-Respira, siente cada pizca de lo que te rodea. El aire, el agua, la tierra, el fuego, cada cosa en este mundo tiene un espíritu, Nagrosh. ¿Lo comprendes?
Un gruñidito de ofuscación nació a la derecha del maestro.
-Es deber de todo orco con sangre de Nagrand, y especialmente de Salvalor, velar para que todos los elementos estén en armonía con nuestro pueblo. Hay un deber que cumplir para con…
Esta vez, un pequeño ronquido emanaba a la derecha del maestro.
-Ah… supongo que aun es demasiado pronto para tus siguientes lecciones.
El Maestro del Acero Saburo encaró a su biznieto, Nagrosh, el cual se encontraba a su derecha. Ambos orcos permanecían con las piernas cruzadas encima de un promontorio cercano a Garadar. El abuelo sonrió, aunque sus ojos no podían ver, sí que era capaz de oír la respiración pausada y relajada de aquél que se ha quedado dormido. Encaró el sol en los cielos y calculó que no había pasado mucho desde el amanecer. ¡No eran horas para que un cachorro siguiera durmiendo! Saburo se alzó y tomó a Nagrosh entre sus brazos, acto seguido lo lanzó hacia abajo del promontorio. El cachorro empezó a gritar presa del pánico y del haberse despertado de forma repentina.
Tras dos segundos que a Nagrosh le parecieron agónicos, cayó dentro de un pequeño lago. La altura no era tanta, y la caída tampoco había sido para tanto. El cachorro nadó hasta alcanzar la superficie, pudo ver a Saburo riendo a carcajada limpia.
-¡Pequeño dormilón! ¿Estás despierto?
-¡Sí…!- Enfurruñado, se encaminó hacia la pequeña orilla, en la cual ya se encontraba Saburo, de pie, con los brazos en jarras. El abuelo orco le tendió un trapo a Nagrosh para que se secara.
El cachorro lo tomó, medio sonriente y empezó a secarse lentamente. Su bisabuelo le contemplaba, divertido.
-Abuelo.- Pese a ser Saburo su bisabuelo, el pequeño Nagrosh prefería llamarle abuelo.
-Dime, pequeño lobo dormilón.
-¿Por qué mientras los otros cachorros juegan o intentan cazar algún talbuk yo debo pasar las mañanas estudiando?
Mientras Nagrosh seguía secándose, Saburo permaneció en silencio durante largos instantes. El pequeño ya se había acostumbrado a los largos silencios del abuelo, pues siempre acababan con una respuesta meditada. El pelo negro del pequeño le empezaba a crecer con fuerza, aunque aun no había desarrollado unos buenos colmillos, era indudable que empezaba a crecer rápido, eso lo había heredado de su padre. Sin embargo, sus ojos azules delataban de quién era hijo también.
-¿Sabes por qué tus padres te dieron el nombre de Nagrosh? ¿Sabes lo que significa?
-Oh, venga ya, abuelo. ¡Estás respondiéndome con otra pregunta!
-Paciencia, pequeño lobo dormilón.- Saburo sonrió.- Eres especial, Nagrosh. Fuiste un foco de esperanza cuando el clan se encontraba en su peor momento. Diste esperanza a todos, en especial a tus padres, Zashe y Kurgan, los cuales te dieron todo su amor antes de que el deber los llamara de nuevo en Azeroth. El destino te depara un cometido. Cuando el momento llegue, serás tú quién lidere al pueblo de tu padre, por eso te ves obligado a sufrir mis interminables sesiones de caligrafía, lectura y meditación. -El abuelo rió animadamente.- Es importante saber cazar, sin duda, pero también lo es comprender las preocupaciones de un clan.
-Creo que lo entiendo…- Nagrosh asintió poco a poco, entregándole el trapo a Saburo.- ¿Y qué hay de mi nombre?
-Como he dicho, eres especial. Tu nombre entraña mucho más de lo que puede parecer. En nuestra lengua significa “El Corazón de Nagrand”. Tus padres te lo dieron por dos motivos, el primero y más importante se debe a que fuiste el primer cachorro del clan en nacer aquí, en la Tierra de los Vientos, nuestro hogar ancestral.
-¿Y cual es el segundo, abuelo?
Saburo se acercó entonces a Nagrosh y le dispuso sus viejas manos sobre sus pequeños hombros, se los estrechó con fuerza a la par que se arrodillaba ante él, encarándole.
-El segundo motivo es el más especial de todos, pequeño. Simbolizas la esperanza de tus padres en el futuro. Si miramos atrás y recordamos los valores que nos hicieron vivir en armonía con todo lo que nos rodea, podremos ser mejores orcos en el día de mañana. Tu nombre será un recordatorio de dónde vienes, pero también de dónde venimos todos nosotros, Nagrosh. Tenlo siempre presente.
El pequeño orco asintió ante el abuelo de forma solemne. Sin embargo, un terremoto en forma de una cuadrilla de otros cachorros apareció en la escena. Todos llevaban pequeñas lanzas y artilugios de caza, claramente mal confeccionados, aun no sabían hacerlos bien, pero ellos lo intentaban. Uno de ellos se adelantó, tenía el pelo alborotado.
-¡Abuelo Saburo! ¿Puede venir Nagrosh a cazar?
El joven cachorro miró a Saburo con cara de súplica mientras sonreía. No le hacían falta ojos para ver lo que pedía su biznieto. Finalmente el abuelo accedió realizando un asentimiento de cabeza, sonriente. Nagrosh partió raudo con ellos, perdiéndose entre las anchas llanuras de Nagrand, seguramente en busca de algún talbuk que no llegarían a cazar.
Saburo se quedó largos instantes de pie, saboreando la suave brisa de la mañana, el olor de la hierba, el dulce cantar de los pájaros, la paz del lugar en su totalidad.
-Que los ancestros del Quemasendas, el Filo Ardiente y el Lobo Gélido te acompañen un día más, pequeño Nagrosh.-Susurró a los cuatro vientos, realizando una reverencia al paisaje.