CAPÍTULO I
Hace 5 años **
En la vigilia de la noche, el elfo se sentó en un monte elevado de Los Baldíos, afectado. Viendo la tierra herida por la mitad. Escuchaba los clamores y el llanto de los habitantes del cruce a un par de millas. Era tal la desolación, que el viento solo arrastraba susurros de augurios sombríos. Sacó de su zurrón una especie de libro con tapas de cuero con las hojas gastadas, amarillentas, y un frasco de tinta negra. Era costumbre para él verter en esas hojas vacías sus pensamientos. Mojó la punta de la pluma en la tinta y comenzó a escribir:
“¿Qué aciago destino me espera? después de todo, ¿acaso nuestras vidas significan algo? He visto la desolación y vuelvo a verla. Esta vez no es la plaga, pero se asemeja a la que mi tierra, Quel’thalas, tan hermosa como fue, terminó siendo devorada por el azote del Exánime y su -por entonces- esbirro, Arthas.
Toda mi vida que logro recordar hasta el momento ha sido un pasado incierto, desde que desperté del campamento tras la caída de nuestra ciudad. Desde entonces, he sido un Sin’dorei errante, desterrándome a mí mismo de mi propia tierra.
Había aprendido el arte de forjar las armas y armaduras élficas. Para mi asombro, no olvidé mis reflejos como antiguo miembro de la guardia real. O al menos, así me reconocían. Un Capitán, Capitán Denoroth Annor’Othar. El rango sonaba bien, pero, ¿soy esa persona? Había olvidado todo cuanto había sido. Mi memoria solo alcanza a recordar lo que he vivido pocos meses después del asedio de la plaga, apenas acordándome cual era mi nombre, sin reconocer ningún rostro de quienes me observaban después de despertar. Había recibido un fuerte golpe en la cabeza. Sólo me contaron que luché tanto como mis fuerzas me permitían, dirigiendo parte de la guardia hasta mi último aliento. Pero… ¿eso era lo que querían que creyese? ¿realmente luché?
Sabía que Quel’thalas era mi pueblo, sabía dónde pertenecía y conocí la sed de magia, y, aun así, en ese periodo donde se nos privó de la Fuente del Sol y nos abastecimos de aquellos cristales malditos, sentía un poderoso vacío que cada día iba creciendo a pasos agigantados. No tenía memoria, por lo tanto, no tenía conciencia. Pero algo en mí sentía que no era el momento de sentir paz. Podía no ser visto, arrebatar la vida a mi víctima sin que esta emita ni un gemido de dolor y tener una muerte limpia y sin sufrimiento. He usado mis habilidades de guerrero como un sicario, que afortunadamente, he sido bien remunerado por cada encargo que he realizado con éxito. Dejé atrás esas palabras que tanto alardeaban mis desconocidos camaradas de la guardia: Honor.
Me ha insensibilizado tanto la sangre, que decidí desaparecer del todo. Ese capitán que un día dicen que fui, murió, y su pasado, murió con él.
No he renunciado a los placeres de la vida: atravesar a mi enemigo con mi fiel espada, gozar de un buen yantar, una buena jarra de bourbon y terminar el día perdiéndome entre los muslos de una hermosa mujer, mi debilidad y mi perdición. Criaturas que, con sus artes, son capaces de embriagar tus sentidos y traicionarte. Aprendí a saber jugar y no apostar por el amor.
Solo en mi espada confío y la muerte no temo. La he visto de cerca tantas veces, que la saludo con la mano mientras paso de largo. Pero mi camino se tercia después de ver lo que ven mis ojos, de ver que no siempre puedes burlar a la muerte y sonreírla, después… de ver tantas muertes, de escuchar tanto clamor y dolor resurgido de las mismas entrañas de la tierra con sus siniestras alas.
He conocido a alguien, una bella mujer con atavíos blancos como el nácar y un extraño tabardo parecido al Kirin’tor. Sus cabellos plateados, su piel pálida y delicada. Con esa mirada dulce y misteriosa me reveló un destino inesperado, un futuro igual de incierto que mi pasado. Consiguió despertar mi intriga y decidí seguirla. Dice que algún día mi mente conocerá lo que no consigue ver la luz, ¿qué soy? ¿por qué estoy aquí? Espero saberlo.
Esto, es solo el comienzo…”
** (nota: han pasado 9 años largos en realidad desde que lo roleé y escribí en el lanzamiento de Cataclysm, pero por Lore, tengo que poner 5)
CAPÍTULO II
La ciudad de Orgrimmar le pareció un buen lugar para negociar, pasar la noche en una posada fumando pipa de la mejor cosecha de Mulgore y embarcar en el primer zepelín hacia Grom’gol. No se acostumbraba al nuevo cambio de la ciudad, incluso la gente parecía vivir más deprisa. Jamás había visto Orgrimmar tan abarrotada.
Denoroth comerciaba y compraba lo que necesitaba, a pesar de que ya era medianoche avanzada, la ciudad no dormía. Encontró una elfa muy ligera de ropa. Por la forma en que daba explicaciones a un conocido suyo, era capaz de prostituirse con el fin de ganarse unas monedas de oro.
“Tentador, pero demasiado fácil para mi gusto” se dijo para sí.
La sugirió vestirse, ya que pareció haberla ofendido su amigo por llamarla ante la evidencia que mostraba. La muchacha mandó no solo al cuerno a su compañero, sino también a todos los que la rodeaban. Denoroth llegó a concluir ante la extraña situación surrealista, en que algunos les había afectado tanto el cataclismo que ya rozaban la demencia. La confirmación de su teoría llegó cuando de repente, al entrar en la casa de empeños para subastar unos objetos que poseía de valor, un trol estuvo dispuesto a desafiarle sin más. En respuesta, cual cortesía del más excelso y refinado noble (poco apropiado en él, a menos que la ocasión lo requiera), con cinismo léxico y un tilde de sarcasmo, ante todo por la… poca comprensión de su interlocutor hacia determinadas expresiones y sin esperar a que lo entendiera, se despidió con el placer de no conocerle. La cara del trol tras escucharlo, era un verdadero poema.
Cansado, entró en la Taberna, se despojó de su armadura pesada, dejó la espada encima de la hamaca y la desenfundó para limpiar la sangre seca de algunos recovecos del filo. Pasó el trapo con cuidado, se detuvo ante la inscripción grabada en la hoja, cerca de la empuñadura:
“La luz guía a los de corazón humilde y espíritu apacible”
Giró la hoja lentamente, donde en el reverso, había otro grabado:
“Valor y honor para la Dinastía Annor’Othar”
Entrecerró los ojos algo incómodo, y enfundó de nuevo la espada. Sacó su diario y su pipa de la alforja, donde mezcló en el calibre la hierba con polvos arcanos. Decidido, se dirigió a la torre de la entrada de la ciudad, donde el bullicio apenas se oía y la soledad era buena compañera. Encendió su pipa tomando una calada y procedió a escribir:
“Se lo que fui, pero no lo lamento. Al menos, no lamento haber abandonado la guardia. Tal vez sea una especie de ángel caído con alas negras, más aún cuando esa sensación de vacío no logras quitártelo jamás. La única conclusión que tengo, es que deshonré mi linaje, aunque aún no sé cómo. Quizás algún día mis errores se paguen.
Vuelvo a Grom’gol como antaño, aunque esta vez sin mis compañeros nativos. Todos perecieron en la avanzada de Zoram, cuando el horror barrió la costa con sus ardientes alas. Será la primera vez que no cobre por mis servicios, ¿será que me estoy ablandando? ¿O quizás las palabras de aquella maga han hecho mella en mí?”
En el cuello del guerrero colgaba un medallón que la elfa creó mágicamente delante de sus ojos. Sujetó el colgante y lo miró fijamente: Era un medallón circular con el relieve y el símbolo de un ojo áureo en filigrana dorada. El fondo, era de color púrpura, y el iris, era como una gema preciosa, parecida a la de un rubí.
Su mirada desprendía una incertidumbre, frunció levemente el cejo.
— ¿Qué quieres de mí? —murmuró pensativo e intrigado en voz alta, mientras escudriñaba el ojo. Esperaba tal vez alguna reacción, quizás una señal, pero, el inerte colgante no respondió. Suspiró decepcionado y molesto por imaginar siquiera tal estupidez. ¿Un milagro quizás? ¿La respuesta a todas sus inquietudes? Echó a un lado tal pensamiento y decidió volver a la taberna, pero al hacerlo, la contaminación acústica era insoportable. Su alivio llegó cuando la tabernera cerró la robusta puerta y hubo silencio. Un silencio relativo, aún el ruido se oía de lejos.
Se tiró en la hamaca, se acomodó posando su mano izquierda en la nuca y con la otra jugueteando con el colgante. Con la mirada perdida en el techo, pensaba en su próximo viaje. La luz tenue del brasero y el pequeño balanceo le invitaban poco a poco a un sueño conciliador quedando profundamente dormido. En ese instante, el iris del ojo del colgante brilló.
CAPÍTULO III
La pesadilla cubrió sus sueños más profundos. Se despertó con un acto reflejo de coger su espada dispuesto a defenderse, jadeante y empapado en sudor. El terror y la confusión se reflejaba en su rostro. Dejó el arma en el suelo, llenó una palangana de agua y lavó su cara varias veces para espabilarse. Debía escribir lo que vio:
“Odio soñar. Desde que tengo memoria, no he hecho más que tener sueños extraños, pero tal vez dentro de mis sueños exista algún ápice de mi pasado. Ojalá no sea así:
En mis sueños veo a la majestuosa Lunargenta en toda su gloria. Yo… un Capitán del escuadrón de los Rompehechizos. Parecía un hombre orgulloso. De repente la imagen cambió a otra. Una cama cubierta con cortinas de fina gasa. Dos cuerpos unidos, desnudos. Contemplé la escena viéndome encima de una dama de piel suave como la seda. Me era familiar su aroma, dulce y embriagadora, el tacto de su piel, sus besos, su pelo… negro como la noche. Unos ojos almendrados tan azules como el mar, mirándome.
Los ojos más hermosos que he visto nunca. Sin ese fulgor mágico. Sentía como si la amara y hubiera pasado casi toda una vida junto a ella.
Mi subconsciente jugó conmigo y me sumió a otra imagen aterradora, viendo una sombra oscura. Me arrebataba todo lo que parecía amar. Me vi expulsado de la ciudad, con grilletes mágicos y acompañado de unos guardias. Ya no era esa persona importante, si no un criminal. Desterrado… ¿Por qué? ¿qué crimen cometí? ¿Es real lo que he soñado o tan solo una señal? ¿qué significan mis sueños? ¿qué clase de persona fui?”
Dejó de escribir tratando de serenarse, su angustia no disminuyó. Había amanecido, era un buen momento para marcharse, no tardaría el Zepelín llevarlo hacia su próximo destino.
La bruma se extendía en el ancho mar. El Capitán confió en que verían las luces de la torre de embarcación de Grom’gol. Eran las primeras horas del alba, la humedad de la selva se notaba, y solo cerca del mediodía la niebla se disipaba. Denoroth pensó que no era bueno adentrarse en el corazón de Tuercespina por la poca visibilidad, así que, aprovechó para meter algo sólido en el estómago y hablar con los habitantes del poblado. Algunos conocían al elfo, sobre todo los familiares de sus antiguos compañeros de batalla; orcos nativos de los que compartió al principio escepticismos, pero después de pelear por mantener en pie el poblado de algunos ataques furtivos de la Alianza y salvar vidas de civiles, miraron al elfo con más respeto y camaradería.
Apenas reconocía la selva, todo había cambiado demasiado por los movimientos sísmicos. Desorientado, buscó a los trols paganos de las ruinas con un particular compañero del cual lo llamaba “Kim’jael” , una prole de raptor. Lo encontró en un nido donde había un montón de huevos del cual su misión era acabar con ellos. Para su sorpresa el huevo había eclosionado antes de llegar por la parte donde estaba y lo primero que vio fue al elfo. Al creer que ya había terminado con ellos se dispuso a marcharse, por cada paso que hacía, sintió que algo lo seguía, cuando se giró para dar muerte a su persecutor, bajó la mirada y vio al pequeño. Al apuntarlo con la espada, lo miró fijamente, pero supuso que esos ojos y esos dientes afilados como agujas le enternecieron, así, que permitió que se uniera.
Era asombrosamente listo y aprendía deprisa. Tenía el olfato igual de fino que un sabueso, y para ser un pequeño no más grande que un conejo, devoraba un murloc en cuestión de segundos, parecía un pozo sin fondo. No podía quedarse con él, así que, un trol que pareció caer bien a al pequeño raptor, decidió cuidar de él. El lugar donde le destinaban era demasiado peligroso para traerlo.
Sus misiones le conducían al norte de los Reinos del Este, concretamente en Andorhal. El viaje había sido largo y no estaba solo por lo que vio, puesto que a varios más, y de la “nueva horda” como lo llamaba él, habían sido convocados. Al llegar el ocaso, después de inspeccionar la tierra, sacó su diario en un lugar seguro:
“Estas tierras poco a poco se han ido sanando y la plaga se ha reducido bastante. Esta vez he ido en calidad de mercenario y no como voluntario, mi bolsa de oro está empezando a perder peso. La Cruzada Argenta estaban haciendo un buen trabajo. Lo asombroso de todo, es que el Circulo Cenarion hicieron este milagro, están devolviendo la vida lo que parecía muerto y marchito. Y los animales ya no tenían restos de la maldita peste, al menos la mayoría de ellos, aún quedaba mucho por hacer. Este paraje me hace recordar… sí… hace tiempo estuve aquí: La antigua Lordaeron, la Alianza, los pueblos cercanos a aquella ciudad majestuosa. Son solo imágenes difuminadas en mi cabeza, no logro recordar cosas concretas, hechos que he vivido claramente. A pesar de haberme prometido en alguna ocasión enterrar mi pasado, no puedo. Algo en mi interior me destierra y me condena, mi pregunta es por qué. Llevo arrastrando este sentimiento siete largos años.
Si por alguna razón encontrara la verdad… espero estar preparado.”
Cerró el libro y suspiró inquieto. Se levantó dispuesto a cumplir todas las misiones encomendadas, desde las Tierras del Oeste, hasta el Este, hacia la Capilla de la Luz.