La noche era fría e inclemente, por lo que Gromdak llevaba una capa de pieles en un intento de proteger su cuerpo de las bajas temperaturas.
Estaba en las murallas del campamento, oteando el horizonte mientras pensaba. Tras unos minutos se levantó y se giró para mirar hacia el interior del campamento.
Los peones estaban trabajando, como siempre, organizando las provisiones del clan bajo la atenta mirada de uno de sus tenientes, Hograk. En torno a la hoguera, varios orcos cenaban tranquilamente mientras cantaban y compartían historias. En general, se respiraba un aire de paz en el campamento. Tras su victoria semanas atrás reprimiendo a varios atacantes en Costa Oscura, no habían tenido más conflictos.
Sin embargo, el ambiente de paz se rompió en un segundo. Gromdak oyó pasos a su espalda y en un acto reflejo intentó agarrar su hacha, para darse cuenta de que la había dejado en su cabaña. Estaba desarmado. Una figura, un orco cubierto con una capa raída, desenvainó una daga curvada y se lanzó al ataque. Gromdak esquivó el primer embate, pero el alcohol y la falta de sueño comenzaban a hacer mella en su cuerpo, y no pudo esquivar el segundo. La hoja curva se hundió profundamente en su vientre. El orco traidor intentó escapar, pero tropezó con su propia capa y cayó desde la muralla hacia el suelo. Todos los orcos que estaban en el claro se levantaron asombrados, y fueron a ayudar al orco, pero la potente voz de Bakor cortó el aire.
-¡Quietos!-gritó el general, alarmado.- ¡Guardias, apresad a ese orco, es un traidor! ¡Ha apuñalado al Jefe a traición!-ordenó con voz autoritaria.
Los guardias se apresuraron a encadenar al traidor y lo arrastraron hacia los calabozos, que se encontraban en la parte más aislada del campamento.
-¡Rograk!-gritó Bakor-¡Ven conmigo a ayudar al Jefe!
Los dos generales se apresuraron a subir a la muralla, y lo que encontraron fue cuanto menos poco agradable. Su líder yacía en el suelo, agarrándose el vientre, mientras luchaba por no desangrarse. Rograk y Bakor se apresuraron a levantarlo del suelo, cargando el peso del caudillo sobre sus hombros. Gromdak tosió débilmente.
-Llevadme… a mi cabaña… llamad al Chamán Mayor.-dijo el orco.
Los dos fieles guerreros llegaron a su líder hasta la cabaña principal y lo tumbaron sobre las pieles que hacían las veces de catre. Acto seguido Rograk salió de la cabaña, y tras unos segundos volvió con Dikash, el chamán principal del clan.
-No tema, señor. En unos minutos estará recuperado.-lo tranquilizó el chamán.
Dikash comenzó a susurrar unas palabras al tiempo que energía sanadora fluía entre sus manos y se dirigía a la herida del caudillo. Tras varios minutos, tal y como había prometido el chamán, la herida de Gromdak se cerró, dejando únicamente una cicatriz apenas visible entre las otras muchas que cubrían el cuerpo del orco.
-Perfecto. Gracias, Dikash. Puedes retirarte.-dijo Gromdak con renovadas fuerzas.
-¿Qué hacemos con el traidor, señor?-preguntó Bakor cuando el chamán se fue.
-¿Qué hacemos con los traidores en este clan?-repuso el líder.
-Los ejecutamos, señor.-respondió Bakor.-Los mandamos al verdugo.
-Exacto. Pero esta vez será diferente.-dijo Gromdak.- Yo mismo lo mataré.
-Bien, señor. ¿Qué hacemos ahora?-preguntó el general.
-Preparad todo en el claro. Traed la daga ceremonial y que los chamanes la bendigan.Tengo una ejecución especial preparada para él.-ordenó el caudillo.
Los dos generales se cuadraron al unísono y salieron de la cabaña. Gromdak se quitó la capa y la arrojó a un lado. Cogió su armadura y se la colocó lentamente.
Finalmente cogió su hacha con ceremonia y se puso otra capa limpia. Apartó las pieles de la entrada para salir al claro y se alegró al ver todo preparado.
En frente de la hoguera, había dos postes clavados en el suelo, y sujeto a los mismos con cadenas estaba el traidor, con la vista clavada en el suelo. La daga ceremonial estaba colocada sobre una mesa, y refulgía con un brillo cegador.
Gromdak llegó a la hoguera y se arrodilló para hablar con el prisionero.
-Vaya, vaya. Teniente Korag. No me lo habría imaginado.-dijo levantándole la cabeza.
El traidor permanecía en silencio, desafiante.
-Ahora pagarás. No sé cuáles fueron tus motivos, pero eres un traidor.-dijo Gromdak.
El caudillo se dirigió hacia la mesa con solemnidad y cogió la daga. Se acercó al prisionero y comenzó a tallar una imagen en su espalda. Tras varios segundos, terminó. En la castigada espalda del orco traidor se apreciaba un hacha ensangrentada, el símbolo del clan. El líder clavó el cuchillo en la mesa con fuerza, que goteó sangre durante unos instantes. Acto seguido levantó su hacha.
-Yo, Gromdak Desgarrainferno, Jefe del Clan Sangrefilo; te condeno, Korag Lanzaveloz, a muerte por alta traición.-dijo el caudillo.
Descargó su hacha sobre el cuello del orco, cuya cabeza cayó al recipiente que se había colocado con tal propósito. Gromdak se dio la vuelta y enfiló el camino hacia su cabaña. Antes de entrar, se volvió y dio una orden sencilla y clara.
-Quemad el cuerpo y esparcid las cenizas. Luego, continuad vuestra tarea.
Sin decir nada más, el caudillo orco apartó las pieles de su cabaña y entró.