-Últimamente está alterado…- murmuró Rupert con la mirada perdida en las páginas del viejo diario de Sareth, abierto sobre el escritorio. Textos en demoniaco se entremezclaban con reflexiones acerca de la naturaleza del Vacío. Y de pronto…
-¡Maldita sea!- Rupert apartó rápidamente con la mano derecha la ceniza que había caído sobre las páginas del libro. El cigarrillo en su boca estaba casi consumido y no se había dado ni cuenta. ¿Cuánto tiempo llevaba perdido en el Kenosis Vil?
Desde hacía semanas el libro se mostraba más activo de lo habitual. Vibraba con frecuencia y violentamente. En una ocasión llegó a caerse del fuerte agarre con el que Rupert lo transportaba en su cadera. Las sacudidas resultaban, a veces, agotadoras. Y más de una vez pensó en deshacerse de él. Pero, ¿cómo? Demasiado peligroso para abandonarlo sin más. ¿Quemarlo? Sí, parecía una buena opción. Y lo intentó.
Imposible. El libro parece vivo. ¿Es eso posible? Sin embargo, a veces desprende un susurro amable, aunque muy debilitado. Otras ruge con fuerza, amenazante, tanto que parece desprender el mismo calor que el aliento de un dragón. El Kenosis Vil se niega a ser destruido. Algo dentro de él reclama la vida de Sareth. Rupert llegó a temer al libro más que al propio Sareth.
Decidido a intentar calmar las ansias del diario, trató de escribir algo. Abrió el libro por la última página en blanco, cogió su pluma del escritorio y trató de anotar una pregunta. ¿Respondería el libro? No. La tinta se consumió al instante, vaporizada, al entrar en contacto con la página en blanco. El libro comenzó a sacudirse, rugir y, sin más, se cerró.
Sobresaltado, Rupert dejó la pluma rápidamente sobre la mesa, manchando el mantel de seda verde. Trató de contener las sacudidas del Kenosis con ambas manos, lo cogió y lo agarró con fuerza a las correas de su cadera. ¿Qué podía hacer? ¿Qué significa todo esto?