[Relato] El Ocaso de Nazjatar

Las ruinas submarinas lloraban por mi nombre.

El eco de eras pasadas era enturbiado por un mar de gigantesco coral y bosques propios del fondo marino. Casi parecía que el mar quisiera tragar todo lo que había sido y podría haber llegado a ser. Pero ahí permanecían las altos restos de una civilización largo tiempo colapsada. Magnos, aun dignos en su lenta decadencia subacuática. Con los mares alzados como muros titánicos, caminé con ellos como horizonte a través de avenidas olvidadas por las eras, de calles en su día importantes para gente que ya se había ido, o para gente… diferente, cambiada.

La brisa salada transportaba murmullos en ella, susurros opacos producidos por gargantas mutadas. Y caminé a través de ellos, apartándolos de mi mente, relegándolos a la nada, pues no es bueno ahondar demasiado en esas cosas.

Mi largo pelo se humedecía por el entorno, cayéndome mojado a lo largo de mi espalda. Mi armadura hecha girones parecía incluso corroerse por el exceso de sal, así que opté por quitármela, pues ya era más una molestia que una protección fiable. Tan solo conservé mi arco y mi carcaj con algunas flechas para protegerme, pero necesitaba avanzar más, un poco más. El resto de mis compañeros y compañeras se habían quedado atrás lamiéndose las heridas o volviendo de inmediato a Boralus. Yo tenía asuntos en Nazjatar. O algo me decía que los tenía.

Escuché un sonido de placas avanzar hacia mi. Dispuse una flecha en la cuerda del arco pero no tensé, pues no quería alertar a nadie con sonido alguno. Aguardé y, en una vuelta del camino, entre grandes formaciones de coral, aparecieron dos soldados humanos enfundados en su armadura. Uno ayudaba al otro a andar y ambos parecían acabados de salir de una refriega, pues marcas de garras y punzadas adornaban su maltrecha armadura. Guardé la flecha y avancé, dispuesto a continuar mi camino. Cuando se cruzaron conmigo el que mejor pinta tenía se dirigió a mi.

— Más adelante solo te espera la muerte, elfo. —negó con la cabeza.

Le ignoré, ni siquiera les miré a la cara. La visión del tabardo de Ventormenta hecho girones no me amedrantó lo más mínimo, se lo tenían merecido por abandonar a mi pueblo. Y ahora que se encontraban ante las puertas de nuestro antiguo linaje, no daban la talla. Que se apartaran, que dejaran los asuntos de los kaldorei a los Hijos de las Estrellas. Me cubrí la cabeza con la capucha y me arropé con la vieja capa de forestal, todo estaba mojado.

En mi camino hacia adelante el silencio imperaba. No volví a encontrarme patrulla alguna de la Alianza, tampoco de la Horda. Parecía que estaba entrando en terreno desconocido para ellos, o quizá demasiado peligroso para que se atrevieran a hollarlo. Los bosques de coral dieron paso a calles sin vida aparente, a casas derruidas y a templos gigantescos decaídos. Y seguí andando por las ruinas, dispuse un paso tras otro en un viaje que de alguna manera se antojaba más del alma que físico.

Y de repente, los susurros de magnificaron. Detuve mis pasos y giré mi rostro encapuchado hacia mi diestra, pudiendo observar un portal de antiguo estilo kaldorei. Las puertas eran inexistentes, solamente quedaban restos de la madera podrida por el mar. Sin embargo la piedra aguantaba el paso del tiempo. La oscuridad acechaba tras el umbral de tal entrada, pero algo me llamba hacia ella.

Extraje una flecha del carcaj y la deposité encima de la cuerda del arco. Con pasos cautos, crucé el arco de la entrada y me adentré por un sombrío y largo pasillo. A medida que avanzaba, podía vislumbrar puertas a los laterales del pasillo, entradas que daban a habitaciones adyacentes. Sus interiores eran un macabro recordatorio de lo que había sucedido hacía miles y miles de años. Trozos de arcilla aquí y allá, los esqueletos de muebles ya inservibles, restos de algas marinas por las paredes. No me detuve a examinar nada, pues la llamada seguía presente en mi cabeza, me impulsaba a ir más allá.

En guardia, alcancé una habitación más amplia. La luz del día se filtraba a través de ventanales que, de alguna manera, habían sobrevivido a la caída de una civilización. Haces de luz azur alumbraban una estatua central femenina. Era elegante, digna, poderosa. Su bello rostro alzado ostentaba majestad. No había duda de a quién representaba. Me quedé largo tiempo observándola, pues había algo atrayente en su postura, casi que incitaba a la reverencia.

— Pocosss pueden resssistirse al poder de la reina.—una voz reptiliana, grave y profunda, surgió del subsuelo, casi haciendo temblar la mismísima piedra.

Tales palabras provocaron que abandonara cualquier distracción y tensara el arco, girando sobre mi mismo lentamente, buscando objetivos. No había nada, no veía nada.

— Deja que ella te guíe. Ella cuida de nossssotross, de todos sus hijoss. Incluido tú.

Al no ver ni percibir nada a mi alrededor, respiré hondo y volví a mirar la estatua. Su mano derecha se alzaba hacia el cielo delicada y a la vez poderosa. La izquierda parecía ser ofrecida a alquien que busca ayuda, tendida.

¿Buscaba yo ayuda? ¿Necesitaba ser guiado? Y si así era… ¿Para qué? Cierto era que los últimos tiempos habían sido confusos para mi, descubriendo verdades increíbles y terribles. ¿Acaso sabía yo quién era en realidad? ¿O todo eso era solo un espejismo, una invención destinada a confundirme? No era un kaldorei común, eso ya lo sabía. Tal vez esa antigua conexión con lo remoto, con lo perdido en el tiempo…

Destensé la flecha y caminé lentamente hacia la estatua.

… tal vez eso era a lo que se refería la voz. Quizá ese era mi verdadero camino. El destino largamente prometido y a la vez arrebatado a mi familia. El recuerdo de todo lo que fuimos mancillado por milenios de olvido, de infamia. ¿Ese era mi verdadero camino? ¿La senda hacia mi verdadero yo? Me sentía muy perdido…

Al alcanzarla alcé mi mano derecha y, bajo la luz de los ventanales, toqué su mano izquierda, tomándola entre mis dedos enguantados.

… demasiado perdido. ¿Quién era? ¿Por qué me negaba a conformarme con lo que el destino me había otorgado? ¿Por qué ansiaba más? Y lo más importante… ¿Qué estaba destinado a ser?

Entonces fue que un resplandor arcano iluminó los ojos de la estatua dormida, provocando que un temblor sacudiera las viejas paredes de esa antigua morada. Ante la estatua una losa de piedra se apartó y dejó descubierta una escalera de mármol que descendía hacia lo desconocido.

— Entra y te revelaré quién eresss, Ocaso Estelar.— anunció de nuevo la voz serpentina. La cual, ahora sí, provenía directamente de la cavidad abierta en el suelo.

Sabía mi apellido. Ese hecho me dejó sumamente confundido. ¿Cómo podía saber quién era? Nunca había pisado antes ese lugar. Era imposible. Y a pesar de ello decidí armarme de valor y averiguar la verdad, aunque fuera amarga. Antes de pisar el primer escalón, conjuré un hechizo sencillo con la mano libre e iluminé el descenso.

— Sí… eres poderoso, al igual que tu padre destilas poder, único y salvaje.

Mi padre. Descendía poco a poco, con cautela. Mil pensamientos se agolpaban en mi mente. ¿Conocía a mi padre? Apreté la mandíbula, dispuesto a acabar con eso, fuera verdad o mentira. Al llegar al final de la escalera alcé la mano conjuradora y con ella iluminé lo que para mi asombro era un templo escarbado en la mismísima roca bajo la casa en la que había entrado antes. Un santuario alargado con sendas columnas a los laterales, los cuales permitían que la estructura no se colapsara. Las mismas tenían relieves que emulaban el cuerpo de una serpiente aprisionándolas, alzándose hasta el techo abovedado del templo.

Y al final del lugar, alzándose cual bestia de las profundidades más oscuras del océano, un naga enorme permanecía erguido sobre su gran cola. Su armadura de bronce centelleaba al compás del brillo de mi hechizo y sus ojos resplandecían con evidente poder contenido. A pesar de su mandíbula monstruosa, casi parecía sonreír. Entre sus garras sostenía un gran tridente, el cual permanecía con sus tres pinchos hacia el techo.

— El vássstago de Ocaso Estelar vuelve a casssa. Intrigante… Y no por ello despreciable.

— ¿Debería sentirme halagado de que conozcas mi nombre, bestia?— fingí altivez y poco asombro, intentando engañar al monstruo.

Un siseo emergió de la boca del ser y, tras levantar el tridente, con lentitud empezó a deslizar su viscoso cuerpo entre las losas que conformaban el suelo del santuario.

— No todos los tesorosss son de oro y plata. Tú posees algo que muchos querrían: un linaje de poder.— la cavidad tembló ante la última palabra.

No me dejé embaucar por sus palabras de serpiente. Tomé una flecha, tensé el arco y solté rápidamente. La bestia utilizó el tridente para desivar el proyectil. No aceleró su marcha, seguía acercándose, lento y seguro de sí mismo.

— ¿Usas ese juguete para intentar abatirme? Has caído bajo, tú y tu linaje. Libérate de tus cadenas, demuéstrame lo que sabes hacer.— con el tridente en la mano derecha, extendió sus brazos a ambos lados, retándome a que lo hiciera.

— Tú lo has querido.

Al ver la ineficacia de las flechas contra un enemigo tan poco convencional, lancé el arco y el carcaj a un lado, apartándolos de mi vista. Era el momento de poner en práctica lo que había estado estudiando y practicando desde hacía tiempo, las enseñanzas de los antiguos por mano de la Alta Dama. Extendí ambos brazos hacia las paredes, centrándome en el elemento predominante de ese lugar, de Nazjatar: el agua.

Con ella en mente y centrándome, invoqué un torrente de agua que se dispuso bajo el serpentino cuerpo del naga y, con un simple pensamiento y un movimiento de manos, congelé las aguas. El monstruoso ser se detuvo por un instante, rió a carcajada límpia y me miró.

— ¿Esto es lo mejor que sabes hacer? ¡ATÁCAME DE UNA VEZ, COBARDE!

Utilizando el tridente agrietó el hielo, volviendo a avanzar. Parecía que buscara que le atacara, que desatara todo mi poder contra él. Bien, así fuera, no estaba dispuesto a aguantar más enigmas ni amenazas vanas. Acabaría con él y luego volvería. Ese sitio me estaba haciendo más mal que bien.

Suspiré, harto. Cerré los ojos y respiré hondo. Dispuse mis manos frente al pecho, mirándose la una con la otra con los dedos extendidos. En cuestión de segundos una pequeña bola de pura energía arcana brotó entre mis manos. Una la cual fui cebando, haciéndola más y más grande. Empecé a sudar profusamente a la vez que canalizaba más y más energía, centrándola en ese hechizo. Entonces, en el cénit de la invocación, abrí los ojos, los cuales brillaron como dos pozos de estrellas, llenos de energía mágica. Extendí las manos contra mi oponente y lancé el hechizo directamente contra su enorme cuerpo.

Todo el santuario se iluminó. El rayo de energía arcana atravesó el aire hasta impactar contra el enorme naga. Y cuando lo hizo, la bestia desapareció de golpe. ¿Le había aniquilado? ¿Estaba muerto? Debía estarlo, nada ni nadie podría aguantar tal cantidad de magia desatada. Me encontraba agotado, jadeante después del enorme esfuerzo que me había supuesto tal gasto de energía. Apoyé las manos en mis rodillas y dediqué unos instantes a volver a retomar una respiración normal. Nada sucedió en ese intervalo, el silencio reinaba en las profundidades.

Cuando me alcé de nuevo, ya algo recompuesto, pude apreciar que al final de la cavidad algo destacaba por su tenue brillo. Un resplandor azul y otro cobrizo se entremezclaban creando una peculiar danza de colores en la oscuridad. Armado tan solo con mis propias manos por primera vez en mi vida, caminé hacia el origen de tal variedad de colores y lo que encontré me dejó boquiabierto.

Reposando encima de un pequeño estante, se encontraba una armadura de confección exquisita. Su diseño era antiguo, evocaba el de los primeros altonato, a pesar de ello había sido reforjada para ser utilizada por los descendientes malditos de los mismos, los naga. Motivos de las profundidades adornaban el antiguo trabajo de los herreros de Zin-Azshari, combinando ambos estilos en un sublime acto de unión eterna. Pasé mi mano por encima de una de las hombreras, ahí se encontraba una joya azul que brillaba con intensidad arcana. Y en la placa pectoral, había otra. Tras ver tal obra de arte, me miré a mi mismo y ví los harapos que llevaba, así que decidí llevarme esa armadura. Además, era mi derecho. No debía poseerla un monstruo de las profundidades.

Poco a poco me equipé con tal armadura única, emplacando mi cuerpo, blindándolo. Y, casi de inmediato pude comprobar cómo el conjunto estaba encantado, pues las corrientes de magia a mi alrededor crepitaban evidentes, podía sentir el tacto de la magia. Para comprobarlo, canalicé magia en ambas manos y me resultó más fácil que nunca hacerlo, me sentía poderoso, libre. Sí, me llevaría la armadura.

Una última pieza faltaba por ser equipada, se trataba de un brazalete con forma de serpiente. Por su forma deduje que se disponía en el brazo derecho, así que procedí a ponérmelo antes de enfundarme los guantes. Tras hacerlo, la visión se me nubló, el sentido del espacio y del tiempo desaparecieron de mi mente.

Fuego esmeralda. La ciudad blanca siendo arrasada por las aguas. Una reina defendiendo a su pueblo, cayendo ante los horrores de las profundidades. La transformación de la piel en escamas, los pulmones en bránquias. El grácil poder arcano fundido ahora con un saber antiguo, con un poder oscuro. Tambores en el abismo. Millares de ojos abriéndose.

Abrí los ojos, respirando de nuevo con dificultad. Miré el brazalete con forma de serpiente. Apremiado por la duda, traté de quitármelo. No pude. Su cuerpo de bronce se mantenía aferrado a mi piel. ¿Había cometido un error? ¿Una insensatez? No, ahora, con esa armadura tenía un poder verdadero. Seguro que tal visión no debía de ser más que el recuerdo de su antiguo portador. Ya me encargaría de lo del brazalete más adelante. Ahora solo importaba una cosa:

Usar debidamente mi poder contra los enemigos de los kaldorei.

Gruñí para sacarme el malestar de encima. Sacudí la cabeza, ahora enfundada en un yelmo, y recogí mi arco y el carcaj de flechas. Me sentía pletórico, poderoso, inbatible. Abandoné los tristes interiores de tal santuario tétrico y salí de nuevo al exterior.

Nada más cruzar el umbral de la puerta me encontré rodeado por decenas de naga. Todo un destacamento armado con tridentes, báculos y arcos se había dispuesto en semicírculo alrededor de la salida, imposibilitando mi paso. Habían venido a por mi. Desconocía el método, pero habían dado conmigo. Sus rugidos y gruñidos eran indicativo de que no me dejarían pasar, habían venido a acabar conmigo. Uno se adelantó, apuntándome con su tridente.

— La armadura que llevas no te pertenece. Morirás por tu osadía. Estás rodeado, no podrás escapar.
— De lo único que estoy rodeado es por miedo… y por bestias muertas.

Extendí ambos brazos hacia atrás y en cuestión de poquísimos instantes, lancé una oleada de pura energía arcana, destilada, un ataque que atravesó las filas de los naga, cortando por la mitad a a muchos de aquellos seres, dejándolos fuera de combate. Me levanté victorioso y sonreí, arrogante aunque decidido.

— Vuestra era ha pasado.— sentencié, alzando el rostro.— Los kaldorei reforjaremos nuestro destino, tal y como deberíamos haberlo hecho hace mucho, mucho tiempo.

Volví sobre mis pasos, caminando entre los cadáveres de los naga caídos. Mi capa se deslizaba por encima de sus viscosos cuerpos. La victoria no siempre es jubilosa, a veces es sencillamente tan aplastante que no produce ni felicidad, así fue esa vez, en el centro de un antiguo imperio, uno que no volvería a alzarse. No al menos, tal y como lo hizo en el pasado.

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Me encanta la evolución que está teniendo Aldranath en estos años, cómo está descubriendo su pasado y cómo está aprendiendo magia.
10/10 el relato.

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Pero si está requetemamadisimo, que hago yo con esta gente, aparte de llorar
-sadeil

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