[Relato] Nuevos caminos

Los tambores callaron, los cuernos dejaron de sonar, el acero fue silenciado y con todo ello se abrió un espacio de tiempo para la reflexión, para meditar y tomar decisiones. Orgrimmar se hallaba inusualmente silenciosa, pareciendo que tanto vencedores como vencidos no quisieran alterar la frágil paz del momento. La noche se había postrado sobre la capital de la Horda cual manto tranquilizador, dejando solamente iluminadas las calles y el interior de las chozas por muchas hogueras. De vez en cuando se podían oír los pasos de un guardia realizando su ronda por las calles, pero nada más. El pueblo descansaba con cierta seguridad en sus hogares.

Kurgan se encontraba en el interior del cuartel del clan en la ciudad, la sala que habitaba era a la vez dormitorio y despacho personal, pues rara vez se separaba de su correspondencia o de sus múltiples libros, los cuales eran inseparables de él. El orco leía un libro con ambas piernas cruzadas, su cuerpo descansando sobre una piel de grandes dimensiones. A su lado quemaba incienso de forma lenta y armoniosa, llenando el lugar de un dulce aunque potente olor. A veces detenía su lectura para apoyarse a una pequeña mesilla a su vera, tomaba una pluma de vientorroc y la mojaba en tinta para realizar alguna anotación en un pergamino amarillento. El ambiente era armonioso e invitaba a la lectura, a la meditación y la reflexión.

Parecía que las horas pasaban y pasaban hasta que, de repente, alguien llamó a la puerta con un par de golpes suaves.

— Adelante.—dijo Kurgan sin apartar la vista el libro que tenía en su mano izquierda, mientras que con la derecha, seguía anotando palabras en el pergamino.

La puerta se abrió y de ella emergió un inconfundible anciano orco de faz lobuna. El chamán realizó una reverencia y cerró la puerta tras él, a continuación levantó levemente su faldón para sentarse frente a su jefe. Kurgan seguía leyendo y escribiendo casi al mismo tiempo, parecía absorto en lo que estaba haciendo. El chamán sonrió, pues parecía algo común en el jefe, incluso algo que se había llegado a echar de menos entre las gentes de los Quemasendas.

El anciano decidió que no quería interrumpir inmediatamente a su jefe, así que se retiró la máscara de lobo de su cabeza, dejando al descubierto su viejo rostro surcado por cicatrices. Su único ojo escuadriñó algunos de los libros que el jefe orco tenía apilados frente a él, uno en especial le llamó la atención, pues permanecía abierto. Lo tomó entre sus manos encallecidas. El volumen era elegante, parecía caro, sin duda no era de origen orco. Miró su portada, levantó una ceja, confundido y miró al jefe.

—"¿Iniciación al Darnassiano?"— preguntó, sonriente.
— Ahám.— fue todo lo que dijo Kurgan, inmerso en su peculiar trabajo.
— ¿Para qué quieres aprender el idioma de los kaldorei?

Kurgan detuvo su pluma un solo instante, no se movió un ápice, tan solo deslizó sus ojos hacia el chamán.

— Porque si logro aprender darnassiano, viejo amigo Nargulg, tendré unas bases sólidas con las que aprender dos idiomas más, el thalassiano y el shalassiano, ambas lenguas habladas por nuestros aliados en la Horda. Además, la guerra ha terminado, tal vez me sea útil saber leer y hablar darnassiano. Aun hay cicatrices que requerirán de tiempo y esfuerzo para sanar.

Nargulg captó al instante lo que quería decir su jefe. Asintió varias veces, pensativo y algo cabizbajo, levemente abrumado por los recuerdos. Aun así se recompuso y observó a Kurgan, quién había vuelto a su lectura y escritura. El chamán se había acostumbrado a que aquél orco parecía poder hablar y trabajar al mismo tiempo. No le incomodaban los silencios que reinaban a su alrededor mientras eso sucedía. El jefe se las apañaba para crear una atmósfera de equilibrio a su alrededor.

Pasó el tiempo y, finalmente, Kurgan dejó la pluma reposar y cerró el libro, el cual dejó sobre una pila de otros más. Tomó un saquito de arena secante y esparció granos de la misma por la superficie del pergamino, para que así secara antes. Sopló un par de veces y dejó el papel a su lado. El chamán no pudo evitar observar su contenido.

—¿Qué clase de runas son esas? Por la nieve y la tormenta, no había visto eso en ninguna parte. ¿Dialecto Filo Ardiente?—inquirió Nargulg.
— Tienen cierta similitud, pero no, no lo son. Eso es pandaren.

La cara del viejo chamán era un poema.

— Kurgan, estudiar tantas lenguas a la vez te dañará algo en la cabeza. ¿No tienes suficiente con una lengua con miles de años de antigüedad que, al mismo tiempo, estás aprendiendo otra de igual recorrido?
— Tengo tiempo libre. Además, sin una rebelión que gestionar ni batallas que planear, ahora puedo dedicar tiempo al conocimiento. Tú eres el primero que no quiere que nuestra raza no sea solo conocida por nuestra fiereza, si no por nuestra inteligencia y adaptación ante nuevos retos. Bien, me estoy adaptando.

El jefe alzó la cabeza, claramente convencido de sus palabras, casi serio, más no enfadado ni con reprimenda en sus palabras. Creía en lo que decía.

— Está bien, está bien.—dijo finalmente Nargulg, alzando ambas manos, sonriente.— ¿Qué te propones?

Kurgan señaló con un dedo sucio de tinta el pergamino que hacía pocos instantes había dejado de escribir. Tras ello miró a Nargulg.

— Eso es una petición para visitar Pandaria durante varias semanas. Además de que me sea asignado un maestro. Sé que la guerra me ha dejado cicatrices en lo más hondo de mi ser que difícilmente podrán ser reparadas con mis métodos tradicionales. Y… algo me dice que lo peor está aun por venir, más allá de este conflicto concluido hay fuerzas que planean nuestra destrucción.
— Comprendo.—afirmó el chamán.— ¿Irás solo? Tu seguridad…
— Deja de tratarme como a un jovencito, Nargulg. Sé lo que se espera de mi, pero también sé que necesito esto.— alzó una mano conciliadora hacia el viejo orco.— Iré con mi esposa y mi hijo. Eso siempre que a Zashe le parezca bien que nos vayamos una temporada juntos a una tierra extraña para ella y para el cachorro.

Kurgan desvió levemente la mirada ante la mención de aquella “tierra extraña”. Años atrás había formado parte de las fuerzas de invasión de la Horda liderada por Garrosh contra el continente de Pandaria. Tiempos sencillos, pensó, que tuvieron consecuencias inesperadas, fatales. Sin embargo, Nargulg le sacó rápidamente de su reflexión momentánea.

— ¿Tienes intención de seguir las enseñanzas de los pandaren? No niego que son interesantes, pero recuerda quién eres, recuerda de dónde vienes.

El jefe orco sonrió débilmente mientras escuchaba a Nargulg, casi parecían palabras de su propio abuelo, Saburo. Asintió lentamente.

—Sé quién soy y recuerdo de dónde vengo, viejo amigo.—a continuación negó— No tengo intención de seguir el camino de los llamados “monjes”. Sin embargo, su filosofía de excelencia en el arte de la meditación y el combate desarmado me interesa. Parecen tener un equilibrio en todas sus acciones, algo parecido a mi antiguo clan. El acero siempre será mi vida, Nargulg, lo sabes. Si emprendo este viaje será para hallar precisamente eso, un equilibrio en mi interior que me permita afrontar con fuerza los retos del mañana.

Nargulg iba asintiendo a medida que Kurgan exponía sus ideas.

— Además, les debo a los pandaren algo más que una herencia de destrucción. La última vez que visité sus tierras fue en otra guerra. Hoy espero poder hacerlo en paz y con voluntad de aprender. Con suerte, quizá ellos aprendan de mi, al igual que yo lo haré de ellos, si aceptan mi presencia entre sus gentes. Pero como digo, antes lo hablaré con mi esposa.
—¿Y cual es el plan a partir de ahora, jefe?— preguntó Nargulg.
—Nuestra presencia en Orgrimmar es buena. Permaneceremos aquí unos días más hasta que las aguas vuelvan de nuevo a su cauce. Los brutos del clan patrullarán las calles mientras así sea y ayudaremos en lo que podamos a la gente necesitada. Sin embargo, cuando todo se calme, nos iremos.

Nargulg abrió su ojo bueno de par en par. ¿Quería decir eso que…? Kurgan vio su reacción y negó al instante.

— No, el Poblado Colmillo Ardiente yace destruido y así yacerá mientras yo lo dictamine. Es momento de perseguir nuevos retos, viejo amigo, nuevos horizontes. El momento del renacer de nuestro antiguo poblado aun no ha llegado, pero lo hará, eso te lo puedo prometer.— Kurgan extendió su brazo y apretó el hombro del viejo chamán, reconfortándole, este asintió.
— Lo que decidas, se hará.
— Hay un lugar, no tan lejano como Alterac, que será nuestro nuevo hogar. Ya he enviado varios pelotones de peones para allá y se ha empezado a acondicionar el terreno.—mientras hablaba, Kurgan sonreía.— Tendremos un nuevo hogar, Nargulg. Cuando haya más novedades te contaré los detalles. Antes de eso iremos a otro lugar. Regresaremos a Nagrand, iremos a buscar a mi hijo, Nagrosh, junto a todos los otros Quemasendas que se quedaron atrás mientras partíamos a la guerra contra Sylvanas.

El viejo chamán sonreía también, contento tanto por la noticia de un nuevo hogar, como por la posibilidad de ver de nuevo la Tierra de los Vientos.

— Levantar el campamento que construimos en Nagrand nos va a llevar varias semanas. Además, será un buen momento para presentar nuestros respetos a los ancestros. Es el amanecer de una nueva era, debemos agradecérselo a ellos también. En ese tiempo, Zashe, Nagrosh y tú podréis ir a Pandaria, si finalmente lo decidís.

— Sea así entonces.— Kurgan asintió, contento por el buen humor del chamán.

Nargulg se levantó, echando alguna maldición por sus viejos huesos, y se encaminó hacia la puerta. Sin embargo, antes de abrirla se dispuso la máscara de lobo sobre el rostro y se giró hacia Kurgan, quién permanecía sentado, ahora con el libro “Iniciación al Darnassiano” entre manos.

— Ah, jefe, una cosa más. Grohka está impaciente por tener su espada. Quiere empezar sus clases de esgrima y su nerviosismo está acabando conmigo.

Kurgan levantó la vista y miró al chamán a la par que también alzaba su ceja derecha.

— La espada estará lista cuando esté lista. Ya sabes que los métodos de mi antiguo clan son precisos, eficaces y que requieren de tiempo. Todo ello debe ser respetado. Cada hoja contará su historia a través de cómo sea blandida. Eso es algo único. La joven Grohka deberá tener paciencia.

El viejo chamán sonrió y asintió, tras ello desapareció tras cerrar la puerta. Kurgan relajó sus facciones y también sonrió, divertido por el nerviosismo de Grohka ante la espada que le estaba forjando. Sin embargo sacudió su cabeza un par de veces y se sumió de nuevo en su lectura. Recitó en voz alta:

— “Thero’shan”, honorable estudiante. “Shan’do”, honorable maestro.

Y así siguió y siguió durante horas hasta que la mente le dijo basta y acudió a su lecho, en el cual ya se encontraba Zashe, envuelta en gruesas pieles. Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente. Tras ello se acomodó en la cama. Su esposa, aun dormida, se abrazó a él por puro reflejo. Hacía mucho tiempo que no la veía dormir de forma tan relajada. Se alegró por ello, cerró los ojos y pensó en el mañana, en todas las grandes cosas que le deparaban tanto a él como a su clan, los Quemasendas.

8 «Me gusta»