El primer estandarte chocó contra el suelo, el segundo y el tercero vinieron al unísono. El honor no era necesario en la muerte, pero los muertos abrieron las puertas. Sus puertas, nuestras puertas.
El calor seco de Durotar no hacía ningún bien a la piel de la no-muerta que se mantenía en pie en las murallas en un segundo plano observando con una mirada impertérrita como el bastión de su Horda se desmoronaba mientras su Jefa de guerra desaparecía con el polvo del desierto.
La ejecutora Muertevil fruncía finalmente el ceño mientras con cada movimiento su piel se cuarteaba y desprendía fruto del descuido y el calor de la capital de la Horda, los rebeldes estaban entrando, la horda no era nada.
“La Horda no es nada. Sí, no sois nada.”
No había tiempo para cartas de dimisión, siquiera para tomar un planteamiento. Estaban ahí y ajusticiarían a cualquiera como ella. ¿Dónde estaba Sylvanas? Se negaba en rotundo a abandonar la idea cargada de fanatismo qué envolvía las formas de la Dama Oscura.
Estaba ahí, parada en las murallas mientras veía al grueso de la rebelión entrar en un lugar que si bien jamás había considerado su hogar, era el nuevo centro militar de los renegados que ahora corrían un destino más fúnebre que la muerte; El abandono.
Su situación era crítica, pero sabía que no debía permitir que el rencor y la ira guíasen su mano y sus piernas para sesgar vidas hasta acabar con la suya en batalla. Meditó unos instantes antes de abrir sus escarchados y vibrantes ocelos para girarse y observar el centro de la ciudad. No solo los traidores tomaban de nuevo Orgrimmar, la Alianza…también estaba allí. Estaban allí y era cuestión de tiempo que la encontrasen si permanecía quieta, si permanecía en las murallas donde había presenciado de primera mano como con una estela negra se abrían las puertas de una mentira.
La no-muerta echó a andar mientras hablaba sola.
-Syra Muertevil, ejecutora al servicio de…-Guardó silencio unos segundos, frustrada.- Veterana del frente de Andorhal y de la guerra de las Espinas. -Volvío a mirar al interior de la ciudad mientras apretaba los puños haciendo crujir sus huesos bajo las placas violetas.- Desde que me liberé del exánime te he servido, Sylvanas. Pero no permitiré que mi segunda muerte sea aquí, en las puertas de una mentira.
Acarició el lomo de un dracoleón cercano mientras el animal se revolvía y quejaba por el frío tacto emitiendo un gruñido lastimero.
-Esas bestias necias, sin honor…No te van a usar para una causa justa. -Tomó las riendas del dracoleón y el rostro se le iluminó con un reflejo de sadismo.-
La jinete, ya experimentada por su paso por las guerra se montó sobre el dracoleón y tiró de las riendas hasta que el animal emprendió el vuelo lejos de la ciudad.
Algunos pocos que escucharon entre el alboroto de la rebelión juran haber escuchado un grito en el cielo mientras una figura se alejaba de la ciudad.
“No seré un trofeo”