[Relato] Lealtades shal'dorei

— Bien, te garantizo tu vida si me traes lo que te he pedido —. La shal’dorei finalizó su escrito y lo extendió a su contraparte, un orco.

Aquel orco había estado visitando su despacho en lo que ella consideraba ya demasiadas ocasiones. El hedor que dejaba cada vez que marchaba era tan insoportable que debía de ventilarlo para encontrarse con el aún más pestilente olor que desprendía Orgrimmar.
Había llenado su despacho de plantas aromáticas para recordar su antiguo hogar, y sin embargo la mugre del orco opacaba el aire, haciéndolo asfixiante y pesado, por lo que tenía que salir del edificio y dar una vuelta.

Sin embargo esta vez sus enguantadas manos se deslizaron por las cubiertas de su pequeña biblioteca. Todo lo que podía rescatar de su casa y llevar a esa pequeña estancia en la que pasaba largas horas del día eran esos libros, tratados sobre plantas, magia y escribanía, entre otros.

Una sonrisa ladeada se esbozó en su rostro cuando encontró aquel que buscaba.

Depositó el gran tomo oscuro sobre la mesa, y con un gesto de su zurda éste se abrió.

Sus ojos se entrecerraron mientras se perdía en sus letras, y las figuras etéreas se entrelazaban por sus dedos sin rumbo fijo, sin orden, y seguían siendo hermosas.

El hedor acabó pasando, y pronto había descubierto que los minutos pasaban más deprisa de lo que le hubiese gustado.

Las sombras la entretenían de una manera fascinante, nunca antes conocida para ella. Quizás se hubiera versado en ellas si no hubiese sido reticente por culpa de los tratos de la antigua reina Azshara.

Humedeció sus labios, y con sendas manos retiró su largo cabello albino tras su espalda. Tomó la pluma de nuevo y un papel limpio.

Comenzó a escribir.

Hubo un tiempo en el que tan solo ansiaba una vida tranquila, y todos los disturbios por culpa de sus líderes habían socabado sus planes, pero todo cambiaría a partir de ahora.

Durante sus diez mil quinientos años de estancia en Suramar, había aprendido las maneras de los shal’dorei, todos sus engaños, sus ilusiones.

“La ilusión es un mero truco de manos”, le dijeron algunos arcanistas, y en su momento opinó lo mismo. Y sin embargo su forma de vida se basaba en esos trucos de manos, porque divertían, ¿O no?

Hacían a la gente olvidar lo que realmente estaba pasando, que vivían con demonios.

Y los demonios muchas veces no eran los que enviaba la Legión Ardiente, eran los propios shal’dorei con sus falacias y sus engaños.

La Gran Magistrix había considerado enemigo del pueblo a todo aquel que se opusiese a su régimen, y ella se había mantenido al margen, en silencio. Había funcionado, pero no había obtenido privilegios y había vivido con miedo.

No lo haría más.

Terminó de escribir y agitó la carta en el aire, para secar la tinta. La dobló con sumo cuidado y chasqueó los dedos mientras cogía una barra de lacra purpúrea. De sus dedos emergió una llama que comenzó a derretir la misma. Ésta goteó sobre el borde del doblez, y la nocheterna plantó el sello del loto junto a su firma.

Sonrío levemente y se impulsó con sus manos sobre la mesa hacia atrás, en su asiento.
Se mordió el labio inferior y extendió las sombras antes conjuradas hacia el marco de la puerta.


Unas horas después, el orco se dirigía de nuevo hacia el despacho de esa nocheterna. Había escuchado rumores, no sabía si creerlos, pero todos los que acudían a ella parecían satisfechos con sus servicios. Observó la bolsa de cuero negro en silencio. Algo tintineaba en su interior, pero había órdenes expresas de no mirar lo que guardaba.

Tocó a la puerta de aquel lugar algo apartado, por esa zona vivían varios nocheterna según había estado observando. Carraspeó y aguardó. La puerta se abrió. Al otro lado había una nocheterna con el pelo más corto que la dueña del despacho. Tenía ambas manos tras su espalda y aguardó a que entrase.

El orco avanzó, algo titubeante, pero la seguridad en tiempos como los que corrían en la horda le importaba. No quería que algún no-muerto acabase con su vida.

Tras cruzar el umbral de la puerta, sintió una energía oscura. Se dio la vuelta, y la puerta se cerró. Miró al frente, al escritorio ornamentado de la nocheterna y ladeó la cabeza. La silueta a contraluz, afilada, de aquella mujer le inspiró un escalofrío, y cosas más oscuras que prefirió no pensar.

La presencia oscura que había sentido se materializó, haciéndole caer al suelo. Se descubrió encadenado por grilletes de sombras, y gimió, algo asustado, y sin embargo rugió con furia.

— ¡¿Qué significa esto, bruja?! —. Su rostro se crispó al ver como avanzaba con suma lentitud hacia él, y como la tela negra de su túnica emitía un frufrú que no hacía sino tornar el ambiente más aterrador de lo que pudiera ser ya.

La shal’dorei dejó escapar una melodiosa risilla — Oh, por favor, ¡qué modales! Deberías aprender a respetar a tus superiores.

La mujer sonrío y se agachó para coger el saco. De él extrajo un collar de perlas.

— Pobre Lady Mary Antwood, asesinada por un infeliz orco en contra de nuestra única y verdadera jefa de Guerra…

— ¡¿Qué?! ¡¿De quién demonios me hablas?! ¡Yo no he asesinado a nadie, pero tú serás la primera en morir si no me sueltas ahora mismo! —. El orco, enfurecido, se agitó en las cadenas, que oprimían sus muñecas y piernas con fuerza.

— Oh, no querido. No me hables así. — El tono de la nocheterna sugirió cierta molestia, y el fruncimiento de sus labios lo confirmó. El dorso de sus dedos acarició su propia barbilla, pensativa. — ¿Qué haremos contigo, pequeño asesino?

— ¿De qué hablas? ¡¡PROMETISTE QUE ME PROTEGERÍAS, BRUJA ÉLFICA!! — El orco rugió con furia, tratando de deshacerse en vano de sus cadenas.

La elfa alzó una de sus albinas cejas, a la vez que su mirada, y adoptó una postura pensativa.

— ¿Ah, sí? La verdad, no lo recuerdo.— Sonrió con mezquindad y asintió a la otra elfa que aguardaba en silencio en la puerta.

En un solo movimiento sesgó el cuello del orco, que emitió unos últimos quejidos antes de que las cadenas se desvaneciesen y él cayese desplomado en el suelo.

La elfa de la túnica sirvió vino de arco en una copa de plata, y se giró con suavidad hacia la shal’dorei asesina de la entrada. Le tendió la carta con el sello.

— Asegúrate de que esto llega a manos de la jefa de Guerra, o a sus oídos. — Miró hacia el cadáver del orco con desprecio, mientras se dirigía hacia su escritorio de nuevo. — Dile que ahora tendrá un soldado más en su ejército de no-muertos, pues él era el culpable de la muerte de una de sus seguidoras —. Señaló con desdén al orco.

La elfa asintió y salió con la carta y el collar de perlas de Lady Mary Antwood, y cerró en silencio tras de sí. La arcanista cruzó una pierna sobre la otra, mientras mecía la copa en diestra y observaba los restos de la magia sombría desvanecerse en el aire. Perpetuó una sonrisa sutil, y dio un trago del dulce vino de arco.

— Que la Jefa de Guerra sepa que Laediel Lunarcana le es leal.


OFF:

¡Buenas!
Es mi segundo relato de rol con respecto a WoW, pero el primero de este estilo.
Tras haberlo leído varias veces, incluso diría que en la primera, sé que no genera ese sentimiento ya no de miedo, pero tampoco de escalofríos.

Estoy empezando a escribir sobre temas oscurillos e intentaré ir mejorando :smiley:

Si leéis esto no dudéis en dejar críticas constructivas, las aceptaré todas y trataré de mejorar con ellas!

Por lo demás, espero que os guste =)

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