Este es un pequeño relato que escribí unos meses atrás como presentación de un personaje neutral, Alina Zenik.
Una moneda dorada se escurrió de entre los dedos de la joven, sentada en una cómoda y lujosa silla de cojines aterciopelados de color violeta. Sus ojos verdes la siguieron, y solo cuando se detuvo en el suelo, se levantó para recogerla. Sus dedos rozaron la alfombra, del mismo color que los sillones y, cómo no, la mayor parte de la decoración de aquella sala redonda. El dorado despuntaba aquí y allí, igual que algunos tonos de azul pálido, pero el violeta era el color predominante. Muy aburrido y monótono, si le preguntaban a Alina.
Antes de incorporarse, con la moneda de oro nuevamente en su posesión, vio las punteras de unos zapatos asomando bajo las faldas de una toga azulada. Como si fuera parte de la decoración, también tenía detalles en violeta. Alina miró al individuo con expresión risueña y volvió a su asiento, frente a un escritorio de roble. Los ribetes de la madera casi parecían haber sido dibujados por la pluma que escribía con vida propia sobre un pergamino.
—Winter, entiendes que no podré garantizar tu protección, ¿verdad?
—No te preocupes, Gavin; nunca lo has hecho y sigo aquí. ¿Estás seguro de que no quieres deshacerte de mí y que tus planes no hacen más que fracasar?
Sus labios se torcieron con tristeza, mientras que los del hombre, notablemente mayor que ella, se curvaron en una sonrisa. Se atusó la barba castaña, con alguna hebra canosa asomando, mientras la observaba fijamente, como si quisiera adentrarse en su mente y leerle el pensamiento.
—Cuidado, igual te harás daño —advirtió la rubia, comenzando a juguetear distraídamente con uno de sus mechones. Ante la expresión confusa del mago, se vio en la obligación de aclarar—: Por pensar demasiado. Es lo que sucede con los magos, os acostumbrais a creer que lo sabéis todo, y cuando encontráis algo nuevo no sabéis cómo procesarlo. Temo por tu bienestar.
Alina fingió genuina preocupación mientras Gavin chasqueaba la lengua. Había algo de aquel trabajo que no le gustaba, e involucrarla a ella, mucho menos. Tal vez por los años que llevaban conociéndose, tal vez dejándose engañar por esa inocencia que parecía rodearla; una que bien sabía no era más que un papel.
Gavin era como un libro abierto para Alina. Además del modo en que la miraba, la comisura izquierda estaba torcida hacia abajo, su espalda se mantenía demasiado recta para lo que él acostumbraba y mantenía las manos cerradas en un puño. Todo aquello eran signos de que algo le escamaba y no estaba del todo seguro. Ella ya conocía los riesgos que conllevaba una misión como aquella, las trampas que podía haber ocultas a simple vista en unas ruinas mágicas. La acompañaría un aprendiz, alguien a quien todavía no conocía y el motivo por el que estaba allí, pero su impuntualidad le molestaba.
La puerta de gruesa madera se abrió con un estruendo. Allí estaba el aprendiz, quien parecía llegar con los pulmones fuera tras una carrera.
—¡Nos atacan!
La respiración agitada apenas le permitió decir mucho más, mientras gesticulaba con las manos de forma incoherente. Gavin se puso en pie y se volvió para mirar a través de uno de los ventanales. Si no fuera por la altura a la que se encontraba aquella sala, Alina dudaba que se pudiera escuchar nada de lo que sucedía en la ciudad, aun sin la barrera insonorizante que la rodeaba.
—No… —murmuró Gavin, sorprendido.
Alina miró al joven y después al mago, asomándose para ver qué estaba pasando. La gente corría despavorida por las calles mientras grandes criaturas arácnidas les perseguían y atacaban. Otros eran apresados en crisálidas hechas con su telaraña. Y allí, en lo alto de una torre, se sentía de pronto segura y ajena a todo lo que sucedía abajo.
—Alguien ha debilitado nuestras barreras.
—¿Cómo, maestro? —preguntó el aprendiz—. Creí que eso no era posible.
—Ahora eso no importa, es nuestro deber ayudar a quienes podamos mientras evacuamos a la señorita. ¿Winter?
La mujer mantenía la atención en lo que ocurría allí fuera. «¿Por qué moverse?», pensó. «Aquí estamos a salvo». Escuchó a Gavin decir algo más, cuando un nerubiano volador atravesó uno de los ventanales. Sus brazos la rodearon a tiempo para apartarla, usando su propio cuerpo como escudo. Tiró de ella para ayudarla a ponerse en pie y la tomó de los hombros, sacudiéndola para que reaccionara.
—Tenemos que irnos. No estamos lejos de la zona de evacuación, pero debemos darnos prisa. Nada de heroicidades, ¿entendido? —La respuesta afirmativa llegó con un cabeceo. Con una mano tras su espalda, comenzó a guiarla hacia la salida. —Venga, vamos, antes de que…
Ambos se detuvieron en seco. En el suelo, frente a la puerta, estaba el aprendiz peleando contra aquel nerubiano. Un agudo chirrido salió de sus mandíbulas mientras trataba de esquivar sus brazos, protegiendo su cuello y rostro. Enfocado en su objetivo, no vio llegar el carámbano de hielo dirigido a él, apartándole del muchacho y de la salida. Gavin se arrodilló junto al aprendiz. La sangre brotaba de una de sus heridas, demasiado profunda. Alina había visto morir a otras personas antes, pero nunca de aquel modo. Aquello era salvajismo en estado puro. Gavin le cerró los ojos aun cuando su cuerpo se movía, tal vez por espasmos, pero a Alina le dio la sensación de que el chico continuaba con vida.
El mago tiró de su muñeca para guiarla por las escaleras. Pronto se dieron cuenta de que no eran los únicos sorprendidos por el ataque.
—A las alcantarillas —Sugirió—. Aquí cerca hay…
—Ese no es el plan, Winter. Hay que evacuarte.
Los labios fruncidos de ella se fruncieron con indignación ante la idea de obedecer órdenes. Dominada por el miedo y el shock por lo sucedido en la oficina, espetó:
—Ya veo lo bien que le ha ido a tu chiquillo seguir tu plan.
El agarre sobre su muñeca se afianzó, y él tiró de ella sin mediar más palabra. Alina tuvo que apresurar el paso para no quedarse atrás ante las largas zancadas de Gavin.
Se detuvieron en una esquina. Gavin invocó una copia de sí mismo y la hizo avanzar. De nuevo se escuchó aquel chirrido agudo, esta vez de una criatura de mayor tamaño: una araña enorme, de inteligencia superior a la de cualquier arácnido común. La copia corrió en dirección opuesta a ellos, y la criatura la siguió.
—Tenemos que llegar a la plaza, cruzarla y seguir varias manzanas más hasta el Alto de Krasus, donde se evacuarán a los civiles.
—¿Civiles? —Los ojos de Alina, abiertos de par en par, se fijaron en los de él. En aquel instante memorizó que eran grises, como si no se hubiera dado cuenta de aquel detalle—. ¿Tú no vendrás?
—Debo ayudar en la defensa, no puedo irme. Pero no te preocupes, me reuniré contigo más tarde. Te lo prometo.
La mujer deshizo el agarre sobre su muñeca para aferrarse a su mano.
[…]
La oscuridad la envolvía. Le costaba respirar e incluso moverse, pero al menos los gritos de pavor se habían desvanecido. El sonido le llegaba amortiguado. Se encontraba atrapada en algo pegajoso.
—¡Ayuda! Por favor, ¡que alguien me ayude!
Trató de mover los brazos, de alcanzar la daga de su cinto, pero sus movimientos estaban muy limitados. ¿Cuánto tiempo llevaría así? No recordaba mucho antes de caer inconsciente y se había despertado en un lugar desconocido.
Una voz le habló, pero apenas pudo captar unas vocales sueltas. No entendía lo que decía, pero volvió a gritar por ayuda. No querían que la dieran por muerta, que la abandonaran. De repente, el sonido de algo resquebrajándose. Quería ver por dónde, pero era imposible saberlo. No supo los minutos que estuvo en aquella crisálida de seda intentando escapar, pero lo primero que hizo al salir fue caer de rodillas al suelo y vomitar. Un hombre y un mago del Kirin Tor la habían rescatado. Mientras este último vigilaba los alrededores, el otro le sujetó la melena a Alina.
—Gavin —susurró con voz temblorosa y débil—. Tengo que encontrarle.
—Primero respira, chica, luego veremos de volver a la cueva. Igual está allí.
—N-no lo entiendes. Estábamos en Dalaran, estábamos…
—Huyendo, sí, como todos, y ahí nos atraparon. Por ahora hemos enc-
El mago les chistó, y con varios gestos les indicó que debían salir de allí. Pronto tendrían compañía.
No muy lejos de allí, una pequeña apertura oculta tras el follaje llevaba a una cueva en la pared. Aunque, por lo que había podido ver, estaban bajo tierra. Allí había otras personas, pero ni rastro de Gavin. «Estará en otra crisálida», le dijo el hombre. Bebió de su odre, comprobando que no les habían quitado nada, y revisó el estado de sus armas. No tardaron en explicarle que alguien había saboteado las defensas de la ciudad, permitiendo que los nerubianos entraran en Dalaran y sembraran el caos. Era todo lo que sabían, pero algunos aseguraban que, en un momento así, la ciudad debía haberse estrellado contra el suelo. Alina necesitaba respuestas y no se quedaría de brazos cruzados. Ignoró las advertencias sobre el peligro de salir a buscar a otros.
El lugar era oscuro y, sin duda, la caverna más grande que Alina había visto. La extensión de la misma se perdía en la profunda negrura. Avanzó varios metros pegada a la pared rocosa, buscando refugio de las sombras, cuando un chasquido agudo y entrecortado la obligó a esconderse tras unos arbustos secos. Siseos ininteligibles y el sonido de múltiples patas moviéndose se mezclaban en el aire. Un nerubiano de gran tamaño caminaba junto a otro más pequeño. El roce de la quitina producía un sonido desagradable. Era incapaz de descifrar qué decían. El corazón le palpitaba, esperando no ser descubierta. Los arácnidos continuaron su camino y la mujer pudo seguir avanzando. Su paso fue cauteloso pero decidido; no tenía tiempo que perder. Debía encontrar a Gavin cuanto antes. Era de las pocas personas con las que se había cruzado que no la había juzgado nada más verla, que la había aceptado tal como era. Le había ofrecido una mano amiga y, con la suficiente paciencia, se había ganado el cariño de la semielfa. No podía abandonarlo. Él no lo haría.
En una pequeña explanada vio varias crisálidas de seda. Echó un vistazo alrededor; no parecía haber nadie vigilando. «¿Para qué? No esperan que nadie salga de ahí, y a saber si querrán mantenernos con vida». Examinó el terreno en busca de trampas y, al no encontrar nada sospechoso, se acercó a las crisálidas. Extrajo la daga de su cinto y, con cuidado, no queriendo herir a quien estuviera dentro, abrió el primero. En su interior, una mujer joven sin vida, con varias heridas. Hubo supervivientes en los dos siguientes. En el cuarto, por fin, encontró a Gavin. Malherido, pero vivo.
—Alina. —La sorpresa tiñó su rostro y su voz. Esta vez usó su nombre en lugar de su apodo. —Has sobrevivido.
—Y con mejor aspecto que tú —respondió ella, intentando mantener el ánimo ligero—. Venga, vamos a ponerte a salvo.
El pequeño grupo de cuatro siguió los pasos de Alina de regreso a la cueva sin incidentes, moviéndose como sombras. A pesar del miedo, del temblor de sus cuerpos y de las ganas de huir, lograron llegar a la apertura en la roca y resguardarse. El de la semielfa y el arcanista pareció ser el único reencuentro. No tenían nada más que lo que llevaban consigo cuando fueron capturados y debían bastarse con ello. Por el momento, necesitaban recuperar el aliento. Ya verían cómo salir de allí.