No me cabe la menor duda de que Clarence ya te lo ha dicho, Anabelle… pero lo más importante es que, al final de todo, Lariat pudo escoger su propio destino, bajo sus propias condiciones. Quizá ya era demasiado tarde para salvar su vida, y aún así, en cierto sentido, lograsteis rescatarla de un terrible lugar.
La reacción inicial de Gael al saber de la traición del que una vez fue su amigo, así como la muerte de su hija, había sido incluso más devastadora que la de la propia Anabelle, y al mismo tiempo también parecía más preparado que ella para ese desenlace. Se tomó su tiempo para recomponerse, y cuando lo hizo, sus palabras consiguieron traer paz al corazón de la muchacha, aunque era muy consciente de que se trataba de una herida que tardaría en sanar.
Alguien de la edad de su anciano maestro había visto y vivido tantas cosas que podía permitirse el lujo de consolar a su pupila con su sabiduría. Podría haber perdido dos hijas en aquella incursión, debía considerarse afortunado.
Mi hija podrá descansar en paz después de todos estos años, lejos de los cultistas y sabiendo que hizo lo correcto. Os doy las gracias, a ti y a tus amigos, de todo corazón.
Tras ello habían compartido un abrazo que pareció durar horas y segundos a la vez, un abrazo que significaba muchísimas cosas y que terminó de disipar las dudas de la joven. Abis tenía razón, a fin de cuentas; en muchas ocasiones uno no consigue aquello que buscaba, pero es importante volver a levantarse, y más aún si con ello puedes honrar a los caídos.
Además, no todo eran malas noticias. Un par de días después, y como recompensa por todos sus esfuerzos, Gael tomó la decisión de compartir con el Culto de las Sombras todos sus estudios, conocimientos y recursos. Mapas con lugares de interés en los que tal vez podrían hallar artefactos que les serían de utilidad, información sobre grupos que podían ser potenciales aliados, o peligrosos enemigos… y todos sus escritos sobre la magia de las sombras y el Vacío que la familia Ainsworth llevaba tiempo guardando.
Sin duda algunos miembros del culto encontrarían utilidad a algunas de esas cosas, así que lo dispuso todo para enviarlas inmediatamente al Sagrario. Si deseaban guardarlas en las criptas más adelante, era decisión de ellos.
—Bueno, esa era la última… — murmuró Anabelle, al ver desaparecer la última caja, hasta arriba de materiales, especialmente para alquimia y encantamientos.
“Hmm…”, Clarence respondió sin demasiado entusiasmo. Pese a sus palabras de ánimo (o algo así) en el Sagrario cuando regresaron de Drustvar, llevaba desde entonces bastante apático y silencioso. La joven sabía que él y Lariat compartían un vínculo especial, y que verla marchar había sido duro, especialmente para él.
—No tienes que hablar si no te apetece — repuso la bruja, que esbozó una pequeña sonrisa —. Yo tampoco estoy del mejor de los ánimos después de todo lo que hemos pasado, así que tómate el tiempo que necesites.
“Bueno, tampoco se trata de eso en realidad”, la calavera pareció suspirar. En su voz se notaba cierta preocupación por su compañera. “Pasar tanto tiempo contigo hace que al final se me pegue esa manía tuya de verle el lado positivo a todo. No puedo estar mucho tiempo amargado, y menos después de lo que dijo el viejo.”
Anabelle asintió, alzando su mirada al cielo. Pensó en lo que le dijo su compañero días atrás, lo de aprovechar la oportunidad que les había brindado Lariat para empezar a vivir para sí misma.
“Creo que a los dos nos vendrán bien unas pequeñas vacaciones”, mencionó Clarence, rompiendo el silencio.
—Estaba pensando lo mismo — respondió ella, cerrando un instante los ojos —. Todavía le debo un café a cierta persona…
“Sí, es un buen sitio por el que empezar”, algo parecido a una risa hizo eco en el lugar.
La bruja dejó escapar un largo suspiro, para luego inspirar profundamente.
Puede que la historia de Clarence y Lariat no hubiera tenido un final demasiado feliz, pero eso sólo abría un nuevo episodio en su vida. Era su momento de tomar la pluma para continuar escribiendo.