Philantha, sufragada por el añublo, y con una pierna con un torniquete dado la flecha envenenada que tenía astillada en la pierna derecha, yacía tumabada en la orilla de una playa, ante la inmensa horda de Renegados guerrilleando con otros kaldoreis. Ellos ya eran menos, pero muchos para una kaldorei descarrilada en las orillas de la antigua Auberdine.
Recelosa de la situación, y después de unos minutos de conmoción después de la explosión de un artefacto a no más de 50 metros, se levantó y masculló:
- Dónde…, ¿dónde está Harvir? - Un pequeño hilo de sangre salió de su oído derecho, oscura y que le hacía esas molestas cosquillas al oído - ¡Harvir!
Paso unos minutos buscándolo. Su preciosa bestia, el cuál le había acompañado en sus últimas trifulcas bélicas en Vallefresno, Teldrassil e, ahora, en la bañada de sangre Costa Oscura, no respondía a la llamada de la elfa.
Después de media hora larga, Philantha encontró, un sucio renegado atando con cadenas el cuerpo de una bestia, movimientos del cual no se asemejaban a los que podría producir aquella que aún conservaba el alma en su interior, a uno de los árboles supervivientes de la guerra de Costa Oscura, cerca de Auberdine.
Las lágrimas recorrieron las marcas de centinela de la elfa, bañando de ese salado sabor sus labios, y entrando en una rabia desenfrenada, calculo la más cruel y segura muerte que le podría dar a ese renegado.
Acercándose con el silencio que caracteriza a una elfa criada en los bosques, poso su mano en la daga, la bañó en ese pequeño carcaj con veneno y con un fuerte movimiento, hundió la daga y rebano ese pequeño hueco que formaba el casco y la malla pectoral.
El renegado, sufriendo el dolor y inmovilizado en el suelo por la substancia, vio como la kaldorei de un metro y noventa centímetros se posaba encima y, esta, empezó a ensartar la daga en el rostro del renegado:
- ¡Por Teldrassil, por Elune, por mis hermanos y por Harvir! – La kaldorei pronunció en darnassiano, mientras notaba como la debilidad le invadía el cuerpo, mientras sudor, lágrimas y sangre perfilaban el rostro de la elfa y caían sobre el desfavorecido renegado fallecido -.
Costeada por el dolor de la pierna, el esfuerzo y por el hedor al pudiente añublo de los no-muertos, se arrastró, dejando la daga ensartada en el rostro del renegado, hasta llegar a la lera del tronco, acostando la espalda y recogiendo con sus brazos la cabeza de su querido Harvir. Entre lágrimas, cerro los ojos, ya sin importarle nada, y decidió que allí acabase su trifulca en Costa Oscura por ahora, y entre llantos decidió despedirse, durante el tiempo que hiciera falta, de su amada bestia, Harvir.