[Relato] La Sombra del Clan

El Portal Oscuro, un recordatorio perpetuo del pasado reciente de Azeroth, de su historia más oscura y devastadora. Sus energías mágicas bullían entre sus encantadas piedras, su fuego perpetuo iluminaba de forma continua las inmediaciones del puente entre dos mundos. Las Tierras Devastadas se extendían ante la estructura, enormes, infinitas, un reflejo del otro lado, pues el polvo rojo se extendía hasta el horizonte en un paisaje desolado y traicionero. Pese a ser el origen de tantos recuerdos, en ese momento el portal permanecía con una guardia mínima, se suponía que ya no había amenazas que vigilar. En teoría, nadie iba a venir a Azeroth por ese camino, nadie iba a traer la calamidad. Se equivocaban.

De entre las energías mágicas del portal, una sola figura emergió del mismo. Era claramente un orco, pues su estatura, corpulencia y detalles en su armadura no daban lugar a la duda. Si había un color que identificara a ese orco, era el negro. Toda pieza de cuero, placa o malla de su variopinta armadura estaba teñida de colores oscuros, parecía que el ser hubiera rapiñado partes de diferentes armaduras para confeccionar la propia. Vestía en su hombro derecho una pieza de placas al estilo gladiatorio, sus guantes eran de duro acero desgastado, al igual que sus grebas y botas. En su cinturón asomaba el cráneo de algún animal muerto tiempo atrás, la mitad de su rostro yacía cubierta por un pañuelo negro que impedía ver más allá de una mirada de depredador. Por su pecho caían dos trenzas y por su espalda, encima de una enorme capa sucia, reposaba el resto de su melena, también recogida en laboriosas trenzas. Atadas a su espalda, enfundadas, había dos espadas de tosca manufactura. Su pelo, al igual que su atuendo, era oscuro y sin embargo, había algo diferente en su piel, pues era de un color grisáceo casi pálido, nada propio de los mag’har de Terrallende. Pero había más. La poca piel que dejaba entrever en su rostro estaba surcada por cicatrices, multitud de ellas. Algunas se entrecruzaban, algunas habían sido doblemente abiertas con objetivo de causar más dolor al orco. En otras partes de su frente había huesos que se clavaban en su piel por una parte y sobresalían por otra, algo sádico y de sumo dolor al habérselo hecho.

La tenebrosa capa del enigmático orco revoloteó cuando acabó de cruzar el portal. Al alcanzar Azeroth, se arropó con ella a su alrededor y en silencio, cual murciélago nocturno, contempló el paisaje muerto a su alrededor. ¿Era de día? ¿De noche? Quién podía saberlo. Tantas semanas al otro lado le habían pasado factura, la noción del tiempo era distinta y ahora tendría que acostumbrarse de nuevo a los ciclos de Azeroth. El orco rodó su cabeza por encima de sus hombros, causando que algunos huesos crujieran. Poco a poco descendió por los escalones del portal, la capa pegada a su espalda, sus trenzas moviéndose al compás de las energías salvajes de la entrada. Cuando hubo llegado a los pies de la estructura, un par de orcos con el tabardo de la Horda se le acercaron.

-¿De dónde vienes tú, eh? ¿Qué haces aquí? Nombre, ocupación y destino.- El desconfiado vigía pronunció aquellas palabras con sumo aburrimiento, no parecía que el tráfico de orcos de un lado a otro fuera algo del todo raro.

-Gur’tok, asaltante en Thrallmar, me dirijo al frente de Arathi, nuevas órdenes de movimiento.- El oscuro orco le tendió un documento al guardia, uno que en efecto, llevaba el sello de Thrallmar.


-Tu hora ha llegado, levántate y deja de holgazanear.

La potente voz de Kurgan se pudo oír incluso antes de que el jefe apartara de un manotazo las pieles de la entrada de la choza de Shatul. El Mano Destrozada se incorporó de inmediato, firme cual soldado obediente encarando a Kurgan. Había aprendido por las malas que era mejor que fuera así. El jefe orco dispuso los brazos en jarras y se quedó largos instantes observando el maltrecho rostro del joven orco gris.

-El Torneo Lok-Narash. ¿Lo recuerdas? Claro que lo recuerdas, iniciaste peleas en las calles de Dazar’alor, brindaste por Grito Infernal e incluso acabaste en los calabozos de los rastari. Te saqué de ahí porque vi algo en ti, Shatul, pero no ha sido hasta ahora que la ocasión se ha presentado por voluntad de los espíritus.

Shatul arrugó la mirada, desconfiado cual perro callejero, miraba a Kurgan de soslayo, tenso, erguido y preparado para cualquier cosa que tuviera que venir.

-Jefe. Lo que ordenes, se hará.- Incluso a él le sonaban vanas esas palabras, llenas de sometimiento y pronunciadas de forma cabizbaja, pero le debía eso a Kurgan, le debía una al clan.

-Hasta ahora has acompañado al clan como una sombra, aguardando el momento en el que yo te diera permiso para actuar por tus ideales y en segundo lugar, por tu deuda. Bien, hoy empezará el cobro de la misma, Shatul.- El jefe rebuscó en su cinturón y extrajo un mapa, el cual tendió al orco.- Es un mapa de Península del Fuego Infernal, ese será tu primer objetivo. Irás a Thrallmar y conseguirás una de las muchas órdenes de movimiento que tienen para la correcta rotación de tropas entre los mundos.

-¿Para qué, jefe? ¿No estamos bien aquí?- Preguntó un incrédulo Shatul. La estrategia y la política no eran su fuerte, en efecto, pero Kurgan le quería por sus otras cualidades.

-El clan lo está, pero no nuestros aliados. Se ha iniciado una revuelta, Shatul, una la cual no dejaré caer. Quemasendas necesita tiempo para armarse, entrenarse y estar dispuesto para la lucha, le daré ese tiempo al clan bajo mi supervisión, pero no dejaré caer a mis aliados en la lucha. Tú te encargarás de cruzar el Portal Oscuro, Shatul.

El orco de tez cinérea asintió, llevándose el mapa enrollado a su pecho desnudo, uno recubierto de centenares de cicatrices.


El guardia abrió el documento entregado y con suma parsimonia comprobó como todo estaba en regla. Al cabo de un solo instante enrolló el pergamino, lo tendió de vuelta y asintió.

-Adelante, Gur’tok, te queda un buen trecho hasta el frente. Vigila los caminos, por la Horda.
-Por la Horda.

El misterioso orco tomó el pergamino de vuelta y lo guardó cuidadosamente en su bolsa. A continuación se encaminó hacia el norte, buscando salir cuanto antes del enorme cráter que tenía ante él. Cuando estuvo a una distancia prudencial de los vigías, en el interior de su máscara facial Shatul sonrió.


-¿Qué tendré que hacer luego? ¿Qué objetivos tendré?- Preguntó un Shatul responsable, había dejado el rencor a un lado, pues ahora se le presentaba una oportunidad única para demostrar su valía a los ojos de Kurgan. Se pronunciaba con voz rasgada, ni de lejos tan profunda como la del jefe.
-Recorrerás todo tipo de puestos de avanzada y tabernas de la Horda de las Tierras Devastadas a Alterac. Reunirás toda clase de gente descontenta con el rumbo que están tomando las cosas, potenciales rebeldes. Cuando llegues a las montañas, ve al antiguo lugar donde se alzaba el Colmillo Ardiente, busca cualquier tipo de señal del enemigo y sobretodo, busca supervivientes. Podríamos haber dejado a alguien atrás.
-Comprendo, jefe.- Asintió una sola vez.


Tras muchos días de marcha, viajando mayormente al amparo de la noche, Shatul descendió por las montañas de Khaz Modan, alcanzando los Humedales. Cual sombra en su hábitat, el pálido orco se deslizó entre pantanos y plantas podridas hasta alcanzar el puente Thandol y cruzarlo por su parte inferior, colgándose de su estructura con habilidad. Pasó otra jornada y a lo lejos, iluminado por unas antorchas en sus almenas, divisó el puesto de Sentencia, base de operaciones secundaria de la Horda en el territorio a parte de Ar’garok. Contempló que la actividad del ejército no era tan grande ahí, por lo que se encaminó hacia el lugar al amparo de la noche y de un cielo nublado.


-Busca a todo aquel que pueda socorrer a nuestros aliados tauren, Shatul. Forma un contingente preparado para el combate que esperará en Kalimdor. Los objetivos te los dará Ata’halne de los Pezuña Negra, combatid junto a ellos a todo coste, no importa contra quién mientras sea enemigo de los tauren. Será duro, sucio y traicionero, pero creo que estarás como pez en el agua en ese ambiente. ¿Acaso me equivoco?

El orco gris sonrió a Kurgan, lleno de confianza, arrogante.

-Se hará como digas, jefe. Lucharé por el honor del clan, el mío y el de la verdadera Horda.
-Sea pues, Mano Destrozada.- El jefe se giró y empezó su marcha, cuando hubo apartado las pieles de la entrada se giró una última vez.- Nada de tabardos ni insignias, tendrás que pasar desapercibido. No me falles.

Por primera vez en su estancia junto a los Quemasendas, Shatul realizó un saludo militar, correcto y formal, tras ello asintió y Kurgan marchó a sus otros quehaceres. El infame orco no perdió el tiempo en pensamientos lúgubres y se puso de inmediato a preparar su equipo, armas y bolsa para el viaje, uno que sería arduo y muy, muy largo.

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