“Hace mucho, mucho, mucho tiempo, mucho antes de la Primera Guerra, en el antiguo Imperio de Lordaeron, había una pequeña aldea llamada Valdermar. Aldea en la que comenzó mi historia.
Nací de una familia humilde, mi padre trabajaba los campos y mi madre cultivaba flores que vendía luego en el mercado. Nuestra casa, aunque pequeña, siempre fue un refugio cálido para la familia y un verdadero hogar.
Desde pequeño me sentí atraído por las flores, al igual que mi madre, solo que al contrario que a ella, a mi, me interesaba mas el efecto que tenían y sus propiedades. Así fue como a la joven edad de 8 años comencé a dar mis primeros pasos en la creación de ungüentos y remedios que daba a mis padres para calmar los dolores del día a día. Era un niño feliz.
El tiempo pasó y entré en la adolescencia, comencé a notar cambios no solo en mi cuerpo si no en mi manera de pensar, comencé a tener curiosidad por otras aplicaciones de las plantas y a hacer mezclas cada vez mas osadas que probaba con animales salvajes que encontraba en los bosques cercanos. En ocasiones los resultados eran desastrosos pero había veces que incluso se llegaron a curar leves heridas (mordidas, cornadas etc) y fue ahí cuando comencé a probar mis pócimas con los vecinos de la aldea. Me colaba por las noches en sus casas y cambiaba parcialmente el contenido de la leche por alguna de mis pócimas para luego, al día siguiente, aguardar impaciente a observar los resultados. Hubo muchas muertes inexplicables en esos años, tantas como curas milagrosas a problemas nimios de salud. Jamás relacionaron nada de eso conmigo.
El tiempo seguía pasando y yo cada vez buscaba diferentes tipos de plantas y líquidos con los que investigar, a estas alturas mis padres apenas me prestaban atención ya que pasaban la mayor parte del día trabajando y eso me venía de perlas. Comencé a entablar relación con la mayor parte de mercaderes que llegaban a Valdermar y, en algunas ocaciones, me atreví a visitar otras aldeas cercanas en busca de materiales. Cabe decir que muchas veces robaba lo que necesitaba ya que no tenía el dinero necesario para comprar todo pero era un joven ágil en esa época, e inteligente, rara vez me pillaron cogiendo lo que no era mío y si eso pasaba salía corriendo como alma que lleva el diablo (jamás robé en mi aldea, no era tan estúpido).
Entre todos los mercaderes que llegaban hubo un tiempo que varios comenzaron a traer libros de toda clase, traídos de todas partes del continente. De todos los libros que vi solo uno llamó por completo mi atención, era de un color azul oscuro, con filigranas negras y un símbolo rojo sangre en el centro, lo compré aún sin saber leer todavía. Me costó bastante conseguir que mis padres accedieran a pagar un profesor que me enseñara a leer, no era común en esos entonces que una persona de a pie tuviera estudios, por muy básicos que fueran. Luego de unos años y mucho dinero invertido logré no solo aprender a leer y escribir si no a interpretar mapas, dibujar y otras muchas cosas que ya ni recuerdo.
Casi había olvidado aquel libro, cuando en mi 16 cumpleaños lo encontré al fondo de mi baúl, avivando de nuevo mi curiosidad. El libro carecía de título, recuerdo que lo abrí y en su interior había un escrito en rojo sangre “prohibida la lectura sin supervisión autorizada” lo cual no hizo más que aumentar mi curiosidad. Recuerdo pasar las noches en vela leyendo ese grueso libro a la luz de una pequeña vela, cada párrafo que leía y cada dibujo que en él había era aún más interesante que el anterior. El libro hablaba sobre magia pero no una magia común, no, una mas caótica, más peligrosa y a su vez más interesante que cualquier otra cosa que hubiera visto antes.
Sabia que eso que leía seguramente no estuviera bien visto por el resto de la aldea, jamás había visto a nadie que usara ese tipo de magia, por lo que todas las tardes me escapaba a los bosques con mi libro a practicar, al principio sin mucha suerte pero con el paso de los años todo cambió.
Tras la muerte de mis padres, cuando yo tenia ya cerca de 23 años, dejé de salir de casa salvo para ir por provisiones. Me pasaba los días y las noches releyendo mi viejo libro en busca de una manera de traerlos de vuelta, había leído que existían rituales de invocación pero nunca los había intentado debido al temor que me ocasionaban. Durante los siguientes 10 años apenas pise el exterior de la casa, la práctica de esa extraña magia me fue cambiando poco a poco mientras adquiría mas y nuevos conocimientos, conocimientos que, aunque aún no lo sabía, me acabarían costando la vida.
Para no aburrirte demasiado retomare esta historia en mi cuadragésimo séptimo cumpleaños, por ese entonces era propietario de una pequeña Botica donde vendía mis propias pociones, ungüentos y demás parafernalia (tenia años de experiencia en el sector que me diferenciaban de muchos) además de otro tipo de servicios para los clientes mas “especiales”. Ya por entonces había dominado la magia de invocación demoniaca y por las noches enviaba a mis pequeños diablillos a destrozar las tiendas de la competencia y asustar a sus dueños, por supuesto, esto inmediatamente causó un tremendo revuelo en la aldea y puso a los guardias en alerta permanente (no fue una gran idea por mi parte). Aún con los guardias en alerta me las arregle durante años para pasar desapercibido, siempre fui amable y simpático con todos así que no levante sospechas (aprovechaba para desviar la atención a aquellos que me caían mal, muchos fueron ejecutados en mi lugar). Mi suerte cambió cuando la conocí a ella, la hija del frutero, una guapa chica mucho mas joven que yo pero que caló muy hondo en mi corazón, hasta el punto de perder la cabeza por completo, podría llamarse obsesión. Siempre era amable y simpática conmigo, jamás intenté nada con ella por vergüenza o miedo, no lo se, pero en mi mente imaginaba cómo seria una vida juntos, los regalos que le haría, los besos, caricias y la intimidad.
Un día, esa joven, empezó a salir con un apuesto chico (yo no lo conocía pero de seguro era de alta cuna) y eso despertó en mi unos sentimientos nuevos, fuertes, profundos y que ennegrecieron mi corazón y nublaron mi mente. Me volví arisco, antisocial, agresivo y los demonios que conmigo estaban lo notaron, avivando aún más mis malos pensamientos. Una noche, mientras caminaba por las calles, maldiciendo mi suerte, me vi a la pareja sentada en un banco de la plaza central. En ese momento la vista se me nubló, dejé de pensar con claridad y una rabia incontrolable recorrió todo mi cuerpo. En un abrir y cerrar de ojos una horda de diablillos avanzaban hacia la pareja y yo tras ellos, gritando, con lagrimas en los ojos y un cuchillo en la mano…
Cuando amaneció la plaza se hallaba inundada en sangre, pedazos de cuerpo esparcidos por doquier y sentado en el banco estaba yo, manchado de sangre de arriba a abajo, aún llorando. Los vecinos llegaron gritando y acto seguido lo hizo la guardia, me prendieron y encerraron durante meses para, finalmente, cuando se acercaba el invierno arrastrarme a la misma plaza donde todo pasó solo que esta vez, en el centro, habían puesto una viga recta de madera con un montón de leña rodeándolo. Me ataron a la viga, mi cara rota de miedo, vergüenza y rabia, mi cuerpo temblando aterrorizado y el capitán de la guardia antorcha en mano. Mis gritos inundaron de sufrimiento la atmósfera hasta que el humo se apoderó de mis pulmones, el dolor se hizo con todo mi ser y poco a poco me fui apagando, ese fue el día de mi muerte.
Hace unos años volví gracias a nuestra señora, la Reina Alma en Pena, viendo mi antigua aldea convertida en ruinas inundadas de muertos andantes (al igual que yo ahora) y desde ese momento no he hecho mas que retomar mi trabajo de boticario aunque con muchos menos clientes ahora.
Con esto quiero decirte que los demonios y la brujería son poderes que deben ser usados con máxima cautela o tendrán consecuencias fatales.”
- ¿Brujería dices? El único culpable de esta historia eres tú ¡VIEJO VERDE! - espetó un joven Goblin de pelo castaño repeinado. - Eras y eres un viejo verde, un loco, un salido, un trastornado y habrías hecho lo mismo con o sin esos diablillos tuyos. ¡Maldita sea! la única pena es que no te ejecutaran antes. Ahora, después de tremenda charla, dame ese endemoniado Grimorio, en mi contrato no entraba escuchar tanta palabrería absurda y aburrida.
El renegado, a regañadientes, sacó un grueso libro azul oscuro, con filigranas negras y una insignia color rojo sangre en la tapa para dárselo al joven Goblin que puso un montoncito de monedas en su mano huesuda.
- No es un placer hacer negocios con usted - dijo el Goblin. - pero si por algún casual necesita volver a deshacerse de alguien, avíseme, deje ese tipo de cuestiones a los profesionales (por un módico precio, claro)… aunque preferiría que dejase en paz a las jovencitas de ahora en más, ya tiene usted una edad y el cuerpo no le acompaña. Por cierto, ahí tienes cinco platas menos en cuestión de Impuesto por literatura no solicitada, yo facturo por riesgo, tiempo y pertinencia.
El Goblin se alejó riéndose malévolamente, tanto, que se atragantó y casi se le cae su nuevo Grimorio al suelo, ahora a ver si aquel feo orco no se me echa atrás con la compra, pensó para sí.