionaba.

Más piratas empezaron a despertarse por la cacofonía de voces y el fragor de la batalla con la bestia de agua.

Joe, ya no tenía más remedio que seguir luchando por salir de ese campamento con vida. No había prisioneros entre los piratas Velasangre. Danzando con sus dos dagas, repelía y cortaba a uno y a otro.

Comenzó a apuñalar a todo aquel que se tendía en pie. Apuñalaba torsos, manos (que se cubrían inútilmente el rostro o el vientre), cabeza, vientre. Todo era un reguero sangriento. Joe vendía caro su pellejo. Así fue como pensó que ya no quedaba alma con vida en aquel campamento. Se limpió la sangre de la cara con su antebrazo. No sabía si era suya o de los demás. Poco importaba.

Un arma de fuego se disparó, y la bala le rozó. Sintió que le disparaba alguien a ras de suelo, por el sonido que casi le deja sordo de un oído. Juraría que provenía del interior de una tienda. Joe miró el agujero que le había dejado la bala en su capa.

Refunfuñó y se dirigió a la tienda. Pero antes de entrar salió el tirassiano al que le había robado pocos instantes atrás la bolsa de monedas de oro.

— A lo mejo’ tú puedes explicarme qué ‘stá pasando aquí… ¡Hip! — Se tambaleó. Con una mano sujetaba la bolsa con arena, tiró la pistola de chispa humeante al suelo y desenvainó su sable. — ¿Ande’ ta’ mi borsa de oro, grumete? ¡Contesta, o te pincho como a un calamar!

Joe sacó su propia pistola de chispa de la parte trasera de su cinturón, apuntó a la frente del pirata regordete, y disparó. La bala atravesó limpiamente el pecho del corsario, que llevaba una camisa blanca muy sucia. De su pecho, una mancha roja comenzó a extenderse y el pirata, igual que sus homólogos, cayó al suelo.

Joe solo usaba esa pequeña pistola en ocasiones de emergencia. Y aquella situación fue de pura emergencia. El joven perdió la cuenta de los piratas abatidos o fuera de combate. Ahora si, no quedaba alma en aquel emplazamiento corsario. “He dispuesto los explosivos para nada”, se quejó.

Pero a lo lejos, vio como distintos faroles de luz se encendían. Allí había muchos piratas. Muchos. Se fijó más. Las luces mostraron algo. Contó tres barcos de Corsarios Velasangre fondeando cerca de las pequeñas islas de aquella costa. Aquello se podía complicar, y ya habían tenido suficiente suerte por aquella noche. ¡Debía avisar a Jurdum y Ale’jan con premura!

El torrente acuoso que formaba el elemental abrió la boca para emitir un sonido de burla dirigido al orco. El elemental se sentía superior y seguro de su victoria frente a sus adversarios. En una fracción de segundo, el elemental utilizó su control sobre el agua que formaba su cuerpo, para atacar al guerrero de piel verde con todas las formas y movimientos posibles. Cayó al suelo de la playa después de recibir un duro golpe en forma de oleaje. El agua impactó en su pecho, con la imposibilidad de respirar durante varios segundos.

Ale’jan utilizó su precisión y la magia conocida por los cazadores de su pueblo.

Joe apareció al lado del Lanza Negra.

— ¡Ale’jan! ¡Vienen más corsarios! ¡LA PLAYA ESTÁ LLENA DE VELASANGRE!

— ¡Debemo’ acabar con esta criatura ante’ de que no’ alcancen! —. Repuso el trol.— ¿Has colocado los explosivos? — Preguntó Ale’jan al humano.

— ¡Sí! — Miró al campamento y después a las antorchas que se movían en las isletas donde estaban los barcos.— Vendrán. ¿Utilizamos la pólvora contra ellos?

— Me ha’ leío’ el pensamiento, compañero —-. Se dibujó una sonrisa taimada en su rostro.

Joe desenvainó sus dos dagas, y se lanzó a la carrera para ayudar a su compañero guerrero, que en aquel momento intercambiaba golpes con su hacha y una serie de fintas con la criatura.

Jurdum trataba de colocar con firmeza los pies en aquel suelo arenoso. Era más difícil combatir en la playa, o en un desierto. Afectaba de igual manera al movimiento. Pero el joven del Clan Grito de Guerra estaba acostumbrado al combate todoterreno. Era un orco de Orgrimmar.

El guerrero rugió de nuevo. Joe se incorporó a la pelea, pero con sus cortas hojas, no veía el momento de asestar puñaladas a un enemigo, ¿de agua?. Aquello era una locura, sin duda.

Joe miró a Jurdum.

— ¡Voy a intentar distraerle por su retaguardia!

El orco asintió. Y se enfrascaron en una pelea sin cuartel. El elemental no conseguía esquivar todos los golpes, pero tampoco le afectaban. Había que arrebatarle la corona fuese como fuese.

Ale’jan respiró hondo. Pensó en su promesa a los loa. Se serenó.

Ya no le quedaban tantas flechas en el carcaj. Había lanzado varios multidisparos. Todos inútiles. Pero ahora sabía lo que tenía que hacer. Y para ello solo necesitaba una flecha.

Colocó la saeta, volvió a respirar hondo y tensó el arco. Agudizó su vista de trol en la oscuridad total de la playa, con ausencia de estrellas. Exhaló, y soltó la cuerda. El disparo firme silbó durante toda su trayectoria y acertó plenamente en la frente del elemental. Justo en el artefacto. El ser de agua, sintiendo que la corona se tambaleaba en su cabeza, hizo que su poder menguase, empequeñeciendo de tamaño y forma. Ahora tenía la estatura de sus mortales contrincantes.

Ale’jan no lo dudó. Pues, pocas veces erraba.

— ¡¡¡AHORA JURDUM, AHORA!!!

El guerrero se giró, impulsando su fuerza. Y con un golpe de arriba a abajo, lanzó un tajo a la cabeza del elemental que cortó el agua de su barbilla, abriendo la cabeza y salpicando agua. El ojo cristalino encantado cayó a la arena, emitiendo un brillo característico. El artefacto dorado, la corona, saltó despedido hacia arriba. Joe, que estaba justo detrás, lo recogió al vuelo.

El elemental comenzó a temblar, encogiéndose sobre sí mismo, con gesto de implosionar. Y finalmente, desapareció. El agua sobrante cayó a la arena con ruido de salpicadura.

El orco rugió y se golpeó el pecho en señal de victoria.

Jurdum recogió el ojo y se lo entregó a Ale’jan, que venía corriendo desde atrás.

Joe, con la corona en la mano, se reunió con ellos.

— ¡HA SIDO INCREÍBLE! — Miró la corona que tenía en su mano, era grande. — ¿Regresará? — Preguntó con voz trémula. Estaba empapado de agua.

Jurdum contestó a esa pregunta. En la Horda y en los clanes orcos existía la cultura chamánica.

— Elemental volver a plano propio. No regresar. — Sentenció seguro de lo que acababa de decir. Ale’jan asintió mientras ocultaba en su bolsa el ojo y la corona.

Joe estaba nervioso. Los piratas estaban cruzando la bahía en barcas. Las luces de sus antorchas cada vez eran más cerca.

— De acuerdo, chicos, esta es la última fase del plan. Tomad. — Sacó unos frascos con una poción de color púrpura. — Son pociones de invisibilidad. Un ladrón tiene sus trucos. — Les guiñó un ojo. — Nos volveremos a encaramar por las cuerdas que hemos usado antes para descender. Ale’jan, lanzarás tu flecha explosiva justo cuando los corsarios lleguen al campamento a investigar. Cuando descubran todo lo que han perdido, nos querrán arrancar el pellejo y clavar nuestras cabezas en sus mástiles. De esta forma cubriremos nuestra retaguardia y nos largamos de aquí. Calculo que la duración de mis pociones serán de veinte minutos. Suficiente para que alcancemos las cuerdas. ¿Listos?

Los dos, orco y trol, para su sorpresa, asintieron.

Zuk zuk.

— D’acued’o.

Joe nunca había sentido esa confianza de otros hacia él. Se sintió raro.

— Ale, ya sabes lo que has de hacer. Jurdum, recojamos nuestras cosas.

Los héroes recogieron sus bolsas de viaje. Los piratas con sus antorchas ya habían arribado a la playa. Desembarcaron.

El trol Lanza Negra recogió la antorcha que había utilizado para luchar contra el ser primordial acuático y se colocó detrás de una palmera. Lugar donde podía vislumbrar con claridad las tiendas y los barriles que estaban desperdigados. Joe y Jurdum estaban treinta yardas más atrás, ocultos tras una roca. Preparados para la explosión y la huida.

Los piratas alcanzaron el campamento. Las voces llegaron hasta ellos. Estaban muy enfadados. Todo el campamento era un reguero de sangre, ¿quiénes se habían atrevido a robar y asesinarles de aquella forma? ¡Se supone que son ellos los que roban y asesinan!

Las voces prosiguieron con su griterío.

“¡Han asesinado al capitán Aguasmansas!”

“¡Todd ha muerto, oh dio’ mio, Todd!”

“¡Ese no es Todd, idiota, ese era Fred!”

“¡Han robao’ el oro!” “S’han birlao’ to’!”

“¡Venganza!”, clamaban algunos.

Ale’jan lo veía todo.

“Aún no… Aún no…”

Tensó el arco, repitió la misma jugada.
“¡Ahora!”

La flecha incendiaria salió disparada. Y…

¡¡¡¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOM!!!

La deflagración fue inmensa. Aquella pólvora debía de ser concentrada, porque la explosión fue fatal para los piratas. Devoró por completo al grupo variopinto de corsarios. Ale’jan cayó de espaldas a la arena por la onda expansiva.

Los gritos e interpelaciones de los Velasangre se tornaron en chillidos de dolor y de angustia.

Ale’jan se incorporó como pudo y se reunió con sus compañeros.

—¡Dioses!

Joe desencorchó su poción y mirando a los otros dos, se la bebió de un trago. Mientras sonreía, él, su ropa y su equipaje desaparecieron de la vista. Jurdum miró a su amigo trol y repitieron la misma acción. Una sensación calurosa les recorrió toda la piel. Ahora los tres compañeros eran completamente invisibles. Solo quedaba huir con lo puesto (que no era poco).

Dejando atrás puro caos, destrucción, fuego, palmeras quemadas y cadáveres por doquier, nuestros aventureros corrieron por la arena, siguiendo la línea de la montaña. Magullados y exhaustos, invisibles, con un botín considerable, y lo más importante, tenían el ojo del pobre Grizzy “el Tuerto”. Habían cumplido con su misión. Y habían repartido estopa a aquellos miserables. Los Asaltantes Aguasnegras de Bahía del Botín estarán interesados en la corona.

Joe no se lo podía creer. Ale’jan y Jurdum tampoco. Habían salido vivos de una contienda peligrosísima.

Encontraron las cuerdas darnassianas, justo como las habían dejado. Sin más preámbulo, pues, los aventureros eran invisibles, pero no por mucho tiempo más. Atando a la cintura el cabo suelto, cada uno de ellos, empezaron el ascenso.

En aquel momento se desató la tormenta. Fue un ascenso difícil. Resbalaron continuamente por los balcones y rocas de la pendiente. Joe, que era más ágil y estaba acostumbrado a escalar edificios, fue el primero en llegar a la cima. Rápidamente, se dispuso a ayudar a Jurdum, que pesaba más. Aquellas cuerdas eran una bendición de Elune. No importaba el peso, no se rompían.

Ale’jan alcanzó a tocar tierra firme, poco después. Juntos, tiraron del orco. El joven guerrero, el más castigado por la criatura elemental, estaba agotado. Lo había dado todo. Al caer casi con todo el cuerpo, dio media vuelta y miró al cielo negro, oscuro, de tormenta gestante.

El orco exhaló un torrente de aire. Dijo una larga frase en orco. Ale’jan se sentó debajo de una palmera y reposó su espalda en una enorme raíz. Joe, finalmente, también cayó rendido al suelo. Jurdum empezó a reír. Joe le miró y desde el suelo, también comenzó a reír. Todos se estaban desternillando de risa.

De puro cansancio. De pura emoción. Adrenalina.

La lluvia les alcanzó de pleno. Los truenos y relámpagos se desencadenaron.

La tormenta, finalmente, había llegado al Cabo de la Vega de Tuercespina.

¿Continuará…?

1 «Me gusta»