Sus ojos se abrieron de golpe con la respiración contenida durante unos segundos antes de toser. El interior de la choza apenas se distinguía por la penumbra donde un aturdido orco apenas podía escudriñar en su interior, cerciorándose que las imágenes de unos minutos atrás no le habían perseguido hasta su lecho. El sudor bajaba por la maltratada piel de su rostro hasta perderse en sus grisáceas trenzas mientras se levantaba y componía en las pieles donde dormía. Secó sin apenas coordinación su cara con las palmas de sus temblorosas manos, apoyando luego sus codos sobre sus rodillas. Suspiraba a una noche más que le había negado un sueño reconstituyente.
Había estado trabajando de manera consistente durante los últimos días, cargando cajas de un lado para otro, limpiando armas y comprobando que el cuero estaba lo suficientemente curtido. En general, buscaba ocupar su mente el mayor tiempo posible, como si rehuyera de los pensamientos que vienen de la mano con el descanso tras un largo día de preparación. Aun con eso, sabía que todo cuidado era poco para los objetivos del clan en cuanto cruzaran el Portal Oscuro.
Habían pasado bastantes días desde que había ingresado al Clan Quemasendas, su entrada al mismo había sido objeto de duda, la desconfianza fue palpable en el momento que se presentó a los demás miembros por primera vez. No podía culparles, la situación en Azeroth y en La Horda, no era tan difícil y cuestionada desde los últimos días de Grito Infernal como Jefe de Guerra. Eran tiempos difíciles y oscuros, donde la confianza y la unión de unos con otros era lo único que podía mantener solido el vínculo de quienes compartían no solo un ideal, si no una esperanza para el futuro. El que llegara un desconocido durante un momento tan delicado para el Clan podía tomarse tranquilamente como una amenaza para la estabilidad y coexistencia del mismo. Pero hubo quienes le recibieron y ofrecieron un cuenco con comida, permitiendo sentarse junto a ellos. Ese gesto de confianza le había calado bastante, lo suficiente como para sentir que no lo merecía.
Urkhen resoplo unos segundos mientras se levantaba y cubría con sus maltrechas pieles antes de apartar el cuero en la entrada de su choza.
Dejo que la brisa de una noche no tan lejana de perecer y dar paso a la mañana le soplara con suavidad en el rostro, con la leve esperanza de que esta pudiera apartar y llevarse lejos sus dudas, como tanto les había pedido a sus ancestros. Pero este alivio siguió sin llegar.
Camino durante unos segundos mientras procuraba no interrumpir demasiado el sueño de sus compañeros más cercanos, chozas y tiendas de diferentes tamaños se hallaban en las cercanías, algunos colgaban diferentes trofeos y colmillos a modo de adorno, para marcar autoridad o bien, cual talismán para las batallas que estaban por venir. Cogió un gran fajo de pieles en el suelo que recubrían hachas de diferentes tamaños, lo suficientemente cortas como para usarse en cada mano, como largas y de hojas pesadas, las ideales para triturar los huesos de los enemigos a la vez que el filo desgarraría sus pieles y carnes. Las favoritas de muchos.
Al cabo de unos minutos se encontró afilando una vez más las hojas de cada hacha, comprobando el balance y la talla de la madera, repasando cada arma al menos dos veces antes de pasar a la otra. El sonido de la piedra con el metal no era relajante, no le otorgaba de ninguna manera una tranquilidad que permitiera suplir su falta de descanso. Pero el sonido de la piedra rayando la hoja era lo que conseguía trasladar su mente hasta mejores tiempos, cuando solo era un joven Bruto con la emoción de la batalla y la aventura a flor de piel, afilando cada noche su arma personal para la batalla del día siguiente. Eran tiempos buenos, tiempos anteriores a Ner’zhul, a Gul’dan y… al Asedio de la ciudad de Shattrath.
El tiempo pareció detenerse un momento
Gritos desgarradores ahogaron sus oídos de repente, golpeando las paredes de su cráneo como ecos infernales que exponían el sufrimiento, el miedo, la ira y la desesperanza de almas siendo torturadas. El sonido de la carne despedazándose, de las vestiduras siendo rasgadas y los escombros cayendo al suelo asaltaron su percepción y mente de manera despiadada. La tranquilidad de la noche que estaba en armonía con el crepitar de las fogatas cercanas se rompió en un parpadeo con la misma impresión de un cristal rompiéndose. Se incorporo en un suspiro y giro su cabeza tan rápido que casi lastimo su cuello. ¿Estaban siendo atacados?, el puro instinto le gritaba que diera la voz de alarma, buscando localizar el origen de aquel horror para dar el aviso a los demás y alertar a sus compañeros del Clan.
Pero no vio nada
Y al percatarse de eso, los aullidos de agonía se acallaron tan rápido como llegaron, durando apenas unos segundos, como un suspiro de terror que se desvanecía antes de ser notado. La noche seguía igual de silenciosa, igual de tranquila y apacible como lo había sido las últimas horas, los orcos seguían realizando la guardia en las lejanías y otros tantos se juntaban en las diferentes hogueras. Los gritos no venían de ningún conocido en ese momento, los ecos venían evidentemente, de él.
Se tumbo en la dura y fría roca, avergonzado y consternado, se preguntó vagamente cuantas veces había tenido episodios así, ¿era la vejez lo que había aumentado el número en los últimos años?, ¿o eran los últimos tiempos y la situación actual de La Horda, lo que le llevaba a rememorar los tiempos más oscuros de la misma? Recordaba como había marchado como un simple y pequeño Bruto cuando el portal se abrió por primera vez, con la ira recorriendo su cuerpo cual veneno, transportando un ansia de sangre que le sedujo con promesas de conquista y muerte, a las órdenes del máximo líder de La Horda en ese momento.
El nombramiento de Kurgan como Jefe de Guerra del clan le había impactado más de lo que creía, estuvo ahí, rugiendo en su honor en el momento que se le fue otorgado el título. Igual que otros cientos de miles lo hicieron cuando Puño Negro, de su propio clan ‘’Roca Negra’’ fue nombrado. No, no podía compararles. Sabía que eran diametralmente diferentes, al menos en intenciones. Pero no sabía la cantidad exacta de momentos o situaciones que pudieran disparar las remembranzas de un pasado que intentaba enterrar desde que Thrall los libero de los campos de internamiento. Ahora volvería a marchar junto a un Jefe de Guerra a través del Portal Oscuro, y el único alivio que encontraba es que, esta vez, no era con la promesa de una conquista, si no la de una liberación, la de su pueblo, la de su gente.
¿Sería él lo suficientemente útil para su Jefe?, ¿para su clan?, ¿o seria la edad y los fantasmas de su pasado quienes le llevarían a su deceso, negándole la visión de su pueblo libre de los caminos oscuros que una vez siguió?
Bufo para apartar las imágenes, volvió a coger la piedra de afilar y regreso a su labor con mas ahínco, quedaban pocas horas para el amanecer y el Clan Quemasendas necesitaban las armas a punto para la campaña que les esperaba. Debía centrarse, debía mantenerse vivo si quería volver a ver a La Horda regresar a lo que siempre debió ser. Unidad, familia, respeto, tradición…
Rápido, constante, la piedra chocaba con la hoja hasta casi lograr chispas.
Entonces podría reunirse con sus ancestros