Los peores temores de Gael se habían confirmado, eso pensó la joven bruja cuando la experta en runas Drust terminó de analizar el texto de aquel maltratado cuaderno, dándole una noticia que ojalá hubiera arrojado algo más de esperanza sobre su ya de por sí complicada misión.
Al menos se acabó eso de ir dando tumbos sin un rumbo fijo, había dicho Clarence en su infinita elocuencia, para tratar de levantar un poco el ánimo de su compañera. Tras despedirse de la mujer de cabello rojo, recuperó el cuaderno y se encaminó a paso apresurado hacia su hogar, con la intención de ponerse en contacto con tantos aliados como le fuera posible. Ya no eran suposiciones lo que tenían entre manos, y arriesgaban mucho dirigiéndose a ese lugar incluso en compañía; toda precaución era poca.
Pluma en mano, redactó la carta sin perder un segundo.
"Queridos amigos y hermanos del Culto de las Sombras:
Me dirijo a vosotros con la esperanza de que podáis prestarme ayuda. Sé que muchos estaréis ocupados, o incluso lejos, atendiendo vuestros propios asuntos. Creedme cuando os digo que si no fuera absolutamente indispensable no os pediría que me acompañéis, pero me temo que la situación nos supera a Clarence y a mí; cuantos más seamos, más posibilidades tendremos de salir victoriosos de esta incursión.
Después de muchos meses de exhaustiva búsqueda, todas las pistas apuntan a Drustvar, en Kul Tiras. No puedo daros muchos detalles por si de alguna manera lograran interceptar esta misiva, pero será peligroso. La persona a la que buscamos se ha visto envuelta con gente y con magia muy peligrosa, sobra decir que acompañarnos implicará ciertos riesgos. Dejo a vuestro juicio la decisión, pero, en caso de acudir, nos reuniremos dentro de dos días en la linde del Bosque del Ocaso, al atardecer. Nos espera un largo viaje por delante.
Con mis mejores deseos,
Anabelle Ainsworth.
Intercambió una silenciosa mirada con su compañero, aquella calavera con la que tantas desventuras había compartido. Lentamente asintió, enrollando muy bien el pergamino, que tras unos instantes se prendió en un curioso fuego de color morado hasta consumirse por completo.
Llegaría una copia a cada uno de los destinatarios en cuestión de minutos. Ahora, sólo quedaba esperar.
“¿Estás nerviosa?”, la voz de Clarence interrumpió sus agitados pensamientos. Quién diría que estuvo el otro día tomando chocolate caliente tan tranquila…
—Sí, claro — respondió a media voz.
“Sé que no suena muy confiable viniendo de alguien con mi aspecto”, prosiguió el espíritu, que dejó escapar el eco de una risa resignada. “Pero nos hemos visto en situaciones muy peligrosas. Verás como todo sale bien.”
—Bueno, sea como sea… este es el camino que escogí. Con todo lo que hemos descubierto juntos, ya es muy tarde para echarse atrás — Anabelle esbozó una media sonrisa, guardando de nuevo la pluma y recostándose, prácticamente dejándose caer contra el respaldo de la silla.
Cerró los ojos, rememorando como en diapositivas cada uno de los momentos que les habían conducido hasta ese punto. Recuerdos preciados que prevalecían a pesar de los años. Esas eran las cosas que le daban la certeza de que al final, todo merecería la pena.
—Clarence… — murmuró, apenas en un susurro —, ¿me contarías una de tus historias?
Las historias que la transporaban a otra época, a cuando era mucho más pequeña, una niña solitaria que luchaba contra el miedo a la oscuridad en el silencio del orfanato.
“Siempre es buen momento para una de esas”, respondió él, en cuyo tono se podía alcanzar a imaginar una afable sonrisa.