DALARAN
La elfa aguardaba al consejo escolar de la Academia de las Artes Arcanas. Esta era la segunda vez que solicitaba formar parte del profesorado. La primera vez se lo denegaron. Ni siquiera había tenido una reunión previa para poder conocer los motivos, pero podía imaginarse el porqué. Ser una Ren’dorei no era fácil, en especial para aquellas personas que guardaban culto a la Luz y tenían recelos —de sobra entendibles— con el vacío, pero lo que más le preocupaba, es la confianza en que puedan depositar en ella. Presea mantenía a raya los susurros y lo lograba aferrándose a lo que sí sabía, a lo que sí conocía. Tenía una seguridad en sí misma. Creía firmemente que su enseñanza a las nuevas mentes del mañana sería de gran utilidad. Ella fue profesora en la Academia Falthrien tiempo atrás y tenía pupilos a su cargo que, a día de hoy, eran magos a cargo del Gran Magister.
Añoraba volver a esos tiempos. No le importaba haber perdido su cargo como Magistrix. Pertenecía a la Asamblea de Lunargenta en aquella época, sí… aquella época dorada de los Quel’dorei, antes de que la plaga destruyera los cimientos de su pueblo. Su labor era, no sólo la enseñanza, también hacer cumplir la ley mágica y proteger Quel’thalas junto a otros Magi para que, si en algún momento cayeran las defensas de su pueblo, esta ayudase a apoyar a levantar la barrera mágica.
El Consejo de los siete eran quienes se ocupaban de proteger la Fuente del Sol, tenían otras labores junto al Rey; Quel’thalas estaba muy bien distribuida y la paz reinaba en cada rincón del reino Quel’dorei.
Tiempo atrás, en cierta ocasión, de vez en cuando visitaba la ciudad de Dalaran junto a otros Magi para ver como los magos de la ciudad habían prosperado. De los errores que cometieron tiempo atrás, habían aprendido. Comprendieron que la magia no podía abusarse de ella y debían mantener un control, pero eso sólo lo lograron a través de los siglos. Los Guardianes de Tirisfal hicieron un excelente trabajo, tanto como concienciar a los antiguos gobernantes de la ciudad a ser cuidadosos.
La última vez que vio aquella ciudad, antes de la caída, fue para visitar a una vieja amistad ¿qué podría haber sido de ella? Llegó a pensar que, a estas alturas, sea la plaga o cualquier peligro que hayan vivido en Azeroth… no haya sobrevivido. La elfa dio un suspiro hondo, cerrando los ojos, el último recuerdo será el que conservaría a partir de ahora y que haya podido descansar en paz.
Un Quel’dorei había salido de la sala de juntas donde deliberaban qué hacer con la Ren’dorei. Presea enseguida se levantó de la silla, mostrando respeto con las manos cogidas en el regazo. Estaba nerviosa, pero trataba de mantener templanza. Este Quel’dorei era distinto, no pertenecía a la anterior junta con la que le denegaron su solicitud de ingreso la primera vez. Le era… muy familiar, demasiado familiar… sin embargo él no la reconocía.
—Señorita Arcosombrío, es un placer conocerla. Me llamo Anûr Susurra Alba, es un placer. —puso la mano en el pecho e hizo una leve reverencia con la cabeza— He tenido que salir a verla personalmente porque su expediente que indicaba en la solicitud me era tremendamente familiar. Quería asegurarme… que no fuese un error.
Presea apenas parpadeaba, se acercó un paso al elfo, mirándole el rostro, no cabía la menor duda, era él.
—¿Anûr? —quiso asegurarse. Los años para el elfo no habían cambiado, seguía siendo el Quel’dorei pelirrojo perteneciente al Kirin tor, aunque antes era un miembro, al parecer, habían reconocido sus labores en la ciudad y en la enseñanza, ahora pertenecía a la junta selectiva.
El elfo tuvo que mirar su rostro muy detenidamente. Había cambiado tanto aquella elfa de cabellos rubios tan hermosa como la veía a tener un aspecto siniestro y sombrío.
—Por la Fuente del Sol, Presea… no puede ser… que seas tú. —alzó una mano para tocar su mejilla, algo receloso, pero al tocarla no sintió nada peligroso. Acarició su pómulo. A pesar de su rostro cambiado, atisbó la dulzura que siempre había en su rostro cada vez que se veían por el gran cariño que habían tenido desde críos. — Oh, ven aquí… —susurró, abrazándola con fuerza. La elfa se emocionó. Todo lo que hubiera pensado del destino de Anûr no era cierto, estaba vivo, y bajo la protección de la ciudad. Con eso a ella le bastaba.
—Anûr. Gracias al Sol Eterno que estás vivo.
Al apartarse de ese emotivo abrazo la miró una vez más, tomando el rostro de la Ren’dorei.
—¿Qué has hecho? ¿por qué tomaste este sendero? —la preguntó sin entenderla, como si no reconociera su decisión.
—Sé que no entenderás por qué creí en Umbric. Anûr… quería asegurarme de poder doblegar ese poder. Puede que eso nos llevó a lo que soy ahora, pero sigo siendo la misma, te lo juro. —le suplicó con la mirada que la creyera. — Por favor, quiero este trabajo. Lo necesito… necesito volver a enseñar.
—¿Por qué, Presea? ¿por qué? —tal pregunta, encerraba más el deseo de la elfa que su decisión por lo que era ahora y que no podía remediarse.
—Porque quiero sentir Ventormenta nuestro nuevo hogar. —respondió agachando la mirada— sentir que… pertenezco ahora a la ciudad de los humanos. Veo a muchos humanos que han aprendido de forma irresponsable las artes arcanas, que han sido dañados por manipular poderes que no entienden. No puedo permitir eso. —volvió a mirarle convencida de sus palabras. — Tienen que saber, tienen que aprender. El consejo no puede apartar los ojos.
—Y no lo hacemos. Puede haber otros profesores quienes se ocupen de esa labor…
—¿Y por qué yo no podría, Anûr? —se contrarió a la respuesta de su amigo ¿todavía es amigo? O ha cambiado a raíz de saber que ella tiene esta nueva condición. — ¿Por qué?
El elfo alzó las manos pidiendo calma.
—No he dicho que no puedas ejercer de profesora. Has sido brillante en la Academia Falthrien, pero queremos asegurarnos de varias cosas antes de tomar una decisión equivocada. Comprende que no ha sido nada fácil para nosotros. Ahora sé quién eres y tengo más dudas con respecto a mi voto.
—¿Votaste que no? —preguntó con el ceño un poco fruncido, aunque hubiese deseado expresar ¿fácilmente? su contrariedad, tenía que controlarlo. Los susurros no paraban de decir cosas para alimentar su ego y destrozar al Quel’dorei que estaba de pie frente a ella, queriendo salir de ese momento tan delicado.
—Ya te dije que tengo dudas con respecto a mi voto, Presea. Por favor… entiéndeme. Para mí el alumnado es importante, en especial su protección.
—Anûr ¿de verdad piensas que voy a dañar a los alumnos? —preguntó con toda la templanza que le fue posible. No debía dejarse llevar por la cólera, ignoraba esos susurros una vez más. No. No permitirá que el vacío estropee lo que tanto desea. — Te prometo… que nada les ocurrirá. Lo que hice en el pasado, fue investigar el vacío por mi cuenta y riesgo. Jamás incité a los pupilos a mi cargo de que indagaran en el vacío. Conocía los riesgos, lo he visto.
Eso le sorprendió al elfo, pues esa parte la desconocía. Confiaba en que ella le estaba diciendo la verdad. Volvía a ver a aquella Presea que conoció tiempo atrás. Si hay algo que sabía de ella era lo extremadamente protectora y responsable que había ejercido siempre como instructora y como Magistrix.
Estuvieron al menos medio minuto mirándose a los ojos. El Quel’dorei meditaba en cada palabra, en lo que ella le transmitía en todo momento: seguridad. Finalmente dio un leve asentir acompañado de una afectuosa sonrisa.
—Una pregunta más… —levantó el dedo, con una terrible incertidumbre divertida en su rostro— ¿por qué “Arcosombrío”?
La elfa se encogió de hombros y sonrió tímidamente. Esa parte podía contársela a él y sólo a él.
—Mi esposo era un Errante. Era diestro con su arco, el mejor del reino. Un pequeño homenaje a él, supongo.
Anûr sonrió a su respuesta.
—Bien, señorita “Arcosombrío” —dijo solemnemente— Mi voto será sí y concuerda con la mayoría del consejo. La decisión estaba reñida, pero ya no. Debes jurarme por lo más sagrado que nunca enseñarás artes del Vacío a los estudiantes. —la miró en advertencia con el índice alzado.
—Te juro por nuestra amistad, por nuestro pueblo. Por todo cuanto amamos, que jamás enseñaré en la escuela las artes del vacío a estudiantes de magia arcana. Pero no puedo decirte que jamás enseñaré dichas artes fuera de la escuela. Habrá estudiantes de las sombras que querrán saber, pero no lo haré en el recinto escolar.
Por un momento la miró a los ojos y asintió conforme a sus palabras.
—De acuerdo. Es justo lo que queremos, Presea. Lo arreglaré todo para que pronto puedas abrir una de las alas de la torre de los magos de Ventormenta y la acomodes a tu gusto para empezar cuando estés lista. Sin embargo… sabes cómo funciona esto. Tenemos que supervisar todas tus clases, queremos asegurarnos de que haces lo que tienes que hacer.
La elfa asintió conforme.
—Lo supuse. No tengo nada que ocultar. Seréis bienvenidos en mi aula.
Anûr sonrió en ese “mí” que significaba tanto para ella. Estaba seguro, que construiría su universo en la propia escuela y que, —tal vez el tiempo o la razón— serán quienes descifren el destino que ha emprendido la futura profesora de las Artes Arcanas.