-Este relato esta basado en un encuentro contra un jugador druida Elfo de la noche durante el leveo haciendo misiones en Vallefresno.
El bosque estaba en silencio, las frondosas copas de los árboles crecían altas y fuertes, casi perdiendose a la vista desde los que por el suelo caminaban y alzaban sus ojos hacia el natural tejado; en algunas zonas, la oscuridad arrojada por los árboles hacia imposible saber si era de dia o de noche, pero el bosque siempre estaba iluminado por un fantasmal y místico brillo, para algunos un fenómeno hermoso, para otros, algo capaz de helar la sangre.
Vallefresno, el bosque sagrado, un proveedor de madera único, el lugar donde la maldición de los Orcos acabo; era también uno de los lugares en los que el conflicto entre la Horda y la Alianza había estado mas presente que en la mayoría de frentes, la ferocidad de los Kaldoreis por expulsar a sus enemigos del lugar, solo era equiparable a la de estos mismos cuando de entrar en batalla se trataba, pues los ancestrales Elfos no se enfrentaban a un rival cualquiera, ya que el Clan Grito de Guerra no se podía tomar como una amenaza común; y quizás por tratarse de los mismos Orcos que siguieron al asesino del Semidiós y después a su hijo, estaban destinados en un lugar tan hostil como un bosque Élfico, ya que muchos no podrían soportar la presión continua que los Kaldoreis ejercen en los destacamentos de la Horda, pero el Clan Grito de Guerra era conocido por su voluntad de hierro.
Dragonar Aullido Macabro era uno de estos Orcos, criado en Azeroth prácticamente, había crecido orgulloso de sus ancestros y de los logros de su Clan, Guerrero versado sabia moverse por el bosque, pero no sólo eso, Dragonar sabia luchar contra los enemigos Elfos de la Noche. Viajaba por sendas conocidas desde Ogrimmar hasta el puesto del Hachazo, su misión era como muchas otras veces, la de hacer llegar el pedido de madera de la capital al capataz encargado de la tala; la nueva guerra que estaba fraguando el Alma en Pena iba a necesitar de barcos y maquinaria bélica, y tanto para eso como para prestar sus hachas al frente, el Clan Grito de Guerra y Dragonar estaban listos. A poco más de medio día de su destino el viaje de momento había transcurrido sin incidentes, a lomos de su huargo, el Guerrero nunca confiado miraba en todas direcciones, ya que en cualquier momento el enemigo podría atacar desde las sombras de los árboles, escondidos en la oscuridad del bosque como los cobardes que eran; pero la paranoia no era realmente lo que mantenía alerta a Dragonar, si no la figura de uno de esos felinos aliados de los Kaldoreis, ya que como rezaba el dicho “Cuando el Acechador ronda, su dueño no anda lejos”; pero lo que el Orco no esperaba era lo que estaba apuntó de suceder…
La criatura desapareció ante la atenta mirada de Dragonar, el Orco no entendía como, pero apenas tuvo tiempo para reaccionar, ya que el acechador, o lo que Dragonar creía que era, lo derribó de su montura, sendos zarpazos impactaron en el cuerpo del Guerrero, el felino salto varios metros hacia atrás y reveló su verdadera forma, la de un maldito druida Kaldorei, el cual sin dudarlo invocó el poder de la madre tierra haciendo brotar unas fuertes raíces bajo Dragonar, estas treparon por sus piernas dejando anclado al Orco al suelo; pero el Guerrero no estaba dispuesto a morir ese día, aulladora en mano rugio con fuerza y destrozó a golpe de hacha las raíces, antes de que el druida pudiera reaccionar, Dragonar arrojó su arma contra el, golpeándole con la parte roma en la frente, haciendo que diera un traspiés y aturdiendole, decidido el orco cargo contra el, recogiendo su aulladora en el camino, la fuerza de la estocada abrió una profunda herida sangrante en el pecho del Druida, este trato de invocar su magia para sanarse, pero viendo esto el Orco le propinó un devastador puñetazo en el rostro haciendo que el Kaldorei perdiera la concentración. El combate continuo, Dragonar lanzaba golpes, el druida alternaba sus formas para ganar ventaja, lo que el Elfo no esperaba era escuchar el rugido de guerra que el Guerrero lanzo, tal era la fuerza y poder del grito que por un momento el druida se encogió de terror, solo fue un instante, pero el suficiente para que Dragonar lo ejecutara separando la cabeza del cuerpo.
Dragonar dejó el cuerpo tirado en el bosque, no lo consideraba un rival digno de un funeral, el Honor no es atacar desde las sombras para ganar ventaja, el honor era mirar a los ojos de tu enemigo y luchar de frente; y así Dragonar continuo con su marcha, pero algo lo hizo detenerse y esto era lo que el druida Kaldorei parecía proteger con tanto recelo, en un claro el Guerrero se topó con una magnífica criatura, un ciervo blanco de grandes astas, Dragonar sonrió a la vez que desenfundaba su Aulladora “Esta noche, cenare buena carne”.
Fin