Con los civiles evacuados tras el primer ataque de los Nube Negra, y recibiendo las noticias de grupos de mercenarios entrando en sus territorios, el campamento estaba en pie de guerra, aguardando… No quedaban ya heridos o débiles entre ellos, sólo aquellos con la voluntad de luchar. Shu’halo. Ogros. Trols. Y alianzas inesperadas. Estarían preparados. Los bosques estaban plagados de aquellos que habían intentado acabar con su modo de vida, se habían cobrado a un par de valientes y cazadores. Y por ello pagaron el precio. Todos ellos, crucificados en los caminos, ojos y bocas cosidos, con sus tabardos y estandartes representando aquella rosa plateada delante de ellos, ardiendo o adornando los cadáveres…
Sentado sobre un tronco de roble, Sihásapa, Aquel-de-pisadas-negras, observaba un pequeño anillo plateado entre sus dedos. Y lo aplastó con ellos, dejándolo caer a las llamas. No eran las únicas malas noticias. Kohack Pezuñasalvaje había muerto, o eso decían los mensajeros. Les atacaban de todas partes. Nube Negra les había traicionado. No iban bien las cosas.
— Sihásapa.
La voz de un abrecaminos irrumpió su silencio, cuando el jóven cruzó las cortinas de su cabaña para hablarle. El cacique alzó la cabeza, clavando sus ojos sobre el menor.
— Una caravana con colores de la horda cruza hacia Ataya, portan armas… ¿Qué hacemos?
El cacique bufó una vez, encendiendo su pipa, echó el humo por la nariz y alzó la mirada de nuevo.
— Interceptadla. Quemad la caravana y cocinad a los kodos. Dejad huir a todos los integrantes, menos a los renegados. Si luchan, matadlos. Si os siguen, matadlos.
El abrecaminos asintió, saliendo de la tienda tras dar un saludo marcial al cacique. Sonó un cuerno de guerra en el poblado, y varias águilas echaron a volar. Ya habían dominado el vuelo entre los árboles, sigilosos. Y esa noche cenaron Kodo.
Y en mitad de la noche, el cacique ató una misiva a un águila, que no se dirigía a Orgrimmar, ni a los baldíos. Iba a Desolace. Al territorio Magram.